Artículos de publicación académica afirman que el monopolio concedido por el sistema de patentes perjudica la creatividad
El sistema de patentes debería ser abolido, porque sofoca la innovación, y la ventaja de llegar primero al mercado con una nueva tecnología ya es suficiente para garantizar al inventor el retorno de su inversión, dice el artículo de autoría de dos economistas del FED, el Banco Central de los Estados Unidos, publicado en la edición de invierno de 2013 de la revista Journal of Economics Perspectives.
El temor de que los genéricos sofocarían de inmediato las ganancias de las nuevas drogas en caso de que las patentes sean abolidas, puede ser infundado. De acuerdo con Michel Boldrin y David Levine, que también son autores del libro «Contra el Monopolio de la Propiedad Intelectual», publicado en 2008 y que pone en cuestionamiento el valor social no solo de las patentes, sino también de los derechos de propiedad intelectual como el copyright de las músicas y películas, «no existe evidencia empírica de que las patentes sirven para aumentar la innovación o la productividad, a menos que se identifique a la productividad con el número de patentes concedidas».
Ellos afirman que no hay correlación entre el número de patentes y la productividad real de la economía. Otro artículo publicado en la misma edición del periódico, de autoría de Petra Moser de la Universidad Stanford, hace un análisis de la historia de la relación de entre la innovación y las leyes de patentes y llega a una conclusión parecida: «En general, el peso de la evidencia histórica (…) indica que políticas de patente, que garantizan fuertes derechos de propiedad intelectual a las primeras generaciones de inventores, pueden desalentar la innovación»
«La solución que proponemos es abolir las patentes por completo e identificar otros instrumentos legislativos menos abiertos al lobby y al rentismo, para estimular la innovación donde hubiese clara evidencia de que la plena libertad del mercado no la impulsa en escala suficiente», escriben Boldrin y Levine en su artículo.
Para dar soporte a su argumento, los dos autores citan lo que llaman «enigmas de las patentes»: » a pesar del enigma del inmenso aumento en el número de patentes y en la fuerza de la protección legal, la economía de los Estados Unidos no tuvo ni una aceleración dramática de la tasa de progreso tecnológico, ni un aumento significativo de los niveles de inversión en investigación y desarrollo». Ellos afirman que el «enigma» es consistente con la idea de que el poder del monopolio concedido por una patente es un incentivo menor del que el ofrecido por la competencia, o por la ventaja de ser primero en digerir una tecnología.
Los autores ofrecen algunos datos en apoyo a la tesis, afirmando que, en el período de 1983 a 2010, el volumen de patentes concedidas en los Estados Unidos se cuadruplicó, pasando de 59.000 a 244.000, mientras los gastos en investigación y desarrollo, y las ganancias de productividad del trabajo, ni de lejos acompañan este ritmo.
Acción Legal
La reciente explosión de patentes (…) no trajo ninguna explosión adicional de innovaciones útiles o productividad», denuncian. «En industrias como biotecnología y software -donde la tecnología ya estaba prosperando sin ellas- las patentes fueron introducidas sin ningún impacto positivo en la innovación».
La evidencia histórica, afirman, sugiere que «un sistema débil de patentes puede estimular un poco la innovación, con pocos efectos colaterales» pero que un sistema fuerte en defensa de la propiedad intelectual «retarda la innovación, con muchos efectos negativos».
Para Boldrin y Levine, a pesar que un sistema de patentes ofrezca, en un primer momento, el incentivo para innovar, en el largo plazo ese mismo sistema tiende a sofocar la innovación: » la existencia de un gran número de monopolios creados por patentes concedidas en el pasado reduce los incentivos para la innovación presente, ya que los innovadores actuales están sujetos a la constante acción legal y las exigencias de licenciamiento de los propietarios de las patentes»
Telefonía
Un caso citado en el artículo es el de la compra de Motorola por Google, «primariamente por su portfolio de patentes, no por las ideas e innovaciones contenidas en este portfolio».
