¿Qué ocurre cuando en el debate político (expresado en las voces de funcionarios y posibles candidatos, de los medios masivos, de la opinión pública en general) cada parte se cierra en espiral sobre sus propios argumentos, alimentándose de preconceptos herméticos y de la herencia ideológica naturalizada? Las contiendas discursivas en las cuales las posiciones involucradas […]
¿Qué ocurre cuando en el debate político (expresado en las voces de funcionarios y posibles candidatos, de los medios masivos, de la opinión pública en general) cada parte se cierra en espiral sobre sus propios argumentos, alimentándose de preconceptos herméticos y de la herencia ideológica naturalizada? Las contiendas discursivas en las cuales las posiciones involucradas niegan ontológicamente a la alteridad se transforman en ciegas exposiciones, alimentadas por odios viscerales más que por ideas. Es decir, no son debates (tampoco política).
La polarización político-social argentina entre quienes apoyan incondicionalmente al gobierno nacional y quienes lo aborrecen parece encaminar a sus protagonistas a un dogmatismo que anula el propio pensamiento (y, por tanto, la proposición de nuevas posibilidades de realidad). Pues lo que más se oye son vociferaciones cruzadas que defienden a ultranza una «forma» que se erige suprema e incólume por sobre cualquier otra posibilidad, verdades últimas -certeras por completo e incuestionables- totalmente impermeables a otras vertientes.
La reafirmación fanática de lo propio, más que dotar de poder a quien se reafirma lo acerca a su suicidio: es que las razones propias no pueden ser entendidas en tanto no se reconozca que las otras son igualmente válidas. Cuando alguien se postula como portador de la Verdad deja de entender que lo que en realidad hay son posiciones políticas específicas, en un juego de tensiones siempre móviles que son al fin las que resuelven los procesos sociales.
En las militancias sociales (institucionalizadas o no) se despliegan intolerancia a lo disímil, desde la «oposición»; como respuesta, arrogancia e impunidad asignada por la posible eternidad en el cargo público. Ambas, formas de ceguera.
La dicotomía kirchnerismo / anti-kirchnerismo (en algunos puntos sólo discursiva, según se verá) elimina opciones de análisis reveladoras de la complejidad del presente momento histórico. Antes que buenas o malas en sí mismas, las políticas de la última década en Argentina son controversiales. En la opinión del que esto escribe, no se puede tomar todo ni negar todo.
No son desdeñables (incluso pudiendo ser mejores) medidas como la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la ley de medicamentos genéricos, las inversiones en investigación y técnica, la cobertura universal para niños hijos de desocupados, el matrimonio igualitario, las políticas de derechos humanos para lo acontecido en el período 1976-1983, entre otras. Deberían cuestionarse, en cambio, las políticas en terrenos como la agricultura, la pesca y la minería (extractivistas y nocivas todas), la reducción de la discusión en materia de derechos humanos a lo acontecido en el período 1976-1983, el excesivo centralismo político a partir del manejo discrecional de recursos del Estado, un sistema impositivo que continúa siendo fuertemente regresivo, la promoción de la Asignación Universal por Hijo como feliz acto de gobierno (sobre todo si se recuerda que el país posee condiciones para dar trabajo y alimento a varias veces el número de su población), etc.
Reconózcase además que la agenda de los últimos años ha estado dictada por el oficialismo: «buenas» o «malas» son las únicas ideas que se han escuchado. Y que negarlas por completo iguala la gestión política nacional a un «juego de suma cero», en el cual se vuelve siempre (cada cuatro u ocho años) a la nada del comienzo. A su vez, la «discusión» planteada por la «oposición» trivializa toda lectura. Por caso, es poco serio e insostenible (des)calificar al gobierno nacional como dictadura. Entre muchas otras razones porque, precisamente, durante una dictadura la primera palabra pública que desaparece es la de dictadura…
Pero volviendo a la complejidad del actual proceso histórico, son escasas las voces que simultáneamente reconocen la coexistencia de logros y de todo lo que falta por hacer (debe aclararse que se trata de «dilemas ideológicos», de difícil resolución, antes que de posturas de consensos conformistas a dos extremos o de pactos a mitad de camino, que sólo sirven para no cambiar nada). Lo generalizado es el embanderamiento acrítico en un color o en otro dentro de una bipolarización simplificadora (e inmovilizadora) entre un sector que se dice ser el paladín del progresismo, y quienes llaman al orden de los papeles, sector que históricamente ha conservado todo lo que pudiera ser conservado (curiosamente en Argentina defienden el status quo aquellos que tienen el capital y el poder… ¡y quienes no lo tienen!) [1].
Quizá no pueda entenderse a la Argentina moderna sin comprender al peronismo (por otra parte, una vasta e inasible tarea). Tal vez tampoco sin considerar el peso de la autodenominada clase media, oscilando hoy otra vez hacia la derecha más dura. De fronteras difusas, la clase media se corresponde con la reproducción simbólica y material de certificaciones que acreditan movilidad y ascenso social, a menudo a partir de simulacros dadores de visibilidad. Los relatos familiares que apelan a las ideas de esfuerzo y de sacrificio son funcionales al desconocimiento de la existencia de condiciones materiales que exceden la simple voluntad de los sujetos («Lo que tengo me lo he ganado», «El que es pobre es pobre porque quiere», y otras aberraciones discursivas e ideológicas por el estilo). En la región pampeana, esta clase media simpatiza con quienes energizan el modelo agro-exportador, estando quienes la encarnan vinculados directamente a él o no.
Ahora, la ausencia de disputas igualmente irascibles entre kirchnerismo y estos productores agrarios respecto de la naturaleza del modelo agrícola (más allá de la apropiación de la renta que aporta el mismo) relativiza la profundidad del supuesto enfrentamiento. Esto es, la pugna nada tiene que ver con cuestiones estructurales, de fondo o centrales.
El «modelo sojero» (desigualador, concentrador de riquezas, que limita al país a seguir siendo periferia generadora de materias primas) configura el aparato productivo medular de las provincias de la región central del país. Sobre esta estructura -sobre esta forma de producir- en base a la cual se alza el resto del edificio social, según el pensamiento marxista, no hay desacuerdos kirchnerismo / anti-kirchnerismo. Soja para «todos» es la consigna que hermana a los «enemigos».
Acaso el rechazo al gobierno nacional de parte de muchos sectores conservadores hunda sus raíces en razones culturales antes que económicas. Sobre todo si se considera que quienes detestan la sola referencia a la actual gestión presidencial no han dejado de crecer en la últimas décadas (un escenario impensable poco antes de 2002, cuando aparece este nuevo proceso en la historia del país). Uno más de los debates culturales que han contribuido al modelado de la Argentina de los últimos 70 años.
Hipótesis: el kircherismo -gobierno peronista al fin- genera repulsión entre los sectores acomodados (y los que creen o pretenden serlo) porque expresa que otra vez las patas están en la fuente, como en aquel lejano octubre en que las periferias indeseables llegaron al centro de Buenos Aires.
Nuevas patas… Sin que se viva una verdadera transformación social, sin que se afecte lo medular de la matriz de desigualación social en estas remotas latitudes hartas de tierras, hartas de brazos. Y de mañana.
Nota:
[1] La derecha opositora (lo que no indica que el oficialismo sea una izquierda real) encuentra hoy lo que el conservadurismo rara vez consigue: un apoyo intelectual de buena recepción popular. Encarnan hoy este rol sujetos mediáticos como Pablo Rossi y la relativamente reciente novedad de Jorge Lanata, haciendo justicia a través de un modelo de periodismo para todos.