En una de esas tórridas sobremesas estivales tuve ocasión de volver a ver una reposición de El planeta de los simios , la distopía cinematográfica basada en la novela de Pierre Boulle. Para realizar una denuncia literariamente contundente de la tergiversación del registro científico por los ideólogos creacionistas, la trama opone un espejo invertido al […]
En una de esas tórridas sobremesas estivales tuve ocasión de volver a ver una reposición de El planeta de los simios , la distopía cinematográfica basada en la novela de Pierre Boulle. Para realizar una denuncia literariamente contundente de la tergiversación del registro científico por los ideólogos creacionistas, la trama opone un espejo invertido al espectador, en el que son los simios, en un tiempo futuro, quienes someten al género Homo tras experimentar una mutación genética y constituyen un orden civilizatorio basado en la afirmación de la discontinuidad física entre simios y humanos y en la negación de la palabra y la inteligencia como atributos humanos. Es decir, gracias a la elasticidad de la ficción, somos transmutados en nuestra propia alteridad a la que ahora podemos contemplar con distancia. Nuestra prédica universalista era proyectada sobre el Doctor Zaius, un orangután que encarna la máxima autoridad científica en el planeta futuro y que se encarga de mantener la prohibición del tránsito por las ruinas de Nueva York – justamente la zona prohibida que contiene las evidencias arqueológicas que impugnarían las «certezas» de los cimientos civilizatorios de los simios – y de dirigir las lobotomías para anular quirúrgicamente la capacidad cognitiva y lingüística de aquellos humanos que aun la conservan intacta a pesar de la involución genética sufrida por su género. Toda una caracterización de la palabra utilizada para ocultar la realidad en lugar de designarla.
Desde aquella sesión televisiva, la impronta siniestra del Dr. Zaius lleva asaltándome todo el verano, fundamentalmente en aquellos páramos tétricos en los que son frecuentes tales apariciones fantasmagóricas: periódicos y telediarios en esa «hora crepuscular» en la que «informan» sobre Bolivia. Y lo hace, porque también es posible realizar otras lecturas distintas de la distopía filmada por Tim Burton, que se desplacen desde las coordenadas del creacionismo hacia la vinculación entre intelectualidad y racismo. ¿Qué pasaría si olvidáramos por un instante que la alteridad invertida de la película es una ficción sobre nuestro pasado biológico y le otorgásemos una configuración genética idéntica al Dr. Zaius y a Charlton Heston? Primero pensé que el autor nos llevaría a los tribunales por transformar su distopía futurista de ciencia ficción en un ensayo historiográfico. Es fácil imaginarse al orangután suplantando a Ginés de Sepúlveda en Salamanca o en el México colonial, secuestrando la Historia general de las cosas de la Nueva España de Fray Bernardino de Sahagún, para impedir la pervivencia de los testimonios incómodos que los nahuas de distinta extracción social le ofrecían al clérigo del Siglo XVI. Sin embargo, los medios de comunicación españoles, se han encargado de desmentir ese error con su información sobre Bolivia. El planeta de los simios no se habría convertido en relato historiográfico, sino en un diagnóstico inmediato sobre la España actual. De esta forma, el Dr. Zaius se habría convertido en el corresponsal del despliegue mediático ibérico en el mundo andino, desde donde hoy opera un dispositivo de deformación de la realidad que rebasa la capacidad de despliegue de cualquier virreinato colonial en el pasado.
Comenzó a hacer de las suyas días antes del revocatorio. En un país como España, en el que ya solo nos queda por encarcelar al Olentzero por enaltecimiento del terrorismo – con el aplauso consensuado de los grandes medios – nuestra grandilocuencia acusadora para vincular a todo hijo de vecino con los tipos penales contrasta con la extremada magnanimidad gramatical con la que se maquilla el genocidio en Bolivia. Así, el día 07.08.2008 el diario Público amanecía con el siguiente titular: El Gobierno boliviano cree estar «al borde del golpe de estado» . Olvidaba mencionar dos acontecimientos intrascendentes que fundaron tales «sospechas». Primero, que el día anterior, el vehículo de Juan Ramón Quintana había sido tiroteado en las calles de Trinidad (Departamento del Beni) y que el demócrata Percy Fernández, Alcalde de Santa Cruz, frente a las cámaras de televisión y en compañía de Rubén Costas y Branco Marinkovic – Prefecto y Presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, respectivamente – había exhortado explícitamente a las Fuerzas Armadas a dar un golpe de estado tres días antes del Revocatorio. Hay que ver las cosas que le da por «creer» a este Gobierno. ¿Cuál hubiese sido el titular en España si hubiese sido el Lehendakari el autor de una declaración parecida?
