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El acontecimiento Brasil

Fuentes: Rebelión

En memoria de Ruy Mauro Marini, teórico de la dependencia, militante de la liberación continental, marxista heterodoxo, participe de la creación de una episteme latinoamericana y del Caribe. A modo de nota de cabecera Por la importancia de los temas tratados en el libro de Raúl Zibechi Brasil potencia, presentamos los ensayos por tópicos. En […]

En memoria de Ruy Mauro Marini, teórico de la dependencia, militante de la liberación continental, marxista heterodoxo, participe de la creación de una episteme latinoamericana y del Caribe.

A modo de nota de cabecera

Por la importancia de los temas tratados en el libro de Raúl Zibechi Brasil potencia, presentamos los ensayos por tópicos. En este sentido, ahora exponemos el debate sobre el subimperialismo como pieza de la segunda parte de la tercera incursión en la historia reciente.

Breve historia de un subcontinente

Brasil siempre ha sido un desafío para el análisis. Brasil, no sólo como formación económico-social, de acuerdo al concepto marxista, que intenta adecuar el concepto abstracto de modo de producción a conformaciones históricas efectivas, concretas y complejas, sino formaciones sociales, territoriales, ecológicas complejas, ampliando la idea de formación a la perspectiva móvil, integrada y articulada de la complejidad. Dejemos a un lado la discusión sobre el concepto de formación, no sólo en lo que respecta a sus estructura categorial, sino al sentido mismo, el sentido dado por las fuerzas integrantes; ¿quién o, mejor, quienes forman? Esta es la pregunta; no tanto si el concepto de formación expresa, en su estructura representativa, la «realidad», en tanto complejidad.

Brasil es una palabra, por lo tanto un nombre, en este sentido una metáfora. El filólogo Adelino José da Silva Azevedo, considera que se trata de una palabra de origen celta, barkino traducida al español como barcino. También se interpreta la antigüedad del nombre remontándose a la lengua de los antiguos fenicios; la palabra nombra a un colorante rojo utilizado para teñir textiles. Tiempo después, la palabra fue adoptada por los genoveses, transformando su sonido a brazi, que en español era pronunciada como brasil. El uso dado fue para referirse al palo Brasil; una especie arbórea de la que se obtiene una madera de color rojizo, usada en la ebanistería, también para la teñido de textiles. Los portugueses nombraron a las tierras arribadas como la isla Brasil, ubicada en el medio del Atlántico; tierra del palo brasil. Durante la colonia, los cronistas coincidieron en la interpretación del origen del nombre de Brasil. Se puede nombrar a João de Barros, Frei Vicente do Salvador y Pero de Magalhães Gândavo, compartiendo esta interpretación etimológica.

Otros nombres compitieron en nombrar estas tierras, Monte Pascoal, Isla de Vera Cruz, Tierra de Santa Cruz, Nova Lusitânia, Cabrália. Durante la época del imperio, el nombre oficial del país fue Imperio de Brasil. En 1967, con la primera Constitución de la dictadura militar, Brasil pasó a llamarse oficialmente la República Federativa de Brasil, nombre que la Constitución de 1988 conservó. Posteriormente, con la proclamación de la república, se denominó Estados Unidos del Brasil[1].

Brasil es un nombre, la metáfora que configura, ahora una compleja formación social-territorial-ecológica, en el contexto del sistema-mundo capitalista, bajo el dominio y la hegemonía del capitalismo financiero y la destrucción planetaria del extractivismo. El nombre de los bosques del palo Brasil ahora es el nombre del Estado-nación, de la República Federal de Brasil, de los Estados Unidos del Brasil. Pero también es el nombre con que se nombra a conglomerados de poblaciones que se distribuyen por un inmenso territorio, que podemos reconocer como subcontinente interno, dentro del subcontinente de Sud América.

Brasil tiene una superficie de más de 8,5 millones de km²; en comparación es el quinto país más grande del mundo; el área conmensurada equivalente a poco menos de la mitad del territorio sudamericano. Delimitado por el océano Atlántico al este, Brasil tiene una línea costera de 7491 km. Al norte limita con el departamento ultramarino francés de la Guayana Francesa, Surinam, Guyana y Venezuela; al noroeste con Colombia; al oeste con Perú y Bolivia; al sureste con Paraguay y Argentina, y al sur con Uruguay. Como puede verse tiene frontera con la mayor parte de los países de América del Sur, a excepción de Ecuador y Chile. La selva amazónica abarca un poco más de tres millones y medio de km² de su geografía territorial. Este inmenso territorio fue habitado por pueblos y naciones oriundas, antes de la llegada de los portugueses, quienes arribaron a sus playas en 1500; la expedición de la flota de carabelas fue capitaneada por el marino Pedro Álvares Cabral.

El Tratado de Tordesillas otorgó al reino de Portugal gran parte del territorio que ahora se nombra como Brasil. La independencia del reino de Portugal se logró el 7 de septiembre de 1822. Se constituyó en un imperio antes de convertirse en una república. La primera capital fue Salvador de Bahía, después Río de Janeiro, con el tiempo, en la contemporaneidad del siglo XX, se construyó una nueva capital, Brasilia.

La Constitución, promulgada en 1988, forma parte del nuevo constitucionalismo latinoamericano. La Constitución define a Brasil como una república federativa presidencialista. La federación está formada por la unión del Distrito Federal, veintiséis estados federales y cinco mil quinientos sesentaicinco municipios. Contando con la cuantificación de los últimos censos, Brasil ha sobrepasado los 200 millones de habitantes; lo que hacen del país el quinto más poblado del mundo; sin embargo, la distribución demográfica desigual configura y define un bajo índice de densidad poblacional. Esto se debe a que la mayor parte de su población se concentra a lo largo del litoral, mientras en el interior del territorio la población se distribuye sumando dispersiones demográficas escazas.

El idioma oficial y el más hablado es el portugués; en comparación con Portugal y otros países de habla portuguesa, se convierte en el mayor país portugués-hablante del mundo. La mayor parte de su población es católica; contando con su acumulación poblacional, es el país que cuenta con más católicos del mundo. Se puede considerar a la sociedad brasileña multicultural y multiétnica; entrelaza y mezcla descendientes de europeos, indígenas, africanos y asiáticos.

La ponderación estadística de la economía brasileña la convierte como la mayor de América Latina y del hemisferio Sur; si se toma en cuenta el PIB nominal, es la sexta economía mayor del mundo; considerando la paridad del poder adquisitivo (PPC), es la séptima economía mundial. Por lo tanto, Brasil es de las formaciones económicas de más acelerado crecimiento económico en el mundo, compartiendo esta característica con las potencias emergentes. En lo que respecta a su participación en las organizaciones internacionales, Brasil es miembro fundador de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), también del privilegiado del G20, así como de la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP), también de la Unión Latina, obviamente de la Organización de los Estados Americanos (OEA), así como de la Organización de los Estados iberoamericanos (OEI). Ha sido artífice en la conformación del Mercado Común del Sur (Mercosur) y de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), además de ser uno de las potencias emergentes conocidas por la sigla BRIC, que reúne las experiencias recientes de Brasil, Rusia, India y China[2].

La historia de Brasil no es tan distinta a la del resto de los países sudamericanos de habla castellana, salvo la forma singular de su independencia, que en gran parte tiene que ver con la decisión misma de la nobleza portuguesa, que huyó de la ocupación del ejército de Napoleón Bonaparte, que invadió el reino de Portugal, refugiándose en Brasil, asentándose en Río de Janeiro. En 1815, Juan VI, entonces el príncipe regente de Portugal, en nombre de su madre María I, elevó al Estado de Brasil, una colonia portuguesa, a la condición de Reino soberano en unión con Portugal. Juan VI regresó a Europa el 26 de abril de 1821, dejando a su primogénito, Pedro de Alcántara, como príncipe regente. El gobierno portugués intentó transformar a Brasil en una colonia una vez más, privándolo de los derechos que poseía desde 1808. Los brasileños se rehusaron a ceder; ante esta resistencia Pedro se apegó a su causa, declarando la independencia del país el 7 de septiembre de 1822. El 12 de octubre, Pedro fue declarado el primer emperador del Brasil y coronado como Pedro I el 1 de diciembre. Por lo tanto, la independencia de Brasil, más que resultado de una guerra de independencia fue una escisión del reino de Portugal, por decisión de parte de la monarquía, la que residía en Río de Janeiro.

Si ese fue el procedimiento formal, institucional, de la independencia; la conflagración independentista no dejó de darse; la guerra de la intendencia concurrió de una manera intermitente y desplegándose en la forma de dispersión local. Se levantaron las banderas republicanas; podemos mencionar el suceso de la Conspiración Minera, dirigida por Tiradentes. De todas maneras, en el siglo XIX el panorama «ideológico», si así podemos hablar, era, mas bien, confuso; una parte de las clases dominantes seguía a favor de la monarquía; otra parte, quizás menor, aunque apoyada por la polifacética «clase media», se sentía el republicana; en tanto que la mayoría de la población, explotada, discriminada y marginada quedaba en condición de silencio; no se reconocían sus derechos; hablamos de indígenas, de esclavos, de descendientes de esclavos, de mestizos y mulatos, y ciertamente de las mujeres. Como dijimos, de todas maneras, a pesar la independencia formal, declarada por Juan VI, la guerra de independencia de Brasil se propagó por casi todo el territorio, aunque de forma diseminada y dispersa. Se puede decir que lo que quedaba del ejército portugués se rindió el 8 de marzo de 1824. Como acto formal, la independencia fue reconocida por Portugal el 29 de agosto de 1825; este gesto institucional se ratificó en el tratado de Río de Janeiro.

Decíamos que la conquista portugués no se diferencia de la conquista española, no sólo porque ambas son ibéricas, sino por el estilo, la genealogía de la violencia y el poder. Cientos de naciones originarias fueron sometidas a la violencia de la guerra de conquista, incluso sus pueblos fueron esclavizados, los cuerpos vendidos a los mejores postores. Se hacían incursiones para cazar «ganado» humano, destruyendo pueblos y sociedades. Las sociedades coloniales, tanto españolas como portuguesas, así como británicas y francesas, se construyeron sobre cementerios indígenas.

Otra diferencia puede encontrarse en la formación económica colonial. La colonia portuguesa brasilera construyó su economía sobre las plantaciones cafetaleras y la exportación del café al mercado internacional. Fue después, de la crisis de los precios del café, que la economía colonial se desplazó a la extracción del oro, en Mia Gerais. Fue cuando, quizás, la formación económica colonial portuguesa se pareció más a la formación económica colonial española. Como efecto y continuidad de la pugna ibérica, el conflicto entre españoles y portuguesas se prolongó extraterritorialmente, a pesar del Tratado de Tordesillas. Los portugueses se extendieron al sur y penetraron tierra adentro, también incursionaron hacia el oeste, así como al noroeste, lo mismo al sur-oeste y sur; es decir, en todas las direcciones cardinales. Los afectados por estas incursiones «paulistas» no solo fueron los españoles. En 1809, los portugueses invadieron la Guayana Francesa, llevando al nuevo continente la guerra europea de británicos contra franceses, apoyando los portugueses a los británicos. Cuando franceses y británicos acordaron la paz, la ocupación portuguesa de la Guayana francesa llegó a término; después de un lapso, en 1817 la Guayana fue devuelta a Francia. Esta inclinación por la expansión continuó después de la independencia; habiendo los portugueses invadido lo que se conoce como la Banda Oriental, que fue posteriormente rebautizada como Provincia Cisplatina, esta ocupación se mantuvo. Con el objeto de su recuperación, en el año 1825, las Provincias Unidas del Río de la Plata iniciaron una guerra de reintegración; esta guerra duró hasta 1828. Como resultado de la guerra se plasmó un acuerdo entre las partes, criollos mestizos descendientes de portugueses y criollos mestizos descendientes de españoles; el acuerdo disponía la independencia de la provincia oriental.

