La discusión de la Ley de Infogobierno en Venezuela nos presenta una ocasión para preguntarnos qué orienta el desarrollo tecnológico, con la intención de explorar si se trata solamente de una cuestión de implementación de nueva tecnología, o si también intervienen asuntos de interés político e ideológico. Esta reflexión toma en cuenta que la aprobación […]
La discusión de la Ley de Infogobierno en Venezuela nos presenta una ocasión para preguntarnos qué orienta el desarrollo tecnológico, con la intención de explorar si se trata solamente de una cuestión de implementación de nueva tecnología, o si también intervienen asuntos de interés político e ideológico. Esta reflexión toma en cuenta que la aprobación de la Ley tendrá consecuencias importantes, no solamente para la adopción de software libre por parte del Estado venezolano (una tarea que se encuentra adelantada desde hace varios años), sino especialmente porque debe ayudar a impulsar un conjunto de procesos de democratización del conocimiento pertinente para el desenvolvimiento de la vida pública en diferentes ámbitos de interés nacional. Por lo tanto, la discusión sobre el estudio y aprovechamiento de las tecnologías libres merece ser abordado con la mayor claridad posible, dada la oportunidad que tenemos para mirar con otros ojos el papel de la política en la orientación de las necesidades tecnológicas de nuestro país.
Para nosotros, ciertamente existen factores políticos que influyen en la orientación del desarrollo tecnológico nacional. Casi parece una necedad insistir en ello, si no fuera porque el discurso que domina la comprensión del desarrollo tecnológico tiene un carácter determinista en favor de la neutralidad de intereses y valores de la tecnología, en cuanto que afirma la evolución estrictamente técnica de los dispositivos y sistemas. Para ilustrar nuestra posición, tomaremos como referencia un ejercicio de reconstrucción de la historia de Internet, e intentaremos demostrar que, más allá de los avances técnicos, existen contextos sociales que pueden influir en la percepción que tenemos de la tecnología, y por tanto, condicionan la creación de los marcos jurídicos y políticos que le servirán de apoyo al desarrollo tecnológico. Esta conclusión resulta importante en un momento en que estamos llevando a dinámicas de discusión para la autolegislación popular, la aprobación de un instrumento jurídico para el fomento de las tecnología libres en nuestro país.
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Si reconstruir la historia de un fenómeno tecnológico como Internet resulta interesante, igualmente necesario es hacer una reconstrucción de los discursos ideológicos que le dan sentido como sistema tecnológico. De esta manera podemos comenzar a explorar el terreno que circunda una refutación de la neutralidad tecnológica, en la medida en que nos damos cuenta de que diferentes discursos juegan un papel relevante de la evolución de una tecnología como ésta, al marcar tendencias en cuanto a la interpretación de su nacimiento, despliegue y desenvolvimiento futuro.
Pero empecemos por el primer paso. Puede resultar fructífero observar cuáles fueron los hitos técnicos y políticos que permitieron que la implementación de un protocolo de comunicación entre terminales de computación germinara hasta convertirse en la «red de redes». De acuerdo con Manuel Castells (La Galaxia Internet, 2001) los aspectos críticos de este proceso fueron los siguientes:
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Creación de ARPANET (1969-1972), una propuesta presentada por corporaciones y apoyada por el Departamento de Defensa de EEUU, para mantener conectados terminales de computación. La misma se nutrió del desarrollo de una forma de comunicación entre computadores que se orientaba hacia la creación de una red descentralizada. En este momento los nodos de la red se encontraba en universidades estadounidenses.
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Creación del protocolo de comunicación TCP/IP (1973/82), para enlazar redes de computación entre sí. Es la primera implementación de una «red de redes». En 1975, ARPANET se convierte en una herramienta de comunicación del Departamento de Defensa estadounidense.
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Creación de MIL-NET (1983), una red exclusiva para uso militar, y de ARPA-INTERNET, una red con fines de investigación. Adopción por la Fundación Nacional para la Ciencia y creación de NSFNET (1988). Se procede a la progresiva privatización de Internet, con la inclusión del protocolo TCP/IP en los computadores producidos en EEUU, el cierre de la NSFNET (1995) y la licitación de la red a proveedores privados.
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Creación de la Sociedad Internet que comenzaría a supervisar el desarrollo global de la Red (1992), así como de otras organizaciones sin fines de lucro que tomarían las riendas de la gobernabilidad de Internet a escala global.
