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DileMAS

Fuentes: Pulso

El instrumento político creado por las organizaciones campesinas -y especialmente impulsado por los cocaleros- acaba de cumplir su décimo aniversario. Desde aquel ya lejano 1995, mucha agua -y sangre de los bolivianos- corrió bajo el puente y este movimiento político-sindical consiguió transformarse en una fuerza de alcance nacional. Incluso, a la luz de los resultados […]

El instrumento político creado por las organizaciones campesinas -y especialmente impulsado por los cocaleros- acaba de cumplir su décimo aniversario. Desde aquel ya lejano 1995, mucha agua -y sangre de los bolivianos- corrió bajo el puente y este movimiento político-sindical consiguió transformarse en una fuerza de alcance nacional. Incluso, a la luz de los resultados electorales del 5 de diciembre, en la primera fuerza municipal del país. La propia secretaria de estado norteamericana, Condoleeza Rice, ha manifestado su inquietud por el crecimiento del «partido de los cocaleros» y Carlos Mesa comprobó en carne propia que es imposible «ralear» a esta fuerza de un acuerdo nacional le dé un poco de paz social a su tambaleante administración.

Heredero de las «tradiciones sindicalistas» de los sectores populares bolivianos -al decir de René Zavaleta- el MAS presenta una experiencia novedosa de hacer política desde los sindicatos. Lo cual ha permitido una proyección político-electoral de las movilizaciones sociales desarrolladas en los últimos años. Hoy, este movimiento cuenta con importantes responsabilidades institucionales, más de 40 alcaldías y 34 legisladores (luego de la expulsión de Filemón Escobar). Y, también, con algunos dilemas en su accionar político, no siempre fáciles de resolver.

Entre el parlamento y las calles

Los dos años de gestión legislativa han puesto de relieve las dificultades para articular los tiempos parlamentarios con los de las movilizaciones sociales, y no resultó tan sencillo como se esperaba en un principio combinar el «poder en las instituciones» con el «poder en las calles», cuyas lógicas de acción y decisión son diferentes. A ello se suma, que en el Parlamento son los sectores de clase media quienes poseen mayor capacidad performativa, en detrimento del papel menos «visible» de los diputados campesinos e indígenas. De allí que el clivaje entre bloque parlamentario y movimiento sindical, al interior del MAS, se haya profundizado en los últimos tiempos.

«Formalmente la estructura parlamentaria está subordinada a la sindical pero, en los hechos y por las propias características de sus competencias legislativas, esto no es así -sostiene Álvaro García Linera en su último libro-; generando tensiones y diferencias entre los componentes de una y otra»; cuyo nexo -en ausencia de bisagras institucionales- es el liderazgo de Evo Morales. Entretanto, en la bancada del MAS se fue consolidando una suerte de «corporativismo parlamentario» que refuerza su autonomización de los movimientos sociales y sindicales, actuando muchas veces en función de sus propios «intereses» de grupo.

Etnia, clase y nación

Al igual que en otros movimientos campesino-indígenas de la región andina, existe en el MAS una tensión entre una dimensión clasista y otra étnico-identitaria, no siempre fácil de articular (como lo demostró la discusión alrededor del «bloque indígena» masista en el congreso). Con una paradoja: pese a ser un partido campesino, el MAS no ha hecho de la cuestión de la tierra su principal bandera. La identidad campesina sui generis de los cocaleros -pequeños propietarios y fuertemente enfrentados con las políticas norteamericanas- quizás ayude a explicar esta «anomalía» y el perfil «nacionalista» -más que indianista- adoptado, en la política cotidiana, por el MAS.

Aunque oficialmente su «ideología» se compone de elementos kataristas, marxistas y cristianos (teología de la liberación), parece ser la herencia -parcialmente resignificada- del nacionalismo revolucionario de los años ’40 y ’50 la que le da coherencia a su accionar: especialmente la dicotomización del campo político entre Nación y Antinación. En alguna medida, el MAS ha ocupado el lugar vacante dejado por el MNR, ya alejado del discurso montenegrino de antaño.

En este sentido, el canto del himno nacional y las vivas a Bolivia en los actos y congresos del MAS, y su perspectiva «nacionalista» más general no deja de ser significativa cuando, por otro lado, se cuestiona la propia idea de bolivianidad nacida en 1825. Lo mismo vale para la política nacionalizadora: ¿con el actual Estado patrimonialista y elitario que rige en Bolivia se garantiza que el excedente de los recursos naturales «recuperados» sean utilizados en beneficio de las mayorías nacionales? ¿No se pierde de vista -por momentos- la perspectiva de descolonización radical de la sociedad y el Estado?

Entre la moderación y la radicalización

La reciente decisión de Evo Morales de abandonar su alianza informal con Carlos Mesa ha derivado en numerosos análisis periodísticos acerca de los perjuicios para el MAS de «su alejamiento» de los sectores medios. El líder cocalero respondió diciendo que hay sectores que son «clase a medias», que algunos «pasaron de las camisas blancas -en referencia a los falangistas- a los pañuelos blancos», y acusó a (ex) asesores que durante los últimos tiempos le recomendaban «moderarse para ganar a las clases medias» -como José Antonio Quiroga- de utilizar al MAS.

En este sentido surgen varios interrogantes: ¿La política de «apoyo crítico» a Carlos Mesa aumentó la adhesión de los sectores medios hacia el MAS? ¿Se trata verdaderamente de «clases medias» o de sectores elitarios reacios a apoyar a un indígena más allá de sus propuestas? ¿Es posible la «vía Lula» -aplicada en Brasil, un país institucionalmente estable- en Bolivia, donde las clases dirigentes carecen de mediaciones institucionales para encarrilar las crisis? ¿O el caso boliviano se parece más al venezolano, donde Hugo Chávez no cuenta con el apoyo de los sectores medios -más cercanos a una oposición radical a su gobierno- y tuvo que propiciar la movilización popular contra la oligarquía local, en un contexto de fuerte polarización?

De la capacidad del MAS para «descorporativizarse» y articular una «voluntad colectiva» transformadora dependerá la posibilidad de dejar atrás la pesada herencia con la que cargan los movimientos sociales bolivianos: la de ser más eficaces para vetar políticas opuestas a sus intereses que para llevar a la práctica propuestas alternativas desde la esfera estatal.