Argentina año cero. Un movimiento desplazaba del poder al conquistador e imponía el sistema político de los descendientes del conquistador. Los llamados criollos. Algunos le dieron al movimiento el nombre de revolución. 25 de mayo de 1810. El «proyecto nacional burgués» estaba en marcha. Pero este proyecto no habría de concretarse hasta 1879, cuando un […]
Argentina año cero. Un movimiento desplazaba del poder al conquistador e imponía el sistema político de los descendientes del conquistador. Los llamados criollos. Algunos le dieron al movimiento el nombre de revolución. 25 de mayo de 1810. El «proyecto nacional burgués» estaba en marcha. Pero este proyecto no habría de concretarse hasta 1879, cuando un general tucumano, Julio Argentino Roca, decidiera la campaña del desierto, provocando así un genocidio planificado contra el aborigen, contra el dueño de estas tierras. El proyecto nacional argentino terminaba de concretarse. El territorio de lo que alguna vez fue parte del imperio Inka, quedó consagrado a la nación argentina, nacieron los símbolos «patrios» y se escribió entonces, la historia oficial.
25 de mayo de 2009. Adelantando los festejos del bicentenario, la burguesía nacional argentina, procura refundar la nación. Nos hablan de los próceres, una vez más se resalta y exalta el orgullo nacional. ¿Pero es nuestro el proyecto del bicentenario? Recordar un movimiento que de revolucionario tuvo muy poco, por cuanto no cambió el modo de producción ni las relaciones sociales entre las clases, es recordar el proyecto de las élites locales. No el del pueblo llano, ni el de las bases y mucho menos el de la población aborigen, que hasta el día de hoy, sigue humillada y vilipendiada. Entonces es importante asumir que el proyecto de «la nación argentina» no es un proyecto común, inclusivo, que nos convoque a todos los argentinos y argentinas. Acaso tampoco convoca a los ciudadanos de otros países que tuvieron que recalar en estas tierras para buscar trabajo y una mejora material de sus vidas. Y no hablo solamente de los primeros inmigrantes de origen ruso, español, italiano, o con posterioridad árabe, japonés, coreano o chino. Hablo de nuestros hermanos latinoamericanos, peruanos, bolivianos o paraguayos, que en suelo argentino, ven sus derechos humanos conculcados. Y nuevamente me asalta la pregunta ¿De quién es el proyecto de supuesta liberación nacional que celebramos el 25 de mayo? Y que es el mismo a fin de cuentas que celebramos el 9 de julio, cuando en mi Tucumán natal, recordamos la firma de la independencia nacional.
Cuando el 24 de marzo de 1976 los militares argentinos asaltaron el poder una vez más, acompañados de un sistema de represión perverso y salvaje, denominaron a su «empresa» proceso de reorganización nacional. Estaba claro que hablaban de refundar la nación bajo los principios burgueses de aquel proceso «revolucionario» abierto el 25 de mayo de 1810 y cerrado en 1880 con la masacre de la Patagonia. Este es el proyecto del bicentenario. Todo aquel que no lo comparta es un infame traidor a la patria, aún cuando este proyecto implique, «vender a la misma patria» que se dice defender. Esos son los verdaderos valores del bicentenario. Valores que por una conciencia de clase y por una conciencia histórica no puedo compartir. No son los valores de un proyecto que verdaderamente incluya a todos y a todas los y las habitantes del suelo, hoy, denominado Argentina. Incluido nuestros hermanos latinoamericanos, incluido los primeros inmigrantes y sus hijos, e incluidos, y sobre todo ellos y ellas, los pobladores de sangre indígena, los verdaderos dueños de estas tierras, los antiguos dueños de las flechas. No es mío el proyecto de San Martín, o de Belgrano. No es mi proyecto el de Sarmiento, Alberdi o Roca. No es mi proyecto el de los generales procesistas. Es el proyecto de la burguesía, ni siquiera la burguesía preocupada por los intereses de la nación, ya que la nuestra, muy particularmente, ha sido la burguesía preocupada por el vil negocio, aún a costa de lo nacional. «La patria», aquella de los «padres», aquella de los «Pater familia», no es, ni puede ser, mi proyecto de país. Este proyecto, el del bicentenario es el proyecto de unos pocos para seguir adormeciendo a una mayoría, sometida a los «padres de la patria».
Mientras el pueblo llano, los de abajo, los trabajadores junto a los inmigrantes trabajadores, junto a los indígenas trabajadores, junto a los desocupados trabajadores, no seamos capaces de reunirnos alrededor de un proyecto común, seguiremos celebrando por imposición una fiesta a la que no solo nos obligan a celebrar sino, y sobre todo, a la que nunca nos invitan. En esto, el primero de mayo, como fecha internacionalista nos debería unir mucho más al conjunto de ideas transformadoras que un proyecto nacional.
Este año se cumplen 40 años del ciclo de movimientos rebeldes que sacudieron al país de norte a sur, aquel ciclo que comenzara en Rosario con el Rosariazo y que culminara un 29 de mayo con el Cordobazo. El proyecto de aquella generación de mayo era muy distinto al de la generación de mayo de 1810. El primero es el proyecto de país al que yo adhiero. El país de la solidaridad de clases, de la conciencia de los trabajadores, el país que clama por la justicia social, el país que clama que se paguen las deudas internas antes que las externas, el país que clama a gritos ser reconocido. El otro país, que lejos de celebrar el proyecto del bicentenario, busca tener un motivo de celebración en la inclusión de todos y todas. Solo de esta manera cobrará sentido hablar de «una Nación Argentina». Hasta entonces, yo no celebro el 25 de mayo, ni el 9 de julio. No es mi proyecto. Es el de la burguesía.