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El avance conservador no significa el simple retorno al neoliberalismo en Argentina

Fuentes: Rebelión

Mauricio Macri, líder de la coalición Cambiemos, será el próximo presidente de Argentina. Macri ganó por un estrecho margen sobre Daniel Scioli, quien fuera respaldado por la saliente presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Los pocos votos de diferencia no menoscaba la fuerte legitimidad democrática del nuevo gobierno. Sin embargo, sí traza el estado actual de […]

Mauricio Macri, líder de la coalición Cambiemos, será el próximo presidente de Argentina. Macri ganó por un estrecho margen sobre Daniel Scioli, quien fuera respaldado por la saliente presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Los pocos votos de diferencia no menoscaba la fuerte legitimidad democrática del nuevo gobierno. Sin embargo, sí traza el estado actual de las preferencias políticas del país, divididas en dos bloques opuestos, de dos mitades iguales, con representación institucional más o menos equivalente en el Parlamento, las provincias y los municipios.

Los efectos políticos de esta realidad escapan a las simplificaciones analíticas que sugieren un sencillo regreso al neoliberalismo de los años 1990s, o la mentada «restauración conservadora». Se observa, sin duda, el nacimiento de la nueva política de derecha del siglo XXI en Argentina, así como también en América Latina en general, electoralmente competitiva y cuya naturaleza todavía está en desarrollo. Es demasiado pronto para comentar más sobre ella en este momento. Sin embargo, hay razones para pensar que, a pesar de la llegada de Macri y su coalición conservadora pro-mercado Cambiemos, un regreso contundente al neoliberalismo parece poco probable hoy en la Argentina.

El rendimiento de Cambiemos ha sido extraordinario, ya que mostró poder de fuego electoral más allá de la ciudad de Buenos Aires, penetrando bastiones tradicionalmente peronistas, como la provincia de Buenos Aires, o Jujuy en el norte del país. La coalición ahora gobernará Buenos Aires, ciudad y provincia, Mendoza, Entre Ríos y Jujuy. La provincia de Santa Fe, gobernada por el Partido Socialista, puede ser una aliada estratégico.

Macri, el primer presidente de Argentina desde la transición que viene de una tercera fuerza política, distinta del peronismo y el radicalismo, asumirá la presidencia con un nivel respetable de presencia territorial en provincias y municipios. Las mismas son las más ricas en recursos debido a que constituyen los distritos de mayor producción primaria de exportación del país. Macri también fue apoyado por la mayoría de votantes en algunos distritos que eligieron gobernadores peronistas, siendo Córdoba el caso más llamativo donde Cambiemos se hizo con más del 70 por ciento de los sufragios.

Sin embargo, el pan-peronismo mantiene el control de diecisiete provincias y cientos de municipios, el quórum del Senado y sigue siendo la primera minoría en la cámara baja. Los presidentes tienen margen de maniobra para negociar acuerdos entre partidos y forjar un nuevo consenso político en contextos de parlamentos adversos. No obstante, la realidad institucional descrita presenta el primer problema objetivo para deshacer con rapidez las políticas que fundaron el consenso post-neoliberal en Argentina.

Las condiciones de 2015 no son las condiciones de 1989 o 2003. En gran medida, la presidencia de Carlos Menem y Néstor Kirchner fueron precedidas por una profunda crisis social y económica que, a su vez, abrió el camino para la generación de nuevos consensos políticos. Los efectos psicológicos de la hiperinflación construyeron las condiciones para la profundización de reformas radicales de mercado en los años 1990s. Y el desempleo y la crisis económica del año 2001, además de la movilización social desde abajo, una vez más, establecieron el terreno para un cambio en la política hacia la izquierda. Esta fue la época del llamado «Consenso de Washington» y la abrumadora presencia del FMI en la región, imponiendo programas de ajuste estructural y reformas de mercado como precondición para prestar dinero por debajo de las tasas de mercado. Las condiciones para la presidencia de Macri son sustancialmente diferentes. La deuda en moneda extranjera es baja en comparación con el 2003, el desempleo está en mínimos históricos, las pensiones son casi universales, los sindicatos recuperaron posiciones de fuerza, y negocian paritarias cada año. Ha habido mejoras en relación con los derechos de las minorías (matrimonio entre personas del mismo sexo), derechos humanos (derogación de leyes de impunidad y reactivación de juicios a genocidas) como así también en materia de políticas sociales, como la asignación universal por hijo. Todas medidas que han ganado un fuerte consenso que, aunque no es total, sí es multipartidario. Los altos niveles de informalidad laboral siguen siendo un problema, y ​​desde 2011 la economía se ha amesetado. Sin embargo, no existen condiciones objetivas para un apoyo abrumador para cambiar el curso de una manera radical, otra razón para ser prudente en lo que respecta al «retorno al neoliberalismo».

