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Dos años de Evo

Fuentes: Rebelión

El 22 de enero se cumplieron dos años del gobierno de Evo Morales en Bolivia. Desde entonces el país se ha robado las portadas de múltiples periódicos y se ha reflexionado ampliamente sobre su proceso político. Y no es para menos. Atinadamente Álvaro García Linera, el vicepresidente boliviano, decía en la toma de posesión que […]

El 22 de enero se cumplieron dos años del gobierno de Evo Morales en Bolivia. Desde entonces el país se ha robado las portadas de múltiples periódicos y se ha reflexionado ampliamente sobre su proceso político. Y no es para menos. Atinadamente Álvaro García Linera, el vicepresidente boliviano, decía en la toma de posesión que el desafío del gobierno era descolonizar el Estado. En efecto, lo que estaba en juego no era solamente enfrentarse al neoliberalismo -como ya lo hicieron varios países vecinos-, tener una administración no corrupta, no hacer uso brutal e irresponsable de la violencia estatal -tal como sucedió con todos los gobiernos anteriores-, proponer reformas de tocador para paliar los problemas coyunturales del país. El desafío, en suma, no era únicamente ofrecer un gobierno transparente, cercano al pueblo y sensible a problemas socio-económicos. La tarea era construir una nueva forma de ser nación, un nuevo estado moderno, plurinacional, autónomo, económicamente dinámico, igualitario e interactivo en el ámbito global.

Al menos tres deudas históricas había que empezar a resolver. La primera tenía que ver con el desfase entre cultura y Estado. Es sabido que tanto el marco legal como los múltiples símbolos nacionales nunca representaron a la población boliviana. Las mejores leyes, las más lúcidas iniciativas, no fueron capaces de reflejar la complejidad cultural del país.

El segundo desafío era revertir la perversa relación con los recursos naturales -que ha acompañado a la nación desde sus inicios- que consiste en la combinación de enormes riquezas que son mal aprovechadas por las élites. La burguesía boliviana, mediocre y chata, no fue capaz de crear riqueza -no hablemos de distribuirla-, lo que tendría que haber sido, por principio, su principal función.

Por último, lo más evidente, es la desigualdad socio-económica. El país se caracterizó desde siempre por las escandalosas distancias sociales y económicas, lo que condujo a tener en su seno grupos brutalmente diferenciados. Como bien decía René Zavaleta, Bolivia «…es la patria de la injusticia social (…) unos hombres mueren como perros para que otros coman como cerdos…».

Desde el principio el gobierno de Evo Morales supo que los desafíos implicaban transformaciones fundamentales en la estructura social. Así, en estos dos años se impulsaron distintas iniciativas. En mayo del 2006 se aprobó la nacionalización de los recursos naturales hidrocarburíferos, a través de la cual Bolivia recuperó la «propiedad, la posesión y el control total y absoluto de esos recursos» (como reza el decreto en cuestión). Esta iniciativa significó un importante aumento de los ingresos de la nación (que entre otros hoy están siendo disputados por las élites departamentales).

Pero la iniciativa más revolucionaria -y por ello la más difícil- fue la creación de la Asamblea Constituyente, que se instaló en agosto del 2006. Como es ampliamente conocido, hubo muchos tropiezos para la construcción de la plataforma de discusión debido, principalmente, a las zancadillas de oligarcas que vieron amenazados sus intereses. Pero a pesar de las enormes vicisitudes, se logró aprobar una nueva constitución en diciembre pasado, cuyo artículo primero dice que «Bolivia se constituye en un Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, intercultural, descentralizado y con autonomías. Bolivia se funda en la pluralidad y el pluralismo político, económico, jurídico, cultural y lingüístico, dentro del proceso integrador del país».

Por los altos grados de tensión que se generaron en el país, Evo Morales decidió -en una clara actitud democrática- convocar a un referéndum revocatorio para preguntar al país si apoya su gestión o no, por lo que en el 2008 se tendrán tres referendos: uno que evaluará al presidente y los prefectos, el segundo sobre el capítulo de tierras de la Constitución, y finalmente el que tendrá que aprobar o no la nueva Carta Magna.

Luces y sombras son el resultado de la evaluación de este tiempo de gobierno, pero se han dado algunos pasos decisivos en la solución de los grandes temas que planteábamos al principio. La tarea no ha sido fácil, la derecha caprichosa ha levantado sus banderas y, haciendo gala de su poca imaginación, ha retomado las formas de lucha de los movimientos sociales de izquierda -además de su discurso- y se ha atrincherado en el oriente, desde donde lanza sus dardos al nuevo proyecto popular. Los empresarios han hecho huelga de hambre; los «niños bien» han salido a marchar para defender sus beneficios urbanos; los que han promovido y sostenido vínculos con las dictaduras, han calificado a Evo como dictador y se llenan la boca de la palabra «democracia». Pero a pesar de ellos Bolivia hoy ha dejado de ser el lugar donde los tecnócratas neoliberales experimentan sus teorías. Se ha pasado de ser el pequeño país sirviente, a ser una nación que, a pesar de sus debilidades y limitaciones, interactúa con dignidad en la vida política internacional y marca el ritmo de la historia de América Latina. Sin duda, a dos años, tenemos razones para festejar.

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Dr. Hugo José Suárez

Instituto de Investigaciones Sociales – UNAM

Circuito Mario de la Cueva s/n Ciudad de la Investigación en Humanidades, Ciudad Universitaria, C. P. 04510, Coyoacán

México, D. F.