El domingo 2 de junio detuvieron en el barrio de Mataderos, en Buenos Aires, a Damián Jorge Calabró, responsable de haber prendido fuego a un grupo de personas en situación de calle. Luego del crimen, difundió su proeza a través de las redes sociales. Un día antes, un juzgado de Barcelona condenó al joven de […]
El domingo 2 de junio detuvieron en el barrio de Mataderos, en Buenos Aires, a Damián Jorge Calabró, responsable de haber prendido fuego a un grupo de personas en situación de calle. Luego del crimen, difundió su proeza a través de las redes sociales.
Un día antes, un juzgado de Barcelona condenó al joven de 21 años Kanghua Ren, conocido como ReSet, a una condena de 15 meses de prisión por entregarle galletitas rellenas de pasta de dientes a un mendigo y transmitir en forma simultánea el instante en que el homeless se atragantaba con el dentífrico. Ren contaba, al momento de su ejercicio de crueldad, con un millón de seguidores en su canal de YouTube.
Sabemos que la crueldad no es ajena a la especie humana. Hay sobrados ejemplos históricos que lo verifican: la incineración de mujeres acusadas de brujería se consolidó durante siglos como un espectáculo extorsivo, para darle continuidad al disciplinamiento patriarcal al tiempo que alimentaba el morbo público.
Otros ejemplos más cercanos rememoran los sometimientos ejercidos contra los detenidos-desaparecidos dentro de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), durante la dictadura genocida. Sin embargo, lo que aparece como relativamente original en los casos de Calabró y Ren es la ceremonia pretendidamente festiva con la que fueron difundidas ambas escenas de sadismo.
Su difusión, dispuesta a ser compartida con consumidores del sufrimiento ajeno, requiere un interlocutor cómplice, una subjetividad que ha sido previamente vaciada de toda forma de compasión; la disponibilidad de consumidores de imágenes que hayan sido anestesiados para impedir que perciban como propio el dolor ajeno. Para lograr este objetivo se requiere una ruptura con la proximidad, un distanciamiento del padecimiento humano. Es ese alejamiento de la otredad el que autoriza a quemar o humillar sin inmutarse, sin avergonzarse, sin sufrir en el cuerpo propio el daño del lastimado.
Las acciones de Calabró o Ren tienen específicos espacios de propagación dentro del neoliberalismo pseudo meritocrático. Dentro de ese territorio, la glorificación de la crueldad tiene su casuística, su política de acostumbramiento. Los climas de época operan como mantos de autorización (o de cuestionamiento) de determinadas acciones: existen tiempos y espacios sociales más aptos para el acoso callejero de una mujer. Lugares permisivos donde el abuso es celebrado.
Y también, como contracara, perímetros en los que la crueldad machista se siente más vigilada y, por ende, se aviene a diversas formas del disimulo o autocensura. En estas últimas los abusadores no se arriesgarían a dejar evidencias fílmicas de sus hazañas. Y menos a difundirlas impunemente.
Tanto Calabró, que propagaba sus videos con el seudónimo de El Gordo Bubú, como ReSet, se perciben a sí mismos como autorizados a divulgar la crueldad como parte de un menú de entretenimiento apto para todo público. Han llegado a ese estadio de sadismo estetizado porque se sienten amparados por un entorno que previamente los empoderó, luego de un proceso en el que se han naturalizado los impulsos más despreciables de la condición humana.
Existe un lazo entre las contemporáneas políticas migratorias de los países desarrollados y sus discursos neofascistas, celebratorios del gatillo fácil y del neorracismo que lo sustenta. Hay un parentesco indudable entre el odio a las olas verdes feministas y la irrupción de partidos políticos que sacralizan la misoginia, con el objeto de invisibilizar la violencia contra la mujer. Hay correlaciones estadísticas indudables entre los postulados islamofóbicos y el desprecio a los miles de refugiados que en forma desesperada huyen de las guerras, el hambre o la trata de personas.
Ese vínculo se hace explícito y categórico cuando el Presidente del país más poderoso del mundo dictamina, sin el menor sentido de piedad, la selección humana según orígenes o colores de piel y, en forma análoga, decide la separación de niñxs de sus respectivas familias como metodología de advertencia y extorsión para limitar a futuro los procesos migratorios.
Esta propagación del odio hacia quienes no responden a los dos patrones aceptables de normalidad (dominante o sometida) ha sido explicitada con toda claridad por un alcalde republicano de Alabama: «Vivimos en una sociedad donde los homosexuales nos enseñan moral, los travestis biología humana, los asesinos de bebés derechos humanos y los socialistas economía. La única forma de cambiarlo sería eliminar el problema. Sé que es malo decirlo, pero sin matarlos no hay manera de solucionarlo».
