Extraño fenómeno ha generado el resultado de las primarias (PASO) en la Argentina, como consecuencia de ello una franja importante de los candidatos opositores no solo se encuentran eufóricos por lo que consideran la irreversibilidad de los cómputos en las elecciones legislativas de octubre; sino que a la vez ya se están disputando «la banda […]
Extraño fenómeno ha generado el resultado de las primarias (PASO) en la Argentina, como consecuencia de ello una franja importante de los candidatos opositores no solo se encuentran eufóricos por lo que consideran la irreversibilidad de los cómputos en las elecciones legislativas de octubre; sino que a la vez ya se están disputando «la banda presidencial», que conforme al cronograma electoral tendrá lugar recién dentro de dos años.
Es obvio que si uno analiza, prima facie, la cuestión numérica de lo que sucedió en las PASO, la euforia opositora parece, cuando menos, excesivamente sobredimensionada; máxime atendiendo a que no hubo un sector que se destacara como predominantemente hegemónico en los comicios de referencia. A tal punto que el propio oficialismo termino convirtiéndose en la primera minoría.
Sin embargo, el grueso de la oposición parece estar dispuesta a «mirar pero no ver» ese, no tan pequeño, detalle. Por el contrario, ya dan por sentado lo que ellos denominan «el agotamiento del ciclo kirchnerista» y el surgimiento de «una nueva forma de hacer política» que, en los hechos, nada tiene de nuevo y mucho de viejo, ya que es una reminiscencia absoluta de los postulados neoliberales que en la década del 90 se presentaba a la sociedad bajo el ropaje de «la modernidad».
Lo cierto es que los portadores de «lo nuevo, nos referimos por un lado al «macrismo» y por el otro al «massismo» ya se están tironeando, evidentemente con mucha anticipación, para ver quien ocupa «la pole position» en las elecciones presidenciales del 2015.
Y es, precisamente, en el marco de ese «tironeo» como salen a relucir aquellas cuestiones que en algún momento los medios no hegemónicos informaron oportunamente y «los medios dominantes» se encargaron de ocultar. Nos referimos a las reuniones secretas que el titular de Clarín (Magneto) mantenía con los dirigentes opositores a los efectos de aunar esfuerzos y unificar criterios para confrontar con el kirchnerismo.
No por casualidad el conglomerado opositor alzó la voz al unísono en rechazo a la democrática ley de medios; contando para ello con toda la estructura mediática que el Grupo Clarín supo poner a disposición de los más enconados opositores. De esta manera, y a cambio de promocionarse, el gran multimedios se encontró con un sinnúmero de voluntades dispuestas a «cuestionar» la ley de medios; algunas de esas voluntades hasta fueron capaces de emitir un decreto (sin el más mínimo sustento legal) para proteger la integridad patrimonial del Grupo. Es dable destacar que, prácticamente todos (los miembros de la oposición) estaban dispuestos a mostrarse públicamente como los defensores incondicionales del monopolio comunicacional; especulando que a futuro el Grupo «apadrinase» su candidatura y los promoviese a través de los distintos canales de su red televisiva, radial y de prensa escrita.
Sin embargo, la bendición recayó sobre el intendente de Tigre, por la simple razón que los otros candidatos no despuntaban con muchas posibilidades de salir airosos.
Hasta ahí la cosa se desarrollaba por los carriles de la «normalidad», el problema es que luego de realizadas las primarias, el Intendente de Tigre se sintió con firmes posibilidades de aspirar a la presidencia de la república; lo que molestó por demás al jefe del PRO (Macri) quien se arrogaba ser el candidato natural para ocupar semejante puesto en el 2015. Convengamos que no es lo mismo aspirar a la presidencia y contar con el apoyo absoluto del gran multimedios argentino, que contar con un apoyo fragmentado.
Es por ello que recientemente, el jefe de gobierno porteño, Mauricio Macri en una entrevista realizada por el diario Perfil, reveló (quizá, dando rienda suelta a su enojo) que «un grupo de personas del hacer y del pensar» a los que identificó como «el Círculo Rojo» lo impulsaron a unirse con Sergio Massa.
