La cumbre del G77 en Santa Cruz alumbra, es decir, ilumina, al mostrar un suceso político desapasionado, tan diferente a las pasiones que despertaba el Bloque de los no Alineados; además de manifestar elocuentemente un discurso que explicita la dependencia. Los estados, representados en los gobiernos, presentes con sus delegaciones, acordaron, consensuaron y aprobaron […]
La cumbre del G77 en Santa Cruz alumbra, es decir, ilumina, al mostrar un suceso político desapasionado, tan diferente a las pasiones que despertaba el Bloque de los no Alineados; además de manifestar elocuentemente un discurso que explicita la dependencia. Los estados, representados en los gobiernos, presentes con sus delegaciones, acordaron, consensuaron y aprobaron una Declaración, que notoriamente es el ejemplo de una formación discursiva de la dependencia. Una frase insistente en el documento mencionado es instamos a los países desarrollados a que ayuden a los países en desarrollo. Esta es una frase que patentiza la condición psicológica de dependencia de nuestros gobernantes, del grupo de coordinación de países más numeroso de Naciones Unidas. El discurso antiimperialista del Bloque de no Alineados prácticamente ha desaparecido en el G77, aunque se lo mencione insistentemente en los discurso de los caudillos de los gobiernos progresistas de Sud América. Se patentiza la demanda de apoyo a los países desarrollados. En esto, en el discurso oficial del G77, la significación política discursiva es previa a la interpelación discursiva, politizada, del Bloque de no Alineados; se parece a una aceptación implícita de los Estado-nación subalternos a la dominación de los Estado-nación potencias imperantes. Ha desaparecido la denuncia, la pose de confrontación, que tuvieron los del Bloque de no Alineados, cuando se distanciaron de la lectura de la bipolaridad mundial, entre el bloque soviético y el bloque de las llamadas potencias occidentales.
La Declaración de Santa Cruz, Cumbre de Jefas y Jefes de Estado y de Gobierno del Grupo de los 77, Por un Nuevo Orden Mundial para Vivir Bien, llevada a cabo en Santa Cruz de la Sierra, departamento del Estado Plurinacional de Bolivia, los días 14 y 15 de junio de 2014, tiene la siguiente estructura de exposición declarativa: Parte I, Contexto general;
Parte II, Desarrollo en el contexto nacional; Parte III, Cooperación Sur-Sur; Parte IV, Desafíos mundiales. En el análisis de la Declaración, vamos a concentrarnos primero en el Contexto general, donde se expresa el espíritu mismo de la Declaración. Después nos ocuparemos de las siguientes partes de la Declaración, dónde se proyectan los enunciado conceptuales hacia los contextos nacionales, las relaciones interestatales sur-sur, atendiendo, además a los desafíos mundiales[1].
El espíritu de la Declaración
Se habla de espíritu de un texto metafóricamente, refiriéndose a la intencionalidad de significación del escrito o de la pronunciación. Hemos escuchado esta figura de espíritu cuando se habla de la Constitución; pero, también se puede decir lo mismo de las normas, de las leyes; así mismo podemos usar la metáfora para referirnos a una Declaración. ¿Cuál es el espíritu de la Declaración? ¿Cuál es su intencionalidad de significación?