Pero, sobre todo, una de las razones más importantes para ser cautelosos acerca de lo que viene en la política argentina es lo que podemos llamar el exceso democrático, que desborda la estricta política de partidos y se manifiesta en la configuración de dos identidades políticas en competencia. La segunda vuelta presidencial mostró que las preferencias electorales coincidieron esta vez con las líneas que dividen las identidades políticas en Argentina. Pero ¿cuáles son las diferencias entre preferencias e identidades y por qué su distinción es importante para sostener que un regreso contundente al neoliberalismo sigue siendo poco probable por el momento?

En resumen, un sistema democrático basado sólo en las preferencias es un simulacro, mientras que otro basado sólo en identidades políticas es violento. La característica relevante de la democracia de hoy en la Argentina es que se trata de preferencias e identidades. Veámoslo con un poco más de detalle.

Las preferencias políticas pueden cambiar rápido como un consumidor persuadido por los efectos de la publicidad de una nueva marca que comercializa un producto que no es nuevo y que cumple la exactamente misma función. Las identidades políticas, por otra parte, son algo diferente. Ellas también cambian pero lo hacen de forma más gradual. Sobre todo, la principal diferencia entre una preferencia política y una identidad política es el nivel de compromiso que tienden a generar, en particular cuando sus titulares perciben que su preferencia / identidad está bajo amenaza. Una preferencia está determinada por la «libertad de la persona a elegir», mientras que una identidad política se define principalmente por los vínculos de pertenencia a una comunidad de pares con quienes se comparte algo valioso. Si bien una preferencia puede ser sustituida por una «opción diferente», una identidad política bajo amenaza resulta en resistencia, un alto grado de compromiso y la movilización.

Lo interesante de observar en el contexto de Argentina es la coexistencia de dos identidades cualitativamente diferentes que son, al mismo tiempo, dos partes cuantitativamente similares. Brevemente, una de las identidades en pugna se puede resumir como «latinoamericanista, neo-desarrollista», mientras que la otra como «cosmopolita, Pro-mercado». Estas dos identidades que compiten entre sí tienen un núcleo duro pequeño, que tiende a ser más ideológico, y varios anillos más blandos alrededor formado por los miembros que muestran diferentes grados de lealtades en función de las políticas y sus circunstancias específicas. Los anillos exteriores, inevitablemente menos ‘puros’ y más ‘contaminados’, son los que definen la suerte de una elección. Pero, es el núcleo duro el que tiene el poder hacia el interior de las organizaciones políticas y define las estrategias electorales.

En efecto, existe una mayor complejidad de identidades políticas en Argentina, pero estos dos son las dominantes. Y ellas son relevantes para la democracia porque expresan dos proyectos culturales, económicos y políticos diferentes, y, más importante aún, porque están compitiendo en igualdad de condiciones. En otras palabras, ambas encarnan un tipo de narrativa creíble capaz de seducir casi a la mitad de la población. Tener al menos dos identidades políticas compitiendo entre si representa una de las formas más eficaces para establecer mecanismos de rendición de cuentas que son vitales para una democracia no delegativa en un sistema presidencialista como el argentino. Y esta es la razón más importante para sostener que un regreso contundente al neoliberalismo, a pesar del giro conservador en el gobierno, sigue siendo poco probable.

El diario conservador La Nación, el día después del éxito electoral de Macri, titula su editorial «No más venganza», llamando abiertamente a detener los juicios a los genocidas que asesinaron y desaparecieron miles de personas durante la dictadura. El rechazo popular a la editorial, como el exhibido por los propios empleados de La Nación, entre otros, ha sido abrumador. Esto es un síntoma de lo que está ocurriendo en Argentina. Macri argumentó en varias ocasiones durante su campaña que la gente quería «vivir cada día un poco mejor»; el 51 por ciento del electorado apoyó ese discurso. Pero también es claro que una victoria en las urnas no significa que el electorado haya delegado su soberanía.

Dr. Juan Pablo Ferrero es profesor de Política Latinoamericana con sede en la Universidad de Bath (Reino Unido).

Artículo publicado originalmente en Inglés en International Policy Digest, el 25.11.15, bajo el título «Mauricio Macri Wins in Argentina but Return to Neoliberalism Unlikely» http://www.internationalpolicydigest.org/2015/11/25/macri-wins-in-argentina-but-return-to-neoliberalism-unlikely/ Traducido al castellano por el autor.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.