Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.
La historia de los zapatistas está cuajada de dignidad, indignación y coraje. Es una prolongada epopeya de más de 500 años de resistencia ante el intento de conquistar la tierra y la vida de los campesinos indígenas. Es un relato revolucionario y poético de esperanza, insurgencia y liberación: un movimiento que se caracteriza tanto por la adversidad y la angustia como por la risa y la danza.
Las crónicas continuadas de la insurrección zapatista ofrecen un espectacular relato del modo en que la población indígena se ha enfrentado a la imposición de la violencia del Estado, los roles de género opresivos y el expolio capitalista. Y para la gente de las comunidades Ch’ol, Tseltal, Tsotsil, Tojolabal, Mam y Zoque de Chiapas, México, que decidieron hacerse zapatistas, es una historia que renace, se revitaliza y se reaprende día a día, con cada nuevo paso adelante.
Es en dicho contexto donde hay que situar este breve repaso de cómo la construcción dinámica de la resistencia que realizan los zapatistas es motivo de esperanza a todos aquellos que luchamos contra la universidad neoliberal desde dentro.
Para Sts’ikel Vokol y desterrar el capitalismoEl poder intentaba enseñarnos el individualismo y el lucro… pero no éramos buenos estudiantes (compañera Ana María, promotora de educación zapatista)Antes de entrar al fondo del asunto, he de confesar algo. No tengo absolutamente ninguna fe en que el statu quo académico vaya a reformarse. Audre Lorde nos dice que «los instrumentos del amo nunca desmantelarán la casa del amo», mientras que Emma Goldman señala que «el elemento más violento de la sociedad es la ignorancia». Después de todo, la mayor parte de las universidades se crearon utilizando la lógica racista y patriarcal de los amos. Es decir, la academia nació rota y así sigue.
Por tanto, en relación con la existencia de cualquier entidad o institución que surja de la mentalidad del colonizador, como la educación neoliberal, coincido con Frantz Fanon cuando dice que «debemos sacudirnos la oscuridad profunda en la que nos sumergieron y dejarla atrás».
Es decir, el neoliberalismo, la «oscuridad profunda» que invade el mundo actual, debe desterrarse y las universidades en las que se enseña deben desmantelarse hasta sus cimientos.
Aunque este punto de vista pueda parecer fruto del cinismo y la desesperanza, en realidad está profundamente cargado de anhelos y de esperanza; de resistencia.
Cuando se habla de «resistencia» es preciso hilar fino, pues se trata de un término muy debatido que puede tener significados muy diferentes para las diferentes personas. En este artículo, yo lo utilizo en el sentido en que lo emplea la que quizá sea (en mi opinión) la fuente de resistencia más fértil y evolucionada que existe en la actualidad: la insurgencia zapatista.
El análisis que sigue a continuación se basa, así pues, en el concepto Tsotsil (pueblo maya) de sts’ikel vokol, que significa «aguantar sufriendo». Y cuando definimos de esta manera la resistencia se desarrollan todas sus posibilidades implícitas. Resistencia puede significar empatía y trabajo emocional, así como compasión y ayuda mutua, con independencia del calendario y la geografía -o incluso la universidad- de uno mismo.
«Muerte por mil cortes»
El neoliberalismo está basado en una contradicción: para sobrevivir, debe devorarse a sí mismo y, por tanto, autodestruirse. (Don Durito de la Lacandona, Caballero Errante)El neoliberalismo es una fuerza que no podemos ignorar. Globalmente, supone un exceso de dependencia, deuda y destrucción del medio ambiente a escala generalizada, mediante la proliferación de políticas de libre comercio, que recortan los derechos y la protección de los trabajadores, de la naturaleza y de las sociedades por igual.
A nivel personal, convence a la gente de que el individualismo, la competencia y la mercantilización son condiciones naturales de la vida. Por consiguiente, la sociedad civil está obligada a aceptar, mediante la retórica capitalista manipuladora, que el mundo no es más que un mercado en el que todo y todos pueden ser objeto de compra-venta. La miseria de los demás no debe considerarse más que el daño colateral de un mundo intrínsecamente inhóspito y fragmentado. Por escalofriante que parezca, la educación superior no es inmune a esas tendencias malevolentes.
Los efectos debilitadores del capitalismo sobre la educación superior han sido descritos al detalle. También está bien documentada la obsesión patológica por generar ingresos que tienen los administradores (y algunos miembros docentes) de las universidades, que deberían estar estimulando el pensamiento crítico, la reflexión y la praxis.
Sin embargo, no se ha prestado tanta atención al daño psicológico infligido a las personas a través de los mecanismos disciplinarios puestos en marcha por la universidad neoliberal, como calificaciones académicas, factores de impacto, fiscalización de los logros, presión para conseguir becas de prestigio, recompensas culturales, anotaciones en el currículo, etc.
Si uno se junta con colegas o amigos del mundo académico, no es extraño escuchar relatos de ansiedad aguda, depresión y paranoia, así como sensación de desesperación, no-pertenencia y desesperanza. La vida en la universidad neoliberal se ha convertido en una «muerte por mil cortes», y sino que le pregunten a cualquier madre que trabaje allí.