Sin embargo, en esta comparación entre las colonias portuguesas y españolas, en contraste con las diferencias, se dan también las analogías con las colonias españolas; como por ejemplo, las guerras intestinas se propagan. Decimos esto, no sólo por el enfrentamiento entre republicanos y monárquicos, sino como resultado de la confrontación de fracciones dominantes.

En resumen, el 25 de marzo de 1824 se promulgó la primera Constitución. El 7 de abril de 1831, Pedro I abdicó, quedó como sucesor, Pedro II, su hijo de cinco años. Considerando su edad, se creó una regencia; causa de conflictos internos. Estallaron los conflictos; ocasionando una regencia en constante crisis. Los grupos en conflicto no estaban en contra de la monarquía; sin embargo, llevaron lejos los desenlaces, declarando la secesión de sus provincias como repúblicas independientes; la condición para deponer su actitud beligerante fue exigir un gobierno institucionalizado. Esta fue la razón para que Pedro II fuese declarado emperador prematuramente[3].

La Constitución republicana fue promulgada en 1891; se convocó a elecciones directas el año 1894. Votaban hombres, propietarios privados e ilustrados, en un contexto de una amplia mayoría poblacional analfabeta. Las mujeres quedaban excluidas de la participación electoral. En este periodo inicial republicano, el Estado-nación de Brasil se vio involucrado en la Guerra del Acre con Bolivia, llamada también la guerra del caucho, en periodo del auge de la goma en el mercado internacional. Una sucesión dilatada de crisis políticas marcó un decurso difícil; la crisis del ensillamiento y de la Revuelta de la Armada en 1891, fueron las más ostensibles. El periodo del siglo de la ilustración fue afectado por un ciclo prolongado de desequilibrio financiero, acompañado por inestabilidades políticas, con efectos negativos en el campo social. Siguiendo esta secuencia tortuosa en el siguiente siglo, las primeras décadas del siglo XX fueron problemáticas; sin embargo, en este tramo sinuoso se dio lugar la consolidación de la flamante república. Se desataron rebeliones; entre las que descuellan la Revolución Paulista, la Revolución del Fuerte de Copacabana, la de la Comuna de Manaos y la Columna Prestes. Como clausura de este periodo adverso, al inicio de la tercera década, en 1930, Getúlio Vargas, que había sido candidato presidencial en las elecciones de ese año, encabezó un golpe de Estado, asumiendo la presidencia de la república. Desde nuestra perspectiva, desde la interpretación genealógica, esta clausura de un periodo aciago y apertura de una época estratégica, marca el momento o el lapso, si se quiere, dilatando el vértice, del punto de inflexión histórica.

A propósito de la segunda gestión de Getúlio Vargas, en Cartografías histórico-políticas escribimos:

Entre 1937 y 1945, durante el Estado Novo, Getúlio Vargas dio un impulso fundamental a la reestructuración del Estado y a la profesionalización del servicio público, creando el Departamento Administrativo del Servicio Público (DASP) y el IBGE. Suprimió los impuestos en las fronteras inter-estatales y creó el impuesto a la renta. Se orientó cada vez hacia la intervención estatal en la economía y se concentró en impulsar la industrialización. Fueron creados el Consejo Nacional del Petróleo (CNP), posteriormente llamada PETROBRÁS, y en 1951 la Compañía Siderúrgica Nacional (CSN), la Compañía Vale do Rio Doce, la Compañía Hidroeléctrica de São Francisco y la Fábrica Nacional de Motores (FNM). Promulgó, en 1941, el Código Penal y el Código Procesal. Durante 1943, Getúlio Vargas logró la Consolidación de las Leyes del Trabajo (CLT), garantizando la estabilidad del empleo después de diez años de servicio, descanso semanal, la reglamentación del trabajo de menores, de la mujer, del trabajo nocturno y fijando la jornada laboral en ocho horas de servicio[4].

Getúlio Vargas sufrió el mismo destino dramático de los caudillos populistas de ese medio día del siglo XX; aunque no todos llegaron a la decisión definitiva por la que optó el ya entonces dictador de la república federal de Brasil, salvo el caudillo boliviano nacionalista, héroe de la guerra del Chaco, German Busch. Después del suicidio de Getúlio Vargas se sucedieron gobiernos provisionales. Este periodo nacionalista retomó su curso democrático eligiendo a Juscelino Kubitschek presidente en 1956. Kubitschek fue el artífice de la fabulosa construcción de la capital federal, Brasilia. Su sucesor, Jânio Quadros, renunció en 1961, menos de un año después de asumir el cargo. Su vicepresidente, João Goulart, tomó la presidencia, por sucesión constitucional. En el contexto de la guerra fría, cuando el Departamento de Estado y el Pentágono apadrinaron los golpes de Estado en América Latina y el Caribe, como parte de su estrategia anti-comunista, João Goulart fue depuesto por el golpe militar de 1964.

La dictadura militar se extendió por un largo periodo; duro un poco más de dos décadas. Recién en 1985 se retornó a la forma democrática institucional. Tancredo Neves ganó las elecciones; sin embargo, no pudo asumir el cargo; tras la enfermedad y fallecimiento, su sucesor, el vicepresidente, José Sarney, ocupó su lugar por sustitución constitucional. Su gobierno terminó siendo impopular, debido a los efectos devastadores de una inflación descontrolada. En este panorama crítico, las elecciones de 1989 llevaron a la presidencia a un personaje casi desconocido, Fernando Collor de Melo. Este personaje se hizo famoso por escándalos de corrupción; renunció tres años más tarde, a causa de este motivo. Collor fue sucedido por su vicepresidente, Itamar Franco, quien nombró como Ministro de Hacienda al economista e intelectual Fernando Henrique Cardos. Se reconoce a Fernando Henrique Cardoso la elaboración del exitoso Plan Real. Fernando Henrique Cardoso fue elegido como presidente en 1994, volvió a ser relecto en 1998. Se conoce a Henrique Cardoso como el intelectual de la CEPAL que aplicó el proyecto neo-liberal en Brasil. La privatización de la economía fue la estrategia de este presidente, que después de lograr la estabilización como ministro, como presidente entregó la economía de Brasil a las empresas trasnacionales, verdaderos factores de poder del orden mundial de dominación global.

No se podría comprender la asunción al poder del Partido de los Trabajadores (PT) y la llegada de un dirigente sindical metalurgista a la presidencia, Luiz Inácio Lula da Silva, sin tomar en cuenta las luchas del proletariado brasilero, así como del movimiento campesino más grande del mundo, el Movimiento sin Tierra (MST); sin considerar sus capacidades organizativas, así como su influencia en la sociedad brasilera. De la misma manera, no se podría comprender este acontecimiento político sin la participación de un campo intelectual crítico, de tradición y herencia marxista. Estamos no solamente ante un caso, por cierto dado en un país gigantesco, de viraje a la «izquierda» de Sud América, sino ante la realización y manifestación de una larga tradición de luchas sociales y organizativas. Se puede decir que el acontecimiento político del PT en el poder es el resultado de las luchas prolongadas del pueblo brasilero, de una manera duradera y diferida, teniendo en cuenta la historia efectiva y el perfil peculiar de las luchas y resistencias, en el contexto de la formación social brasilera. Una análisis comparativo de los gobiernos progresistas de Sud América, de sus antecedentes, de las luchas sociales y movimientos sociales, puede mostrarnos un cuadro significativo de analogías y diferencias entre sus historias reciente, la arqueología del presente; por ejemplo, es sugerente comparar el desenlace político de Brasil respecto de los desenlaces políticos de Bolivia, de Venezuela y de Ecuador. En estos casos la llegada al poder de los llamados gobiernos progresistas es más accidentada e itinerante; aunque responde también a luchas sociales y movimientos sociales desplazados a lo largo del tiempo, su secuencia es más turbulenta. Sin dejar de mostrar aproximaciones al largo proceso organizativo brasilero, compensando, quizás, un apego menor a la organicidad con las pasiones populares, que, por cierto no son menos, sino otra forma de asumir la experiencia social, la memoria social y construir los saberes colectivos. Ciertamente, a diferencia de larga construcción organizativa social, concurrida en Brasil, en Bolivia y Ecuador se cuenta con la persistencia de la memoria colectiva y comunitaria, afincadas en estructuras de larga duración, de las comunidades indígenas, de las luchas y resistencias anti-coloniales.

En adelante nos concentraremos en el libro de Raúl Zibechi, Brasil Potencia.

La potencia social de Brasil

El concepto de potencia es trabajado por el filósofo crítico y transgresor, para su época (siglo XVII), incluso para las siguientes, reconocidas como el siglo de la ilustración y el siglo de oro de la filosofía moderna (siglos XVIII y XIX), Baruch Spinoza, a quien Antonio Negri llama la anomalía salvaje, filósofo temido por Hegel, quien busca ansiosamente domesticar su filosofía inmanentista y panteísta. Potencia quiere decir capacidad, también energía, así como dinámica, rescatando acepciones antiguas; la potencia es la fuerza inmanente creativa. Usaremos este concepto primordialmente en este sentido, oponiendo potencia a poder, sobre todo cuando nos refiramos a la potencia social, no sólo como resistencia, sino sobre todo como alteridad creativa de las dinámicas moleculares sociales. Sabemos que el concepto de potencia ha sido asimilado y reducido al concepto de poder por la ciencia política, en su contexto epistemológico, por las ciencias sociales, así como por la filosofía moderna. En cambio, como hemos hecho notar, nosotros diferenciamos y distinguimos el concepto de potencia, en su sentido spinociano, del concepto de poder, mucho más elaborado por Michel Foucault que los filósofos y científicos políticos que le antecedieron, pretendiendo descifrar los secretos del poder. Empero, lo que hicieron es reducir incluso el concepto de poder, al circunscribirlo al Estado[5].

Raúl Zibechi, en su libro Brasil potencia; entre la integración regional y un nuevo imperialismo, se propone debatir el concepto de subimperialismo, propuesto para el análisis crítico por Ruy Mauro Marini, en su libro La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo[6]. También toma en cuenta de Mathias Seibel Luce O subimperialismo brasileiro revisitado: a política de integraçâo regional do governo Lula (2003-2007)[7]; de Fabio Bueno y Raphael Seabra Campos A teoria do subimperialismo brasileiro: notas para uma (re)discussão contemporánea[8]; de Pedro Enrique Pedreira O imperialismo brasileiro nos séculos XX e XXI: uma discussâo teórica[9] y de Virginia Fontes O Brasil e o capital imperialismo[10]. Al describir el contexto en el que escribió el libro citado Ruy Mauro Marini, década de los setenta, Zibechi aclara:

Cuando Marini se ocupó del expansionismo brasileño utilizando el concepto «subimperialismo», el país vivía bajo una dictadura militar que buscaba convertirlo en potencia regional aliada a los Estados Unidos. Marini formaba parte del grupo revolucionario Política Operária (POLOP), creado en 1961, una organización de izquierda marxista pionera en Brasil en cuanto a su diferenciación con el Partido Comunista Brasileiro (PCB), que defendía el legalismo parlamentarista y la colaboración con una supuesta «burguesía nacional». POLOP fue, además, un semillero del que surgieron importantes organizaciones revolucionarias y notables cuadros políticos y teóricos[11].