De acuerdo con Castells, el desarrollo de Internet dependió también de la aparición de un conjunto de tecnologías y protocolos de comunicación que la convertirían en lo que es hoy día. Entre ellos se encontraba el Sistema de Anuncios Electrónicos (1977) que después pasó al dominio público, y que sería adoptado por nuevas redes que utilizaban el cableado telefónico. También fue importante la creación de una red para usuarios de IBM (1981), la cual comenzaría a ser gestionada por los propios usuarios después de 1986. Con el sistema UNIX, creado en Laboratorios Bell de AT&T (1974) y utilizado por universitarios, fue posible la creación de formas de comunicación entre computadoras que compartieran este lenguaje, y que daría pie a la creación de Usenet News, la cual se integraría con ARPANET. El sistema GNU (creado como alternativa abierta a UNIX) ayudó a la creación del sistema operativo LINUX, que ayudaría a impulsar la cultura de la colaboración en Internet. Así mismo, el Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire (CERN) desarrolló un sistema de comunicaciones creó los protocolos HTTP, HTML y URL, el primer navegador web y el sistema de hipertexto; los cuales serían divulgados en 1991. En 1993 algunos centros de investigación crearían navegadores con interfaz gráfica y capacidad para soportar multimedia. Entre ellos se encontraba Netscape, el primer navegador comercial, seguido en 1995 por el Internet Explorer de Microsoft.
Para Castells, Internet es el resultado de numerosos esfuerzos científicos para lograr la comunicación entre ordenadores, y por tanto, entre personas de todo el mundo. Nace como consecuencia de la interacción entre instituciones gubernamentales, universidades y centros de investigación; y con el apoyo de la cultura académica de investigadores y de activistas de la contracultura libertaria . Además, fue necesario que las tecnologías disponibles para su constitución pudieran ser abiertamente compartidas, y que los estándares se mantuvieran abiertos y conocidos. Así, la creación de Internet es la historia de la ambición de investigadores y activistas para crear formas de comunicación e interacción novedosas, que proporcionaran apoyo a la necesidad humana de compartir información, y que se encontraran sustentadas en un sistema de arquitectura abierta en permanente construcción. Quizá por ello su conclusión podría parecer a primera vista paradójica: Internet es ante todo una «creación cultural».
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Ahora bien, además de rastrear los hitos tecnológicos que dieron origen a la Red, podemos indagar también entre los discursos ideológicos que le dan sentido. En la narrativa que presenta Castells tienen relevancia determinados actores – investigadores y activistas – que, impulsados por una sana articulación entre el amor al saber y a la libertad (eran los años 60 y 70 en EEUU), habían realizado innumerables esfuerzos por crear sistemas de información que estuvieran al alcance de todos. Se incubaban en Internet prácticas guiadas por la cultura académica, la cultura hacker y la cultura de la comunidad virtual.
Pero en la misma narrativa, otros aspectos, como la presencia de intereses empresariales, militares y geopolíticos en el devenir de la Red tienden a ser minimizados. Más bien, se supone que su participación marginal surgió como respuesta a determinados objetivos particulares, y que no aportaron significativamente a la construcción de Internet. Esta narrativa sirve para fundamentar que Internet es resultado de la necesidad de libertad, y nos hace olvidar que muchos de estos rasgos cambiaron a partir de los años 90, cuando Internet se convierte en una empresa comercial, y cuando la lógica de la industria cultural, que aún está aprendiendo a moverse en el entorno digital, entra en ella.
Ahora bien, que reconozcamos la existencia de un «mito libertario» alrededor de Internet (Almirón, Los amos de la Globalización, 2002) no busca poner en duda la relevancia de los hitos técnicos y culturales que llevaron a su construcción. Ciertamente, Internet nace en un momento en que la tecnología de los procesadores y las redes se encontraba en plena expansión, y en el que no existían tantas barreras como hoy para que las obras del intelecto humano fueran puestas a disposición del dominio público. Sin embargo, también es cierto que este espíritu de emprendimiento, guiado por la necesidad de generar conocimientos libremente, encontró un límite utilitario cuando algunos investigadores y ciertas empresas comenzaron a darse cuenta de la posibilidad de ganar dinero con la comercialización de computadores personales y, más adelante, con la capitalización del tráfico en la Red. De hecho, algunas de las empresas que hoy día dominan este sector, como Apple, nacieron en los círculos de fanáticos de la computación de los años 70, y evolucionaron con las corrientes del mercado para convertirse en las grandes corporaciones que son hoy en día.