«Pocos, sino algunos, cambios o perfeccionamientos en el sistema operacional Android resultarán de la compra o del estudio de estas patentes», prevén los autores. «EL objetivo de Google en obtenerlas es meramente defensivo: pueden ser usadas en contra de Apple y Microsoft, sacando fuerza de su fuerza de ataque legal a Google». Concluyen que «este análisis se aplica a un amplio espectro de patentes: no representan innovación útil, son apenas armas en una carrera armamentista».
Según el análisis de Boldrin e Levine, el sistema de patentes representa un problema grave para los inventores del futuro, con tantas licencias a adquirir y la incertidumbre en cuanto al éxito de la nueva creación en el mercado, cada detentor de una patente busca subir el precio de su componente, lo que eleva los costos para los demás detentores de patentes, tornando todo el sistema de licenciamiento ineficiente, desde el punto de vista económico.
Como ejemplo de que las ventajas de ser el primero a ofrecer una nueva tecnología al mercado superan a las de tener una patente, los autores citan el caso de iPhone: » Apple obtuvo lucros enormes en este mercado antes de enfrentar alguna competencia importante», recuerdan. «El primer iPhone fue lanzado en junio de 2007. El primer competidor serio, el HTC Dram, con Android, salió en octubre de 2008. En ese intervalo, más de 5 millones de iPhones ya habían sido vendidos (…) En el mercado de tablets, el iPad no tenía competencia seria hasta finales de 2012, a pesar de haber sido lanzado a en abril de 2010.
Industria farmacéutica
Boldrin e Levine reconocen lo que llaman el «argumento patrón» de la industria farmacéutica: «sin patentes, sin medicinas». El año pasado, publicaciones como la revista Nature y el periódico Financial Times llegaron a producir reportajes sobre el «abismo de las patentes» que estaría amenazando la industria farmacéutica, con el vencimiento del monopolio sobre diversas drogas altamente rentables, abriendo camino a la competencia de los genéricos.
El «argumento patrón» tiene como base el alto costo de investigación y desarrollo de una nueva droga, incluyendo, principalmente, la fase de testes en seres humanos. Los autores del artículo citan datos de que el precio total de poner un nuevo medicamento en el mercado «se aproxima rápidamente a la marca de 1 billón de dólares».
Boldrin e Levine sugieren que el monopolio garantizado por la patente sea substituido otro tipo de incentivo, sea el financiamiento público de la pruebas de Fase 3, realizados para demostrar la eficacia de una nueva droga, o por la autorización de venta de medicamentos, a precio de costo, después de haber sido probados como seguros, pero antes de ser probados eficaces.
«Las empresas farmacéuticas podrían vender nuevas drogas a «precio económico» hasta que la eficacia fuese comprobada, y podrían pasar a cobrar precios de mercado después de esto», explican.
En el período de 1983 a 2010, el volumen de patentes concedidas en Estados Unidos se cuadruplicó, pero los gastos en investigación y desarrollo ni de lejos acompañaron este ritmo. También argumentaron que el temor de que los genéricos sofocaran de inmediato la rentabilidad de las nuevas drogas, en caso de que las patentes sean abolidas, puede ser infundado, ya que las versiones genéricas llegan al mercado inmediatamente después del fin de la protección patentaría.
«Esto ignora el hecho de que (en el sistema actual) los fabricantes de genéricos tienen más de una década para hacer la ingeniería reversa del producto, estudiar el mercado y montar líneas de producción», dicen los autores, citando un estudio que sugiere que por lo menos cuatro años son necesarios para que una copia de un medicamento llegue al mercado, después de la introducción del original.
«La ventaja del pionerismo en el mercado farmacéutico es mayor del que se imagina», concluyen.
Política
La presión política es uno de los factores que hacen que el sistema de patentes se torne contraproducente a lo largo del tiempo, dice el artículo. «Las presiones político-económicas tienden a beneficiar a los detentores de las patentes que están en buena posición de hacer lobby (…) Eso explica porque la exigencia política por protección más fuerte a las patentes viene de industrias y empresas viejas y estancadas, no de las nuevas e innovadoras»
Traducción: Tarso López