No olvidemos que Ruy Mauro Marini es uno de los teóricos más importantes de la conocida Teoría de la dependencia; su libro Dialéctica de la dependencia es uno de los más conocidos de las obras de los teóricos de la dependencia[12]. Consideramos a la Teoría de la dependencia como el aporte fundamental de los marxistas latinoamericanos para la comprensión del sistema-mundo, concepto, por cierto elaborado por ellos. Entonces es importante detenerse en las tesis de Ruy Mauro Marini sobre el subimperialismo. En otra sugerente aclaración Zibechi escribe:

Su empeño en diferenciarse del análisis del PCB, que aseguraba que el golpe de 1964 instalaba un régimen «títere» del Pentágono y del Departamento de Estado, lo llevó a estudiar las raíces del golpe en causas internas vinculadas a cierto grado de desarrollo del capitalismo dependiente. Marini pensaba que la explicación de un fenómeno político «es decididamente mala si toma por clave justamente a un factor que lo condiciona desde fuera. A la vez observaba las peculiaridades del nuevo régimen, al que consideraba distinto a los anteriores golpes de Estado, destacando la fusión entre la cúpula militar y la burguesía, la exportación de manufacturas y capitales, y la intervención directa en los países de la región, siempre en consonancia con el imperialismo estadounidense, para llevar adelante un vasto proceso de reordenamiento nacional y regional[13].

Entre los argumentos vertidos por Ruy Mauro Marini se encuentra, entre los que atienden a la lógica y a la metodología de la investigación y el análisis, el de que no puede explicarse un fenómeno político como las dictaduras militares, tampoco un hecho político como el golpe de Estado de 1964, sólo por factores externos; por ejemplo, usando como clave explicativa la tesis del imperialismo norteamericano. Dice:

Nadie niega la influencia de los factores internacionales sobre cuestiones internas, principalmente cuando se está en presencia de una economía de las llamadas centrales, dominantes o metropolitanas, y en un país periférico, subdesarrollado. Pero ¿en qué medida se ejerce esta influencia? ¿Qué fuerza tienen frente a los factores internos específicos de la sociedad sobre la cual actúa?[14]

Ruy Mauro Marrini no descuida el análisis de las estructuras y dinámicas internas, para precisamente hacer inteligible el efecto de las estructuras y dinámicas externas, que deberíamos llamarlas, mas bien, mundiales. La izquierda tradicional y los teóricos de esta izquierda, hacen al revés, privilegian la lectura de las estructuras y fuerzas internacionales, para, desde este enfoque deducir lo que acontece internamente, en el país. Lo siguen haciendo hasta ahora, que se ha vuelto a poner en boga el uso extendido del concepto de imperialismo, además no revisado en cuanto a sus transformaciones históricas. No es una contradicción el enfoque inmanentista de esta metodología, la empleada por Marini, con la teoría de la dependencia, que concibe una geopolítica del sistema-mundo capitalista, geopolítica que diferencia centros de periferias. El sistema-mundo es un sistema integrado y articulado; partir de la comprensión de las estructuras y dinámicas inherentes a las formaciones sociales periféricas, es retomar esta integralidad del sistema-mundo en sus concreciones, en sus especificidades, en sus singularidades. Las explicaciones tienen valor cuando logran descifrar la singularidad; las explicaciones pierden valor cuando se convierten en repetición de lo mismo, como si retornara, una y otra vez, el mismo fantasma conceptual.

Zibechi hace hincapié en la importancia de la tesis de subimperialismo, escribe:

En primer lugar, Marini considera el golpe de 1964 como «una respuesta a la crisis económica que afectó a la economía brasileña, entre 1962 y 1967, y a la consecuente intensificación de la lucha de clases». No es, empero, un análisis mecánico ni economicista, ya que siempre pone -en consonancia con Marx- la lucha de clases en lugar destacado y como clave epistemológica para desentrañar la realidad. Por eso sostiene que la elite militar que encabeza el golpe interviene en la lucha de clases en curso y fusiona sus intereses con el gran capital. En consecuencia, el subimperialismo es «la forma que asume el capitalismo dependiente al llegar a la etapa de los monopolios y del capital financiero».

En segundo lugar, esta alianza entre el gran capital y las fuerzas armadas tiene intereses parcialmente diferentes a los del imperio, por lo cual utiliza el concepto de «cooperación antagónica» para describir el tipo de relaciones entre Washington y Brasilia. Esa alianza nace para destrabar problemas específicos del capitalismo dependiente brasileño. Explica que el núcleo de la solución subimperialista implementada desde 1964 consiste en resolver un problema de mercado que está creando dificultades a la acumulación de capital en la industria, convertida en el sector más dinámico.

En efecto, por la concentración de la propiedad agraria y el carácter de las relaciones sociales en el monocultivo latifundista, el mercado interno es incapaz de absorber la producción industrial, dificultad que sólo podía resolverse mediante una reforma agraria. Ese es el nudo de la crisis política que provoca el golpe de 1964.

Las contradicciones entre industria y latifundio se agravaron con la crisis del sector externo por la caída del precio del café en la década de 1950, principal producto de exportación de Brasil. El consecuente déficit de la balanza comercial mostraba uno de los estrangulamientos de la economía y la sociedad brasileñas. Como señala Marini, la complementariedad entre el sector agro exportador y el industrial estaba rota, por dos razones: por un lado, la redistribución con la que hubiera podido superarse el impasse hubiera afectado la plusvalía de un sector de la burguesía; por otro, la irrupción de los sectores populares (campesinos, obreros, estudiantes) quitaba todo margen de maniobra para ensayar reformas. «El agotamiento del mercado para los productos industriales (…) sólo podrá ampliarse a través de la reforma de la estructura agraria.

La radicalización política del movimiento social, que incluyó rebeliones de sargentos y marineros, amenazando la desintegración de los aparatos represivos, fue respondida con la radicalización de la oligarquía, la burguesía y sus fuerzas armadas.

El golpe fue una reacción de ese sector que mostró «que no tienen razón quienes ven al actual régimen militar de Brasil como el resultado de una acción externa», como pretendía el PCB. El régimen nacido del golpe resuelve el problema estructural mirando hacia el exterior y hacia el capital extranjero: a través de la exportación de manufacturas y de la intervención estatal con grandes obras de infraestructura, de transportes, electrificación y equipamiento de las fuerzas armadas[15].

El teórico y militante Marini expresa un conocimiento crítico de la formación social brasilera, conocimiento vinculado a la experiencia social del pueblo, de sus luchas sociales, del proletariado formado en la experiencia de sus luchas contra el despojo del capital. No se puede olvidar en el análisis el acontecimiento Getúlio Vargas, cuyo programa nacionalista establece las bases para la industrialización de Brasil. El problema para el fundamentalismo de izquierda es que descalifican este periodo por nacionalista, populista, incluso por el apoyo y el sostén militar. Este esquematismo se convierte en olvido histórico; pues se les escurre de las manos este antecedente. El desarrollo de la industrialización brasilera, al grado al que había llegado, en ese entonces, sin des-contextuarlo de la dialéctica de la dependencia, entra en contradicción con las estructuras de poder afincadas en la propiedad latifundiaria. Se había convertido esta propiedad y sus estructuras de poder en un obstáculo para el desarrollo económico. Las dinámicas de las luchas de clases empujaban a esta solución; el golpe de 1964 fue una reacción conservadora para evitar este desenlace. Sin embargo, la casta militar también ya estaba involucrada con el proyecto de industrialización; no podían impedirlo, más bien buscaban una forma pactada de lograrlo, sin sacrificar a la clase latifundista. La solución autoritaria encontrada fue la del Estado de excepción, la dictadura militar, que buscó hacer las dos cosas, por así decirlo, continuar con el proyecto de industrialización y conservar la propiedad latitudinaria. En otras palabras, conservar las estructuras de poder conservador, a pesar de la revolución industrial en la que estaba involucrado Brasil.

Es elocuente lo que escribe Ruy Mauro Marini, a propósito dice:

La historia política brasileña presenta, en este siglo, dos fases bien caracterizadas. La primera, que va de 1932 a 1937, es de gran agitación social, marcada por varias rebeliones y una revolución, la de 1930. Sus causas pueden buscarse en la industrialización que se produce en el país en la década de 1910, gracias sobre todo a la guerra de 1914, que conduce a la economía brasileña a realizar un considerable esfuerzo de sustitución de importaciones. La crisis mundial de 1929 y sus repercusiones sobre el mercado internacional van a mantener en un bajo nivel la capacidad de importación del país, acelerando, de esta manera, su proceso de industrialización.

Las transformaciones que operan en la estructura económica en ese periodo se expresan, socialmente, en el surgimiento de una nueva clase media, es decir, de una burguesía industrial directamente vinculada al mercado interno, y de un nuevo proletariado, que presionan a los antiguos grupos dominantes para obtener un lugar propio en la sociedad política. El resultado de las luchas desencadenadas por el conflicto es, por intermedio de la revolución de 1930, un compromiso – Estado Nôvo de 1937, bajo la dictadura de Getúlio Vargas -, con el cuál la burguesía se estabiliza en el poder, en asociación con los terratenientes y los viejos grupos comerciantes, al mismo tiempo que establece un esquema particular de relaciones con el proletariado. En este esquema, el proletariado será beneficiado por toda una serie de concesiones sociales (concretadas sobre todo en la legislación laboral del Estado Nôvo) y, por otra parte, encuadrado en una organización sindical rígida, que lo subordina al gobierno, dentro de un modelo típico corporativista[16].

Esta lectura de la problemática histórica-política de la formación social brasilera, sobre todo de su estructura económica y política, nos muestra la sensibilidad de Marini para detectar los puntos de inflexión de lo que podemos llamar el decurso histórico de la sociedad. En el ciclo de la estructuras de mediana duración, considerando su diferencia con las estructuras de los ciclos cortos y con las estructuras de los ciclos largos, no se puede interpretar a los gobiernos de Lula y de Dilma sin tomar en cuenta el punto de inflexión Getúlio Vargas, sobre todo por el papel que cumple su gobierno en las políticas de nacionalización, en el impulso estratégico, quizás el primero de sus características, a la industrialización, articulando la misma a una geopolítica regional. Todo esto ligado a la institucionalización de conquistas democráticas, sociales y de los trabajadores. Aunque Marini está interesado en hacer inteligible el fenómeno económico y político brasilero a partir del concepto de subimperialismo, de todas maneras, sus interpretaciones pueden ser recogidas para abordar el análisis de los gobiernos progresistas de Sud América.

Otra anotación al respecto de las contradicciones inherentes a la formación social brasilera de entonces, de parte de Marini, es la siguiente:

Con pequeños cambios, y a pesar de que se derroca a la dictadura de Vargas, este compromiso político de 1945, este contrato social – si se puede llamar así – se mantiene estable hasta 1950. Empieza entonces un nuevo período de agudas luchas políticas, de las que el suicidio de Vargas (que regresa al poder mediante elecciones), en 1954, es el primer fruto, y que conducirán al país, en 10 años tormentosos, al golpe militar de 1964. En la raíz de esas luchas encontramos el esfuerzo de la burguesía industrial por poner a su servicio el aparato del Estado y los recursos económicos disponibles; rompiendo, o por los menos transgrediendo, las reglas del juego que se habían fijado en 1937. Pero las razones, en verdad, son más profundas: se asiste, en ese período, al deterioro de las condiciones en las que se basaban esas reglas, lo que se debe, por una parte, al crecimiento constante del sector industrial, y por otra, a las dificultades que, apareciendo primero en el sector externo, hicieron que la complementariedad hasta entonces existente entre el desarrollo industrial y las actividades agroexportadoras se convirtieran en una verdadera oposición[17].

