Honduras y Argentina no sólo están unidas por su antecedente colonial, golpes de Estado y posteriores dependencias económicas, sino por un presente cíclico donde los sistemas democráticos dejan entrever las mismas fisuras de un glaciar a punto de tronar. Puntos de contacto de dos crisis que comenzaron un mismo 28 de junio.
De golpe nos enteramos por los medios de que un presidente recibió la insólita pena del destierro medieval y que en su sillón estaba apoltronado un empresario, por decisión unánime de una Junta Militar.
Nos enteramos de que existía un país en Centroamérica llamado Honduras, entre Nicaragua y Guatemala, pegado a El Salvador, y la sorpresa de un componente cívico-militar que prefirió ceder su soberanía política a los afanes económicos de una pequeña elite con ADN post-neo-liberal.
Días después, circuló un contradictorio documento episcopal donde los representantes de la Iglesia Católica en tierras hondureñas ratificaron su rol de garantes para la ruptura institucional.
En la madrugada del 29 de junio la noticia quedó tapada por los resultados electorales locales y la sorpresa de que aquel «voto no positivo» por las retenciones móviles mostró su espejo en las boletas de los «barones del conurbano», dejando en un rumbo vacilante a la conducción política y partidaria del gobierno argentino.
También la prensa informó acerca de una fallida gestión con vuelo relámpago de Cristina Fernández, como salida diplomática para cumplir una misión de pacificación regional.
Lo de Honduras fue una operación de cirugía militar elaborada por hombres educados en la temeraria Escuela de las Américas. La experiencia electoral reciente, un desquiciado plebiscito adelantado que devino en una espiral de artificios mediáticos donde ganó la sátira televisiva, montada sobre un escenario de ridiculización de la clase política y al que sus dirigentes asistieron y aplaudieron a falta de propuestas programáticas, con discursos cercanos al grado cero y el infinito.
Parodias y paranoias
Ambos países compartieron parodias. Tanto el envío a Costa Rica del depuesto Manuel Zelaya por el supuesto delito de convocar a una consulta no vinculante para una reforma constitucional, que habilite la posibilidad de una reelección, como la «teoría del caos» (el nosotros o ellos) que espantó sólo a unas pocas viejitas acostumbradas a modelitos clásicos y a las botas altas. Cecilia Pando también se paseó por los medios en su reivindicación genocida.
Pero la paranoia por el desabastecimiento de alcohol en gel y el acopio indiscriminado de barbijos por la mutación de una gripe desconocida dejó fuera de agenda a las noticias internacionales. Y de pronto, pasados los 30 segundos de fama, en un mismo día nos sorprendió de nuevo un gobierno interino en Tegucigalpa que impidió el arribo de Zelaya con un saldo de dos jóvenes baleados transformados en mártires, entre los por lo menos 30 mil manifestantes que lo esperaban; que en China un conflicto étnico dejó 140 muertos y 800 heridos; mientras Argentina pasaba de los 1200 casos comprobados de gripe A H1N1 a una proyección de 100 mil en curva ascendente, informados por un flamante ministro de Salud.
También los medios hicieron un body count con cartelitos similares al recordado riesgo país de 2001. El empresario periodístico Daniel Hadad esta vez no fue de la partida.
No pocas coincidencias se presentan en estos antagonismos. En ambos casos hubo una misma realidad sellada en la incertidumbre de los mercados y el agujero en los bolsillos de ciertos sectores acomodados.
En el Caribe los miedos a un Zelaya eterno que llegó al poder de la mano del Partido Liberal (PL) y terminó sellando su continuidad con el Satán rojo rojito venezolano; en el sur de América, en haber incurrido en el pecado original de pisar el santuario financiero de la soja, en los tiempos efímeros de un «golden boy» que duró apenas un verano en la cartera económica.
Supimos por los medios que el gobierno de facto en Honduras aceptó la mediación del actual presidente costarricense y Nobel de Paz (1987), Oscar Arias Sánchez, aunque éste haya intentado durante su primer mandato (1986-1990) modificar la carta magna para su reelección.
