El triunfo de Donald Trump abre muchas incógnitas sobre variables críticas para el plan económico del gobierno de Macri. Pero más todavía golpea los objetivos centrales de su «batalla cultural».
La victoria de Donald Trump el pasado martes en las elecciones presidenciales de los EE. UU. ha disparado preocupaciones por el impacto que puede tener sobre la economía local. Empresarios de algunos sectores como el sector cítrico, que estaba volviendo a exportar a la economía estadounidense por primera vez en 15 años, mostraron preocupación por la posibilidad de que Trump aplique una política más proteccionista. El merval cayó 4,66 % el día de ayer.
¿Se viene una suba de tasas de la Fed?
El centro de los análisis sobre los impactos que puede tener sobre la economía argentina estuvo puesto en los posibles cambios que pueda traer un giro en la política económica de los EE. UU. sobre las condiciones de financiamiento de la deuda, los flujos de capitales, y los precios de venta de los productos que la Argentina exporta. En los tres casos, puede repercutir muy fuerte si se concreta el cambio por el que Trump se pronunció muchas veces durante este año: una suba de las tasas de interés que fija la Reserva Federal (Fed), el banco central de los EE. UU. Si antes de la elección era una presunción bastante extendida que la Fed podría decidir en diciembre una suba de tasas, las probabilidades de que esto ocurra se han incrementado.
¿Cómo podría pegar esto sobre la economía argentina? Seguramente, será complejo que argentina baje su costo de endeudamiento (hoy alrededor de 8 %), si se inicia una tendencia alcista de la tasa de interés. Esto no necesariamente frustrará el plan de financiamiento de Hacienda (que podría llegar en 2017 a la friolera de 60 mil millones de dólares según se desprende del presupuesto), ya que la tasa que ofrece la Argentina seguirá representando un excelente negocio para los bonistas comparada con la tasa norteamericana aunque esta suba; pero significará que para cumplirlo se seguirá pagando caro, y por lo tanto se producirá más rápido la acumulación de pasivos, espiral de endeudamiento que la Argentina conoce bien, y que siempre termina mal más temprano que tarde.
Si la hipotética suba de tasas dispara un «vuelo hacia la calidad» de los capitales de corto plazo volcados hacia economías emergentes (a los que la Argentina se acopló recién en el último año, después de un largo tiempo afuera del radar de los especuladores), podría haber una sequía internacional que reduzca la entrada de dólares que el país viene teniendo de quienes buscan aprovechar el excelente negocio financiero que ofrece el Banco Central con las Lebac, una bicicleta financiera que hizo que la autoridad monetaria acumulara una montaña de deuda cada vez más difícil de manejar. En lo inmediato, los pronósticos altos del blanqueo de capitales se mantienen, y eso podría contrarrestar parcialmente esta sequía (aunque buena parte de la plata blanqueada no vendrá al país). Es cierto, acá Trump podría frustrar las aspiraciones del gobierno: el gobierno Obama se comprometió a que el IRS, organismo recaudador norteamericano, comparta con la AFIP la información que tiene sobre contribuyentes argentinos. Esto podría ser revisado por Trump. Si hay señales en ese sentido en los próximos meses, y los evasores ven menos amenaza de quedar expuestos por los bienes y depósitos que tengan en EE. UU., esto podría reducir los números finales del blanqueo.
Donde mayor podría ser el golpe es en el valor de las exportaciones; la combinación entre suba de tasas y menor demanda de China, podría resultar fatal para la soja y otros granos, haciendo que vuelvan a tener una tendencia bajista como en 2014. Todo esto incrementará la necesidad del gobierno de recostarse en el endeudamiento.