Parece que una de las explicaciones del golpe de Estado de 1964 y el largo periodo de la dictadura militar se debe a esta salida de excepción para tratar de adecuar políticamente o institucionalmente esta contradicción, evitando los desenlaces explosivos, mucho más, si se trata de desenlaces revolucionarios. ¿Lo logran? Esta es la pregunta. Lo que llamamos la geopolítica regional brasilera, es decir, la estrategia de dominación espacial del Estado-nación de Brasil, tiene su nacimiento institucional en este contexto y en las coyunturas que contiene. Como veremos en el libro de Raúl Zibechi, hay como una continuidad en la secuencia geopolítica de los gobiernos, de los periodos secuenciales, en la historia política reciente de Brasil. Revisando, hay como una tradición recogida constantemente, desde su consolidación institucional, en las dictaduras militares, hasta las formas democráticas y populares, que adquiere en los gobiernos de Lula y Dilma.

En lo que respecta a la contradicción con el dominio y hegemonía del imperialismo norteamericano, también con los centros del sistema-mundo capitalista, se busca una cooperación antagónica, usando este concepto, utilizado por Marini, persiguiendo resolver el antagonismo por medio de una salida negociada, por así decirlo, mejorando los términos de intercambio de las relaciones entre centros y periferias. Si observamos ahora, la emergencia de la potencia de Brasil, como uno de los BRICS, vemos que lo que ha ocurrido es que esta cooperación antagónica se ha ampliado, mejorando no solamente los términos de intercambio, sino modificando la estructura de poder mundial. La presencia de los BRICS modifica la estructura de poder en el sistema-mundo capitalista; empero, no salen de los horizontes de este sistema-mundo, mas bien lo refuerzan, modificando su composición interna. A pesar de los contrastes políticos entre las dictaduras militares y los gobiernos del PT, a pesar de su gran diferencia política, no solo en lo relativo a la democracia, sino, sobre todo, en lo que respecta a la emergencia social, hay ejes que se preservan, mejorándolos, haciéndolo, incluso, más irradiante y efectivo; uno de estos ejes, quizás crucial, es el de la geopolítica regional. Ahora bien, Ruy Mauro Marini llama a esta geopolítica subimperialismo. ¿Es adecuado este concepto?

La descripción que hace Zibechi de ese periodo de consolidación estratégica geopolítica es elocuente:

En los años siguientes el país crecería a ritmos formidables, alcanzando el 12% anual a comienzos de la década de 1970, mientras la industria llegó a crecer a un ritmo del 18% anual. La inversión norteamericana crece abruptamente y el salario real cae más del 20% entre 1965 y 1974, pero las exportaciones de productos manufacturados se triplican en el mismo período. Son las filiales de empresas extranjeras las que acaparan la mayor parte de esas exportaciones. En pocos años Brasil se convierte en la octava potencia industrial del mundo. Bajo el régimen militar la burguesía industrial brasileña «trata de compensar su imposibilidad para ampliar el mercado interno a través de la incorporación extensiva de mercados ya formados, como el Uruguay, por ejemplo»[18]. Por cierto, esa «imposibilidad» refleja, por un lado, la debilidad de una burguesía incapaz de plantar cara al latifundio, pero, por otro lado, refleja también la potencia del movimiento social ya que el temor a las clases populares la lleva a echarse en brazos de la oligarquía terrateniente y las fuerzas armadas[19].

La alianza de la burguesía industrial es con las fuerzas armadas, no con el pueblo, no con el proletariado, no con los campesinos, cuyo movimiento se plantea la reforma agraria. ¿Este comportamiento de la burguesía es una excepción, una peculiaridad de los países periféricos, o, más bien, la regla, siendo la excepción la alianza de la burguesía industrial con el proletariado? Por Immanuel Wallerstein sabemos que, en llamada transición al capitalismo en Europa, se produce el aburguesamiento de los terratenientes, de la nobleza, paralelamente al ascenso de la clase industrial, por este investigador e historiador del sistema-mundo sabemos que la hipótesis de la contradicción antagónica entre burguesía y terratenientes es, mas bien, excepcional. El marxismo ha usado la excepción como si fuera una generalidad, convirtiéndola no solamente en regla, sino incluso, en ley histórica[20]. También sabemos por Silvia Federici que el capitalismo y la modernidad, como civilización instrumental, no son el resultado de una revolución y de conquistas sociales y populares; todo lo contrario, la alianza entre burguesía, nobleza e iglesia, en una maniobra de contra-revuelta y contra-revolución, detienen los levantamientos anti-feudales comunitarios, populares, proletarios y de mujeres, que encarnaban una verdadera revolución social contra las estructuras de dominación. La persecución a las mujeres rebeldes, que simbolizaban la rebelión y el entramado comunitario dura tres siglos; es el periodo conocido como la quema de brujas. La inquisición anticipada.

Como dice Pierre Bourdieu, la revolución francesa es, más bien, una excepción, no la regla. La modernización de la mayoría de los estados transcurre por vías conservadoras, afincándose o preservando las tradiciones, sobre todo aquellas que tienen que ver con las estructuras de poder heredadas. El marxismo también convirtió, en este caso, en su interpretación política, la excepción en una regla histórica, incluso, como dijimos antes, en una ley histórica[21]. Lo que pasó en Brasil, en lo que respecta a la revolución industrial, a la modernización, al desarrollo económico, corresponde al desenlace conservador de la transición al capitalismo. Las clases dominantes lograron controlar el juego de fuerzas concurrente en el proceso histórico de entonces, imponiendo un tipo de decurso en lo que respecta al llamado desarrollo económico y la revolución industrial. No hay aquí ninguna anomalía, como de alguna manera veía Marini, también los teóricos de la dependencia. La anomalía salvaje, en el buen sentido de la palabra, en el sentido de explosión subversiva, deviene, más bien, de la victoria popular, de la victoria social, de la victoria del proletariado, así como de la victoria del campesinado. Es el gasto heroico, la explosión de las voluntades emancipadoras, la que se impone a la historia y a la realidad[22].

El concepto de subimperialismo fue propuesto por Karl Kautsky. Si el concepto de imperialismo, abordado por el marxismo austriaco, respondía a hacer inteligible no sólo la concentración de capital, la acumulación expansiva e intensiva de capital, la integración monopólica de los espacios de producción, circulación y consumo de la economía, sino, fundamentalmente, al dominio del capital financiero y su articulación estratégica con el Estado. Se puede decir que lo que Lenin llamó hipotéticamente la última fase del capitalismo, el imperialismo, hipótesis que fue contrastada por los hechos, pues no fue la última fase del capitalismo, es pues una fase geopolítica por excelencia del Estado-nación encargado de administrar y empujar la expansión capitalista de la malla de empresas monopólicas de su país. ¿Qué sería entonces el subimperialismo? Un fenómeno de concentración, de centralización, de integración y de expansión de capital, que se da bajo el cobijo y el amparo del manto imperialista dominante y hegemónico. Sin embargo, Kautsky usó el concepto positivamente para referirse a la posibilidad de una vía pacífica al socialismo, aprovechando la concentración e integración de capital en el marco de una centralización política, conductora de una socialización del excedente creciente, al asumirse el control centralizado de la producción y los circuitos de distribución. Sin embargo, dejando en suspenso esta interpretación de Kautsky del concepto de subimperialismo, retomando el sentido que le atribuye Marini, se podría decir que, si el imperialismo responde a una geopolítica de dominación mundial de un Estado-nación hegemónico, en tanto que el subimperialismo responde a una geopolítica de dominación regional, de un Estado-nación, que pretende ser hegemónico en la región en cuestión.

Respecto al concepto de cooperación antagónica, que fue propuesta por August Talheimer, Ruy Mauro Marini, escribe:

Siempre es verdad, sin embargo, que la expansión del capital mundial y la acentuación del proceso monopolista mantuvieron constante la tendencia integracionista, que se expresa hoy, de manera más evidente, en la intensificación de la exportación de capitales y en la subordinación tecnológica de los países más débiles. Otro marxista alemán, August Talheimeier, lo advirtió al acuñar en la postguerra su categoría de la cooperación antagónica. En un momento donde la dominación norteamericana parecía incontrolable frente a la destrucción europea que siguió a la guerra mundial, Talheimer fue suficientemente lúcido para percibir que el proceso mismo de integración o cooperación, acentuándose, desarrollaría sus contradicciones internas[23].

Interpretando la tesis de Marini, podríamos decir que el concepto de subimperialismo, que utiliza, se refiere a una geopolítica regional, concebida como estrategia de dominación por parte de la burguesía industrial, desplegada en un ámbito de relaciones de dependencia relativa, que se pueden identificar como de cooperación antagónica entre la potencia periférica y el imperialismo hegemónico. La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿por qué llamar subimperialismo a este fenómeno de dependencia relativa reconocida como cooperación antagónica?

Una primera versión estatal de esta geopolítica regional la habría formulado la escuela Superior de Guerra. Estrategia geopolítica expresada por el coronel Golbery do Couto e Silva, que se resume a lo siguiente, de acuerdo a la descripción de Zibechi:

Su propuesta era tan sencilla como frontal: alianza con Estados Unidos contra el comunismo, expansión interna hacia la Amazonia para ocupar los «espacios vacíos» y expansión externa hacia el Pacífico para cumplir el «destino manifiesto» de Brasil. Por último, el control del Atlántico Sur. Sostuvo que Brasil debía realizar un «canje leal» con el imperio, que se traducía en «negociar una alianza bilateral» en la que entregaba recursos naturales y posiciones geoestratégicas a cambio de «los recursos necesarios para que participemos en la seguridad del Atlántico Sur», al que consideraba «monopolio brasileño». Creía que el Atlántico Sur jugaba un papel similar al que jugó el Caribe en la expansión de Estados Unidos.

Luego de soldada esa alianza, en la tradición de las fuerzas armadas brasileñas, sostenía que la principal hipótesis de conflicto no se encontraba en el arco amazónico, al que consideraba «fronteras muertas», sino en el sur, donde aparece el desafío de Argentina. En su opinión, Paraguay y Bolivia estaban económicamente subordinados a Argentina y eran «prisioneros geopolíticos», siendo esas áreas «zonas de roce externas donde pueden llegar a chocar los intereses brasileños y argentinos». Sin embargo, «donde se define la tensión máxima en el campo sudamericano», es en la frontera de Uruguay, «por la mayor proximidad de los centros de fuerzas potencialmente antagónicos». Ahí estaban las «fronteras vivas» que debían ser atendidas[24].

Sin embargo, hay que hacer una distinción; una cosa es contar con un plan geopolítico y otra cosa es realizar efectivamente un dominio geopolítico sobre el espacio objeto de la expiación. Si partimos que la escuela Superior de Guerra contaba con un plan geopolítico, incluso que se llegó a convencer del mismo a un sector de la clase política y a otro sector de la burguesía industrial, este propósito de las clases dominantes de Brasil no es suficiente condición para que se efectivice la geopolítica regional. Raúl Zibechi enumera una serie de sucesos que parecen corroborar la hipótesis de subimperialismo, escribe:

A comienzos de la década de 1970 se conoció un diseño de intervención militar en Uruguay denominado Operativo Treinta Horas, que se pondría en marcha en caso de que la inestabilidad política amenazara desbordar al Estado uruguayo o que en las elecciones de 1971 ganara la presidencia el recién creado Frente Amplio.

