Los días de finales del 2001 y sus estribaciones posteriores clausuraron un cuarto de siglo interminable, en que el terrorismo de Estado primero, el chantaje inflacionario y la demonización del Estado después colocaran al mercado y al dinero como la medida de valor de todos los valores. Algo muy profundo se quebró entonces. Los ciudadanos […]
Los días de finales del 2001 y sus estribaciones posteriores clausuraron un cuarto de siglo interminable, en que el terrorismo de Estado primero, el chantaje inflacionario y la demonización del Estado después colocaran al mercado y al dinero como la medida de valor de todos los valores. Algo muy profundo se quebró entonces.
Los ciudadanos que bajo la fase neoliberal del capital se habían refugiado en el individualismo y el consumo, en sus problemáticas personales y en sus avatares cotidianos. Que prisioneros de la rutinarización de sus vidas, de sus gestos y de sus actos parecían vivir en una suerte de presente permanente con independencia de todo pasado y de la experiencia social que hay en ellos, rompieron de pronto con su cotidianeidad y sus rutinas y recuperaron el centro de la escena política.
Excepcionalidad del momento
Quiénes fuimos protagonistas y testigos directos vivimos entonces jornadas excepcionales, en que los acontecimientos se sucedían con esa vertiginosidad que es propia de las grandes crisis y de esos momentos inigualables que quedan grabados a fuego en la historia.
En la década de los ’90 la reestructuración del capital forzó cambios estructurales profundos: apertura de la economía; inserción internacional subordinada; desregulación de los mercados; reforma del Estado; desindustrialización, hegemonía financiera. Dejaron como saldo relaciones sociales y culturales desfavorables para el mundo del trabajo y los sectores populares -desocupación creciente, caída estructural de los salarios, altos niveles de pobreza e indigencia, xenofobia, individualismo, sexismo- así como el no reconocimiento de derechos a las minorías sexuales y otras diferencias identitarias.
La lógica de aquel modelo implicaba la acumulación de capitales bajo un mecanismo de valorización financiera que generaba continuos excedentes de capital que se expatriaban al extranjero, como contrapartida requería el permanente acceso al mercado internacional de capitales, con lo que se generó un continuo endeudamiento público que imposibilitaba cualquier intento de políticas estatales activas.
La excepcionalidad entonces estuvo dada tanto por la profundidad de la crisis, que se desenvolvió por los surcos que ella misma trazó: de la recesión a la depresión y a la improvisación económica -de 1998 al 2002 el PBI cayó un 19 por ciento y la inversión se desplomó un 60- como por sus alcances -económicos/sociales/políticos- y la reacción social y sus interrelaciones con la situación mundial -movimiento antiglobalización en Seattle (1999) o en Barcelona (2002), pasando por numerosas escalas intermedias y los Foros Social Mundiales de Porto Alegre-.
Acción directa
Por primera vez en nuestra historia un gobierno elegido democráticamente no fue derrocado por un golpe de Estado sino por la acción directa de las masas populares. A la par que se reivindicó la soberanía popular se puso en práctica concreta la revocabilidad del mandato, luego se expulsó a un nuevo gobierno, sólo duró días, que podría tener la legalidad formal del régimen -elegido en una Asamblea Legislativa amañada y controlada por el Partido Justicialista- pero que carecía de total legitimidad.
Las masas en movimiento pasaron por sobre las organizaciones sociales y políticas que decían representarlas, desafiaron a un Estado que se mostró impotente para disciplinarlas, no obstante el alto costo en vidas humanas que se cobró. Tamaña represión -35 muertos, 439 heridos, 3273 detenidos, que aún esperan justicia- solo pudo ser llevada a cabo sobre la base de un acuerdo político de los grandes partidos del sistema y estuvo destinada a impedir que en nuevas embestidas la gente ingresara por la fuerza en la Casa de Gobierno con las consecuencias políticas potenciales.
Los acontecimientos del 19, 20 y 28 de aquel diciembre por su masividad y decisión desplegada en los enfrentamientos contra el régimen y sus instituciones, por la potencialidad social puesta en evidencia, mostraron características inéditas. En sus inicios se trató de un profundo ejercicio de resistencia, incluida la violencia colectiva, pero en su desarrollo concluyó cuestionando el poder de mando y orden del Estado.
Laboratorio social
Argentina se transformó entonces en un verdadero laboratorio de experiencias sociales: movimientos de desocupados y emprendimientos prod uctivos; asambleas populares de debate y deliberación; recuperación de espacios públicos; empresas recuperadas por la gestión obrera, experiencias todas que de conjunto mostraron madurez para tomar la resolución de los problemas en manos propias y autoorganización / autogestión como formas concretas de agruparse, tomar decisiones y gestionar.
La dinámica que el movimiento social impuso, sea por su prolongación en el tiempo, por su extensión geográfica, por los sujetos sociales involucrados y por las formas y contenidos del debate y organización, no tenía precedentes en el país y tal vez tampoco en otras geografías. El desencadenante no fue otro que la combinación de hartazgo por el agobio económico y desconfianza en los partidos e instituciones del régimen.