El mundo se cierra
Más allá de estos impactos, todavía difíciles de caracterizar, el resultado del 8N marcó la segunda confirmación, con pocos meses de diferencia, de que la propuesta económica de Mauricio Macri tiene como núcleos centrales algunas aspiraciones que van a contramano de lo que viene ocurriendo en otras latitudes. El primer alerta en ese sentido estuvo marcado por la mayoritaria votación que tuvo en Gran Bretaña la opción por abandonar la Unión Europea (Brexit). En un caso como en el otro, el trasfondo de la inclinación hacia opciones xenófobas y nacionalistas, son los coletazos de una crisis que produjo un salto en las desigualdades sociales y un deterioro muy severo en los niveles de vida de los trabajadores, especialmente de sus franjas más precarias. El triunfo de Trump fue la expresión por derecha, reaccionaria, de una polarización que durante la campaña electoral tuvo también su expresión por izquierda con el sorprendente desempeño de Sanders en la interna demócrata con un discurso que por primera vez en décadas tuvo a uno de los precandidatos de este partido hablando de «socialismo». Por derecha y por izquierda, coincidieron en apuntar contra el «big bussiness», los tratados comerciales y las finanzas.
Dos semanas después de que el ministro de la Producción de Macri, Francisco Cabrera generara revuelo entre los industriales locales al afirmar que la Argentina estaba pronta a negociar un tratado de libre comercio con los EE. UU., la perspectiva de que ello ocurra -que ya de por sí era incierta- se ha vuelto mucho más lejana. Trump ha prometido que revisará todos los acuerdos comerciales, empezando por el NAFTA. Hay que ver en qué medida se propone efectivamente hacerlo ahora que ha sido electo, y cuánto puede avanzar sin toparse con una resistencia del Congreso. Pero más allá del grado en que pueda aplique revisión de los acuerdos ya firmados, sí podemos decir que difícilmente de impulso a otros nuevos. Por el contrario, el proteccionismo, mediante suba de aranceles y otro tipo de medidas de restricción al comercio -entre otros contra China-, seguramente marcarán la tónica de su política hacia el mercado mundial. De ser así, es muy probable que esto dispare represalias por parte de los afectados. Macri quiere «abrirse al mundo», pero este se está cerrando cada vez más.
Pero la mayor adversidad vendría por el revés que esto genera para la «batalla cultural» que Macri viene librando con la aspiración de revertir la pobre ponderación que tiene el empresariado en la sociedad Argentina, algo que viene de hace un largo tiempo. Este es un paso fundamental para poder otorgar legitimidad a las políticas destinadas a favorecer en primer lugar a los «dueños», y despejar la muy bien fundada idea de que Cambiemos gobierna para los ricos, que se han hecho más ricos desde diciembre (aunque tampoco la pasaron nada mal durante la década kirchnerista). Las políticas que Macri viene buscando vender como «necesarias» para alcanzar la «revolución de la alegría», son las que se muestran hundidas en este descrédito. Es cierto, la gran burguesía trasnacional, que controla una porción muy significativa de los flujos del comercio y la inversión globales, no ha abandonado esta agenda de mayor apertura económica, integración comercial, y baja de aranceles. Pero los ejecutores de estas medidas durante las últimas décadas en los Estados más poderosos, y quienes aspiran a continuarlos, ven cada vez más difícil ganar elecciones, mientras crecen a derecha (y también a izquierda) posturas que cuestionan este consenso de «centro».
Acá se encuentran las mayores disyuntivas estratégicas que esto genera para el gobierno de Cambiemos.
Inversiones, en stand by
Dentro de los magros anuncios de inversión que viene reuniendo el gobierno, EE. UU. es el país que se encuentra primero en la lista de los países de origen en lo que respecta a inversión extranjera comprometida. La patria de Trump explica el 14 % de los compromisos de desembolso de capital que contabiliza economía. A los muchos motivos que viene ofreciendo el complejo panorama económico local para frenar la concreción de estas inversiones, que tienen que ver con la recesión signada por las medidas del gobierno, la caída económica de Brasil y el débil crecimiento mundial, en el caso de las corporaciones norteamericanas (pero también de otros orígenes) la incógnita Trump les agrega otra razón. A la Argentina de Macri, a pesar de su aspiración de poner al inversor en el centro de la escena, seguirá por ahora sin llegarle la «lluvia de inversiones».
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