En una conferencia ante los medios de comunicación, a propósito de los acontecimientos en Iguala, Guerrero, el procurador general de la República aseveró que estaba «cansado» dando a entender: fatigado, fastidiado, ante los insistentes cuestionamientos y reclamos que le formulaban los reporteros a los que «respondía» de manera escueta, parca, y sin contenido sustancial respecto […]
En una conferencia ante los medios de comunicación, a propósito de los acontecimientos en Iguala, Guerrero, el procurador general de la República aseveró que estaba «cansado» dando a entender: fatigado, fastidiado, ante los insistentes cuestionamientos y reclamos que le formulaban los reporteros a los que «respondía» de manera escueta, parca, y sin contenido sustancial respecto a los crímenes de lesa humanidad cometidos por el Estado mexicano a través de los policías municipales de Iguala al mando del presidente municipal perredista y su esposa la noche del 26 de septiembre de 2014 cuando fueron asesinadas seis personas, tres de ellas normalistas; otras 20 resultaron heridas, un joven quedó en estado vegetativo y 43 normalistas fueron secuestrados-desaparecidos y hasta la fecha se desconoce su paradero.
Pudiera parecer un dislate el haber pronunciado ese estado de ánimo ante un público ávido de información y de respuestas oficiales que nunca recibió, pero lo cierto es que esa expresión esgrimida por un alto personero del gobierno federal es indicativa de una profunda incapacidad estructural del régimen para dar solución a los problemas del pueblo de manera expedita, sin cortapisas y de largo aliento. En su lugar, expresa el cansancio de un viejo régimen que, antaño, se denominó PRI-gobierno, que sólo experimentó un interludio de poder durante la docena trágica nacional cuando gobernó el derechista Partido Acción Nacional (PAN) durante 2000-2012, sin que hasta la fecha haya habido cambios sustanciales durante el largo período en que predominó la dictadura perfecta del PRI desde el año 1929, bajo un régimen presidencialista-autoritario que prevalece hasta nuestros días «recargado».
Desgraciadamente en México el Otoño del patriarca, que reproduce y recrea las dictaduras militares latinoamericanas que prevalecieron durante las décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado, no ha pasado a término: prevalece hoy en día con fuerza, se reproduce como una larva bajo los contornos de viejos y desgastados odres autoritarios, viciados, incapaces de contener en su seno a los nuevos vinos: las problemáticas y soluciones que requieren los pueblos contemporáneos y sus multitudes juveniles de cara a un presente proyectado al futuro, mientras que el régimen mira al pasado, entorpecido, en contubernio con las viejas prácticas corrompidas y putrefactas de la dominación política que incluyen la corrupción, la extendida impunidad, la superexplotación del trabajo, el incremento de la pobreza y pobreza extrema, del narcotráfico y de la entrega de los recursos energéticos del país a las grandes empresas transnacionales del imperialismo a través de reformas restructurales. En su seno -y en la práctica- se asfixian los poderes legislativo y judicial y le confieren el mando del poder político del Estado mexicano al minúsculo presidente de la República, incapaz de dar la cara ante los graves problemas nacionales y sociales, justamente comportándose como un patriarca omnipresente, todopoderoso y encumbrado en el laberinto de la soledad, determinando y tratando de imponer infructuosamente las múltiples trayectorias del acontecer nacional, de la vida de millones de mexicanos y las formas y mecanismos de entrega de los recursos naturales y territoriales a los extranjeros a través de fastuosas reformas mal llamadas estructurales.
Es posible relevar, entre los más significativos, tres acontecimientos insurreccionales que preceden a las actuales movilizaciones populares y de los padres de familia de los 43 secuestrados-desaparecidos en contra el poder constituido del actual ancien régime: las jornadas de lucha del pueblo mexicano durante la revolución popular de 1910-1917, que acabaron con el régimen dictatorial del porfiriato; el movimiento estudiantil-popular y la masacre de 1968 que culminaron en la limitada y propagandística «apertura democrática» del echeverrismo. Por último, el alzamiento y constitución del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) el 01 de enero de 1994, justamente cuando dio inicio el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) impuesto por el gobierno federal, los empresarios y las transnacionales a la sombra de sus intereses comerciales y lucrativos.
Estos acontecimientos marcan la historia trágica de nuestro país y en el día de hoy se sintetizan en Ayotzinapa como eje articulador de una insurrección popular y ciudadana que, a la par, es víctima de una injusticia ancestral y del genocidio de un régimen político de vieja usanza que se resiste a perecer y se refugia cada vez más en el autoritarismo y en la represión.
El movimiento -inicialmente social-popular, juvenil-estudiantil-magisterial- clama por todos los rincones de nuestro país, y anuncia al mundo entero, el regreso con vida de los 43 estudiantes normalistas que fueron secuestrados y luego hasta la fecha desaparecidos sin que el gobierno Federal, estatal o municipal, así como personeros del ejército, rindan una explicación cabal, certera y contundente sobre las causas que llevaron a este ya caracterizado crimen de lesa humanidad por organismos como Amnistía Internacional, la ONU e, incluso, la organización de derechos humanos Human Rigths Watch.
La insurrección ciudadana va subiendo de tono sin partidos políticos cómplices del genocidio y envueltos en sus corruptelas partidocráticas y mezquinas. El pueblo y la ciudadanía se organiza cada vez más y mejor. Sus organizaciones sociales y de clase perciben que, además de la coyuntura de lucha por los normalistas desaparecidos, es preciso y urgente desarrollar tareas estratégicas como el esclarecimiento de los miles de desaparecidos, de la existencia de fosas clandestinas con restos humanos en buena parte del país que se descubren todos los días sin identificar a los responsables de estos crímenes, la injusticia, el narcotráfico y, en la cima, la responsabilidad congénita del Estado mexicano como causante fundamental de estos acontecimientos.
Este es el punto de partida para el desencadenamiento de múltiples y profundas transformaciones históricas que planteen el reto de construir nuevas estructuras de vida humana y social superiores al mísero capitalismo. Mientras tanto: ¡el Ancien Régime, subrepticiamente, se comienza a desmoronar!
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