En Bolivia al igual que en muchos países del mundo cada 8 de marzo se recuerda el día internacional de la mujer, pero esta fecha conmemorativa con el transcurso de los años en un intento claro de neutralizar su espíritu combativo, ha sido maquillada con flores, chocolates y otras dádivas mercantilistas. De esta manera pasa […]
En Bolivia al igual que en muchos países del mundo cada 8 de marzo se recuerda el día internacional de la mujer, pero esta fecha conmemorativa con el transcurso de los años en un intento claro de neutralizar su espíritu combativo, ha sido maquillada con flores, chocolates y otras dádivas mercantilistas. De esta manera pasa a un segundo plano su origen histórico de lucha de clases, no sólo en el avance por los derechos y emancipación de la mujer obrera sino también de la clase trabajadora en general.
¿Pero por qué darle un enfoque de clase? ¿Por qué hablar de mujer trabajadora, obrera, proletaria y no simplemente de mujer?
Porque existen intereses de clase que llevan a distanciar a las mujeres de la clase burguesa de las mujeres de la clase trabajadora; las primeras luchan por alcanzar la igualdad de derechos con los hombres pero no pretenden renunciar a su posición privilegiada como clase dominante aun frente a las mujeres trabajadoras, porque tras la subordinación de éstas últimas se encuentran componentes económicos específicos que legitiman la explotación de las mujeres trabajadoras ya sean obreras, empleadas asalariadas, o desocupadas eufemísticamente conocidas como amas de casa. La mujer burguesa que alcanza la misma posición de los hombres de su clase fortalece el sistema avenido entre capitalismo y patriarcado, ejerciendo la explotación para apropiarse del trabajo ajeno.
De un tiempo a esta parte
Es verdad que desde el 8 de marzo de 1857 hasta éste del 2018, las luchas feministas en sus diversos componentes ideológicos y de clase han visibilizado y desnaturalizado esta problemática, consiguiendo para algunos sectores sociales el acceso a derechos que estaban restringidos a los hombres, como la educación, el voto, el acceso a ciertos cargos en la esfera pública, etc. Pero estas conquistas no pueden dar pie a mencionar que la vida de las mujeres ha cambiado, discurso que es frecuente sobre todo en la clase media, pues todavía no se puede hablar de una equidad de género, y queda mucho más lejano todavía hablar de la liberación de la mujer, basta con dar una mirada rápida a las estadísticas internacionales que arrojan cifras alarmantes de violencia de género, de violencia machista, de feminicidio, de redes de trata y tráfico que van en aumento considerable, de proxenetismo que golpea con más saña a las mujeres empobrecidas, de condiciones de trabajo precarias sin obra social ni derecho a la jubilación, de muertes por complicaciones en el embarazo y el parto, de analfabetismo, etc.
¿Y en Bolivia?
Las mujeres en Bolivia como sociedad basada en contradicciones de clase no constituyen un movimiento unitario, el lugar que ocupan en relación a los medios de producción da forma al grado de opresión y explotación que vivencian de acuerdo a su pertenencia de clase, tal como sostiene Andrea D’Atri: «las mujeres no constituyen una clase homogénea diferenciable sino más bien un grupo interclasista, por lo tanto su pertenencia a una determinada clase social no sólo delimitará los niveles de su explotación, sino también marcará el grado de su opresión».
La situación de la mujer trabajadora en Bolivia no es para nada privilegiada, si bien su ingreso al mercado laboral boliviano es significativo y muy visible esto no significa que es el resultado de un proceso de liberación sino que se debe a la crisis económica como los bajos ingresos, el desempleo, la hiperinflación y sobre todo la necesidad de mayor mano de obra barata. El modelo neoliberal comenzado a aplicar desde la década del 80 las redujo al nivel de mercancías de compra y venta, su proletarización vino acompañada de vulnerabilidad al sistema capitalista, de menores ingresos salariales, precarización laboral y las que no estaban proletarizadas fueron recluidas mayoritariamente al mercado informal, sin seguro social de ningún tipo.
Es en el proceso histórico boliviano que las mujeres trabajadoras tienen muchos ejemplos de su espíritu combativo de clase, pero estas luchas son invisibilizadas por la misma historia. Durante los largos años después de la fundación de la república, la mujer obrera y campesina luchó por la liberación nacional primero de las fauces de los gobiernos feudales y posteriormente de los gobiernos pro capitalistas y neoliberales, por ejemplo durante la revolución del 52, luchó para conquistar el voto universal, la educación libre e irrestricta, pero en los hechos sólo la mujer burguesa pudo materializar estos derechos. Otra muestra de valor fue en la década de los 70, las mujeres mineras se constituyen en la vanguardia que derroca una de las dictaduras más sangrientas que fue la de Hugo Banzer.
Es por eso que recordar esta fecha separada de su connotación clasista es un saludo que se lleva el aire, una ofensa para las mujeres que constituyen el 70% de los 1.500 millones de personas que viven en la pobreza absoluta en todo el mundo. Conmemorar esta fecha olvidando la histórica lucha de clases de las mujeres que siguen resistiendo y enfrentándose al sistema capitalista es reducir el 8 de marzo a un día de shopping y sentimentalismo barato.
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