Una de las consecuencias más desconcertantes y subestimadas de la educación superior neoliberal es el modo en que esta trata a los estudiantes. El «aprendizaje», en la actualidad, consiste en memorización mecánica, exámenes estandarizados, configuración del aula como si fuera una fábrica, competencia jerárquica entre compañeros, acumulación de importantes deudas para costear el alza de precios de las matrículas y sermones condescendientes del tipo:»ya sabías a lo que te apuntabas».
Los estudiantes deben someterse a este acoso neoliberal mientras se les presiona para que representen con entusiasmo el grotesco papel de «emprendedor» o «ciudadano global». Paulo Freire ya dijo que llegarían días deshumanizadores como estos.
Sin lugar a dudas, el neoliberalismo ha lanzado un ataque en toda regla a la salud mental de estudiantes y facultades por igual, por no mencionar el bienestar de los trabajadores contratados, superexplotados y generalmente no sindicados de los departamentos de mantenimiento y comedor de muchas universidades. Estas circunstancias casi imposibles de sobrellevar son en muchas ocasiones la única manera en que se puede lograr el éxito. Y la única manera para autodisciplinarse y castigarse a sí mismos y a los demás, para poder llegar a ser supercompetitivos funcionarios del capitalismo, es el olvido (en palabras de un promotor educativo zapatista).
Descolonización, autonomía y espíritu de rebelión
La batalla por la humanidad y contra el neoliberalismo fue y es nuestra batalla, y también la de muchos otros de abajo. Contra la muerte, exigimos vida (Subcomandante Galeano, anteriormente Marcos).
Es preciso señalar que el proyecto de autonomía zapatista es resultado directo de la autodeterminación del pueblo indígena, así como de su decisión de comprometerse con una organización altamente disciplinada para oponerse a la élite neocolonial. Más concretamente, los zapatistas se sacrificaron a sí mismos para hacer del mundo un lugar mejor y más seguro.
Consecuentemente, una de las pintadas más reproducidas por los territorios rebeldes de Chiapas dice así: «Para todos todo, para nosotros nada». Frente al omnipresente capitalismo global, dicha afirmación resulta tan profunda como humilde. Sitúa en primer plano la cooperación y el desinterés, virtudes que los zapatistas han integrado en su sistema educativo autónomo.
Como rebeldes indígenas, los zapatistas se refieren sagazmente a las escuelas y universidades que gozan del visto bueno del Estado como «corrales de domesticación del pensamiento». El motivo es el énfasis que las instituciones legitimadas por el gobierno ponen en coaccionar a los estudiantes y a las facultades para que se conviertan en dóciles ciudadanos-consumidores. La respuesta zapatista ante la posibilidad de tener que enviar a sus hijos a unos entornos de aprendizaje tan hostiles fue la rebelión abierta y armada.
Así, el 1 de enero de 1994, el Ejército Zapatista de Liberación nacional (EZLN) reavivó de nuevo el espíritu del grito revolucionario de Emiliano Zapata «Tierra y Libertad», gritó «¡Ya basta!» y despertó a la historia recuperando las tierras de que les habían arrebatado.
Ante su capacidad de premonición y sus acciones, uno no puede sino recordar al geógrafo anarco-comunista Peter Kropotkin, quien afirmó en 1880: «Hay periodos en la vida de las sociedades humanas en los que la revolución se convierte en un imperativo necesario, en los que se autoproclama como inevitable».
Al conseguir liberarse de los edictos beligerantes del gobierno mexicano («el mal gobierno»), los zapatistas acometen en la actualidad la educación en sus propios términos. No están comprometidos con la supervisión provinciana de las burocracias gerenciales tal y como lo estamos muchos de nosotros en las universidades neoliberales. Por el contrario, la filosofía de enseñanza zapatista surge «desde abajo» y está enraizada en la tierra y las costumbres indígenas. Su enfoque se ve más claramente ilustrado por el axioma «Preguntando caminamos», que muestra cómo las comunidades zapatistas generan su programa de estudios mediante asambleas populares, democracia participativa y la toma de decisiones comunitaria.
Estos procesos horizontales avanzan centrándose en las historias, ecologías y necesidades de sus respectivas bases de apoyo. Las «aulas» zapatistas, por tanto, incluyen lecciones centradasen el territorio sobre agricultura y silvicultura ecológica, medicina natural/herbal, soberanía alimentaria y lenguas indígenas de la región. Así pues, dado el contexto geopolítico del movimiento, los métodos de enseñanza zapatista suponen actos de descolonización por sí mismos.
Eso nos lleva a sugerir que la academia neoliberal podría aprender una o dos cosas de los zapatistas en el sentido de incluir la cosmovisión y la educación localizada indígena como una parte esencial de cualquier programa de estudio. Dada la amplitud y profundidad del «plan de estudios» zapatista, la meta de su pedagogía inconformista podría resumirse en una frase: crear capacidad de criterio a través del zapatismo.
El Zapatismo como geografía de la liberación
La liberación no caerá del cielo como un milagro; somos nosotros quienes debemos construirla.