Con el desarrollo posterior de los acontecimientos, la prensa hispánica ha ido rectificando sus errores. Como aquel encubrimiento de las pretensiones golpistas de la oposición solo fue un despiste motivado por la escasa relevancia de sus autores, tres «pelagatos» que apenas acaparan los cargos más importantes de todo el Oriente, el tratamiento informativo sobre la carnicería de Pando, ha sido bastante más riguroso. Después de que una mafia heterogénea integrada por funcionarios departamentales y pistoleros a sueldo ametrallase a bocajarro una marcha de campesinos orientales en Porvenir dejando un saldo temporal de 30 campesinos muertos y casi un centenar de desaparecidos, Público nos dice el 14/09/2008 que «Pando se encuentra en estado de sitio por los enfrentamientos armados entre civiles (…)» y que «(…) en Porvenir se produjo un choque entre opositores y oficialistas el pasado jueves» . Todos sabemos que lo único que ha chocado en Pando han sido las balas de los sicarios contra el tejido orgánico de los cuerpos de campesinos indefensos, muchos de ellos mujeres y niños pequeños. Al día siguiente, en el mismo diario (Público 15.09.2008, p. 13) en un artículo titulado El juego de fuerzas en la Bolivia de Morales se escribe lo siguiente acerca de los sucesos de Pando: «Por muy irresponsable que sea la oposición, por indefendibles que sean algunas de sus posturas, la responsabilidad final siempre recae en quien tiene la acción de gobierno y la obligación, presuntamente olvidada, de acomodar la acción de gobierno a las características de sus gobernados». Vamos, que lo que tiene que hacer un gobierno es no hacer respetar la legalidad y renunciar a gobernar en departamentos en los que obtenga un 52,50% (frente a un 47, 50%) de los sufragios en su refrendo revocatorio, como es el caso de Pando. Si en un futuro ETA cometiese un atentado que dejase un saldo preliminar de 30 muertos en España, es de esperar – más que nada, por salvaguardar su coherencia periodística – que Público se abstenga de calificar el suceso como acto terrorista y se limite a definirlo como choque armado entre civiles. Esperemos que también se dirija a ETA como organización de conducta «irresponsable e indefendible» y que cargue las tintas contra Zapatero, acusándole de responsable final de los asesinatos.
Hasta ahora, estos son solo algunos de los desmanes informativos más grotescos de la aventura andina del Dr. Zaius, su fachada más torpe y por tanto más fácil de esclarecer. Más difíciles de desentrañar son las confusiones inducidas por toda la intoxicación vertida sobre la complejidad de las relaciones interétnicas de Bolivia y las estructuras de poder que actualmente se asocian a ellas. Desde los días cercanos al Revocatorio, las líneas en las que cabe sintetizar las dimensiones antropológicas de la información mediática española sobre Bolivia son las siguientes:
1- Evo Morales no es indígena, sino un «impostor», porque no se expresa en lenguas autóctonas con total fluidez. (Véase Santa Cruz, la pesadilla de Evo Morales , ABC 17.08.2008). Hoy ni siquiera los partidarios de los estudios cuantitativos reconocen que la variable lingüística sea la única que intervenga en la condición étnica. Otras cuestiones, como la autopertenencia identitaria, la cosmovisión o los vínculos comunitarios han de tener tanta o más relevancia en los censos que no pretendan incurrir en «etnocidios estadísticos». No obstante, la pretensión de «cosificar las etnias» definiéndolas como mundos homogéneos, estancos y esencializados, puede ser más perversa de lo que parece [3] , ya que implica dejar fuera del análisis el racismo que tiene lugar en los espacios intersticiales: los mundos mestizos que transgreden las fronteras de unas categorías antropológicas rígidas e insolventes para dar cobertura a la presencia de lo indígena en una variedad de comportamientos culturales más heterogénea que también es objeto del racismo colonial.