Cuando los desocupados organizados en piquetes ejercían el control obrero cortando rutas y accesos vulneraban ese principio constitucional que dice que está garantizada la libre circulación de personas y mercancías por todo el territorio nacional. Cuando los trabajadores presos del temor a la desocupación y la miseria ocupaban las fábricas que los patrones abandonaban, resistían los desalojos y finalmente las ponían a producir vulneraban el artículo de la constitución que garantiza la propiedad privada de los medios de producción y cambio. Cuando la asambleas barriales, ocupaban los espacios públicos y discutían los grandes problemas nacionales cuestionaban el principio constitucional que dice que el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes. La Constitución Nacional determina que la democracia electoral es la forma de gobierno y que los partidos son sus instrumentos fundamentales, la gente en las calles rechazaba a los partidos y sus personeros.
Una crisis del régimen estaba instalada en esos días.
¿Qué sujeto?
Sin duda que las clases y su experiencia histórica han estado presentes en aquel movimiento, pero este no se identificó a priori con ninguna de ellas. Una suerte de corte transversal atravesó clases y fracciones. Se trató de un conjunto social heterogéneo de trabajadores ocupados y desocupados, excluidos, pequeños ahorristas, sectores medios empobrecidos, pequeños comerciantes. Con un rasgo particular que es necesario subrayar: fuerte protagonismo de mujeres y jóvenes.
Es un dato que la clase obrera como tal estuvo ausente. La actitud claudicante de las tres centrales obreras -CGT, CTA, MTA- la privó de una expresión organizada, los trabajadores participaron así diseminados y desdibujados en un movimiento general mucho más amplio que parecía querer anunciar la constitución de un sujeto social complejo, contradictorio, con expresiones políticas e intereses muy variados, que se constituiría en la acción y que se iría redefiniendo en la práctica concreta.
La política no soporta el vacío
El poder instituido históricamente parecía derrumbarse en esos días y un nuevo poder instituyente parecía alumbrarse. Sin embargo la anunciada crisis del régimen institucional de dominación no llegó a consumarse en plenitud, los trabajadores y el conjunto de las clases subalternas no estaban en condiciones de disputar esa vacancia de poder.
L a acción directa e independiente de las masas mostró formas de la democracia directa y afirmo el ejercicio de la soberanía popular rompiendo con las prácticas delegativas. Se avanzó con conocimiento de lo que no se quería, de lo que se rechazaba e impugnaba, pero sin la conciencia de lo que efectivamente se deseaba. La maduración colectiva sacó conclusiones, encontró las formas y logró imponer la revocabilidad del mandato presidencial, pero esta conclusión resultó inconclusa. No alcanzó para definir un objetivo superador, ni construir los medios para imponerlo (su propio mandato).
La consigna más popular «Que se vayan todos, que no quede ni uno solo» encerraba en sí misma esa tensión. Para quienes la interpretaban literalmente no daba salida alguna a la crisis de representatividad y legitimidad que corroía el sistema, para otros por el contrario ese vacío encerraba toda su potencialidad, porque el futuro había que construirlo. Un graffiti escrito en una pared de la Ciudad de los Buenos Aires trataba de darle sentido: «Que venga lo que nunca ha sido». Sin embargo la política no soporta el vacío, lo que nunca había sido no alcanzó a serlo. Esa vacancia fue ocupada por los propios cuestionados que fueron quienes se reunieron en la asamblea parlamentaria para resolver la sucesión presidencial.
Reconstitución del régimen
Diez años después el ciclo iniciado en 2001 se ha cerrado. Si dialécticamente reformulaba la ecuación ruptura con / reintegración en el sistema de dominación, es claro que triunfó este último término.
Ante la ausencia de alternativas políticas concretas la burguesía logró reponer la autoridad del Estado y el funcionamiento de sus instituciones. Los asesinatos de Kostecki y Santillán provocaron una formidable reacción social y agudizaron la crisis política obligando a adelantar el llamado a elecciones, reponiéndose entonces las condiciones del régimen de la democracia delegativa. En tanto que la suspensión unilateral de los pagos de una porción significativa de la deuda y la macrodevaluación posterior favorecieron la recomposición de la tasa de ganancia de los capitalistas.
Se sentaron así las bases para relanzar la economía y hacer posible que esa ganancia fuera realizable. En paralelo la modificación favorable de los términos del intercambio en el mercado mundial completó el cuadro para iniciar un ciclo económico expansivo que alcanza ahora a un período de ocho años de crecimiento sostenido a altas tasas, el PBI creció en este lapso más del 60 por ciento. El salario real promedio de la economía se ha recuperado al momento anterior a la crisis, pero persisten fuertes diferenciales salariales; el nivel de actividad ha crecido y la ocupación se redujo sustancialmente pero todavía quedan 1,3 millones de trabajadores desocupados y el empleo no registrado alcanza a otros 3,8 millones. La pobreza cayó fuertemente pero todavía 8,5 millones de personas están sumergidas en ella. La precarización, la fragmentación y las desigualdades sociales se mantienen.