Desde fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI los gobiernos progresistas, reformistas o populistas, como quiera llamárseles – en Sudamérica se identifican como los gobiernos del socialismo del siglo XXI, en Bolivia como gobierno del socialismo comunitario -, estos dispositivos estatales administrativos, de representación y de ejercicio de gubernamentalidad, se han esforzado por crear una excedencia imaginaria, una excedencia de sentido, incluso simbólica, en los discurso. Han incursionado en la exacerbación discursiva, poniendo símbolos presuntuosos, pretendiendo impactos simbólicos y de significación, a las definiciones que otorgan a sus actos e instituciones. El desfase se corrobora cuando se hace notoria la diferencia entre la petulancia discursiva, lo rimbombante de los nombres, y la ordinaria y elemental «realidad», la que se encarga de mostrar su inercia, su apego a la reproducción de lo mismo. Llamar el evento en cuestión «Nuevo Orden Mundial para el Vivir Bien» es pues una desmesura discursiva. ¿Por qué nuevo orden si lo que enaltece la Declaración es el mismo orden criticado, solo que con algunos ajustes, que no cambian ni modifican su estructura de poder? Peor aún, ¿por qué llamar, a este supuesto nuevo orden, del Vivir Bien, que para bolivianos y ecuatorianos – las dos naciones y pueblos que han constitucionalizado esta perspectiva – quiere decir vida plena, complementariedad y reciprocidad entre los seres de la madre tierra[2]? Concepción completamente opuesta no solo al capitalismo, sino a la modernidad y al desarrollo. ¿Por qué los gobernantes bolivianos se obsesionan por barnizar sus actos, sus encuentros, sus cumbres, con la apelación a esta cosmovisión de los pueblos indígenas, cuando precisamente lo que hacen se opone a la complementariedad de los seres de la madre tierra, de los ecosistemas, al reiterar intensa y expansivamente el modelo colonial del capitalismo dependiente extractivista? ¿Consciencia culpable? ¿Consciencia desdichada; es decir, desgarrada? ¿O, mas bien, inconsistencia, consciente demagogia?
Todos somos conscientes de la necesidad estrategia de un Sur unido; esto no está en discusión. En consecuencia, también de la necesaria integración, complementariedad, composición y desenvolvimiento de los estados, los pueblos, las territorialidades del Sur. El problema es que esta estrategia, que antes se llamaba claramente antiimperialista y en la perspectiva socialista – durante el Bloque de los no Alineados -, no se realiza ni efectúa discursivamente, menos en declaraciones que expresan un imaginario de dependencia y subalternidad. Los gobernantes de los países del Sur se han acostumbrado a pomposas reuniones, encuentros, foros, cumbres, donde se expresa, como ritualidad, el fin de la integración, la complementariedad, la independencia, sin salir del imaginario desarrollista, sin dar pasos fundamentales en la consecución de los objetivos caros para nuestros pueblos. Este teatro político sirve para conmemorar fechas, como las del nacimiento del mismo grupo de países que ahora los reúne en Santa Cruz. Sirve para recordar los primeros actos fundacionales, que en el caso del G77, corresponden al Bloque de no Alineados, actos fundacionales que fueron de significación política autónoma. Empero, esta remembranza termina legitimando un presente otoñal, gris, mediocre, sin mayores expectativas que demandar a los países desarrollados a apoyar a los países en desarrollo a lograr el «desarrollo» alcanzado por los primeros. Obviando que este «desarrollo» tiene que ver con la geopolítica del sistema mundo capitalista, con la diferenciación geográfica, la división del trabajo y del mercado a escala planetaria, separando centros de periferias, en lo que respecta a la acumulación y concentración del capital. Los Estado-nación del sur terminaron formando parte de la reproducción del orden mundial que critican, por lo menos algunas voces críticas que quedan. Estamos ante ceremonialidades internacionales del poder, que legitiman la estructura de poder mundial; precisamente lo hacen mencionando sus demandas, haciendo inventario de las desgracias de los países del sur; ahora, por la moda, impuesta por Bolivia y Ecuador, mencionando la necesidad de armonizar con la naturaleza, llamada también madre tierra.
Ningún gobierno que se precie pertenecer al Sur puede dejar de mencionar, hacer referencia, a estos temas, ya trillados, de unidad, de integración, de defensa de derechos, de soberanía, de control sobre los recursos naturales; incluso lo hacen, ahora, hasta los gobiernos conservadores. Pueden haber discurso pretendidamente más radicales, como el emitido por el gobierno boliviano; empero, cumple el mismo papel, la legitimación del orden mundial y la dominación del capital. ¿Esperan que se crea que con estos pasos no solo timoratos, sino, en gran parte, reproductores de la dependencia, se va a fundar un nuevo orden mundial, nada más, ni nada menos que del vivir bien?
