Ubicada en el centro de Sudamérica, enclavada en la parte más alta de los Andes y, a la vez, teniendo un amplio territorio compuesto por valles, llanuras y selva, Bolivia es el manantial de aguas que nutre los dos sistemas fluviales más importantes de la región: el Amazonas y el Plata. Las altas cumbres nevadas […]
Ubicada en el centro de Sudamérica, enclavada en la parte más alta de los Andes y, a la vez, teniendo un amplio territorio compuesto por valles, llanuras y selva, Bolivia es el manantial de aguas que nutre los dos sistemas fluviales más importantes de la región: el Amazonas y el Plata.
Las altas cumbres nevadas que bordean el altiplano, crean las cuencas que van hacia el norte y al sur, para desembocar en aquellos sistemas. El Amazonas tiene, como uno de sus afluentes más importantes, al río Madera que recoge las aguas de por lo menos cuatro ríos de gran envergadura. Hacia el sur, una confluencia que se concentra en la región del Chaco es, de hecho, el nacimiento de ese ancho cauce que desembocará en el mar con el nombre de Río de la Plata.
Pese a tan importante factor de desarrollo, los gobernantes de Bolivia no han tenido la menor preocupación por preservar y utilizarlo. Los ríos han sido botaderos de desperdicios que intoxican su curso a lo largo de varios kilómetros afectando el potencial pesquero, la vegetación adyacente y también la fauna tanto salvaje como doméstica. Más grave aún es el daño que provocan, anualmente, las inundaciones que se concentran en el departamento del Beni y, muchas veces, afectan a Santa Cruz y a Pando. No es menor la toxicidad provocada por los relaves mineros en el sur del país, al punto que las especies piscícolas de esos ríos están en riesgo de desaparecer y, al mismo tiempo, los agricultores asentados a lo largo de sus riberas viven un alarmante proceso de empobrecimiento.
La paradójica conclusión inicial es que, la riqueza acuífera, es un factor negativo al desarrollo nacional. Por supuesto que no se trata de impedir los cursos fluviales, pues no son nocivas las aguas, sino de rectificar las actividades que han permitido estos daños y, a estas alturas, están causando efectos irreversibles.
Para visualizar esta perspectiva se creó, en 2006, el Ministerio de Aguas al que, ahora, se le agrega la tarea de preservar el medio ambiente. Al adjudicar esa segunda atribución, de hecho se está reafirmando que, uno y otro tema, son inseparables. Los ríos garantizan el desarrollo equilibrado de las diversas regiones por las que atraviesa. Pero, como ha ocurrido con tantos factores, la actividad humana ha hecho mella y, a estas alturas, está provocando daños irreparables. La Declaración de Kyoto sigue siendo, hasta hoy, una buena intención que los países industrializados se niegan a cumplir. En tales circunstancias, cada uno de nuestros países intenta buscar soluciones parciales que preserven nuestro legado y que contribuyan a mejorar las condiciones de vida.
En Bolivia, los temas van desde el control de los desbordes, pasando por su uso como fuente de energía, como vía de transporte, hasta llegar a la sostenibilidad de un medio ambiente apropiado para la sociedad humana, la vida animal y el desarrollo de la flora. Por tales razones, se avanza en varios sentidos. La preocupación inmediata es, indudablemente, mitigar los daños que causan las inundaciones en el Beni. Entre diciembre y marzo siguiente, las extensas llanuras de ese departamento se cubren de agua en niveles que, durante los últimos años, han subido en forma considerable. La causa principal es el calentamiento global que está provocando el deshielo de las nieves eternas de las cordilleras Occidental y Oriental. Hemos sido testigos de la desaparición de las nieves en Chacaltaya y, en el majestuoso Illimani, se notan signos alarmantes de una disminución acelerada de los hielos. Pero el problema que debemos encarar, en lo inmediato, es la inundación del Beni.
Es un problema que puede agravarse doblemente en el futuro inmediato. Una segunda causa será la construcción de dos inmensas represas sobre el río Madera, ese importante afluente formado por los grandes ríos bolivianos que se unen al norte del país. En nuestro caso, debemos encarar la situación con una negociación muy clara y definida. No hay duda que Brasil construirá esas represas, cualquiera sea el gobierno que esté en gestión; los reparos ambientalistas no impedirán tales construcciones por una razón elemental: Brasil requiere energía en proporciones crecientes y en forma extensiva. Varias represas en el sur brasileño muestran ese requerimiento creciente. El crecimiento en el estado de Rondonia y la perspectiva en el Amazonas han determinado el proyecto y el inicio de la construcción de estas represas.
Dos medidas que debieran ser consideradas en el futuro inmediato: la construcción de pequeñas represas a lo largo de los ríos Beni y Mamoré, que dan nacimiento al Madera y el drenaje de ambos cauces serían las medidas primarias de recaudo para mitigar los efectos nocivos de aquellas dos construcciones que iniciará muy pronto el Brasil. Esas pequeñas represas darían energía eléctrica y controlarían el flujo del agua en la región. Estamos en condiciones de incorporar el tema en las negociaciones con el gobierno brasileño y contar con el financiamiento que se requiera para tal emprendimiento.
Es cierto que estas medidas no impedirían las inundaciones, pero impedirían desbordamientos mayores que, como lo ha mostrado la experiencia, no pueden ser controlados. Las inundaciones estacionales se manejarían en procura de salvaguardar la vida de los rebaños vacunos y la seguridad de las personas. Pequeñas alturas se equiparían como albergues temporales de personas y de ganado, que contarían con los suministros adecuados administrados por las autoridades locales. La dificultad inicial, que es una inversión importante, sería rápidamente compensada con el crecimiento del hato ganadero y, lo que es esencial, dar una mejor perspectiva de vida a los habitantes de tan extensa región.
Estas ideas en borrador pueden servir para que, los especialistas en la materia, den soluciones a esta problemática. Lo esencial es no asumir la actitud pasiva de resignarse a los fenómenos del clima.
Algo más: la cuenca del Plata requiere de otros planteamientos que, en los mismos términos de idea general, pueden abordarse en otro artículo.