2- La línea informativa del ABC ha incidido, casi siempre trascribiendo declaraciones de analistas y políticos de oposición – los únicos que son entrevistados por ese diario – que e l origen de la confrontación no se encuentra ni en la pobreza ni en el racismo (véase El indigenista en su laberinto , ABC 08.08.2008 y El avispero boliviano , 17.08.2008), sino en el abuso multisecular de un modelo de estado centralista que en el momento actual adopta la forma de un «indigenismo» político autoritario y revanchista que sólo pretende sustituir a quienes les habían gobernado y hacerse con la mayor parte del pastel (El País 13.08.2008). Lo que llaman «respuesta defensiva cruceñista», no sería otra cosa que la consecuencia lógica del avasallamiento andino sobre el Oriente, un fenómeno que en las últimas décadas se habría traducido en una «invasión» de indígenas sobre tierras departamentales.
En cualquier caso, se sigue insistiendo en el «empate técnico» entre Oriente y Occidente y en la hegemonía del discurso autonomista en el Oriente, a pesar de que los resultados del Revocatorio arrojan otra realidad: Pando y Chuquisaca ratifican a Evo Morales, Tarija no lo hace por una diferencia inferior al 0´5% (lo cual sí constituye un «empate técnico), y en el departamento más hostil al Gobierno (Santa Cruz) un 41% de su población apoya su gestión. Esos sectores que apoyan al gobierno en departamentos con Prefecturas autonomistas, y que oscilan entre un 53, 88% y el 40, 75%, son excluidos del análisis periodístico o reducidos a la categoría de «migrantes andinos». En ningún momento se analizan los conflictos internos que involucran a aquellas poblaciones autóctonas del Oriente que impugnan la política autonomista, como los que atañen a la actividad petrolera de Repsol YPF en la región guaraní del Itika Guasú (Tarija), a los esclavos cautivos de las haciendas del Alto Parapetí (Santa Cruz) o a los guaraníes peri-urbanos de Santa Cruz, que por cierto rehúsan identificarse como cambas [4] , entre muchos otros sustratos orientales que no proceden de los Andes y que son invisibilizados por el periodismo hispánico. Este periodismo que reproduce los lugares comunes de la intelectualidad cruceñista, como la interpretación de la historia boliviana como «lucha entre regiones» (José Luis Roca), omite la colusión entre Estado y elites regionales para que estas últimas actuasen como agentes concesionarios en las guerras de exterminio indígena de las tierras bajas que se sucedieron entre 1870-1920. Mientras el Estado colonial pacificaba su frontera oriental, las elites tropicales engrosaban sus latifundios y aseguraban mano de obra indígena en la explotación de la goma mediante una política de enganches [5] que perdura hasta la actualidad. También oculta que entre 1955-1960 Santa Cruz recibió el 41% de la financiación norteamericana al gobierno a través del Plan Bohan para la formación de su burguesía agroindustrial y la misma suerte informativa han corrido las entregas fraudulentas y clientelares de grandes extensiones de tierras bajo los gobiernos de Bánzer y Paz Zamora.
3- Pero a mi juicio, la mentira más eficaz y sofisticada que se ha fabricado en la excursión andina del Dr. Zaius, es la que analiza el «indigenismo» [6] de Evo, que se expresaría en un proyecto de Estado excluyente, centralista, racista y autoritario, negador del pasado colonial y republicano y restaurador de un tiempo precolombino idealizado exclusivo del Occidente y rechazado por el resto de la sociedad, incluidas las etnias indígenas orientales. Llegados a este punto, Zaius ha vendido su información a todos los periódicos simultáneamente. El ABC, habla de indigenismo cifrado en «ponchorrojismo excluyente» (17.08.2008). Casi un mes después, Público (15.09.2008, p. 13) dice lo siguiente: El fundamentalismo antropológico no es un buen libro de cabecera. No lo es en manos de la oligarquía y tampoco lo es en las de un Gobierno que se define, cuando no tiene un día excesivamente antioccidental, como progresista. Quizás, ha sido M. A. Bastenier quién mejor ha condensado esta confusión, ya que ha calificado el proyecto de descolonización, una de las piedras angulares del proceso de cambio que no ha sido inventada por el Gobierno y que constituye un horizonte fundamental de los movimientos sociales andinos desde la década de 1970, con Desoccidentalización o deshispanización del país , es decir, como una Revolución antropológica que no es otra cosa que una estridencia antiespañola (véase: Refundación de América Latina , El País 03.09.2008).