Se trata de juegos políticos; toda esta parafernalia sirve para reforzar las estructuras de poder imperantes en cada país. Estructuras de poder que sostienen a burguesías intermediarias, a lumpen-burguesías, como las llamaba Gunder Frank, burguesías que forman parte de la estratificación variada de la burguesía internacional del modo de producción de capital mundial. Los gobiernos reformistas pueden mejorar las condiciones de los condenados de la tierra, como define Franz Fanon a los y las explotadas, discriminadas, expoliadas, subalternizadas y dominadas del mundo; empero, lo hacen impactando coyunturalmente a estas condiciones; en el mejor de los casos, logrando impactos a mediano plazo; sin embargo, al no transformar radicalmente las estructuras sociales e institucionales, estas modificaciones terminan siendo paliativos edulcorantes. El efecto de esta distracción momentánea o periódica es que el orden mundial del capital termina legitimado. Este drama de la dependencia no se resuelve discursivamente, tampoco con declaraciones.
En uno de los enunciados iniciales de la Declaración, se dice:
Destacamos que los desequilibrios de la economía mundial y la desigualdad de las estructuras y los resultados de los sistemas comercial, financiero, monetario y tecnológico dieron lugar a la creación de nuestro Grupo[3].
¿Desequilibrios? ¿Desigualdades? Para los mejores portavoces del Bloque de no alineados, para los intelectuales críticos, para los centros de investigación, incluyendo a la conocida CEPAL, que incubó o cobijó a los de la teoría de la dependencia, quedaba claro que el desarrollo genera subdesarrollo, que el sistema funciona separando centros de periferias, que no había alternativas de salir del círculo de la dependencia si no se transforma el sistema. Ahora, los portavoces del G77 se expresan apolíticamente, como asustados de decir algo de más, que moleste a los amos del mundo. Si las autoridades de los gobiernos progresistas se esmeran en mostrarse elocuentes y radicales, respecto a sus otros colegas, no modifica el panorama. Al final, todos, los unos y los otros, los radicales, un pequeño grupo, y los conformistas, terminan aprobando declaraciones intrascendentes.
Una pregunta necesaria: ¿Por qué los Estado-nación de las tres cuartas partes del planeta, que comprende a la aplastante mayoría poblacional de la tierra, no pueden generar una ruptura con el sistema que los convierte en periferias, por qué no pueden desplazarse, unidos, integrados, hacia la composición de otro mundo? ¿Por qué, si es cierto lo que declaran, de que quieren otro orden mundial, incluso si se identifican como antiimperialistas, no hacen otra cosa que reproducir la subalternidad? ¿Por qué estos gobernantes en vez de hacer tanta declaración, si dicen tener la voluntad, no conforman una integración política del sur que los convierta en una hipér-potencia, la que pueda incidir en los acaecimientos, transformando el espacio-tiempo-vital-social, que comparten[4]? ¿Qué es lo difícil, cuando se tiene convicción, voluntad, capacidad de lucha? Este es el problema, los gobernantes actuales del Sur no la tienen, están tan lejos de los antiimperialistas que los precedieron, en la mitad del siglo XX. Prefieren la teatralidad de los escenarios, donde se auto-convencen de que hacen algo, cuando lo único que pasa es el tiempo, dejando que la iniciativa la tomen las potencias centrales del orden mundial del capital. La guerra mundial por la autonomía de los pueblos no se la afronta de esta manera tan pusilánime, dan edulcorante, tan auto-satisfactoria; estas escenas refuerzan la estructura de poder dominante, al debilitar a los pueblos y hacerles creer que pasa algo, que hacen algo efectivo, cuando lo que ejercen, en los hechos es una suerte de concomitancia indirecta con las potencias dominantes.
La verdad es que los gobernantes ya pertenecen a los engranajes del orden de poder mundial del capital, los mismos Estado-nación se constituyeron, a fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX, como composición política del orden mundial, que se establece después de la revolución industrial, administrando la transferencia de recursos naturales de las periferias a los centros del sistema-mundo capitalista. Solo los medios de comunicación se toman en serio este teatro político, organizan debates y «análisis políticos con el propósito de «informar» sobre estos eventos. Seguramente los militantes oficialistas también hacen alarde de la seriedad del evento, donde con estridencia quieren hacer reconocer a todos que en el evento se juega el destino de la humanidad. Nada más desproporcionado y desatinado.
