La sociedad argentina vive un clima político enrarecido por el empobrecimiento del debate y la carencia de proyectos que ofrezcan respuestas más allá de las elites.
Siga, siga.
Los poderes fácticos de nuestro país tienen a esta altura un tácito acuerdo en cuanto al rumbo para lo que resta del actual gobierno: Una prosecución de la política de ajuste fiscal y de garantías a la maximización de ganancias. Que dé paso el año que viene a un más o menos plácido triunfo electoral de la derecha.
La coalición hoy opositora sería así la encargada en 2023 de acometer las “reformas indispensables” para el dominio aún más pleno del gran capital. Con la aspiración de desarticular las luchas populares que siguen restringiendo la “gobernabilidad” de la sociedad argentina desde el punto de vista de los intereses del empresariado.
El sueño es borrar de raíz las “extorsiones” sindicales (dolió el conflicto exitoso que llevó adelante el SUTNA), así como disminuir drásticamente la disputa del espacio público por las organizaciones populares. Y penalizar todo cuestionamiento al derecho de propiedad en cualquiera de sus aspectos.
En la presentación de su nuevo libro, ¿Para qué? Mauricio Macri presagió que “las piedras van a volver” cuando esa coalición arribe al gobierno, en alusión a aquellas protestas de fines de 2017 contra un intento de reforma jubilatoria.
La advertencia es transparente: Necesitarán reprimir para apuntalar sus políticas de avasallamiento. Y construir un consenso que preste aval al uso de la coerción. Es factible que ése sea un escenario de confrontación político-cultural en el futuro próximo.
Frente a esa proyección de la derecha no hay una prospectiva clara en el Frente de Todos (FdT) centrado hoy en “durar”, sin un horizonte claro ni una perspectiva unificadora. Su gobierno es un fracaso compartido, y las desilusiones suelen ser “huérfanas”, quedarse sin defensores.
Como verbalizó Máximo Kirchner en un reportaje, Cristina le dejó la presidencia a Alberto Fernández y esto fue un error. El actual oficialismo iría así a las urnas en 2023 a enmendar un desacierto de base. Al aspirar al triunfo electoral y a un nuevo período de gobierno no estaría ratificando un rumbo, sino corrigiendo un yerro. Buscaría así la continuidad de una presidencia que no debió ser. Extraño laberinto sin salida a la vista.
Contornos desdibujados.
Los ímpetus “nacionales y populares” del kirchnerismo se han aclimatado al respaldo a las políticas de ajuste. Ya es casi una moda en esos ámbitos reconocer el “esfuerzo” del ministro Sergio Massa. Tal empeño estaría orientado a reparar los desaguisados cometidos por el ministro Martín Guzmán, convertido en encarnación de todos los males. Y el recetario fondomonetarista sería la forma de hacerlo.
La apuesta excluyente, en materia económica, es que el ajuste en marcha “enderece la economía”. En particular la evolución de la tasa de inflación. Difícil, en momentos en que las proyecciones de suba de precios para el mes de octubre anuncian que se revertiría la tendencia descendente de los dos meses anteriores.
Las usinas de pensamiento con visiones menos conservadoras que la de Massa y más afinidad con la actual vicepresidenta quedan remitidas a un lugar de lejanos comentaristas.
Se firman documentos que cuestionan las acciones de los grandes capitalistas y el vínculo de sometimiento con el Fondo Monetario Internacional, pero la síntesis práctica que se extrae es….el apoyo a la política económica actual. Con salvedades que suenan a “saludo a la bandera” para no hacer más evidente la claudicación.
La discusión del presupuesto en estos días hace patente los muy estrechos límites del debate. En cualquier caso compatible con respaldar “recortes” de gastos en políticas públicas que atienden a las necesidades populares.
En sus intervenciones públicas, el presidente de la Nación enfatiza las virtudes de los actuales índices de crecimiento y de recuperación del empleo. Por su lado dirigentes kirchneristas realzan la necesidad de “redistribución”. Y apuntan a implantar “controles más severos sobre los formadores de precios”.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, ha enunciado la necesidad de “pasar urgente a la etapa redistributiva”. Pero en la misma entrevista declaró:
“Massa hizo lo que había que hacer. No pienso igual que él, pero sí creo en una Argentina industrial y productiva contra una financiera. Estamos absolutamente de acuerdo en eso. Lo que se discute es el camino que se toma para llegar a eso”.
La falta de claridad o voluntad para emprender caminos diferentes conducen al Frente de Todos a un presente de divisiones y desconcierto. Análisis críticos o planteos contestatarios quedan como observaciones de la coyuntura, sin conducir a acciones concretas.
Las especulaciones en torno a la candidatura presidencial de 2023 aparecen endebles. Sobre todo porque no hay una proyección clara de si se tratará de dar la disputa electoral con probabilidades de éxito. O sólo se procurará preservar espacios y resguardar algo de predicamento social frente a un casi seguro triunfo de la oposición de derecha.
El gris color del futuro.
Visto desde el punto de vista de las mayorías populares, el horizonte político no presenta respuestas operativas a los apremios que sufre. Los poderes estatales y las elites políticas recorren una “agenda” que les es ajena a trabajadores y pobres.
Gran parte de las decisiones de fondo se toman a miles de kilómetros. Y no tienen entre sus prioridades reales el combate contra la pobreza, la reversión de la precarización del empleo o la solución de la situación crítica en salud, educación y calidad habitacional.
La clase dominante de Argentina no tiene una hoja de ruta que matice el predominio de sus intereses corporativos. Ni que plantee algo distinto que la administración de lo existente en beneficio propio.
Por ahora no se avizora un punto de inflexión que pueda venir marcado “desde abajo”. Una expresión masiva de descontento apta para impulsar un cambio de rumbo. Las luchas sociales existentes no se vinculan por ahora a una alternativa política, lo que marca una carencia signada por el desencanto.
El horizonte estancado y empobrecedor del capitalismo argentino constituye una invitación a impugnarlo, a desafiar sus límites. Y al esbozo de una salida basada en la movilización popular, la recuperación colectiva del ideal democrático, y un programa de reestructuración de la sociedad en beneficio de las clases explotadas.
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