Por tanto, no esperemos, vamos a empezar… (Panfleto zapatista sobre educación política).
Una mañana fresca y neblinosa, en las montañas brumosas de Chiapas, un promotor educativo simpático y jovial me explicó la idea del zapatismo: «El zapatismo no es un modelo ni una doctrina. Tampoco es una ideología ni un proyecto sino, más bien, la intuición que uno siente
en su pecho como reflejo de la dignidad de los otros y que engrandece mutuamente nuestros corazones».
Además de eso, como todo lector fiel de la revista virtual de ROAR conoce, el zapatismo se está compuesto por siete principios básicos:
1 – Obedecer y no mandar
2 – Proponer y no imponer
3 – Representar y no suplantar
4 – Convencer y no vencer
5 – Construir y no destruir
6 – Servir y no servirse
7 – Bajar y no subir
Estas convicciones guían los esfuerzos cotidianos de los zapatistas en la construcción de lo que ellos llaman «Un mundo donde quepan muchos mundos». El zapatismo, por tanto, puede contemplarse como la expresión colectiva de una imaginación radical, la manifestación de una visión creativa compartida y una liberación material de la geografía.
En términos de pedagogía, lo que potencia es la posibilidad de establecer métodos de enseñanza y aprendizaje respetuosos que luchan por el reconocimiento (y la práctica) de la mutualidad, la interdependencia, la introspección y la dignidad.
Estas facetas no-jerárquicas y anti-neoliberales de la enseñanza zapatista resultan evidentes en el modo en que se centra en las raíces. El conocimiento local es tan fundamental entre sus comunidades que muchos de los promotores de educación suelen proceder de las mismas municipalidades autónomas en las que enseñan y en las que viven sus alumnos. No hay contratos de temporada y los profesores no son despedidos tras unos meses en el trabajo.
Siguiendo el espíritu de igualdad, los zapatistas no mantienen diferencias jerárquicas y una escala vertical entre su personal docente. Todos son, sencilla y humildemente, promotores educativos. Este desprecio de los títulos profesionales y las credenciales legitimadas por las instituciones pone de manifiesto el modo en que los zapatistas desbaratan las muestras de autoridad jerárquica y de ego al tiempo que eliminan el individualismo competitivo que tan a menudo corrompe las universidades neoliberales. Básicamente, alteran las fronteras rígidas que dividen a «quienes saben» de «quienes no saben», porque la arrogancia no tiene nada de revolucionaria.
Todavía son más radicales al incorporar la justicia de género (como la Ley Revolucionaria de las Mujeres), la soberanía alimentaria, el sistema de salud anti-sistema y el discurso queer (usando, por ejemplo, los términos inclusivos otroas/otr@s, compañeroas/compañer@s, etc) en su aprendizaje cotidiano.
Tampoco reparten calificaciones finales que supongan la terminación de un proceso de aprendizaje, ni utilizan notas para comparar o condenar a los estudiantes. De este modo, los zapatistas subrayan que la educación no es una competición ni algo que deba ser «completado». Estas estrategias transversales han contribuido esencialmente a que los hayan conseguido erradicar la vergüenza del proceso de aprendizaje, lo que consideran algo necesario debido a lo tóxica, ruin y mezquina que llega a ser la educación neoliberal.
En resumen, el statu quo académico es demasiado rígido y es preciso dejarlo atrás. El neoliberalismo ha secuestrado la educación y la mantiene como rehén. Como pago de rescate exige obediencia, conformidad y trabajo gratuito, al tiempo que castiga la curiosidad, la creatividad y la imaginación de estudiantes, facultades y trabajadores. La universidad neoliberal es en sí misma estéril, negligente y conformista, además de asfixiante, aislada y gris.
La resistencia colectiva es exigente porque necesitamos un nuevo estallido de esperanza en medio de tanta «oscuridad profunda». El zapatismo alimenta esa esperanza. No en el sentido abstracto del término, sino la clase de esperanza que resuena y se siente cuando se siembra a través de la compasión y la empatía y se alimenta mediante la rabia compartida.
El zapatismo da lugar a la clase de esperanza que consuela la aflicción, ensancha los corazones y despierta a la historia. La clase de esperanza que hace que se hinchen los pechos, se aprieten las mandíbulas y se unan los brazos al ver a otros humillados o heridos, sin importar si quien humilla y hiere es un individuo, una institución, un sistema o una estructura.
El zapatismo grita por la dignidad y sugiere que es posible resistir y vencer el sufrimiento causado por la universidad neoliberal porque, la verdad sea dicha, el neoliberalismo no es ningún amo ominoso ni panóptico, es simplemente una realidad. Y las realidades pueden cambiarse; sino, pregúntenle a un zapatista.
Levi es un leal (aunque tambaleante) seguidor de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona (enlacezapatista.ezln.org.mx/sdsl-es). Actualmente trabaja temporalmente en el Departamento de Geografía del Instituto de Estudios sobre Género y Desarrollo de la Universidad de las Indias Occidentales (Trinidad y Tobago).