En el numeral 14 de la Declaración se dice:
Afirmamos que el siglo XXI es el momento para que los Países y los Pueblos del Sur desarrollen sus economías y sociedades a fin de cumplir las necesidades humanas de manera sostenible, en armonía con la naturaleza y respetando a la Madre Tierra y sus ecosistemas.
El objetivo es el desarrollo; no hay ninguna crítica a este paradigma. Llama la atención que esto se diga después de décadas de la teoría de la dependencia. Es pues notorio el retroceso respecto a la crítica, retroceso intelectual y de claridad política. El discurso desarrollista es acompañado por otro de tono asistencial, lo de cumplir con las necesidades humanas, no es más que eso, reclamo en el borde del asistencialismo; aunque mencionen la palabra sostenible no cambia la figura. En la hegemonía del capital, en el periodo del capitalismo tardío, en el otoño de las narrativas ultimatistas del siglo XX, narrativas desgastadas, que sin brillo repiten los reformistas del siglo XXI, a falta de consistencia argumentativa se termina haciendo un popurrí; se mezclan conceptos, se los reúne en una ensalada enunciativa. Al tono desarrollista y a la inclinación asistencial se acopla los mal aprendidos términos de armonía con la naturaleza, respeto a la madre tierra y sus ecosistemas.
El horizonte del G77 es desarrollista. No hay que perder de vista este umbral. Buscar que se puede combinar políticas desarrollistas con armonía con la madre tierra es pedirle peras al olmo. Esto es enredarse en proposiciones confusas y enrevesadas. Lo mejor, para poder situar un tópico concreto en la discusión, es aceptar que el paradigma de desarrollo es el modelo heredado por el G77. Situándonos aquí, la tarea es comprender las prácticas políticas, económicas y sociales de los gobiernos involucrados. Haciendo una evaluación, son pocos los países del Sur que lograron ingresar a ese estatus de potencias emergentes; este hecho podría ser como la constatación histórica de que forman parte de la geografía fragmentaria del desarrollo. El resto de países se sigue debatiendo en ese umbral que los retiene en una economía acotada al extractivismo, lo que los economistas llaman el modelo primario exportador, administrada por un Estado rentista. Los perfiles sociales de estos países configuran una abrumadora extendida «pobreza», en sus distintos niveles, cuantificados por las estadísticas de Naciones Unidas. Se trata de países que ostentan los indicadores de las mayores desigualdades cuantificadas. ¿Por qué seguir apostando al paradigma del desarrollo? ¿Se espera que funcione en el siglo XXI, suponiendo que no funcionó en el siglo XX por fallas técnicas? No es, mas bien, de esperar, que se repita la historia, aunque con otras características y en otros contextos. ¿No se tiene otra perspectiva? ¿Se asume la «realidad» como condena? Es difícil entender este comportamiento de los gobernantes; la explicación que parece adecuada, es comprender que los gobernantes forman parte de la reproducción originaria y ampliada del capital, son como sus agentes en las periferias. Un procedimiento de vender el cuento del desarrollo, como se dice popularmente, es montar escenarios gigantescos y apabullantes, para, por lo menos, disputar a la «realidad» con la ficción publicitaria y propagandística de los gobiernos. El teatro político frente al drama social y económico. Se apuesta a la actuación.
En el numeral 15, la Declaración dice:
Hacemos hincapié en que nuestras principales prioridades son promover un crecimiento económico sostenido, inclusivo y equitativo, crear mayores oportunidades para todos, reducir las desigualdades, mejorar los niveles de vida básicos; fomentar el desarrollo social equitativo y la inclusión; y promover una ordenación integrada y sostenible de los recursos naturales y los ecosistemas que preste apoyo, entre otras cosas, al desarrollo económico, social y humano, facilitando al mismo tiempo la conservación, la regeneración, el restablecimiento y la resiliencia del ecosistema frente a los desafíos nuevos y emergentes.