La inestabilidad política en las fronteras preocupaba a los militares brasileños. La existencia del operativo fue difundida por círculos militares argentinos (en ese momento el país era gobernado por el general Alejandro Agustín Lanusse), alarmados por la posibilidad de que Brasil llegara al Río de La Plata. En ese período ambos países distribuían sus fuerzas militares en base a la hipótesis de un conflicto por el control del gran estuario del Plata, herencia de la rivalidad entre España y Portugal. En la década de 1970, Brasil realizaba maniobras militares en la región sur, construía carreteras en esa dirección y acababa de inaugurar, en octubre de 1971, «la mayor base aérea de América del Sur en Santa María».

La intervención brasileña en el golpe de Estado del general Hugo Bánzer contra el gobierno de Juan José Torres, en agosto de 1971, está documentada y fue públicamente defendida por voceros militares. La intervención en Bolivia se asentó en dos tesis en ese momento en boga entre los militares brasileños: la «doctrina del cerco», que decía que Brasil estaba rodeado de regímenes hostiles, y la «guerra ideológica preventiva» para neutralizar esa situación. El golpe partió de Santa Cruz, donde ya se asentaban poderosos empresarios brasileños, convertida en la base territorial de los golpistas.

En los días previos y posteriores al levantamiento de Bánzer, en el aeropuerto de Santa Cruz aterrizaban aviones con municiones y armas para los golpistas. Se trataba de grandes cantidades de ametralladoras que fueron entregadas esos días decisivos, cuando mineros y estudiantes resistían armas en mano a miembros de la Falange Socialista Boliviana que había adoptado el nombre de Ejército Nacionalista Cristiano. El 15 de agosto, cuatro días antes del golpe, Brasil había declarado la movilización de tropas en la frontera; los aviones que llevaban armas a militares y civiles golpistas ostentaban la bandera brasileña. Tan lejos fue el involucramiento directo con los golpistas que el cónsul de Brasil en Santa Cruz, Mario Amorío, fue herido durante los combates. La recompensa llegaría pronto. En los años siguientes se firmaron una serie de acuerdos por los que Bolivia entregaba a su vecino petróleo, gas, manganeso y mineral de hierro a precios preferenciales. Pero no se conformaron sólo con el control de los recursos naturales sino que planificaron el trazado de vías de comunicación para llegar al Pacífico, entre las que destaca «la construcción del ferrocarril Cochabamba-Santa Cruz, que empalmaría con los sistemas que llevan a Santos, en el Atlántico, y a Arica, en el Pacífico». Mucho tiempo después estos mismos objetivos asumirían otros nombres como la iniciativa IIRSA.

Pero también hubo cesiones de territorio. En 1974 Bolivia cedió 12.000 kilómetros cuadraros incluyendo los poblados de San Ignacio y Palmarito, en 1976 cedió 27.000 kilómetros cuadrados más, siempre por revisiones limítrofes, y la isla Suárez en Beni fue ocupada directamente por Brasil. Como sucedió en otros países, como Paraguay, la colonización de ciudadanos brasileños fue ocupando tierras que eran mucho más baratas que en Brasil, llegando a conformar territorios en los que son mayoría.

El tercer caso es el de Paraguay, donde Brasil consiguió una abrumadora penetración y enormes ventajas con la firma del Tratado de Itaipú en 1973. Marco Aurelio García, asesor de Política Externa del presidente Lula, escribió 37 años después que la decisión del régimen militar brasileño de construir Itaipú corriendo con todos los gastos de construcción de la represa, «más que una opción de política energética, tuvo un claro significado geopolítico». Se trató de atraer a Paraguay a la esfera brasileña y de aislar a la Argentina. Los hechos que rodearon la construcción de Itaipú dan una imagen transparente de lo que Marini consideraba como subimperialismo.

Fue la mayor hidroeléctrica del mundo hasta que fue superada por la represa de Tres Gargantas en China, tres décadas después. La firma del Tratado de Itaipú entre Brasil y Paraguay generó fuertes polémicas en su momento y un profundo malestar en Argentina. Hacía mucho tiempo que Brasil tenía la intención de aprovechar los saltos de Sete Quedas, o Salto de Guairá, para construir una gran represa hidroeléctrica sobre el río Paraná que oficiaba como frontera con Paraguay según el tratado de paz entre ambos países de 1872, posterior a la guerra de Triple Alianza.

Sin embargo, la demarcación de un tramo de unos veinte kilómetros río arriba de los saltos generó diferencias entre las autoridades de ambos países. Para resolver el contencioso se firmó en 1927 el tratado Ibarra-Mangabeira que ratificó que la frontera la constituye el río Paraguay entre los ríos Apa y Bahía. En 1963, bajo la presidencia de Joâo Goulart, el ministro de Energía y Minas de Brasil visitó Paraguay y aseguró a su presidente que no se daría ningún paso en la construcción de la represa de Sete Quedas sin el total consentimiento de Paraguay. En enero de 1964 se crea la Comisión Mixta Paraguayo Brasileña para estudiar todos los aspectos de la obra que podría tener una potencia de entre 12 y 15 millones de MW, igual o superior a Itaipú.

Con la llegada del régimen militar todo cambió. El 31 de marzo de 1964 Goulart fue derrocado y en junio de 1965 un destacamento militar integrado por un sargento y siete soldados ocupó Puerto Renato en la zona en litigio aún no delimitada. El 21 de octubre la Comisión de Límites de Paraguay, integrada por el vicecanciller Pedro Godinot, y otros cinco funcionarios, se presentan en el lugar para verificar la violación de la frontera y son detenidos por un sargento brasileño. Otras versiones afirman que el canciller brasileño Juracy Magalhaes amenazó a Paraguay con ir a la guerra como lo reconoce en sus memorias. La dictadura militar consolidó así una nueva usurpación del territorio paraguayo, ahora con el objetivo de construir una enorme represa hidroeléctrica. Sin embargo, el régimen decidió no construir Sete Quedas y en su lugar hacerlo en Itaipú. El análisis documentado de Schilling le permite concluir que el cambio, cuando ya estaban adelantas las gestiones internacional para conseguir financiamiento, se debió a una decisión de carácter geopolítico:

¿Por qué, de un momento a otro, cambiaron los planes brasileños y se decidió la construcción de Itaipú, 160 kilómetros más al Sur, en el mismo río Paraná? La única explicación para ese cambio aparentemente sin ventajas técnicas ni económicas podría ser encontrada en un detalle técnico de carácter netamente geopolítico. La construcción de Itaipú perjudicará -por la proximidad de las dos represas y la consecuente disminución de la fuerza de la corriente- la construcción de Corpus por la Argentina.

Los técnicos afirman, inclusive, que las dos hidroeléctricas, tal como están programadas, son excluyentes. La única posibilidad de tornar viable la represa de Corpus sería que los brasileños concordasen en aumentar la cota de Itaipú de 100 metros al nivel del mar (como está prevista) a 125. Parece obvio que el gobierno brasileño ni siquiera va a considerar esa hipótesis, pues ella significaría la reducción del potencial de esa última.

Aparentemente, la maniobra de los geopolíticos brasileños tuvo éxito total: aseguró a Brasil una potencia de 12,6 millones de kw.; anexó prácticamente al Paraguay y perjudicó el proyecto hidroeléctrico más importante de la Argentina, para el cual ella no tiene, como Brasil, alternativas exclusivamente nacionales. Pero al aceptar el proyecto brasileño Paraguay rompía la neutralidad que mantenía desde la guerra de 1870, cien años atrás, incorporándose como país subordinado a la esfera de influencia de Brasil. Autoridades del régimen militar, como el ministro de Minas y Energía Antonio Dias Leite, confirmaron esta apreciación al destacar que el proyecto de Itaipú fue una decisión política antes que energética. Por lo tanto el ministerio de Minas y Energía debió ceder el protagonismo a la cancillería.

La importancia de los casos de Itaipú y el golpe de Estado de Bánzer en Bolivia, es que ambos muestran el empuje de Brasil frente a vecinos mucho más débiles. Este papel que se adjudicaba Brasil era algo nuevo en la región sudamericana, y Marini se esfuerza de modo notable por comprenderlo en base a un concepto de enorme valor teórico y político. La exportación de capitales que comenzaron a realizar las empresas afincadas en Brasil hacia la región en ese mismo período, era la cara económica de esa política expansionista.

El ambiente político e ideológico en el que reflexiona y escribe Marini implica una exaltación del nacionalismo brasileño y la férrea alianza con Estados Unidos. En la coyuntura regional inaugurada por el golpe de Estado de 1964, Brasil se convertía en una amenaza para sus vecinos y muy en particular para los países más pequeños y débiles como Paraguay, Bolivia y Uruguay. Esa era por lo menos la consideración de uno de los principales ideólogos del régimen, Do Couto e Silva:

Las naciones pequeñas se ven de la noche a la mañana reducidas a la condición de estados pigmeos y ya se prevé su melancólico fin, bajo los planes de inevitables integraciones regionales; la ecuación de poder en el mundo se reduce a un pequeño número de factores, y en ella se perciben solamente pocas constelaciones feudales -estados barones- rodeadas de estados satélites y vasallos (…). No hay otra alternativa para nosotros sino aceptarlos (los planes de integración del imperio) y aceptarlos conscientemente…

La idea de que Brasil debe «engrandecerse o perecer», que nació en la Escuela Superior de Guerra, fue ampliándose hacia la burguesía brasileña y amplios sectores de la sociedad. En ese clima de expansión nacional Marini busca explicar las razones del golpe y del hegemonismo de su país sin apelar a las categorías establecidas para lo cual busca forjar nuevas ideas. En ese esfuerzo radica tanto su creatividad teórica como su actualidad[25].

Toda esta detallada descripción nos muestra claramente secuencias de intervenciones, de anexiones, de intromisión del gobierno y del Estado brasilero, en el espacio vital de los países vecinos. Quizás la más sobresaliente, desde la ponderación geopolítica, fue la construcción de la represa de Itaipú, debido a al carácter irradiador y de afectación de la mega-hidroeléctrica, incorporando a Paraguay a la esfera de expansión del Estado de Brasil. Sin embargo, habría que preguntarse: ¿esta es la base material, en sentido histórico-político, que valida el concepto de subimperialismo? ¿No se explica, mas bien, esta política agresiva por el carácter estructural de una economía en crecimiento y desarrollo, en el sentido capitalista? ¿La diferencia de poder, en tanto disponibilidad de fuerzas, respecto a sus vecinos más débiles, no ocasiona estos comportamientos desmesurados? No se trata de cuestionar el concepto de subimperialismo, sino de evaluarlo en la perspectiva de averiguar si es útil para hacer inteligible la complejidad de este acontecimiento llamado Brasil.

Según Zibechi, el concepto de subimperialismo, en síntesis, se define de la siguiente manera:

La tesis del subimperialismo de Ruy Mauro Marini se articulaba en torno a tres ejes: la hegemonía absoluta de los Estados Unidos en el mundo, la existencia de centros medianos de acumulación, dependientes del centro, que mantenían una relación de cooperación antagónica con Estados Unidos y que a la vez practicaban formas de expansionismo en la región, y la existencia de un proyecto político subimperialista que de alguna manera encarnaba la dictadura militar.