Calabró y Ren no sólo se sienten justificados por los ecos provenientes del norte. También encuentran protección simbólica cuando una ministra de Seguridad argentina, Patricia Bullrich, aplaude la ejecución sumaria de un joven desarmado que yace herido en una pierna, sin posibilidad de fuga. Y en ese mismo registro se autoperciben como legitimados cuando se apadrina a quienes asesinan por la espalda a manifestantes patagónicos (Rafael Nahuel) que solo buscan recuperar las tierras robadas a sus ancestros.
Ambos, Bubú y Re, se intuyen avalados cuando desaparece un cuerpo por el lapso de dos meses y es hallado, de forma sorprendente, en un perímetro que había sido escudriñado con anterioridad.
Es imposible no descubrir un vínculo intrínseco entre quienes degustan la crueldad contra los indigentes y quienes gestionan con éxito el crecimiento de la cantidad de personas en situación de calle. Sus acciones despiadadas son funcionales a una lógica en la cual la especulación financiera garantiza rentas formidables, mientras que el trabajo es desvalorizado como fundamento de toda relación social.
Seres descartables
Es harto probable que Bubú y ReSet desconozcan los datos provistos por el Instituto Italiano de Estudios de Política Internacional (ISPI), que detalló los nombres de los 35.597 migrantes muertos en el Mediterráneo en los últimos años, al tratar de escapar de guerras africanas, la esclavización y/o bombardeos teledirigidos mediante drones.
La Europa Fortaleza, liderada en muchos países por una derecha xenófoba en alza, participa del juego democrático con los mismos atributos que Adolf Hitler utilizaba en la década del ’30: la convocatoria al etiquetamiento de chivos expiatorios y la verborragia de la cosificación.Los discursos discriminatorios del desprecio se constituyen, en forma incremental, en el paradigma subyacente de quienes necesitan deshumanizar a los indigentes como paso previo (e imprescindible) para poder quemarlos o ridiculizarlos.
Pero para lograr con éxito su tarea deben inicialmente paralizar a sus víctimas: «Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento -señala el filósofo surcoreano Byung Chui Han- se hace responsable a sí mismo y se avergüenza en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En eso consiste la inteligencia del régimen neoliberal. Dirigiendo la agresividad hacia sí mismo, el explotado no intenta cambiar el mundo sino que se convierte en un depresivo».
La estación de metro de Passeig de Gràcia, en Barcelona, exhibió a principios de este año la obra de la artista turca Banu Cennetoglu, denominada La Lista, en la que se exhiben los 35.597 nombres de los migrantes fallecidos en aguas del Mediterráneo.
Una vez que la persona excluida ha sido despojada de toda autoestima, red social y de cualquier articulación sociopolítica con lxs otrxs, cuando ya se encuentra ajena a un espacio de contención y por lo tanto se siente privada de esperanzas y de confianza en la construcción de un mundo donde tener cabida, se bautiza como presa fácil de la carbonización, la degradación y la humillación. Es ahí cuando aparecen en escena los Bubú y los Re para celebrar el triunfo del neoliberalismo.
En los últimos años se acuñó el término aporafobia (del griego, a-poros, sin recursos y fobia, miedo) para designar el terror que sufren quienes se perciben rodeados y desafiados por la pobreza. Las migraciones, los refugiados, las personas en situación de calle, los desocupados y los diferentes grupos sociales vulnerables amplían el temor de quienes se sienten provocados por una presencia amenazante en continuo aumento.
El neoliberalismo financiero, combinado con el proteccionismo ejercitado por los países centrales, con su consiguiente elocuencia de arengas supremacistas, reclama políticas primarizadoras y endeudamiento serial a quienes consideran sus patios traseros. Necesitan impedir que los países emergentes se conviertan en potenciales competidores y se autonomicen de las corporaciones monopólicas. Ese programa implica menos cuantía de puestos de trabajo, mayores índices de desocupación, extensión de la precariedad y la marginalidad.
La miseria como escena pública, por consiguiente, empieza a ser aterrorizadora: los pobres irrumpen ante quienes se aferran a conservar sus mínimas posesiones. Hasta un grupo de personas en situación de calle se transforma en un enemigo peligroso digno de ser cremado o vejado. El modelo imperante instituye una insensibilidad estructural. Lo refuerzan las brutales derechas marketinizadas en América Latina, como el caso del macrismo en la Argentina, que viabilizan los formatos de acumulación hegemónica.
Y es justamente dentro de ese espacio contaminado donde las subjetividades cruentas de Calabró y Ren cuentan con zonas liberadas para la implementación de su saña. La perversión no nada en el vacío. Necesita climas propicios para instaurarse.
Jorge Elbaum. Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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