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Discriminación y matrimonio homosexual

Fuentes: Rebelión

Decía la presidenta Cristina Fernández que el día de sancionar la ley del matrimonio igualitario, ella se había levantado con los mismos derechos que había tenido antes de la sanción: «Nadie me había sacado nada, y yo no le había sacado nada a nadie, al contrario, le habíamos dado a otros cosas que les faltaban […]


Decía la presidenta Cristina Fernández que el día de sancionar la ley del matrimonio igualitario, ella se había levantado con los mismos derechos que había tenido antes de la sanción: «Nadie me había sacado nada, y yo no le había sacado nada a nadie, al contrario, le habíamos dado a otros cosas que les faltaban y que nosotros teníamos» Resultaría complicado resumir en menos palabras lo que es luchar contra la discriminación que durante tanto tiempo ha sido, y es aún, parte de nuestras estructuras político-sociales, en este caso se trata de un importantísimo avance en erradicar la discriminación por orientación sexual – que nuestra Constitución prohíbe- en nuestro vecino del sur.

Apelar a las tradiciones y a las -supuestas-esencias para negar el avance en derechos civiles es un argumento típicamente conservador, aquí, en Bolivia, lo sabemos muy bien. El recurso a la -siempre pura y excluyente- tradición negó durante mucho tiempo los derechos de las mayorías sociales de este país y las construcciones teóricas y los miserables argumentarios que mantenían a raya a esas mayorías de las instituciones del Estado, de la participación política o incluso de los espacios públicos comparten la misma matriz con los «razonamientos» y temores que ahora se niegan a adaptar las normas a la sociedad plural que somos hoy.

Hemos dado pasos de gigante en los últimos anos, fruto de una articulación de las luchas y el empuje de los movimientos sociales con una clara voluntad política de parte del MAS y del Gobierno de implementar cambios que ya eran de justicia hace décadas. No sería correcto dejar que viejos prejuicios, y sus voceros, nos engañen otra vez y nos pongan ellos el freno de mano. Ahora tenemos a lo plural como eje de nuestra construcción societal, y ha costado que así sea, es por eso que ese reconocer lo plural tiene que ser el punto de partida en todos los desafíos que enfrentemos, por descontado que la moderna reacción  nacional siempre estará dispuesta a poner todas las piedras y los editoriales que pueda en contra, sobran diletantes de Arguedas, lo conseguido hasta hoy es siempre a pesar suyo.

Si tenemos claro que descolonizar y despatriarcalizar van de la mano, y así parecen pensarlo las organizaciones sociales y la mayor parte de los nuevos gestores del Estado, resulta evidente que una de las tristes hijas favoritas del patriarcado es la homofobia y por lo tanto se vuelve un imperativo político de cualquier gobierno de izquierda el combatirla con el mismo vigor con el que se combate el racismo o la violencia de género.

Los católicos pueden estar tranquilos, de hecho, esto no se aleja tanto de las mejores de sus enseñanzas, como dice Juan José Tamayo, el teólogo español más prestigioso, «ser cristiano y homosexual no es incompatible, ser homófobo y cristiano si lo es». Y para los que se rasgan las vestiduras cuando se empieza a mencionar la adopción por parte de parejas del mismo sexo, una réplica sencilla y real: los niños no necesitan abstracciones, necesitan amor, quien sepa y pueda dárselo tiene ganada la maternidad, eso ya sucede en varias casas de muchas ciudades, le pese al cardenal que le pese, quien por cierto no conocerá descendencia ni honrará todos los sacramentos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.