La puesta en suspensión del concepto, por parte de Zibechi, se basa en argumentos que consideran las transformaciones contextuales y estructurales del sistema-mundo capitalista. Escribe:

Cada uno de esos aspectos ha cambiado sustancialmente en las tres décadas transcurridas desde que fue escrito el texto[26].

En las tres décadas transcurridas desde la publicación de los trabajos de Marini sobre el subimperialismo, se han producido cambios notables en el mundo, en la región sudamericana y en Brasil. La posición de Estados Unidos ha sufrido cambios importantes al punto que hay consenso en aceptar el declive de la ex superpotencia, pese a que mantiene una importante superioridad en el terreno militar -que aun así no le permite ganar guerras- y en algunas tecnologías de punta. En Sudamérica los Estados Unidos ya no juegan solos, constatándose una fuerte presencia de China, del capital español y sobre todo de Brasil. Aunque es el más evidente y comentado, no es ese el único cambio que modifica los análisis de Marini.

Continúa diciendo que:

En Brasil se han producido un conjunto de modificaciones notables: la ampliación de la elite en el poder, que integra a nuevos actores en la alianza entre los militares y la burguesía brasileña; que esa nueva elite construyó una estrategia de poder que debe llevar a Brasil a convertirse en una potencia mundial (ya es la principal potencia regional); que el país se ha convertido en un centro autónomo de acumulación de capital con grandes empresas multinacionales, que se encuentran entre las más importantes del mundo en varios rubros, con el apoyo del Estado; que está diseñando la arquitectura política, económica y de infraestructura de la región sudamericana que se convierte así en su «patio trasero», con relaciones altamente asimétricas con algunos países. A todo lo anterior debe sumarse una sólida política de fortalecimiento militar, la dirección de la misión militar de las Naciones Unidas en Haití y el diseño de una estrategia capaz de intervenir en las zonas calientes de la región, de modo directo o indirecto.

Ciertamente, este conjunto de cambios modifican, a mi modo de ver, la actualidad del concepto de subimperialismo para describir el papel de Brasil. En todo caso, más importante que el concepto (pienso que, con ciertas reservas, podemos utilizar el de imperialismo) son las consecuencias políticas que se derivan de la comprensión de la nueva realidad para los pueblos latinoamericanos, y muy en particular para la acción colectiva que encarnan los movimientos sociales[27].

¿Si el concepto de subimperialismo es cuestionado desde el reconocimiento de las transformaciones históricas, tanto externas como internas, por qué volver y mantener el concepto de imperialismo? ¿Volvemos a la tesis de la izquierda tradicional, que se explica la dominación desde la hegemonía absoluta del imperialismo? ¿Se trata de imperialismo; es decir, del imperialismo multipolar? No deja de sorprender la propuesta de Zibechi, después de sus observaciones al concepto de subimperialismo. En adelante nos detendremos en la discusión de ambos conceptos, el de subimperialismo y su concepto matricial, imperialismo.

Abandonar la perspectiva del poder

La ciencia política, las formaciones discursivas políticas, el discurso «ideológico», el análisis marxista de la última fase del capitalismo, abarcando sus distintas formas y consecuencias de composición, están atrapadas en lo que llamamos la perspectiva del poder; es decir, como suponiendo que la realidad es el poder o la realidad es conformada por el poder. Hemos opuesto a esta episteme del poder compartida, la de la crítica a la economía política generalizada, sobre todo, la crítica a la economía política del poder; economía política que diferencia poder de potencia, sustentando el poder sobre la base de la captura de la potencia. En esta perspectiva, planteamos la interpretación del acontecimiento Brasil, distinguiendo la potencia social respecto del poder del Estado, de la malla institucional, que captura parte de la potencia social, para reproducirse como poder y Estado.

¿Cuál es el problema de esta episteme del poder? Desaparece la potencia social, desaparecen las dinámicas moleculares sociales que componen, precisamente la malla institucional, así como desaparece otras formas de composición no institucionalizadas. Aunque el marxismo recupera la potencia social en una lectura de esta potencia social desde la perspectiva de la lucha de clases, esta recuperación termina restringiendo la potencia social cuando la lucha de clases es sometida al paradigma determinista, no solo economista, sino de una especie de determinismo del poder. Es menester no sólo liberar la lucha de clases de las formas deterministas que la encapsulan, sino de emancipar las formas efectivas, posibles, de potencia social.

No se puede aceptar la reducción de la sociedad al Estado. Incluso cuando se distingue Estado de Sociedad, cuando se concibe la separación del Estado respecto de la sociedad, se termina explicando la sociedad desde el Estado. En Devenir y dinámicas moleculares propusimos encaminarnos hacia una teoría alterativa de la sociedad, que recupere la potencia social, las dinámicas moleculares sociales, su capacidad de alteratividad, su capacidad creativa. Es indispensable comprender las dinámicas sociales, incluyendo las dinámicas institucionales, que llamamos dinámicas molares, desde la perspectiva de la potencia social, no desde la perspectiva del poder.

El análisis de las dinámicas de la complejidad de la formación social-territorial-vital, que llamamos acontecimiento Brasil, se efectúa comprendiendo las dinámicas de la potencia social, sus asociaciones, sus composiciones, sus desplazamientos, sus relaciones polémicas con las formas de poder. No se puede caer en el fetichismo institucional, tampoco en el fetichismo del poder, como si la «realidad», como sinónimo de complejidad, fuese la producida por la malla institucional. Esto es como repetir lo mismo que se critica, el despojamiento del poder, del capital, del imperialismo; sólo que se lo hace desde la enunciación conceptual. Se crítica al poder; empero, se interpreta la lucha de clases, las luchas emancipativas, las dinámicas y composiciones institucionales, las contradicciones económicas y políticas, desde la episteme del poder, desde la irradiación de los conceptos que explican las formas de poder. Así como el Estado absorbe a la sociedad como si fuese su síntesis política, la representación absorbe al referente, desmaterializándolo, des-corporizándolo, volviéndolo una estructura categorial abstracta, así también se deja en la sombra la matriz y los substratos de la potencia social, dejando que sus composiciones iluminadas, las instituciones, expliquen lo que pasa en la sociedad en su conjunto, sólo que reducida a sus estructuras institucionales. Así como el Estado despoja a las voluntades sociales, convirtiéndola en una voluntad general, que legitima el Estado; así como los representantes despojan a sus representados, asumiendo institucionalmente su representación, anulando la democracia efectiva, convertida en una democracia formal, que de democracia sólo conserva la simulación; de la misma manera, interpretar desde el capital, desde el Estado, desde el imperialismo, desde el subimperialismo, lo que acontece en la complejidad social, es desterrar, por así decirlo, la potencia social a las sombras. El capital, el Estado, el imperialismo, el subimperialismo, son fetichismos institucionales, conformados abstractamente a partir del despojamiento de la potencia social. La crítica de la economía política de Marx tiene precisamente la virtud de mostrar la formación del capital a partir del fetichismo de la mercancía, que encubre la explotación de la fuerza de trabajo. El marxismo se quedó a la mitad del camino de la crítica del capitalismo. La crítica integral del capitalismo es una crítica a la economía política generalizada. Crítica integral de la «ideología» en todas sus formas, crítica a las variadas formas del fetichismo; imaginarios que sustentan las dominaciones múltiples.

La pregunta es: ¿sobre qué formas de despojamiento de las sociedades, de los pueblos, del proletariado plural, de los territorios, de las ecologías, sobre que capturas de fuerzas sociales, se sustentan estas mallas institucionales, que se nombran como Estado, en su forma imperialista y en su forma subimperialista? No basta responder con las descripciones de las formas concretas de explotación, de discriminación, de colonialidad, de despojamiento, en el mejor de los casos, como las descripciones de las formas singulares del capitalismo dependiente, del capitalismo salvaje, combinado con las formas del avanzadas del desarrollo capitalista, incluso incorporando la concepción del paradigma extractivista. Estas descripciones son como irradiaciones al espacio-tiempo del mundo de las sombras desde las linternas institucionales del mundo iluminado por la representación institucional. Se requiere ver en la oscuridad, ver el espacio-tiempo no iluminado, el mundo no iluminado institucionalmente.

El vigor de Brasil se encuentra en este espacio-tiempo-social-vital, no iluminado institucionalmente. La potencia de Brasil se encuentra en las dinámicas moleculares sociales, en la capacidad creativa de los pueblos y de los movimientos sociales. En ese sentido, vamos a cambiar la perspectiva, para volver a la discusión desde las sombras.

Interpretaciones desde la literatura

¿Dónde encontrar la percepción social, donde encontrar la experiencia social, recogida en sus espesores, en sus intensidades y sus entrelazamientos complejos? La racionalidad abstracta, si bien ha logrado eficacia operativa, incluso explicativa, en tanto reduce el espacio-tiempo social a secuencias casualistas; conjetura útil, cuando se requiere llegar a conclusiones operativas, en la perspectiva de los objetivos instrumentales. Sin embargo, la racionalidad abstracta es inútil para afrontar la complejidad en su desmesura, en sus devenires, en sus posibilidades latentes. La racionalidad abstracta ha sido útil en el largo proceso de disciplinamiento y modernización de los comportamientos. Ahora no lo es, pues este disciplinamiento, el subsecuente control, acompañado por la simulación que convierte al mundo en un gran teatro político, han llegado a su límite. Los problemas desatados por una intervención instrumental, por una acumulación abstracta, cuyo costo se aproxima a la destrucción del planeta, no pueden ser resueltos por la racionalidad instrumental, por la racionalidad abstracta; se requiere reintegrar la percepción social, la experiencia social, recuperando los sedimentos y estratos de la memoria social. Esta tarea requiere afrontar la complejidad desde la complejidad misma.

Ese lugar que buscamos como fuente es la literatura. La literatura, la escritura, abordada desde la percepción estética, es decir, desde la intuición sensible, nunca ha perdido los espesores de la percepción y de la experiencia; es la racionalidad abstracta la que se ha constituido despojándose de los espesores de la percepción y de la experiencia, para lograr la figura sutil, vaporosa, de los conceptos, en tanto ideas. La literatura conserva la racionalidad integrada a la percepción. Es allí donde debemos buscar la información del acontecimiento.

En esta perspectiva, vamos a recurrir a la novela Los subterráneos de la libertad de Jorge Amado, para poder abordar nuevamente la discusión; pero, esta vez, retomando los espesores singulares de las relaciones sociales.

La novela de Jorge Amado es una textura metafórica, compuesta de tejidos entrelazados de dramas, historias de vida, entrecruzados, que hacen de substrato pasional de los tejes y manejes del poder. Los cuadros figurativos configurados por el novelista son sumamente expresivos; condensan las entrelazadas relaciones sociales, que tejen las composiciones sociales del Brasil del primer medio siglo XX. La discusión que abordamos sobre el punto de inflexión de la formación social-territorial brasilera, cuando se conforma la geopolítica regional, sobre la caracterización de subimperialismo, encuentra en la novela, en el relato literario, proliferante información, guardada en sus formas figúrales, elocuentes, expresivas, los juegos de las relaciones sociales. Mostrando los entrelazamientos de niveles, individuales, micro-sociales, macro-sociales, de clase, de territorio, culturales, de alianzas, institucionales, políticas. En la novela de Jorge Amado encontramos las densidades de los cuadros de la formación social brasilera, entrabada en los dilemas de su pasado colonial, de su presente republicano, de los desafíos puestos en escena por distintos proyectos de clase. En la novela de Jorge Amado podemos encontrar los cuadros estéticos que pueden ayudarnos afrontar la discusión, ya no desde la racionalidad reductiva de los paradigmas deterministas, sino desde las intuiciones sociales, desde las memorias sociales, capaces de sintetizar la totalidad en las narrativas literarias, que preservan los espesores de la experiencia social.