En otras palabras, lo que sería Internet en el futuro comenzó como un terreno que se abrió a los incipientes «exploradores» y «colonizadores» del mundo digital. Una vez que ciertos estándares técnicos fueron alcanzados, las normas cambiaron para favorecer el control empresarial del mercado de innovación. Esto generó la situación contradictoria en la que nos encontramos actualmente: el espíritu originario de libre creación de conocimientos fue superado por las reglas del mercado, y sin embargo, es ese mismo espíritu el que sigue animando el desarrollo de las principales innovaciones de Internet. Esto nos lleva a reconocer que una tecnología como Internet no sería posible sin relaciones de colaboración y competencia, pero en particular, que no habría nacido si también no arrastrara consigo la lucha entre diferentes visiones del mundo y de la tecnología.
Recientemente, se dio en EEUU una discusión pública que permitió sondear esta realidad, a raíz de una declaración de Obama según la cual: «Internet no se inventó a sí misma; la investigación gubernamental creó Internet de forma que todas las compañías pudieran hacer dinero con ella». El antropólogo Adam Fish1 se ocupó de analizar diferentes argumentos que surgieron al calor del debate público, y definió cuatro discursos ideológicos que sirvieron de fundamento para las diferentes versiones de la historia de Internet. De acuerdo con sus observaciones, existen cuatro marcos ideológicos básicos, los cuales resumimos a continuación:
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Tecno-libertarianismo: Las empresas (corporaciones) son protagonistas de la creación de Internet. Este argumento se basa en la creencia en la superioridad de la libertad individual para actuar en búsqueda del beneficio económico propio, sin restricciones del Estado, y como una forma de aporte al bienestar general. Es una ideología mayormente asociada a corrientes de liberalismo político y económico.
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Tecno-progresismo: El rol protagónico lo tiene el Estado, en su papel de proporcionar fondos y un marco regulativo para el desarrollo de la ciencia y tecnología. Es una ideología alineada con el liberalismo social y la socialdemocracia.
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Tecno-individualismo: Los protagonistas del desarrollo de Internet son ciertos individuos destacados que sirvieron como base de los hitos de la construcción de la Red. Esta ideología tiene en común con la primera el énfasis en la «libertad» como forma de oposición al control del Estado, pero también se opone al control por parte de las corporaciones y de otras instituciones.
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Tecno-idealismo: Internet surge gracias a la tendencia universal hacia formas de organización post-corporativas y post-estatales, que ayudan a revelar otras formas de interrelación entre el saber y el poder. En la línea más pragmática de esta concepción se encuentran los activistas del software libre.
Para Fish, lo interesante de estas observaciones no es solamente verificar de qué manera la tecnología es descrita en función de determinados valores culturales, sino también cómo dichos valores pueden definir, una y otra vez, el «deber ser» del avance tecnológico. Eso le permite concluir que, desde una perspectiva política, en la narrativa sobre Internet confluyen y se oponen diferentes versiones del liberalismo, con sus respectivas concepciones sobre las relaciones entre el Estado, las corporaciones, el individuo y las masas; de tal forma que la historia luce diferente de acuerdo con la perspectiva con que se decida mirarla. Así, si – como señala Castells – Internet es una creación cultural, los discursos para dar cuenta de su aparición no lo son menos.
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Lo que surge de esta indagación es que las ideologías políticas proporcionan cierto grado de sentido al pensamiento técnico y, seguramente, influyen también en la definición de estrategias que apuntalan el desarrollo de los sistemas tecnológicos. Como vemos, los cuatro discursos a los que se refiere Fish tienen sus raíces en el pensamiento liberal, el cual acompaña el discurso en torno al desarrollo tecnológico en Occidente desde hace algunas décadas. Pero también podemos preguntarnos, ¿cómo se vería el futuro de Internet a través del Comunitarismo (un enfoque que contrapone al individualismo liberal los valores de «igualdad» y «comunidad», representado, entre otros, por Ronald Dworkin)? ¿cómo se vería desde un pensamiento afirmativo, postcolonialista, como el Socialismo Bolivariano? En definitiva, ¿cómo podría concebirse el desarrollo tecnológico a través de concepciones políticas que trascienden el individualismo y el pragmatismo que se han hecho característicos del pensamiento liberal actual, para hollar el camino hacia un modo de desarrollo tecnológico que proporcione apoyos para la construcción de un proyecto de sociedad participativa y protagónica?
