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“Súbitamente, ya no había términos medios…”

El Día de Muertos en Oaxaca

Fuentes: Counterpunch

Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Chelo Ramos

El 1 de noviembre fue el Día de Muertos. Es el día en que los mexicanos acuden masivamente a los cementerios a visitar a los familiares fallecidos o, si uno cree en las tradiciones, a darles la bienvenida a los muertos que vuelven a visitarnos.

Este año, entre los muertos hay 17 personas asesinadas en Oaxaca. Están muertos porque osaron desafiar un sistema político y económico que los mantiene en la pobreza y la impotencia. La mayoría fue asesinada por fuerzas relacionadas con el gobernador del estado, Ulises Ruiz. Algunos, cuya sangre aún está fresca, fueron asesinados por la policía federal enviada a «restaurar el orden» el 28 de octubre.

El movimiento en Oaxaca comenzó el 15 de mayo, Día del Maestro, cuando miembros del sindicato de maestros se movilizaron para protestar contra la reciente imposición de un contrato negociado entre la dirigencia de su sindicato nacional y el gobierno. Pedían aumento de sueldo y comenzaron una huelga en la plaza central de la ciudad de Oaxaca.

No había nada fuera de lo común en este acto. Históricamente, el sindicato de los maestros de Oaxaca, la Sección 22, ha sido uno de los bastiones de un movimiento de décadas por liberar al sindicato nacional de maestros del control de una dirigencia cuyos intereses están ligados a los de las figuras más poderosas de la política y no al bienestar de los trabajadores. Pero su protesta se regó como la pólvora el 14 de junio, cuando el gobernador Ruiz envió fuerzas de seguridad armadas para desalojarlos. Las muertes ocasionadas por la represión enfurecieron a una sociedad ya enojada por lo que muchos consideraron el robo de una elección gubernamental.

Ulises Ruiz es un político al viejo estilo de las filas del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó México durante 71 años y que todavía ejerce control sobre partes del interior de Oaxaca a través de violentos jefes partidistas.

Súbitamente, ya no había términos medios en Oaxaca. Alrededor de 350 organizaciones se agruparon para constituir la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). Comunidades indígenas movilizadas por sus propios agravios, estudiantes, profesionales hartos de la pretensión de democracia, vendedores y trabajadores, se unieron a los maestros para solicitar la salida del gobernador.

Oaxaca es uno de los estados más pobres de México, pero sus bases están entre las mejor organizadas. La gente de Oaxaca es famosa por su tenacidad y por haber resistido sucesivas formas de dominación durante más de 500 años. Hace ya mucho tiempo que sus movimientos aprendieron a crecer en el suelo pedregoso que quedó después de que todo lo valioso les fuera sistemáticamente expoliado.

Ahora han aparecido no sólo para protestar, sino para construir. Redes de solidaridad, formas autónomas de comunicación y expresiones espontáneas de frustración y esperanza convergen para formar lo que Luis Hernández Navarro, pionero del movimiento de maestros democráticos, denomina la «Comuna de Oaxaca», en referencia a la Comuna de París de 1871.

Pero así como una nueva alianza de las clases dominantes destruyó la Comuna de París, la alianza del derechista Partido de Acción Nacional (PAN) y el PRI ha lanzado una ofensiva en contra del movimiento popular de Oaxaca. Comenzó como una guerra de desgaste en la que cada semana pistoleros de civil asesinaban a varios manifestantes, en una guerra sucia encubierta que incluía secuestros, tortura y asesinatos selectivos. Con la entrada de la Policía Federal Preventiva, la represión ahora viste uniforme, unos 4.000 uniformes.

Los políticos mexicanos saben que Oaxaca es mucho más que una lucha estatal por lograr un aumento de sueldo para los maestros. Aunque no asume hasta el 1 de diciembre, la batalla por Oaxaca es la primera del gobierno de Felipe Calderón, quien fue elegido entre acusaciones de fraude. Claro, con un movimiento popular que derroca a un gobernador después de una elección tachada fraudulenta, no se puede decir que Calderón empiece con buen pie.

Mientras el presidente electo trata de conquistar a los dirigentes de otros países (hace poco regresó de América del Sur y pronto se reunirá con Bush), el frente local no está nada tranquilo. Las protestas contra el fraude en las elecciones nacionales del 2 de julio continúan, otras secciones del sindicato de maestros están amenazando con ir a la huelga en solidaridad con Oaxaca, y la APPO ha anunciado que si el ejército no se retira, va a interferir con la toma de posesión del presidente. Ambas cámaras del Congreso le han pedido al gobernador que se vaya. En Ciudad de México miles de personas han marchado y cerrado calles en solidaridad con Oaxaca.

Más de 30 dirigentes están en prisión y otros están secuestrados o desaparecidos. Se han levantado altares a los muertos para rendir tributo a quienes han sido asesinados por la policía y por francotiradores en los últimos cuatro meses. Desde la toma de la ciudad por fuerzas federales, los llamados para que el gobernador renuncie y se ponga fin a la represión no han hecho más que aumentar. El movimiento por la democracia y la justicia económica en Oaxaca ha rebautizado una de las fiestas más sagradas de México. Este año, los manifestantes lo han proclamado como el «día de no más muertos».

Laura Carlsen es directora del Programa para las Américas del Centro de Recursos Interhemisféricos en la Ciudad de México, donde ha sido escritora y analista por más de dos décadas.

http://www.counterpunch.org/carlsen11032006.html

Chelo Ramos es miembro de Rebelión ( www.rebelion.org) y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística (www.tlaxcala.es). Esta traducción es copyleft para uso no comercial: se puede reproducir libremente, a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente. URL de este artículo