Tecumseh («Pantera Agazapada»), jefe de la tribu shawnee, originaria de lo que hoy es Indiana, en Estados Unidos, se enfrentó en 1809 a colonos blancos que pretendían comprarle sus tierras y, según la leyenda, exclamó: «¡Vender el territorio! ¿Por qué no vender las nubes y el gran océano? ¿Acaso el Gran Espíritu no creó todo […]
Tecumseh («Pantera Agazapada»), jefe de la tribu shawnee, originaria de lo que hoy es Indiana, en Estados Unidos, se enfrentó en 1809 a colonos blancos que pretendían comprarle sus tierras y, según la leyenda, exclamó: «¡Vender el territorio! ¿Por qué no vender las nubes y el gran océano? ¿Acaso el Gran Espíritu no creó todo eso para el uso de sus hijos?».
En 1855, Seattle, jefe de los duwamish, le envió una carta al decimocuarto presidente Estados Unidos, el demócrata Franklin Pierce: «¿Cómo puedes comprar o vender el cielo y el calor de la Tierra? Si no somos dueños de la pureza del aire o del resplandor del agua, ¿cómo puedes entonces comprarlos?». Y Toholholzote, chamán de los wallowa, habló en 1877: «La Tierra es parte de nuestro cuerpo y nunca renunciamos a ella».
De los Montes Apalaches a la Cordillera de los Andes, pasando por Chiapas y la Amazonia, la visión indígena del suelo es la misma: la naturaleza existe para que todos se beneficien sin causarle daño. En América del Sur, desde la época de los incas se adora en agosto a la Pachamama («madre tierra», en aymara) en lo que hoy es Perú, Bolivia y el norte de Argentina.
Mucho de esta filosofía fue retomada y expuesta el 15 de octubre por la Iglesia católica boliviana, que se refirió a la reforma agraria impulsada por el presidente Evo Morales como un tema «candente» y consideró que «es un principio ético y cristiano la justa distribución de la tierra que Dios creó para todos».
Bolivia tiene una larga historia en materia de lucha por la tierra. La reforma agraria de 1953, impulsada por el gobierno popular de Víctor Paz Estenssoro, del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), se inspiró en el modelo mexicano iniciado 35 años antes.
Posteriormente, bajo el gobierno de Hernán Siles Zuazo (1956-1960), el vicepresidente Núflo Chávez Ortiz, un poeta y catedrático universitario nativo de Santa Cruz de la Sierra, impulsó medidas para favorecer al sector campesino. Chávez Ortiz es autor de «Bajo el signo del estaño» y «Cinco ensayos y un anhelo», texto que sirvió como anteproyecto del programa político del MNR en 1952 e incluye un estudio sobre el problema de la tierra. Posteriormente se desempeñó como asesor del gobierno de Fidel Castro en la reforma del campo cubano y más tarde fue embajador de Bolivia ante la Organización de Naciones Unidas.
La reforma agraria, sin embargo, quedó inconclusa y causó distorsiones que se agravaron con el tiempo y se extienden hasta la actualidad. En los 53 años transcurridos, los campesinos sólo accedieron a cuatro millones de hectáreas, mientras que los grandes propietarios se beneficiaron con 32 millones de hectáreas.
El drama del campo boliviano bien podría haber sido narrado por el cineasta brasileño Glauber Rocha, realizador de «Dios y el Diablo en la tierra del Sol», una áspera película de 1964. La historia, que un crítico de la época resumió como «estética del hambre», narra el enfrentamiento de Sebastião, una especie de Cristo redentor moreno, y Corisco, el último de los cangaceiros perseguido por Antônio Das Mortes.
Las dictaduras que se alternaron en Bolivia desde 1964 a 1978, con cortos periodos democráticos, asignaron los mejores campos del este del país a familias poderosas y a parientes, lo que provocó una concentración de latifundios en pocas manos. Según estudios del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en esa región -que será la más afectada por la reforma agraria- sólo cien familias poseen 25 millones de hectáreas.
Por distintos motivos, terratenientes y campesinos hoy están en pie de guerra. Y como en el film de Glauber Rocha, la generosa Madre Tierra puede convertirse en campo de batalla entre Dios y el Diablo.