Estamos ingresando al «eje del mal»; esto, si es que ya no estamos dentro. Así nos han calificado en Washington. Para que no haya dudas, el embajador de ese gobierno, en La Paz, ha visitado al presidente Evo Morales, para advertirle sobre la preocupación que ha provocado el inicio de relaciones con Irán. Inmediatamente, los […]
Estamos ingresando al «eje del mal»; esto, si es que ya no estamos dentro. Así nos han calificado en Washington. Para que no haya dudas, el embajador de ese gobierno, en La Paz, ha visitado al presidente Evo Morales, para advertirle sobre la preocupación que ha provocado el inicio de relaciones con Irán. Inmediatamente, los comentaristas que posan de imparciales, han expresado la misma preocupación.
Unos y otros no conciben que, en Bolivia, está ocurriendo un cambio real; un cambio que supone, necesariamente, diferentes intereses y, en consecuencia, distintas relaciones. ¿O es que esperaban que los cambios fueran aparentes? Hay cambios de fondo. Que eso supone riesgos, es indudable.
¿Cuál es el eje del mal?
Este y los anteriores gobiernos norteamericanos, desde Harry S. Truman, tienen la manía de calificar a todos los países del mundo entre buenos y malos. Pueden ser corruptos, ineptos, criminales, serán buenos en tanto respondan a la política de la Casa Blanca. En ocasiones, sus «buenos» servidores se rebelan y, entonces, pasan a la categoría de malos.
En el eje del mal están -¡cómo no!- Cuba y Venezuela. Al otro lado del mundo está Irán, como también Corea del Norte. Son países malos, porque no obedecen al Tío Sam. A unos les hace la guerra abiertamente. A otros los tiene bajo vigilancia y advertencias.
¿Hay algo en común, entre ellos, aparte de su reacción contra el gobierno de Estados Unidos? Nada, excepto el hecho de no permitir que las empresas transnacionales se lleven el bocado de león de los recursos naturales que tiene cada uno de los rebeldes.
Por supuesto que no pueden decir que esas son sus razones. Más bien son groseros en sus declaraciones; hablan de una preocupación por el programa nuclear de Irán, país que debiera someterse a inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica. Habría que preguntarles si ellos permitirían tales inspecciones si otros países, con razones bastante justificadas, les exigieran hacerlo.
Pero, ¿por qué colocan a Venezuela en el eje del mal?, ¿tiene armas nucleares?, ¿está realizando experimentos nucleares? No. Son otras las razones.
Los analistas del mal
Un periódico encontró a cuatro analistas dispuestos a decir que, el acercamiento del gobierno de Bolivia a los países que Washington califica como «eje del mal», traerá más problemas que beneficios. La pregunta para ellos es sencilla: ¿cuáles fueron los beneficios que tuvo Bolivia durante los años en que mantuvo relaciones distantes con esos países?
Lo único que demuestran, con ese simplista análisis, es que hay temor al cambio. ¿Cómo querían cambiar? Otro analista, que en su tiempo tuvo mayor autoridad crítica, hizo hace días una desencantada relación de los hechos, concluyendo que, más que cambios, hay desorden, desorientación y discurso. Hay que reconocerle que no intentó dictar recetas, pero también nos muestra que, para él, el cambio sólo puede ocurrir cuando se encuentre la puerta de la prosperidad.
La realidad del cambio
Las fuerzas sociales que se lanzaron a la lucha por el cambio, desde el año 2000 y mucho antes, son las fuerzas que trabajaron y trabajan para crear la riqueza de la que se apoderan los empresarios. Lo mismo en las minas que en la ganadería, en los cultivos de exportación y en los hidrocarburos. En las condiciones que los grupos de poder aceptaron, más del 90% de esa riqueza salía como ganancia de las transnacionales. Para obtener su propio beneficio, estos empresarios pagan sueldos miserables. Esa es la realidad que debe cambiarse.
Esperar que hombres y mujeres que han sufrido -y aún siguen sufriendo- el hambre y la miseria actúen calmadamente, es absurdo. ¡Claro! Los analistas pueden darse ese lujo, porque no han sufrido hambre, ni se vieron obligados a abandonar la escuela para trabajar. No se trata de enrostrarles la impaciencia del pueblo. Sólo recordarles que son otros los puntos de vista de quien sufre esas condiciones.
En medio de esa impaciencia, que se traduce en marchas, bloqueos y huelgas de hambre, el gobierno debe trabajar para solucionar los problemas urgentes y proyectar las políticas que hagan, de Bolivia, un país viable. Para cada grupo de personas, para cada sector, el problema que arrastra durante décadas, debe resolverse ahora, en este momento, porque ya esperó mucho y, con su voto, hizo posible que Evo Morales sea presidente.
A esto se suma la acción de los partidos opositores que, defendiendo intereses de los grupos de poder desplazados, oponen dura resistencia a cualquier cambio. Especialmente cualquier cosa referida a las relaciones con Estados Unidos. Pero ocurre que se trata, precisamente, de modificar esas relaciones como factor importante para el cambio, tanto en lo interno como en lo exterior.
Nuestros errores
Sería tonto declarar que avanzamos sin tropiezos. Tenemos errores, muchos errores, el principal de los cuales es haber aceptado no imponer la autoridad de la mayoría conquistada en diciembre de 2005 y confirmada en julio de 2006. Hemos concedido demasiados avances a una minoría potenciada por su experiencia en el manejo de un poder que corrompieron.
Esas concesiones han permitido los fracasos de la Asamblea Constituyente, la validación de las demandas empresariales, incluso relegando las reclamaciones de los sectores populares y la alineación de personajes que nunca alcanzaron estatura nacional.
También hay que reconocer dubitaciones en la aplicación de los planes mayores de recuperación de nuestros recursos. ¿Por qué no se ha recuperado ENTEL hasta ahora?, ¿qué razones impiden la formulación de una política ferroviaria nacional?, ¿para cuándo dejamos la distribución de la tierra?
Cientos de miles de bolivianas y bolivianos han salido y siguen saliendo del país, en busca de solucionar sus crisis familiares. Hay mejores condiciones, ahora, pero no las utilizamos a plenitud. Tememos hacer inversiones; aunque es cierto que son mayores que nunca antes, todavía son insuficientes. El gobierno debe ser audaz. Que no nos preocupen los adjetivos que nos endilguen desde adentro o desde afuera. No es con ellos que debemos cumplir, sino con el pueblo que nos eligió.