En la declaración llama la atención la preocupación por la crisis estructural del capitalismo. En el numeral 18 se escribe:
Nos preocupa la situación actual de la economía mundial y el estado de la gobernanza económica mundial y la necesidad de una enérgica recuperación. Creemos que el mundo se enfrenta a la peor crisis financiera y económica desde la Gran Depresión, y nos alarman los efectos adversos que está teniendo esta crisis sobre todo en los países en desarrollo. Creemos que la crisis ha puesto de relieve puntos débiles y desequilibrios sistémicos de larga data de la economía mundial, y ha puesto más de manifiesto la insuficiencia y el carácter antidemocrático de la gobernanza económica mundial. Deben hacerse ahora nuevos intentos para establecer un sistema adecuado de gobernanza económica mundial, con la plena expresión, representación y participación de los países en desarrollo en los debates y la adopción de decisiones.
Algo que no se puede dejar de estar acuerdo es en establecer un sistema adecuado de gobernanza económica mundial, con la plena expresión, representación y participación de los países en desarrollo en los debates y la adopción de decisiones. De esto se trata, de la gobernanza mundial de los pueblos. Nosotros decimos no de los estados, sino de los pueblos. Esta discusión la planteamos en otro lugar[5]. Dejando de lado esto, rescatamos esta perspectiva enunciada en la Declaración. Sin embargo, no podemos avalar las premisas de las que parte para llegar a esta conclusión; la preocupación por la situación crítica de la economía mundial, menos la apreciación por la necesidad de una enérgica recuperación. ¿Qué es lo que se quiere recuperar? ¿El sistema-mundo capitalista? Conocemos de sobra la manera de recuperación por parte del sistema financiero internacional, acoplado por los sistemas financieros regionales y nacionales; se pone la inyección en los bancos; se refinancia a los dispositivos que son la causa indudable de la crisis, por su dominio, su monopolio, su control financiero, sobre todo por su inclinación a la acumulación especulativa. ¿Puede darse una recuperación del sistema capitalista que contemple o se base en el desarrollo sostenible de las periferias? Esta debería ser la discusión en los terrenos de la economía política, de la crítica de la economía política, incluso en el paradigma de la economía neo-clásica. Este debate, acompañado por investigaciones integrales, podría ser aportador.
El quid pro quo está aquí; ¿Puede el sistema-mundo capitalista, que comprende estructuras de producción distribución y consumo, que se realiza como valorización dineraria, estructuras y calculo económico generadoras de desigualdades, que aprovechan las desigualdades para precisamente generar valor en el cálculo, ser igualitario, integrador, incorporar a las clases explotadas y a las periferias a la participación democrática del excedente generado colectivamente? La economía política del capital se basa precisamente en la bifurcación de valor de uso y valor abstracto, en la separación de productor y propietario, también podríamos decir en la separación dominante de sociedad respecto de la naturaleza. ¿Cómo, a partir de esta lógica se puede dar algo como la igualación de las condiciones económicas y sociales de todos los estados? Por lo menos teóricamente no parece ser posible.
En la Declaración nos encontramos con confesiones sorprendentes. Una cierta consideración por las empresas trasnacionales, a las que se las señala preocupadamente por su influencia en la economía mundial, por sus efectos negativos en el desarrollo social, económico y ambiental. Lo que molesta es su monopolio absoluto, son obstáculo al ingreso de nuevas empresas en el mercado mundial. No se critica ni interpela sus existencias. Desde una perspectiva teórica liberal, no puede haber monopolio, desde el discurso teórico neo-liberal, no puede haber este control, pues impide la competencia[6]. La Declaración retrocede, incluso ante estas perspectivas liberales y neo-liberales consecuentes, pues admite teóricamente los monopolios, los acepta; lo que exige es que otros monopolios puedan ingresar al mercado. Tamaña inconsecuencia no podría ser aceptable ni desde el discurso nacional-popular, mucho menos desde la perspectiva de las luchas de liberación nacional, aunque tampoco desde las teorías liberal y neoliberal consecuentes. ¿Qué los lleva a los elaboradores de la declaración decir esto? Tienen en mente el apoyo a otros monopolios u oligopolios, que ingresen al mercado, desplazando a los antiguos monopolios y oligopolio. ¿Con esto creen que se ha resuelto el problema orgánico del sistema capitalista, problema que amenaza la vida? El cambio de amos no modifica el problema histórico que afronta la humanidad, la mayoría de la humanidad, las sociedades humanas, el enfrentarse a una de sus criaturas, el sistema y sus instituciones, que ha convertido al ser humano en un apéndice de la maquinaria, que busca someter la vida a la lógica abstracta de la acumulación de capital. La defensa de la vida pasa necesariamente por la destrucción del capitalismo.
