Hoy fue el día del Referéndum sobre la nueva Constitución. Los que voten sí, no o ¿cómo será pues?, usarán criterios no siempre comparables. Los más coherentes lo harán a partir del análisis personal o grupal de la nueva Constitución, es decir, nuestro nuevo rayado de cancha, y su posible aporte o bloqueo al futuro […]
Hoy fue el día del Referéndum sobre la nueva Constitución. Los que voten sí, no o ¿cómo será pues?, usarán criterios no siempre comparables. Los más coherentes lo harán a partir del análisis personal o grupal de la nueva Constitución, es decir, nuestro nuevo rayado de cancha, y su posible aporte o bloqueo al futuro del país. Pero otros quizás votarán sólo por intereses más personales o coyunturales o con miras a las elecciones de fin de año.
En esta campaña ha habido interesantes debates en diversos medios, que podrían ayudarnos a percibir la parte de verdad que hay también en la posición contrapuesta. Ojalá faciliten el tránsito de la polarización hacia una mejor convivencia. Pero ha habido también manipulaciones «fríamente calculadas» como las de quienes han pretendido incidir en el sentimiento ético religioso, mucho más allá del contenido real de la nueva CPE.
Entre las dos alternativas, ambas con bemoles, yo no he tenido empacho en declarar mi apoyo crítico al sí, porque nos abre más hacia un país inclusivo y hacia un escenario nuevo que se podría sintetizar como unidad en nuestra diversidad. Surge más de la esperanza que del miedo. Apunta a una estructura del Estado que sanee por fin el «vicio original» de 1826 que fue marginar a los pueblos «originarios» de la flamante Bolivia. Recién en la CPE de 1938, que necesitó la revolución de 1952 para implementarse, se hizo un esfuerzo notable para «asimilar» a sus individuos a una nueva «Bolivia mestiza» (bajo la batuta criolla) pero al costo de ignorar las identidades específicas de esos pueblos de raíces precoloniales. El 52 se inició con una sangrienta revolución. Ahora vamos avanzando por la vía democrática del diálogo y enriquecimiento mutuo.
Esta nueva CPE podría tener para esos pueblos originarios, después de «500 años de resistencia», un cierto paralelo simbólico con lo que para los españoles fue el fin de la «Reconquista» en 1492, después de casi 800 años de colonización árabe, con la unificación «de las Españas» y su nuevo rol internacional (que los trajo hasta estos pagos). Allí fue con una guerra centenaria que culminó con la expulsión de moros y judíos y, acá, la subyugación de indios. Aquí, en cambio, avanzamos con un proceso democrático que debe culminar abarcándonos a todos sin excluir ni subyugar a nadie.
En ambos casos, el resultado, como en un gran árbol, surge de fortalecer más nuestras raíces para de allí lanzarnos hacia arriba con mayor impulso y entreverando nuestras varias ramas y sus diversos injertos, a los nuevos desafíos y escenarios, tan distintos de los que existían siglos atrás.
Uno de los argumentos más escuchados de quienes se oponen a la nueva CPE es que los indígena-originarios tendrían más derechos y los demás serían marginados. He vuelto a repasar los art. 30 (derechos) y 304 (competencias), que es donde más podrían expresarse tales «ventajas», y simplemente no las veo. Parece que los críticos llaman equivocadamente «más derechos» a lo que sólo son facetas del derecho a ser iguales aunque diferentes. Apenas tres meses antes del cierre de nuestra Asamblea Constituyente, en septiembre de 2007, este derecho colectivo fue ampliamente reconocido y explicado por la Declaración de Naciones Unidas sobre los Pueblos Indígenas, que, además, ya es Ley de la República en la «vieja» CPE. Incluso el derecho indígena sobre sus recursos no renovables se da sólo en su propio territorio y sólo si no son estratégicos. No cubre, por ejemplo, las fuentes de agua, como dijo un ex presidente, pues éstas son las competencias 4 y 5 del nivel central del Estado.
Incluso en términos de la autonomía departamental, el nuevo marco constitucional, aunque no acepta todo lo soñado por la oposición oriental, es en este punto sustancialmente mejor que la vieja CPE, sobre todo tras los diálogos de octubre. Y si se quisiera hacer algo mejor a partir de ella, el proceso sería mucho más lento a menos que ya asuman, de partida, que no pretenden respetar esa vieja CPE por la que votarían con el «no».
Hace tiempo que vamos gestando algo nuevo, llenos de esperanza, como el vino nuevo que ya no puede guardarse en vasijas viejas (Mateo 9, 17). Sea cual fuere hoy el resultado, el proceso es imparable. ¿Nos uniremos a él? ¿Sabremos mejorarlo entre todos? ¿Lo resistiremos?