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El anonimato como virtud

Fuentes: Naiz

Ricardo Piglia, en Respiración Artificial, escribe: «Las palabras preparan el camino, son precursoras de los actos venideros, la chispa de los incendios futuros». Desde tiempo atrás, en boca de los profetas del mercado, circularon palabras que anunciaron, no un camino a la vista, sino un despeñadero con sus propias condiciones del juego: «el ganado que llega primero bebe agua limpia», «si no te muestras no existes», (la de enseñar a pescar me da asco repetirla). Con estos y otros muchos mantras neoliberales se preparó el terreno para arrojarnos a una disputa sin apelación alguna. «No hay derechos para todo mundo, así que cada cual conquiste lo suyo», dijeron, y nos pusimos a embestir ferozmente al prójimo hasta conseguir un mendrugo. En esa carrera de «ganar el pan con el sudor de su frente», en ese frenesí de cuerpos exhaustos y vencidos, la rebelión fue quedando postergada por aplicativos con servicios promocionales, además, nos ofrecían vía mensajería virtual un buen repertorio de dogmas reconfortantes para nombrar la experiencia de vivir en medio del incendio: «hazlo tú mismo», «confía en tu esfuerzo», «muestra tu mejor versión». En resumen, aprende a competir y a mostrar tu lado más infernal, lo necesitarás, el lado más acorde para andar en medio de las llamas, ante selvas que arden, Gaza calcinada y migrantes que huyen de las balas.

Y así nos va… «Selfies», publicaciones de auto-promoción, arrogancia desmedida, exhibicionismo vocacional, el nombre como marca, curadurías de sí mismo, la vida privada como espectáculo, el yo que emprende, con incertidumbre, en el oleaje de sálvese quien pueda. Y como consecuencia, y todas las personas que vivimos de trabajar lo sabemos, las usuales presiones psíquicas, síntomas de ansiedad, angustia y malparidez cósmica. En definitiva, déficits de reconocimiento que subsanamos rivalizando con otros por atraer la atención que la sociedad supuestamente nos debe, buscando un yo que sea enaltecido por el mercado, nuestro nombre como etiqueta exclusiva, o como cicatriz, del esfuerzo invertido.

¿Cómo intentar escapar, o driblar, ese mandato perverso del mercado? ¿Como sortear esas ataduras subjetivas, esa programación algorítmica?, ¿servirá de algo ejercitar aquella antigua táctica de luchadores austeros, de anarquistas enemigos del prestigio: el anonimato como respuesta política? Ante semejante escenario quizás el anonimato movilice una virtud: la posibilidad consciente de elección, o por lo menos, con el contra-hechizo del escepticismo, repeler las brujerías del mercado. Frente a las urgencias por ser visto, por complacer la vanidad y alborotar al narciso que nos posee, ¿cómo interpelar esas reglas ocultándonos, amplificar la voz sin dejarse ver, como desaparecer para que emerja el valor de un acto, de una obra silenciosa y no el marketing del yo?

No hay respuestas definitivas para estas cuestiones, eso se responde colectivamente, quizás en la conversación en el espacio público, pero pienso en importantes y bellas obras de la humanidad realizadas por hombres y mujeres trabajadoras, por manos, cerebros y corazones anónimos que iluminan nuestra historia. Cada una de las ciudades, pueblos, murallas y caminos de este planeta han sido hechos por cuerpos, explotados y esclavizados, sin nombre. Son patrimonio histórico de una humanidad laboriosa y tenaz, «son nuestros, en el sentido de que no nos pertenecen», alterando una frase del nadaísta colombiano Gonzalo Arango. Ejemplos hay miles, y no solo pienso en todos las artistas creadoras de las pinturas rupestres en muchos lugares, también en los grafiteros repentinos en nuestras urbes. Pienso en los maestros orfebres precolombinos que dejaron un testimonio de su paso por el mundo, en la artista herrera que forjó la mano de Urulegi para dejar bien inquietos a los filólogos actuales. Y así con innumerables ejemplos más, los canteros y talladores de las gárgolas de las catedrales góticas que inspiraron a Victor Hugo y se confabularon con Baudelaire, quienes escribieron y recopilaron Las mil y una noches para, a la postre, entretener a Borges. Las personas que concibieron el I Ching y, quizás previéndolo, nos ayudan a reducir el azar de una historia convulsa e incierta. Pienso en los anónimos soldados camarógrafos soviéticos que captaron los paisajes del retorno de la guerra, y que probablemente murieron el mismo día en que registraron su marcha de regreso. Luego Tarkowsky, invocándolos, incorporó esas imágenes como memoria de aquel esfuerzo en su film El Espejo.

Alguien dirá que los reaccionarios también hacen uso del anonimato, pero en ese caso, aupados por los poderes, no pretenden resguardarse, es más bien un acto de cobardía, evitar las huellas de sus crímenes. El anonimato atrae los reflectores hacia las acciones guiadas por una ética insobornable, no hacia el egoísmo vanidoso. El valor genuino que lo impulsa nace, muchas veces, del cuidado mutuo, de eludir la represión y el control. Los anónimos creen, con pasión, que existen ideas que los trascienden. Puede decirse que ha sido siempre un recurso, casi un patrimonio táctico, de quienes han vivido dictaduras. Ocultarse, difuminarse, pasar a la clandestinidad, presentarse bajo seudónimo, han sido rutas de fuga de los perseguidos, de los vigilados, de los que están bajo amenaza permanente.

Seguro que muchas personas que luchan contra la injusticia ameritan ser reconocidas y vistas, que sus cuerpos y rostros sean presencias en una memoria compartida de referentes y sueños. Aquí su compromiso, sin duda, no era perseguir fama ni ser una celebridad, apenas se sintieron movilizados por honrar unas nobles causas que los superaban, justas y nobles causas que aun esperan ser conquistadas. Quizás la obras que son hechas sin esperar complacencia ajena o una cascada de «me gusta» sean las que más perduran. Herman Hesse dijo algo así «(…) pertenece del mismo modo a la eternidad la imagen de cualquier acción noble, la fuerza de todo sentimiento puro, aun cuando nadie sepa nada de ello, ni lo vea, ni lo escriba, ni lo conserve para la posteridad».

Fuente: https://www.naiz.eus/eu/iritzia/articulos/el-anonimato-como-virtud

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