El movimiento obrero se ha reconstituido físicamente y se verifica un fuerte recambio generacional en su interior, en tanto que los movimientos de desocupados han retrocedido. El conflicto social muestra un cambio cualitativo se ubica ahora preferentemente en las fábricas y lugares de trabajo, aunque lo territorial mantiene su presencia y se ha ampliado con los movimientos ciudadanos en defensa de la soberanía alimentaria, de los recursos naturales, contra la contaminación ambiental, por las cuestiones de género, en defensa de las poblaciones originarias…
Los avances en materia de DDHH, la renovación de la Corte Suprema, la ley de medios, el matrimonio igualitario, la ley de defensa de género, el incipiente debate sobre el aborto… todos avances democratizadores no son explicables sin referenciarse en aquellas jornadas.
Las asambleas barriales casi se han extinguido; el movimiento social conserva cierta capacidad de movilización aunque sin la densidad de entonces pero subsisten los emprendimientos productivos y las actividades autogestivas; la mayoría de la empresas bajo gestión obrera se mantienen, algunas muy exitosamente, pero fueron llevadas a funcionar bajo las formas del cooperativismo tradicional, aunque de puertas adentro su funcionamiento pueda ser distinto -la ex Zanón es un caso más que emblemático de persistencia, democracia interna y gestión obrera- no pueden abstraerse a la presión del mercado y la competencia.
Por el contrario la reconstitución del movimiento obrero ha permitido recuperar capacidad de lucha -el conflicto de Kraft/Terrabussi, el nuevo sindicato del metro de Buenos Aires o el cuerpo de Delegados del FC Sarmiento, son en este sentido más que emblemáticos- la restauración de las convenciones colectivas y las paritarias anuales le ha dado otra presencia a la clase, surgen pequeños destacamentos clasistas que, en condiciones muy difíciles aunque mejores que en los ’90, buscan por distintos senderos una reorganización del movimiento sobre bases diferentes de las que aún sostienen a las direcciones sindicales tradicionales.
Un legado histórico
Atrás han quedado los debates sobre el carácter de la crisis. Si se trató de una insurrección o una revuelta plebeya; las discusiones respecto de la relación entre espontaneidad y conciencia en esa situación concreta o aquella propuesta ilusoria -muy afín a autonomistas o neoanarquistas de distinta estirpe- de construir una economía no capitalista al interior de la capitalista.
El contenido democrático real, las formas de autoorganización y autogestión persisten hoy en la memoria social colectiva. Los métodos de lucha recogen aquellas experiencias y las vuelcan en las huelgas, movilizaciones y piquetes actuales. Desde entonces lo político ya no es entendido como un terreno circunscripto a las instituciones tradicionales, sino que su abordaje forma parte de los problemas de la cotidianeidad, de la vida íntima de los sujetos. Espacios que eran vistos como exclusivamente privados movilizan hoy intereses y preocupaciones colectivas.
Diciembre 2001 pareciera reflejarse hoy, con las condiciones propias de cada formación social, en las rebeliones democráticas en los países del Magreb africano, en el movimiento de los indignados que recorre Europa, en Ocupad Wall Street en los EEUU, en los cacerolazos en Islandia que culminaron expulsando a un gobierno y convocando a un referéndum que resolvió el no pago de la deuda. Respuestas todas a la agresión de un capitalismo en crisis.
Pasados diez años el régimen no solo se ha reconstituido, sino que con los resultados de las recientes elecciones presidenciales la crisis abierta en el 2008 por el conflicto con el agro se ha cerrado. Surge ahora un gobierno que ingresará en un tercer período con una relación de fuerzas políticas totalmente favorable, una derecha debilitada y dispersa y una izquierda anticapitalista aún embrionaria.
Esta izquierda de un anticapitalismo real y consecuente presenta por un lado el espacio de los partidos que parece haber iniciado un proceso de reagrupamiento que enfrentará de ahora en más el desafío de ampliarse a otros sectores políticos. Por el otro el espacio de los movimientos socio/político/culturales que emergieran con fuerza en la jornadas que rememoramos, que encierran potencialidades aunque sus perspectivas políticas son aún difusas.
Arriesgando una conclusión de síntesis podría decir que a quellas extraordinarias jornadas han dejado a las masas del mundo un legado histórico: nada ni nadie, ni los estados, ni las iglesias, ni las cúpulas sindicales o los partidos, aun los que se reclaman de la clase obrera, pueden reemplazar la capacidad de pensar, de decidir y de hacer de los trabajadores y el conjunto de las clases subalternas, por su propia decisión y acción.
Una década después el desafío es recoger ese legado, llevarlo a la práctica cotidiana y pensar la realidad no desde cada uno de los fragmentos que esta nos ofrece sino desde la totalidad y organizarse políticamente en esa perspectiva.
Eduardo Lucita es miembro del colectivo EDI -Economistas de Izquierda-. Integró la Asamblea de Chacarita-Colegiales- Villa Ortúzar.
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