Citamos el numeral 21 de la Declaración donde se hacen estas confesiones:
Tomamos nota con preocupación de la influencia de las grandes empresas, principalmente de los países desarrollados, en la economía mundial, y sus efectos negativos en el desarrollo social, económico y ambiental de algunos países en desarrollo, en particular en lo que respecta a los obstáculos que esa influencia pueda plantear al ingreso de nuevas empresas en el mercado mundial. En ese sentido, pedimos que la comunidad internacional adopte medidas concretas para hacer frente a esos efectos negativos y promover la competencia internacional y un mayor acceso a los mercados para los países en desarrollo, en particular políticas que promuevan el crecimiento de las pequeñas y medianas empresas en los países en desarrollo, la eliminación de las barreras comerciales que impiden la adición de valor en los países de origen, como las crestas arancelarias y la progresividad arancelaria, así como el fomento de la capacidad en materia de derecho de la competencia, la regulación de la política tributaria y la responsabilidad social de las empresas.
Para rematar lo que se escribe en el numeral 21, el numeral 22 dice:
Ponemos de relieve que las empresas transnacionales tienen la responsabilidad de respetar todos los derechos humanos y deberían abstenerse de causar desastres medioambientales y afectar al bienestar de los pueblos.
No solamente se acepta la existencia de estas monstruosas empresas monopólicas, que se oponen al mercado, sino que se hace una apología de ellas. Se tiene una concepción idílica de las empresas trasnacionales, se dice que tienen la responsabilidad de respetar los derechos humanos y deben abstenerse a causar desastres medioambientales y al bienestar de los pueblos.
Otra confesión es la del fracaso. En el numeral 25, se evalúa la etapa anterior de los países del Sur como frustración:
Somos profundamente conscientes de que decenios después de haber alcanzado la independencia política, algunos países en desarrollo siguen en las garras de la dependencia económica de las estructuras y los caprichos de la economía mundial y de los países desarrollados y sus entidades económicas. Esa dependencia, especialmente por parte de los países pobres y vulnerables, limita el alcance de nuestra verdadera independencia política también.
Al respecto, la pregunta entonces es: ¿Por qué insistir en la misma ruta del desarrollo después de decenios de fracaso? Dejemos de lado algo que no es cierto; no se puede decir que solamente algunos países en desarrollo siguen en las «garras de la dependencia», cuando se trata de la mayoría de los países. También dejemos de lado que se trata de la «dependencia económica de las estructuras y los caprichos de la economía mundial». ¿Caprichos? Estructuras mencionadas de forma tan general que se pierde el enfoque crítico de las dominación del capital. Estas provisionalidades discursivas nos muestran a un emisor diletante, poco formado tanto en las tradiciones teóricas del marxismo, como el rigor conceptual. Sorprende tratándose de funcionarios pretendidamente comprometidos con las nuevas versiones «anti-imperialistas». Concentrémonos en la insistencia contradictoria en el modelo de desarrollo. ¿No hay otro modelo alternativo? ¿Por qué desarrollo y no armonía, sobre todo armonía dinámica? Armonía dinámica que implica no renunciar a la tecnología y a las ciencias, sino liberarlas, mas bien, de las ataduras que les impone la lógica del capital[7]. La lógica del capital convierte a la tecnología y a las ciencias en instrumentos de la acumulación abstracta, quitándoles, por lo tanto, toda su potencia, todas sus posibilidades. Armonía, sobre todo por la matriz ecológica múltiple de complementariedades, entre sociedades humanas, entre sociedades orgánicas, entre ecologías y nichos. Liberar a las sociedades de las mallas institucionales estatales y de las instituciones imaginarias de la sociedad, que representan a la sociedad humana como una línea evolutiva aislada, al margen o sobre lo demás, que es precisamente su matriz de vida. Con este reduccionismo organizativo, con una sociedad atrapada en los proyectos de la racionalidad instrumental, las sociedades humanas pierden la comunicación con los demás seres de la madre tierra y el cosmos. Se imaginan estar sobre la «naturaleza», como si hubiesen estado destinados a gobernarla. Olvidan que los seres humanos son precisamente «naturaleza», que forman parte de la proliferante y plural inteligencia de la vida. Este delirio institucionalizado estatalmente llevó a las sociedades humanas a un callejón sin salida; su desarrollo se consigue destruyendo la «naturaleza», a tal punto que no quede naturaleza que sobreviva, dejando al hombre suspendido en la nada.