Llegados a este punto, la miseria intelectual de buena parte del periodismo europeo está consistiendo en asimilar el sentimiento de perplejidad [7] de las elites bolivianas ante el inicio del desmoronamiento de la hegemonía del señorialismo colonial y eurocéntrico en el que se ha basado buena parte de su subjetividad. En el imaginario de los bellatores del Oriente que han emprendido una Cruzada anti-constituyente, el Otro es resignificado como un «todo homogéneo» que solo puede aspirar a alternar los papeles en el sistema de dominación. Por ello es lógico que desde un paradigma sustentado en una doble estrategia complementaria de aprovechamiento del indígena para el progreso criollo y de eliminación del mismo allá donde obstaculice dicho progreso, la descolonización se imagine como un totalitarismo étnico refractario a todo aquello que provenga de cualquier otra tradición cultural (desoccidentalización y deshispanización). ¿No nos hace recordar aquel refrán que dice: «Cree el ladrón que todos son de su condición»?
El problema reside en que la descolonización, que es el horizonte reivindicado por los movimientos indígenas y sus intelectuales, no es un problema de alternancia institucional ni de sustitución de una oficialidad cultural por otra. El racismo en Bolivia es un sistema de dominación social de primer orden, que a su vez se re-articula con los sistemas de clase y género y que actúa como médula ósea de buena parte de sus relaciones sociales actuales. No es una pervivencia anacrónica de un pasado colonial pretendidamente superado que deba escandalizar a las gentes de buena voluntad, sino una tecnología de dominio, que no ha aminorado gracias al «progreso», más bien ha progresado gracias a él por medio de readaptaciones. De esta forma, cohabitan armónicamente sus manifestaciones más primigenias con las más sofisticadas: la esclavitud de los cautivos de hacienda en el Alto Parapetí, el etnocidio por desposesión territorial o la exclusión y sobreexplotación laboral que reduce en más de un 30% el salario de los trabajadores indígenas por el desempeño del mismo trabajo, son compatibles con la biopiratería, el desconocimiento de autoridades y sistemas normativos comunales, el menosprecio, la invisibilidad audiovisual o la imposición de una institucionalidad y de un sistema educativo monoétnico y desventajoso para la mayoría de la población. Pero al periodismo español, le parece que la transformación democrática de esta realidad es practicar «fundamentalismo antropológico». No es de extrañar esta complicidad, pues lo que a priori parece un contagio del desconcierto, no es otra cosa que comunidad de intereses. A pesar del imaginario feudo-vasallático de las logias cruceñistas o de la autorrepresentación de sus «vacas sagradas» como si fuesen Carlos de Anjou resucitado en la postmodernidad, su modelo de acumulación está articulado al de un sistema mundo que recicla los beneficios que obtiene de este «arcaicismo aparente». Y al no asumir el racismo como una relación de poder (en la que también es accionista la prensa española), lo reduce exclusivamente a un enunciado discursivo en términos de darwinismo social y por eso desfigura el sentido de un horizonte de transformación confiriéndole un significado que no tiene nada que ver con él.