Estas no son preguntas retóricas, sino que tienen consecuencias importantes en el contexto de la política de gobierno, y por lo tanto, merecen ser tomadas en cuenta al momento de definir los planes y programas que orientarán el desarrollo tecnológico. Veamos. Tradicionalmente, los gobiernos estadounidenses han apoyado la desregulación del mercado de las tecnologías de comunicación e información. Ya en 1995, cuando comenzaba a despegar el interés en el valor comercial de Internet, se delineaban algunos elementos de la política de EEUU hacia las comunicaciones digitales: apertura completa, plena competencia, remoción de las barreras estatales, utilización de la regulación exclusivamente como incentivo para la competencia, suministro de subsidios para servicios específicos, entre otros aspectos2. Se trataba, en suma, de establecer un marco político-económico neoliberal en el cual el Estado quedara excluido de participación en el mercado, pero donde sin embargo se encargara de asegurar condiciones adecuadas para el desarrollo de la industria.
Ahora bien, que las políticas tecnológicas estadounidenses, basadas en la «desregulación» del mercado tecnológico, hayan sido tomadas de su orientación económica, no es tan notable como que también hayan sido «exportadas» a todo el sistema de organizaciones multilaterales ocupadas de la definición de directrices para el desarrollo de Internet. Esto se debe a la expansión de la ideología de mercados – especialmente en los años 90 – y a la hegemonía política que EEUU mantiene en dichas organizaciones. De allí también que, hoy día, la legislación internacional en materia de propiedad intelectual repite en muchos aspectos la legislación estadounidense, lo cual es conveniente para la posición de algunas grandes empresas en el mercado global, pero no necesariamente resulta equitativo de frente a la realidad de países que están buscando fundar su propia industria de la información de forma no-dependiente. Por lo tanto, no resulta difícil comprender que las acciones corporativas de empresas como Microsoft resulten particularmente contradictorias con el interés de fundamentar una ciencia y tecnología orientada al desarrollo endógeno nacional.
Conclusiones
Estas ideas sirven como aristas para discutir la lógica y el sentido de las políticas científico-tecnológicas en un país como el nuestro. El liberalismo político ciertamente constituye una raíz importante en el contexto del discurso tecnológico contemporáneo, pero la historia de la humanidad nos ha brindado otros marcos de pensamiento que bien podrían nutrir la discusión sobre el desarrollo tecnológico. Por ejemplo, la Constitución venezolana establece la prioridad de la construcción de un Estado Social y Democrático de Derecho y de Justicia; una concepción sobre el Estado que contrasta directamente con la concepción política del liberalismo, y que intenta servir de fundamento para una sociedad en la cual el Estado tiene un papel preponderante en la garantía de los derechos de los ciudadanos.
De ahí que la cuestión importante para nosotros sea cómo pensar en un sistema científico-tecnológico que responda a las necesidades integrales de nuestro desarrollo como Nación, y no simplemente en un sistema que nos abra la posibilidad – real o ilusoria – de participar en el mercado internacional como consumidores de bienes tecnológicos. Por lo tanto, el problema de la adopción y el desarrollo de tecnologías libres, en nuestro país, tiene consecuencias directas para la conservación o transformación de un sistema sociocultural de raíces neocoloniales. Con el impulso de la apropiación social de las tecnologías libres, aspiramos a generar dinámicas para crear capacidades endógenas de desarrollo tecnológico, con lo cual podremos responder de forma menos dependiente a nuestros requerimientos como sociedad.
Al tener conciencia de la importancia del pensamiento político en la definición del presente y el futuro de la tecnología que estudiamos, desarrollamos y utilizamos, podemos volver a tocar los límites del discurso sobre la neutralidad tecnológica. Recordemos que la tesis de la «neutralidad de la tecnología» está basada en la creencia de que el desarrollo tecnológico sigue un camino lineal y progresivo, orientado estrictamente por la racionalidad funcional, por lo que el criterio de eficacia determina la evolución de los sistemas y no los valores del contexto. Sin embargo, la revisión que hemos hecho sobre la presencia de valores culturales en la historia de una tecnología como Internet, en el intento de delinear su historia y el carácter de las políticas que la orientan, hace que sea evidente para nosotros que el desarrollo tecnológico, antes que una cuestión meramente técnica, es sobre todo un asunto político. Sólo si asumimos esto y llevamos la deliberación a la arena de la construcción de una democracia participativa y protagónica, podremos participar reflexivamente en discusiones sobre la definición de políticas científico-tecnológicas en un país como Venezuela, que no solamente aspira a la independencia tecnológica, sino sobre todo a la soberanía cultural.
(*) El autor es Investigador del Centro Nacional de Desarrollo e Investigación en Tecnologías Libres (CENDITEL – República Bolivariana de Venezuela).
1 Adam Fish (11/01/13) «The Internet: Who Built That?!» http://mediacultures.org/post/
2Geller, H. (1995) «Reforming the US Telecommunications Policymaking Process».The New Information Infraestructure. William Drake (ed.). Nueva York: Twentieth Century Fund Press.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.