Magro futuro el de nuestro país con «dirigentes» de estas características; si siendo simplemente candidatos ya aceptan esta clase de presiones; no es muy difícil imaginar quien gobernaría de llegar ellos a la presidencia.
No obstante, y como para atenuar sus dichos, el líder del PRO, ahora salió a manifestar que se refería a «una minoría que está sumamente politizada». Lo cierto es que, en la entrevista en cuestión, cuando el cronista le preguntó si entre los que integraban el enigmático «Círculo Rojo» se hallaba Clarín; el jefe de gobierno porteño sin negarlo, solo atinó a decir: «no lo personalizaría en alguien».
Como vemos las primarias no solo sirvieron para poner eufóricos a los representantes políticos del establishment; sino también para sacar «algunos trapitos» al sol.
Sin embargo, ahí no se agotan los efectos de las primarias, pues, parece ser que las mismas han desatado una suerte de efecto expansivo; ya que además han dado lugar a la aparición de diagnosticadores a distancia de la salud de la presidenta.
El primero de ellos fue el periodista del Grupo Clarín, Nelson Castro, que haciendo gala de su condición de médico le atribuyó a la Presidenta «el síndrome de Hubris», una «patología» no reconocida por la Organización Mundial de la Salud y que, supuestamente, «hace perder la perspectiva de la realidad» pero solo en aquellos que se encuentran «en el ejercicio del poder». Eso sí, solo es pasible de afectar a aquellos mandatarios que encuadran dentro de lo que cientistas políticos liberales (y obviamente, el poder mediático) caracterizan como «gobiernos populistas».
A decir verdad, la gran mayoría de los especialistas en psiquiatría y psicoanálisis salieron a cuestionar duramente «las fantasías» de Castro y su temerario diagnóstico ha quedado lejos de conservar algún signo de veracidad y mucho de ridiculez. Sin embargo, no conforme con eso, apareció un flamante «discípulo de Castro» que -aun reconociendo su ignorancia en el tema: «entiendo muy poco de medicina»- se atrevió a diagnosticar que» la Presidenta Cristina Fernández tiene problemas psicológicos». Augurando luego que, «tendrá un final de gestión muy malo si no hay cambios».
Un desentendido de la política local podría preguntarse si se refiere a un cambio de terapeuta o a un cambio de rumbo político.
Pero quienes estamos inmersos en la realidad cotidiana de nuestro país; sabemos perfectamente de que se tratan estos cuestionamientos. Pues, los resultados de las primarias han aportado un mínimo de «oxigeno» a quienes pretenden retrotraer la Argentina a los tiempos del neoliberalismo, y que mejor que procurar la desestabilización de un gobierno que ha demostrado que las políticas del libre mercado conducen inexorablemente al empobrecimiento generalizado.
No es solo cuestión de que Cristina Fernández de Kirchner se retire sencillamente a su casa después de finalizado su mandato; de lo que se trata es de dejar una «mala impronta» del actual gobierno a los efectos de que en el futuro nadie se atreva a invocarlo como la contracara del modelo que ellos proponen, es decir, «el modelo neoliberal».
En consecuencia, no es descabellado pensar que quieren dejar una imagen traumática del actual gobierno; salvando las distancias, como la que dejaron de la gestión alfonsinista en su momento. Una manera también de dejar sentado a los eventuales sucesores de quien manda en este país.
Claro que con los candidatos que se perfilan, al menos por el momento, el establishment vernáculo no tiene necesidad de condicionarlos de antemano.
En términos sencillos, su función será «desandar lo andado» para poder volver a instalar un modelo como el de los noventa que se sostuvo a través del engaño y del control mediático de la información.
No es, por lo tanto, fruto de la casualidad que quieran mancillar la figura de la Presidenta atribuyéndole «deficiencias psíquicas», que brinden el sustento necesario para una futura destitución. Lo que al parecer no tienen en cuenta, es que no estamos en 1989 sino en el 2013; ni Cristina Fernández de Kirchner es, obviamente, Raúl Alfonsín.
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