Si bien es cierto que no existe un solo proyecto de descolonización en los Andes, difícilmente se encontrará intelectuales quechuas y aymaras con gran influencia en los movimientos sociales actuales que estén defendiendo lo que el periodismo español achaca a Evo. Por más que puedan encontrarse diferencias ideológicas entre Félix Patzi, Pablo Mamani, Esteban Ticona, Javier Medina, Evo Morales o incluso Aucan Willkaman, Raúl Ilaquiche, Luis Macas o Javier Lajos (por poner ejemplos de líderes e intelectuales indígenas de otros lugares de América del Sur). Más allá del diálogo crítico con las tradiciones culturales y filosóficas occidentales, su incursión en la política se realiza desde unos presupuestos que poseen una arquitectura distinta a la que presupone el miedo eurocéntrico, y es justamente la de la descolonización como desmantelamiento de las estructuras jurídico-políticas y de las relaciones sociales vertebradas en torno al racismo y al genocidio. Y curiosamente, la propuesta de descolonización del actual Gobierno boliviano es precisamente una de las más incluyentes y aglutinadoras. Es un insulto a la inteligencia atribuir ese aura racista a un gobierno de composición étnica plural y que ha vinculado dicha propuesta con el nacionalismo plebeyo, doctrina política que ha cohesionado exitosamente a una multiplicidad de sujetos de toda condición étnica y con demandas corporativas diversas, producto de sus diferentes relaciones con el neoliberalismo, pero todas en calidad de damnificados. Podrá discutirse la idoneidad de su contenido, algo que ya hacen diversos intelectuales indígenas desde otras formas de entender la descolonización, pero lo que no es admisible es la manipulación de una morfología que es la que más ha buscado el resto de los sectores de la sociedad nacional. De hecho, el éxito electoral del MAS frente a otros instrumentos políticos indígenas como el MIP y el apoyo popular apabullante que sigue cosechando en el 2008 se debió, en parte, a esa forma de entender la indianidad que ha tenido que pagar un alto precio en concesiones por parte de sectores indígenas que viven en un permanente estado de excepción. La apuesta frustrada por una educación laica, la creación de universidades indígenas como la Universidad Tupaj Katari en Warisata, el reconocimiento de Autonomías indígenas, o la quiebra de la exclusividad del uso del español en las instituciones, son aspectos que se juzgan, con un desparpajo limítrofe entre la ignorancia y el interés espurio, como «fundamentalismo antropológico» y como milenarismo dudosamente democrático (véase Editorial de El País La hora del compromiso , 18.09.2008). Un recurso muy viejo, del que ya echaron mano las elites cruceñas cuando reprimieron el éxodo de indígenas mojeños liderados por Andrés Guayocho en 1887. Lo que para los intelectuales de la elite era un intento de dar fin a la raza blanca de Trinidad [8] , no fue más que una huída hacia los bosques que resignificó el mito de la Tierra sin mal como búsqueda de un Tiempo sin mal (sin esclavitud). Sin embargo fueron los karai [9] quienes culminaron el exterminio que supuestamente iban a acometer los indígenas en la matanza de Kuruyuki, en 1892. Esta es la manera tan apolillada con la que los medios españoles tratan de desacreditar cualquier desafección hacia las epopeyas civilizatorias de los poderes coloniales.
Otra de las cuestiones que la prensa ibérica se resiste a entender, es el carácter multisocietal [10] de Bolivia, estado en el que conviven múltiples sistemas de relaciones sociales, cosmovisiones culturales y sistemas normativos en relaciones de dominación y explotación, amparados por una estructuración monoétnica del Estado. Se trata de una diferencia sustanciosa con los estados multiculturales europeos, por lo que tampoco cabe equiparar la descolonización con una mera descentralización administrativa. No tienen nada de racistas ni de etnocéntricas aquellas propuestas que no se conforman con el reconocimiento de la gestión de microinstituciones locales a los Pueblos Indígenas, ¿No es más bien xenófobo suponer que las culturas indígenas, mayoritarias en Bolivia, no tienen elementos que aportar a la institucionalidad central? ¿No es racista la negación de su legitimidad para hacerlo?
Ignorar la descolonización y confundir el racismo como relación social con un capricho cognitivo, son el camuflaje de la zona prohibida de Bolivia que más se afana en perfeccionar el orangután desplazado como reportero. El resultado es una banalización del racismo similar a lo que diversos intelectuales centroeuropeos hicieron con el fascismo a finales de los años 30. Walter Benjamín denunció hasta la saciedad la complicidad entre modernidad y fascismo, entre progreso y barbarie. Y con ello, también apuntaba a aquellos intelectuales que lo consideraban un fenómeno anacrónico e impropio de la civilización ilustrada de su tiempo, sin conseguir otra cosa que acrecentar su caudaloso caldo de cultivo: el prestigio de una idea de progreso lineal encubridora de la catástrofe de los sujetos oprimidos [11] . Zygmunt Bauman y Tadeusz Borowski lo confirmaron después de Auschwitz.