En la novela Los subterráneos de la libertad nos encontramos con los perfiles elocuentes de la clase dominante, una burguesía devenida de las propiedades cafetaleras y del comercio de la exportación del café al mercado internacional. Las familias de abolengo, cuyos apellidos se asociación al reinado portugués y, después, al Imperio del Brasil, se ven involucradas en la efervescencia de un capitalismo vertiginoso, que no respeta apellidos ni abolengos. Se ven mezclados con banqueros osados, vulgares; empero pragmáticos. Se ven enredados con exprostitutas ricas, quienes manejan los hilos secretos de las influencias. En este transcurso vertiginoso y evanescente, después se convertidos en políticos, pues su pretendida nobleza quedó pobre; se involucran, con buenos modales, estereotipados, en conspiraciones militares. Conspiraciones de golpe de Estado donde el célebre Getúlio Vargas, aparece desnudado en los afanes golpistas, con los integralistas, es decir, fascistas; sin embargo, formando parte de la marea política de su tiempo, donde el Partido Comunista se convierte en el referente odiado de las clases dominantes. Por lo tanto, Getúlio Vargas es convertido en caudillo populista, por el torbellino político,; caudillo que responde al desafío comunista con promesas al pueblo, desatando afectos; pero también, embarcado en medidas políticas democráticas, reivindicando los derechos sociales y los derechos del trabajo, además empujado, por la marea, a las nacionalizaciones, medidas constitutivas del Estado-nación.

En la novela aparecen los escenarios enrevesados de las relaciones sociales, de las estructuras de poder, de los juegos personales, de grupo y de clase, que hacen de substrato a los temas que se abordan abstractamente, cuando se lanzan las hipótesis de la geopolítica regional o del subimperialismo. Puede ser que el mapa general pueda dibujarse a partir de representaciones, incluso de cuerpos teóricos representativos, que definen tendencias lineales, como secuencias casualistas y deterministas, que son las tesis de acumulación de capital; en el mejor de los casos, tesis multilineales que definen tejidos y composiciones más complejas, como las tesis del imperialismo y las tesis de la dependencia. Sin embargo, el mapa general es un cuadro de aproximación; el mismo que puede responder a ciertas cuestiones; empero, no puede responder a las cuestiones problemáticas, que exigen niveles de especificidad y concreción. La pregunta es concreta: ¿Cómo se dio el punto de inflexión en la historia de Brasil? ¿A partir de qué acumulación, usando esta palabra como metáfora, de la experiencia social, usada operativamente, en la definición de estrategias asumidas socialmente? ¿Qué condensación de juegos de poder derivó en un proyecto geopolítico regional viable?

Las tesis de la teoría de la dependencia nos ayudan, en parte, a responder a estas preguntas; la tesis del subimperialismo, sea adecuada, sostenible o no, ayuda en parte a responder, al desplazarse, abandonando las tesis ortodoxas deterministas. Empero, no son suficientes, para abordar la complejidad. Entonces, las preguntas quedan sin respuestas.

La novela de Jorge Amado tiene la virtud de mostrarnos una «realidad» fehaciente; la victoria de las clases dominantes, que logran, a pesar de sus prejuicios, limitaciones, imaginarios autoritarios, apegos, en su momento, al impresionante avance del nacional socialismo alemán y del fascismo italiano, adecuar sus proyectos de dominación a las demandas sociales, a las demandas de una nación, como comunidad imaginaria. Si podemos hablar de consciencia de clase, en el sentido de consciencia histórica, deberíamos hacerlo, en lo que respecta a la burguesía brasilera. Logra superar sus localismos, provincialismos, gremialismos, prejuicios, articulando un proyecto corporativo, por lo tanto pactado, en su forma autoritaria, que incorpora, por lo menos parte de las demandas sociales. Entonces la pregunta se transforma; ahora es: ¿Por qué la burguesía brasilera logró este consenso, por lo menos de clase, en pactar un corporativismo autoritario con la sociedad, incorporando, por lo menos parcialmente, las demandas sociales y nacionales?

En la novela de Jorge Amado nos encontramos con otras revelaciones; se desnudan las pretensiones de las clases dominantes, se exponen a la luz sus proveniencias. No dejan de ser procedencias vulnerables, expuestas a la provisionalidad de las contingencias; se hacen nobles después, en su forma representativa, imaginaria, cuando se enriquecen por la esclavización preservada, por la explotación salvaje, por la usurpación suscitada por oportunismos. La representación de las clases dominantes es una máscara, que oculta su falencia, su escasez cultural, una pretensión, manejada ostensivamente, como queriendo demostrar el origen noble, cuando, en realidad, devienen de los desembarcos de la conquista. Hay como una consciencia culpable, ocultada por todas las clases dominantes del quinto continente conquistado. Sus desprecios por lo indígena, por la herencia africana, por lo plebeyo, no es más que las expresivas violencias que ocultan su profunda debilidad; son conscientes, en el fondo, de su espurio origen. Ciertamente no es algo distinto de lo que pasó en Europa, a pesar de la elaborada «ideología» histórica, que oculta, de una manera más sofisticada, las violencias iniciales, las descarnadas desnudeces.

A diferencia que el caso mexicano, no es una guerra permanente, una rebelión interminable, la revolución campesina, lo que obligó a un pacto corporativo, constitutivo del Estado-nación, en Brasil; fue la correlación de fuerzas la que tuvo que ser asumida por las clases dominantes, si querían preservarse. Por lo tanto, pragmáticamente, aprendieron a pactar, negociar, conformando un Estado corporativo, que incluya, parcialmente las demandas sociales. Por eso los gobiernos de Getúlio Vargas fueron paradójicos; empujados por la lucha de clases a resolver el problema de las demandas de una manera conservadora, realizaron medidas nacional-populares, democráticas, sociales y defensoras del derecho del trabajo; empero, perpetuando un sentido conservador. Pues esas medias, terminaron manteniendo los latifundios e impulsaron a la burguesía industrial a realizar su proyección de revolución tecnológica.

La explicación no se encuentra en los discursos del nacionalismo de Getúlio Vargas, por lo tanto, tampoco, del todo, en sus contradicciones; sino en la correlación de fuerzas del momento, donde la potencia social del pueblo y la sociedad brasilera logró inscribir su demanda, de una manera institucional.

Ahora bien, el ejército brasilero, dejó, en un momento, el punto de inflexión, de ser el dispositivo de emergencia de los cuartelazos, que caracterizaron a parte de la historia dramática latinoamericana, para convertirse en un dispositivo estratégico de la burguesía industrial. ¿Cómo ocurrió esto? No olvidemos que el fenómeno de Getulio Vargas, se da, en sus distintas tonalidades, variedades singulares, en las historias políticas de América Latina. Es algo que compartimos, como expresión dramática de nuestras profundas contradicciones. Sin embargo, hay que anotar que, en el caso brasilero, persiste como continuidad histórica y política, se convierte en una estrategia geopolítica; lo que no acontece en el resto de Latino América, salvo en Cuba, cuyo desenlace es, mas bien, impuesto por la victoria de la guerrilla y la revolución socialista; es decir, impuesta por las clases llamadas dominadas.

Ya, desde estas primeras interpretaciones, vemos que al recurrir al concepto de subimperialismo, que efectivamente se refiere a una geopolítica regional, que puede estar en la cabeza de las clases dominantes, que puede, incluso, estar institucionalizada en la geopolítica estatal, se hace referencia a la hegemonía lograda por el pragmatismo de las clases dominantes y sus dispositivos del poder, como el ejército.

Se puede decir, figurativamente, usando las tesis psicoanalíticas metafóricamente, que la burguesía industrial brasilera estaba más cerca del principio de realidad que del principio del placer. En otras experiencias latinoamericanas, las burguesías se dejaron llevar por sus imaginarios, por sus sobresaltadas autovaloraciones, sus desprecios del pueblo. Para que se entienda bien, no hacemos una apología de la burguesía brasilera; de ninguna manera. Sino, que se pone en mesa, un dato importante, que la burguesía brasilera, a pesar de sus prejuicios raciales, sociales, sexistas, supo optar por un pragmatismo político, que la llevó a incorporar demandas, aunque no le gustasen, para proyectar su dominio en un futuro. La pregunta se convierte en: ¿Qué ha acontecido para que la burguesía brasilera haya optado por este pragmatismo?

Para responder a esta pregunta, debemos poner en mesa otra evidencia; a diferencia de las colonias hispano-hablantes, las colonias portuguesas lograron mantener la unidad territorial, sin formar «republiquetas», proyectos de escición que también se han dado en la historia política de Brasil. Hay una relación de la burguesía brasilera con el espacio nacional, quizás más pronunciado que con el resto de las burguesías latinoamericanas. En contraste, esta característica, esta aprehensión del espacio, en la experiencia social brasilera, se manifiesta también, de otra manera en la intuición espacial, que se expresa en la elaboración de la geografía emancipatoria de Milton Santos. Es esta intuición social la que debe ser comprendida.

Por lo tanto, las tareas de la investigación histórica radican en interpretar adecuadamente las diferencias claves entre la colonialidad portuguesa con la colonialidad hispana en el continente. No por encontrar bondades en la colonialidad portuguesa; de ninguna manera, sino por encontrar cartografías de poder que expliquen las consecuencias históricas, sobre todo en los comportamientos de las clases dominantes.

Aceptamos, de todas maneras, que todo esto, pueda deberse al azar, no tanto a tendencias históricas. Puede ser; sin embargo, no es despreciable la búsqueda de una explicación a partir del análisis comparativo y de la confrontación de contrastes histórico-políticos-territoriales. Obviamente no para montar una verdad; de ninguna manera. Sino, retomando las intuiciones, los desplazamientos logrados, por la teoría de la dependencia y la historia reciente, que tocan con el dedo en la llaga, señalando las heridas de los problemas, dejando a un lado los fundamentalismos racionalistas, los paradigmas acostumbrados, atrapados en verdades «bíblicas».

Entonces, para decirlo de una manera directa, anticipándonos, no se trata de subimperialismo, por más pretensiones que tenga la Escuela Superior de Guerra, la «ideología» geopolítica de la burguesía industrial, sino de la renuncia de la burguesía industrial a un proyecto estrictamente particular, para habilitar su proyecto en términos de pactos, incorporando demandas sociales, populares y nacionales, incluso, en el periodo de la dictadura militar. Es evidente que muchos generales optaron por la hegemonía norteamericana, incluso parte de la burguesía sentía la necesidad de la alianza con los Estados Unidos de Norte América; sin embargo, cuando se elaboró la geopolítica, se la conformó buscando una autonomía relativa, lo que llama Ruy Mauro Marini la cooperación antagónica. Los militares, no podían tener un proyecto propio, institucional, tutorial, como ejército de la patria, sino expresando el proyecto o los proyectos concretos de las clases dominantes. La burguesía que había logrado configurar un proyecto estratégico, que sabía lo que quería, era la burguesía industrial. La dictadura militar fue in dispositivo usado por la burguesía industrial, aunque de una manera negociada con el resto de las clases dominantes. La pregunta que debemos responder ahora es si la burguesía industrial logró convertir al PT, al Partido de los Trabajadores, en el poder, en un dispositivo, en la perspectiva de sus objetivos geopolíticos.