¿Cuán lejos está el G77, no sólo, como dijimos, del Bloque de no Alineados, sino de las concepciones, cosmovisiones, saberes subversivos de las luchas sociales contemporáneas? El G77 es un dispositivo anacrónico en los contextos de luchas sociales y de los pueblos contra las formas actuales de la dominación del capital. Es una imitación tardía y debilitada, endémica, sin «ideología», apolítica, de lo que fue el Bloque de no Alineados. Le cuesta comprender, menos asumir, el carácter múltiple de las luchas sociales contemporáneas contra las dominaciones polimorfas del poder y del capital. El G77 balbucea algunos términos como armonía, madre tierra y vivir bien, sin digerirlos ni decodificarlos. Esto explica que pueda emitir un prejuicio desolador sobre los pueblos indígenas, pretendiendo ser magnánimo, sin embargo traicionándose, pues enuncia una representación colonial. En el numeral 28, la Declaración dice:
Reafirmamos que los pueblos indígenas tienen derecho a conservar y reforzar sus propias instituciones políticas, jurídicas, económicas, sociales y culturales, manteniendo a la vez su derecho a participar plenamente, si lo desean, en la vida política, económica, social y cultural del Estado. A este respecto, ponemos de relieve la necesidad de respetar y salvaguardar las identidades culturales, los conocimientos y las tradiciones indígenas de nuestros países.
Desde la concepción del Estado plurinacional, los pueblos indígenas, los territorios indígenas, sus derechos consuetudinarios, sus autonomías, autogobiernos y libres determinaciones, conforman y generan esta transición de-colonial, intercultural, comunitaria y pluralista. El enunciado de la Declaración repite la subordinación de los pueblos indígenas al Estado-nación; se acerca a los saberes ancestrales, conocimientos y tradiciones de una manera paternal. Ni siquiera llega a un manejo más sutil, como lo hace el multiculturalismo liberal. De esta manera, teniendo en cuenta esta «ideología» nacionalista, podemos explicarnos por qué los gobiernos progresistas sacrifican a las naciones y pueblos indígenas en aras del desarrollo, como lo hacían las élites gobernantes republicanas, liberales, nacionalistas y neoliberales.
[1] Dejaremos esta tarea para otro texto.
[2] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Potencia, existencia y plenitud. Dinámicas moleculares; La Paz 2014.
[3] Ver Declaración de Santa Cruz.
[4] Revisar de Raúl Prada Alcoreza El eterno retorno de la vida. Rebelión; Madrid 2014. Bolpress; La Paz 2014. Dinámicas moleculares; La Paz 2014.
[5] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Acontecimiento político. Editorial Rincón; La Paz 2014. Dinámicas moleculares; La Paz 2014.
[6] Ciertamente la experiencia del liberalismo y del neoliberalismo ha arrojado contradicciones, así como lo ha hecho la experiencia socialista, aunque sus contradicciones hayan sido diferentes. Es en el marco del liberalismo y en el contexto de la aplicación del proyecto neoliberal cuando se han dado lugar los grandes consorcios monopólicos y oligopólicos.
[7] Revisar de Raúl Prada Alcoreza La explosión de la vida. Editorial Rincón; La Paz 2014. Dinámicas moleculares; La Paz 2014.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.