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El Clarintelismo

Fuentes: Rebelión

Es notable cómo de la realidad política argentina brotan a diario, cual surgentes, conceptos y debates de trascendencia histórica, cultural y social. Esa característica de las últimas semanas es muy propia de procesos de transformación absolutamente desconocidos por aquí en varias décadas alrededor. Se riñe por el fondo de las cosas, y no por sus […]

Es notable cómo de la realidad política argentina brotan a diario, cual surgentes, conceptos y debates de trascendencia histórica, cultural y social. Esa característica de las últimas semanas es muy propia de procesos de transformación absolutamente desconocidos por aquí en varias décadas alrededor. Se riñe por el fondo de las cosas, y no por sus formas, aunque sea allí adonde apunte la estrategia de confusión que se han trazado los opositores. Las discusiones por disputas definitorias son totalmente desvirtuadas en el relato mediático. Una lástima.

El abordaje por parte del gobierno nacional del problema de la pobreza estructural que todavía anida en la sociedad argentina, es inmediatamente impugnado por los narradores comunicacionales con un solo adjetivo, que concentra en sí todo el odio de clase que disimulan los opinadores a sueldo del gran capital: clientelismo. Como si fueran intérpretes de Dios, subidos al púlpito de un templo sin feligresía, los sabelotodo del Apocalipsis se juntan en asamblea con los charlatanes de feria, y decretan: «Es pura demagogia».

Según los medios, toda política oficial que encare concretamente, en dinero contante y sonante la existencia de los subalternos, o en mejoras puntuales a su calidad de vida, impactando de lleno en el flaco bolsillo de los pobres, es clientelismo. ¿Hay algo menos clientelista que plantear que el problema aquí no es la pobreza, ni la marginación, sino la inequidad social que las provoca, como lo dijo hace varias semanas la Presidenta Cristina Fernández?

Pero no. Si se crean posibilidades de turismo en avión y hoteles de primer nivel para los jubilados, la derecha dice que es «clientelismo de la tercera edad». Si se universaliza el alcance de los planes sociales potenciando su efecto entre las familias más pobres, de cero ingresos o empleo en negro, juzga que es «clientelismo entre los marginales». Si se abren líneas de créditos blandos para que el segmento de menores recursos también pueda comprar desde bicicletas hasta computadoras personales pasando por el sueño de la vivienda propia, editorializan que es «clientelismo de clase media baja». Si se estimula el trabajo registrado, a través de cooperativas o microemprendimientos comunitarios, lo conceptúan de «clientelismo de los punteros del conurbano». Si se fortalecen las obras sociales para que puedan brindar a sus afiliados mejores servicios, desde hoteles en variados puntos de país hasta coberturas médicas de mayor complejidad, adjetivan que es «clientelismo sindical».

Y otra lástima que algunos dirigentes de Movimientos sociales muy respetables, con palabras muy bellas y altruistas en las siglas de sus organizaciones, como Pueblo, Trabajadores, Socialismo, Revolución, se presten al juego de la derecha comunicacional, avalando el cuento del clientelismo contado al modo de Elisa Carrió o Joaquín Morales Solá, y dejando que crezca como maleza en el relato periodístico (y en el humor social también) el ambiente propicio para quienes siguen demandando represión a los pobres.

Con una mano en el corazón, que siempre late a la izquierda, ¿es momento, hay condiciones, para el acampe de los otros días? ¿Recordarán esos dirigentes cuando en esos mismos canales de televisión y radio que hoy los invitan amablemente a sus programas, y los reportean en directo, y no les repreguntan con malicia, ayer los trataban de clientelistas, que «llevaban» al Puente Pueyrredón a protestar familias enteras, a quienes les tomaban lista de asistencia a cambio de un plan de $ 150 al mes? ¿Creen realmente que son esos medios de comunicación en cuyos micrófonos desfilan siempre las mismas voces, quienes van a defender la autonomía de sus Movimientos respecto del Estado? ¿El herrumbrado bote de los intendentes conurbanos les impide ver la magnitud del mar donde navega, vacilante pero frenéticamente la derecha? ¿Se olvidaron de las acusaciones por coacción ideológica hacia los «pobres» e «inocentes» desocupados «obligados» por esos «malvados» dirigentes a «convertirse» en piqueteros? ¿Extraviaron en la memoria la actuación de los fiscales federales que allanaban comedores comunitarios para verificar si se cumplían las contraprestaciones exigidas a los beneficiarios de los subsidios de empleo? ¿Se acuerdan esos dirigentes, que fueron esos mismos medios los que abonaron el clima represivo y la atmósfera de hastío e intolerancia que desembocaron en los crímenes de Kosteki y Santillán en 2002, en General Mosconi en 2001, y más atrás en Neuquén, en Tierra del Fuego, en Jujuy? Qué pena esos olvidos por conveniencia, porque animan a que la historia se repita como farsa o como tragedia.

Pareciera que la oposición de derecha muda de mitos semana a semana como quien cambia de camisa. De la violencia política a la manipulación y caos institucional. Del Maradona indeseable al más conveniente Maradona amigo del Negro Cáceres. De Guillermo Moreno a Milagros Sala. Del aumento de las tarifas a la Gripe A. De la inseguridad al clientelismo.

Y lo cierto es que ha sido este gobierno el que ha decretado, precisamente, el principio del fin del clientelismo. El primero de ellos, el de los medios de comunicación, que tras la sanción de la Ley de medios, ya no podrá mantener cautiva a la sociedad, con su discurso único, relatado en cadena por potentes y sincronizadas estructuras audiovisuales, convirtiendo a los ciudadanos en clientes forzosos de sus servicios en comunicación, esparcimiento, información, acceso a internet, entre otros rubros que manejan. Clientelismo de Clarín, o Clarintelismo, que se dice, que daba el fútbol en directo, previo pago del cable y el decodificador, a cambio de la bajada de línea permanente de los comentaristas y las publicidades del entretiempo.

¿Por qué no dicen los medios que, entre los beneficiarios del decreto que establece el Ingreso mensual de $ 180 por hijo de padres sin trabajo o empleados en negro, el Gobierno tuvo que incluir a los pocos peones rurales que hay en blanco, debido a que el ingreso mensual de los verdaderos trabajadores del campo es el más bajo de toda la estructura salarial del país, a la inversa de las obscenas ganancias que obtienen sus empleadores, los dueños de la tierra, o quienes las alquilan vilmente a los exportadores de soja, que no trepidan en dañar sin cura ni remedio el ecosistema? ¿Por qué no reparan los medios ni los dirigentes de la oposición, que el gremio de los peones rurales apoya a la Sociedad Rural, que su Secretario General fue candidato por el peronismo de derecha, y que su conducción está sumamente enfrentada al Gobierno nacional? ¿Por qué le niegan miserablemente grandeza y el carácter de política de Estado a una medida justa e histórica como pocas?

Cuando los empresarios rurales se fotografiaban en las rutas argentinas derramando leche de vaca que a ningún desnutrido alimentaría jamás, junto a sus peones en negro, en alpargatas con agujeros, sin dientes, cuyos hijos son obligados a trabajar de banderilleros que hacen señas a los aviones para que sea allí, justamente en ese puntito humano, el sitio donde fumiguen letales plaguicidas, ¿no era clientelismo?

Que De Angeli declare que hay que reunir a la peonada, hablarle y llevarla en camioneta a votar por quien sus patrones le… «sugieren», ¿qué es?

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.