Ya que nos hemos adelantado en la hipótesis de la interpretación de la burguesía industrial, también podemos adelantarnos en la hipótesis que responde esta pregunta. La hipótesis es la siguiente: La burguesía industrial no ha convertido al PT en un dispositivo de su proyecto geopolítico, de lo que llamaba Marini, subimperialismo, sino que el PT en el poder se ha aburguesado, conformando una recomposición de la burguesía al incorporar en su contextura una burguesía sindical. Lo que pasa es que el pragmatismo político se convirtió en un habitus en el proletariado, por lo menos en la dirigencia del proletariado, en su casta burocrática. Para decirlo de una manera simplificada, aunque no correcta, pues la burguesía industrial y el resto de la burguesía nunca ha dejado de ejercer poder, el proletariado en el poder también ha optado por un pragmatismo político, parecido al pragmatismo de la burguesía industrial, tanto en el periodo de Getúlio Vargas como en el periodo de la dictadura militar, después del golpe de 1964. Prefiere incorporar al proyecto popular las demandas de la burguesía. Algo que podríamos llamar lo inverso al pragmatismo burgués; empero, equivalente.

Entonces, ¿se puede hablar de la continuidad de la geopolítica de Estado-nación? En el sentido del campo de las representaciones sí; sin embargo, no en el sentido de la historia efectiva. En este sentido, de la historia efectiva, no se corrobora la continuidad de una geopolítica regional, que puede llamarse subimperialismo, como lo hace Marini, o imperialismo, como lo hace Zibechi, sino el pragmatismo corporativo de una gubernamentalidad pactada. Del pragmatismo burgués pasamos al pragmatismo proletario, en la figura de un dirigente metalurgista, primero, y en la figura de una ex-guerrillera, después. La continuidad no es de la geopolítica, que puede ser, mas bien, un discurso de presentación, sino de la forma de gubernamentalidad lograda. La de un corporativismo pragmático, que institucionaliza los pactos en un Estado-nación, garante de las revoluciones industriales-tecnológicas-cibernética. Empero, por el pragmatismo, revoluciones atrapadas en modelos extractivistas dominantes, atrapadas en el circuito vicioso de la dependencia.

Lo que pasa en Brasil no es algo distinto de lo que pasa en el resto de América Latina y el Caribe, sobre todo en lo que respecta a los llamados gobiernos progresistas. Sólo que cuando ocurre en Brasil, se efectúa y acontece en la escala subcontinental del tamaño geográfico, poblacional y económico del Brasil. Esto no es subimperialismo ni imperialismo, por más pretensiones que pueda tener la burguesía y sus ideólogos. Esto es integración, como los mismos ideólogos conservadores de la escuela Superior de Guerra llaman: Se trata de una integración conservadora, autoritaria, expansiva, que se opone a la integración emancipadora de los pueblos de Abya Yala. Una integración, si se quiere reaccionaria, que busca llevar a cabo la integración, concentración y centralización del capital, a nivel regional.

En el fondo, las burguesías pujantes, como la brasilera, y los pueblos subversivos, como la de los movimientos sociales anti-sistémicos, saben que no es posible, en un caso, la acumulación ampliada, en el otro caso, la liberación, sin la integración. Sólo que la concepción de integración que tienen es diametralmente distinta y opuesta.

A la pregunta inherente al libro de Raúl Zibechi, ¿de integración o de imperialismo?, decimos que se trata de integración, como objetivo inherente; empero, se trata de dos formas de integración contrastantes.

No se trata de acusar a la burguesía brasilera como mala, desde un discurso moral, menos a los gobiernos del PT como malos o traidores, sino de oponer a sus proyectos integracionistas conservadores y autoritarios, extractivistas, con proyectos de integración emancipatorios de los pueblos. Estamos obligados a pensar desde una perspectiva continental, dejando como variables provisionales, las fronteras diseñadas por nuestras oligarquías, las que se opusieron a la Patria grande. De lo contrario, nuestras respuestas activistas, ni siquiera serán de resistencias, sino como localismos, serán aditamentos de conservadurismo paradójicos que contrastan con nuestros anhelos libertarios.

[1] Bibliografia: Azevedo, Aroldo (1971). O Brasil e suas regiões; São Paulo: Companhia Editora Nacional. Barman, Roderick J. (1999). Citizen Emperor: Pedro II and the Making of Brazil, 1825-1891. Stanford: Stanford University Press. Boxer, Charles R. (2002). O império marítimo português 1415-1825; São Paulo: Companhia das Letras. ISBN 8535902929. Bueno, Eduardo (2003). Brasil: uma História; São Paulo: Ática. ISBN 8508082134. Calmon, Pedro (2002). História da Civilização Brasileira; Brasília: Senado Federal. Caravalho, José Murilo de (2007). D. Pedro II; São Paulo: Companhia das Letras. Coelho, Marcos Amorim (1996). Geografia do Brasil; (4ª edición). São Paulo: Moderna. Diégues, Fernando (2004). A revolução brasílica; Rio de Janeiro: Objetiva. Enciclopédia Barsa. Volumen 4: Batráquio-Camarão, Filipe. Rio de Janeiro: Encyclopædia Britannica do Brasil. 1987. Fausto, Boris; Devoto, Fernando J. (2005). Brasil e Argentina: Um ensaio de história comparada (1850-2002); (2ª edición); São Paulo: Editoria 34. Gaspari, Elio (2002). A ditadura envergonhada; São Paulo: Companhia das Letras. Janotti, Aldo (1990). O Marquês de Paraná: inícios de uma carreira política num momento crítico da história da nacionalidade; Belo Horizonte: Itatiaia. Lyra, Heitor (1977). História de Dom Pedro II (1825-1891): Ascensão (1825-1870); 1. Belo Horizonte: Itatiaia. Lyra, Heitor (1977). História de Dom Pedro II (1825-1891): Declínio (1880-1891); 3. Belo Horizonte: Itatiaia. Lustosa, Isabel (2006). D. Pedro I: um herói sem nenhum caráter; São Paulo: Companhia das letras. Moreira, Igor A. G. (1981). O Espaço Geográfico, geografia geral e do Brasil; (18ª edición). São Paulo: Ática. Munro, Dana Gardner (1942). The Latin American Republics; A History; Nueva York: D. Appleton. Rodrigues, José H.; Seitenfus, Ricardo A.S.; Boechat, Lêda (1995). «Capítulo 15.5». Uma história diplomática do Brasil, 1531-1945; Civilização Brasileira. Schwarcz, Lilia Moritz (1998). As barbas do Imperador: D. Pedro II, um monarca nos trópicos; (2ª edición). São Paulo: Companhia das Letras. Skidmore, Thomas E. (2003). Uma História do Brasil; (4ª edición). São Paulo: Paz e Terra. Souza, Adriana Barreto de (2008). Duque de Caxias: o homem por trás do monumento; Rio de Janeiro: Civilização Brasileira. Vainfas, Ronaldo (2002). Dicionário do Brasil; Rio de Janeiro: Objetiva. Vesentini, José William (1988). Brasil, sociedade e espaço – Geografia do Brasil; (7ª edición). São Paulo: Ática. Vianna, Hélio (1994). História do Brasil período colonial, monarquia e república; (15ª edición); São Paulo: Melhoramentos. Ver Wikipedia: Enciclopedia Libre. [2] Ibídem.

[3] Brasil Fuente: http://es.wikipedia.org/w/index.php?oldid=75007117 Contribuyentes: !R¡€, -Erick-, .Sergio, 1297, 1969, 209.88.104.xxx, 5truenos, 80-24-113-138.uc.nombres.ttd.es, A ver, Aalvarez12, Acocris, Addicted04, Adelius, Ademario neto, Aerotomate, Affeno, Affleck, Afrox, Ahmeto, Airunp, Airwolf, Akjalisco, Alakasam, Alberto Salguero, [email protected], [email protected], Alejandrocaro35, Alejogeovanny, Alelapenya, Aleposta, Alex Hewett, Alexcetera2, AlfaSimon, Alfredo Molina, Alfredobi, Alhen, Aliman5040, Alonso de Mendoza, Alpinu, Alstradiaan, Altovolta, Alvaro qc, Alvaroantonio123, Amadís, Amaia imaz gasalabaster, Amistad2008, Andreasmperu, Andres95vdp, Andresrosario, André Astete, André Martín Espinal Lavado, Andrés Cortina, AngRaf, Angus, AnselmiJuan, Antonio V. 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Ver Wikipedia: Enciclopedia Libre. [4] Ver de Raúl Prada Alcoreza Cartografías histórico-políticas. Rincón Ediciones; La Paz 2014. Dinámicas moleculares; La Paz 2014.

[5] Ver de Raúl Prada Alcoreza Acontecimiento político. Rincón Ediciones; La Paz 2014. Dinámicas moleculares 2014.

[6] Ruy Mauro Marini: La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo. Cuadernos Políticos, No. 12, México, ERA, abril-junio, 1977. [7] Mathias Seibel Luce: O subimperialismo brasileiro revisitado: a política de integraçâo regional do governo Lula (2003-2007), Porto Alegre, Universidad Federal de Rio Grande do Sul, 2007. [8] Fabio Bueno y Raphael Seabra: El capitalismo brasileño en el siglo XXI: un ensayo de interpretación, 25 de mayo de 2010 en http://www.rosa-blindada.info/?p=351 (Consulta 21/10/2011). [9] Pedro Henrique Pedreira Campos: O imperialismo brasileiro nos sécalos XX e XXI: uma discussão teórica, ponencia al XXI Conferencia Anual de la International Association for Critical Realism, Niteroi, Universidad Federal Fluminense, 23-25 julio, 2009. [10] Virginia Fontes, O Brasil e o capital -imperialismo, Rio de Janeiro, EPSJV, UFRJ, 2010.

[11] Raúl Zibechi: Brasil potencia. Entre la integración regional y un nuevo imperialismo. Ediciones desde Abajo; Bogotá 2012; pág. 21.

[12] Ver de Ruy Mauro Marini América Latina, dependencia y globalización. CLACSO Ediciones; Buenos Aires 2008.

[13] Ibídem: Pág. 21.

[14] Ruy Mauro Marini: América Latina, dependencia y globalización. Ob. Cit.; págs. 25-26.

[15] Raúl Zibechi: Ob. Cit.; Págs. 22-23.

[16] Ruy Mauro Marini: Ob. Cit.; págs. 26-27.

[17] Ibídem: Pág. 27.

[18] Cita de Ruy Mauro Marini, del libro Subdesarrollo y revolución, cit., p. 76.

[19] Raúl Zibechi: Ob. Cit.; pág. 23.

[20] Ver de Immanuel Wallerstein El moderno sistema mundial. Tres tomos. Siglo XXI. 2011; México.

[21] Ver de Pierre Bourdieu Sur L’État. Cours au Collège de France 1989-1992. Seuil, Raisons d’agir. Paris 2012.

[22] Ver de Raúl Prada Alcoreza Acontecimento político. Ob. Cit.

[23] Ruy Mauro Marini: Ob. Cit.; págs. 60-61.

[24] Raúl Zibechi: Ob. Cit.; pág. 25.

[25] Ibídem: Págs. 25-30.

[26] Ibídem: Pág. 31.

[27] Ibídem: Pág. 34.

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