Luego, que el titular del Congreso hondureño, Roberto Micheletti, pertenecía, casualmente, al Partido Liberal y que no estaba muy conforme con el ingreso de ese país, en enero de 2008, al consorcio PetroCaribe, entre otros 17 miembros, que compraban antes de la crisis mundial combustible a Venezuela a precios diferenciales, con una tasa de interés simbólica del 1 por ciento anual. Ni con las negociaciones de un préstamo por 300 millones de dólares con Chávez para gastos en agricultura en la reducción de la pobreza (extrema), frente a los 10 ofrecidos por el Banco Mundial.
Tampoco con la adhesión en agosto de ese año al ALBA (Alternativa Bolivariana de las Américas) y menos aún con el gesto solidario con Bolivia cuando Zelaya dilató la aceptación de las credenciales de un embajador estadounidense, luego de que su par Evo Morales expulsara al diplomático Philip Goldberg por considerarlo parte de la conspiración separatista que, entre otros hechos de violencia, devino en la masacre de Pando, con un saldo de 15 campesinos muertos, 37 heridos y 106 desaparecidos.
Las buenas nuevas mostraron la preocupación estadounidense de la secretaria de Estado Hillary Clinton, cuya actitud humanitaria no estaría relacionada con la ubicación de sus Centros de Seguridad Cooperativa, con bases en Tres Esquinas (Colombia), Iquitos (Perú), Guantánamo (Cuba), Comalapa (El Salvador), Reina Beatri (Aruba), Liberia (Costa Rica), Manta (Ecuador) -por poco tiempo- y, por supuesto, Palmerota (Honduras).
Lo cierto es que de respetarse el sistema democrático, un simple juicio político habría bastado en Honduras para resolver su situación interna. Pero estaba el antecedente del frustrado derrocamiento de Chávez, en 2002, y el más reciente intento de la derecha autonomista en Bolivia.
Aunque América esté unida por su antecedente colonial y las dictaduras setentistas, el caso argentino es distinto. Durante el pasado conflicto del campo diversos intelectuales cercanos al Gobierno instalaron la discusión acerca de un «clima destituyente». Nunca sabremos si en ese par de opuestos instituyente-destituyente aquel espacio consolidó ese clima sin desearlo, frente al riesgo de un supuesto golpe seco de matices económicos.
De lo que estamos seguros es de la insistencia en el error de cierta parte de la ciudadanía y de sus ruinas circulares, que empezaron con la recorrida del Corpus Christi meses antes de la dictadura en 1955. Sobre ese silencioso componente civil aún queda la duda respecto de la búsqueda de soluciones mágicas en su voto o si existe una verdadera voluntad política en la profundización de un sistema democrático.
Punto y banca
El 28 de junio pasado, el anacrónico golpe en Honduras abrió una nueva partida en el juego de relaciones multilaterales. Esa misma noche en Argentina saltó la banca y el casino flotante de candidaturas «antitraición» dejó ver los aspectos más endebles de un modelo de liderazgos oxidado.
Las reuniones cumbre, patrocinadas desde Washington, para restituir a Manuel Zelaya fueron sólo demostraciones de fuerza en el mapa de relaciones internacionales de un gobierno más preocupado por su situación bélica en Oriente y la instalación inminente del Escudo Antimisiles, diseñado durante los noventa por gobiernos republicanos -preanunciados en los documentos de Santa Fe IV-.
La convocatoria al diálogo por parte de la presidenta Cristina Fernández, el pasado 9 de Julio, una bonita página para la celebración del Día de la Independencia, que abrió otro mazo de cartas en la búsqueda por recomponer su poder licuado en el Congreso a partir de diciembre, con el llamado a un Consejo Económico y Social, que tendrá como tallador entre empresarios, banqueros y sindicalistas a su incondicional ministro polivalente Aníbal Fernández.
Un jefe de Gabinete obligado a resolver en esa suerte de unidad de cuidados intensivos cómo aplacar el rol de los 13 agrodiputados y los bloques opositores aún dispersos, que podrá optar por llevar a ese Consejo por dos carriles opuestos: encontrar la fórmula alquímica para discutir en el Congreso Nacional el diseño de políticas inclusivas a largo plazo o repartir cartas marcadas entre los grandes jugadores del mercado, siempre tentados a negociar en pequeños despachos sus intereses sectoriales.
Federico Corbière es Licenciado en comunicación.
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