Hace casi un año, los mismos tertulianos españoles que negaban que el incremento del racismo en España estuviese detrás de la agresión filmada del tren de Cataluña y del asesinato de Carlos Javier Palomino, aplaudían a rabiar con la concesión del Premio Príncipe de Asturias a la concordia a Yad Vashem, el Museo de la Memoria del Holocausto de Jerusalén. Al no formar parte en la actualidad de lo que Pablo Iglesias Turrión llama «Las clases peligrosas», resulta admisible que los mismos tertulianos se emocionen con la emisión del acto de condecoración, mientras horas antes vertían cortinas de humo para exonerar a la sociedad actual de sus desmanes xenófobos. En esa distancia entre la lentejuela de los salones de Oviedo y la sangre de los andenes de Legazpi es donde anida el germen intelectual de un racismo contemporáneo que duerme tranquilo, con la conciencia limpia y cuyo caldo de cultivo se cocina en los fogones de buena parte de los medios de comunicación españoles. No existe acumulación incesante de capital posible sin etnocidio en Bolivia. Por eso, si los medios pretenden mantener incólumes sus lealtades empresariales en el negocio de la comunicación, más allá de su propio eurocentrismo, tarde o temprano están obligados a agitar los dados de la xenofobia si pretenden jugar en las timbas de los Andes. Nadie debe asustarse si ve al Dr. Zaius deambulando por las páginas de internacional de su diario. No es sana costumbre pedirle peras al olmo.
[1] A mediados de agosto dos compañeros de la revista Diagonal me propusieron que escribiera un breve artículo de análisis sobre el tratamiento informativo del Referéndum Revocatorio boliviano desde la perspectiva del racismo y la descolonización. El artículo, que se publicó finalmente bajo el titular de El racismo difuso de la prensa ibérica , vendría a complementar otro de Pascual Serrano, de espectro más general, sobre la información del mencionado Revocatorio. Poco tendría yo que añadir o que objetar a un artículo excelente como el de Pascual. En cambio, la aparición de nuevas perlas periodísticas y la necesidad de ofrecer un desarrollo argumental más amplio que tuvo que sacrificarse por los constreñimientos de espacio propios de toda publicación en papel me han inducido a ampliar y a reelaborar aquel «simulacro analítico».
[2] Coordinador del libro Bolivia en movimiento. Acción colectiva y poder político . Barcelona, El Viejo Topo, 2008.
[3] Véase Rivera Cusicanqui, Silvia: «Violencia e interculturalidad. Paradojas de la etnicidad en la Bolivia de hoy.» En Sin Permiso nº 3 pp. 55-74, Barcelona, 2008.
[4] Véase Ros, José I.; Combés, Isabelle et al. (2003): Los indígenas olvidados. Los guaraní-chiriguanos urbanos y peri-urbanos en Santa Cruz de la Sierra . La Paz: Fundación PIEB, p.26.
[5] Soruco, Ximena (Coord.) (2008): Los barones del Oriente. El poder en Santa Cruz ayer y hoy . La Paz: Fundación Tierra.
[6] Término mal empleado que se refiere a la reflexión sobre los indígenas por los no indígenas y a la acción institucional del Estado.
[7] Véase Soruco, Ximena (2008): «La perplejidad de la elite señorial en Bolivia», La Paz: Fundación Tierra. http://ftierra.org/sitio/index.php?option=com_content&task=view&id=237&Itemid=118
[8] Véase Soruco 2008: 37.
[9] Colonizadores blancos, en guaraní.
[10] Véase Tapia, Luis (2002): La condición multisocietal. Multiculturalidad, pluralismo y modernidad . La Paz: CIDES-UMSA-Muela del Diablo Editores.
[11] Véase Reyes Mate, Manuel (2006): Medianoche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamín «Sobre el concepto de historia.» . Madrid: Trotta.