Tras el resultado de los comicios del último domingo, el futuro político del país es pura incógnita. Casi todas las hipótesis ponen de relieve una necesaria «moderación» del gobierno de Cristina Fernández. Auque los resultados oficiales marcaron que la alianza política gobernante seguirá siendo la primera minoría en ambas cámaras legislativas, la derrota de Néstor […]
Tras el resultado de los comicios del último domingo, el futuro político del país es pura incógnita. Casi todas las hipótesis ponen de relieve una necesaria «moderación» del gobierno de Cristina Fernández.
Auque los resultados oficiales marcaron que la alianza política gobernante seguirá siendo la primera minoría en ambas cámaras legislativas, la derrota de Néstor Kirchner en la Provincia de Buenos Aires significa un duro revés para el oficialismo y para el propio ex presidente, que a horas de conocerse los resultados, debió renunciar a la conducción del Partido Justicialista, el principal aparato político territorial del país.
Este es el desenlace previsible de una campaña que puso en juego la legitimidad del modelo económico como estrategia electoral. Al basarse en la figura del ex presidente como llave de una «evaluación ciudadana» a nivel nacional, el triunfo de la propuesta de oposición ante Kirchner en el principal distrito argentino, afecta notablemente al gobierno central.
Además, ese retroceso parece indicar el inicio de una nueva etapa, que se anuncia caracterizada por un avance derechista que, sin unidad programática, logró instalarse como opción política utilizando a las grandes corporaciones mediáticas como voceros prominentes.
El logro objetivo de este sector es haber obturado la posible continuidad del proyecto kirchnerista iniciado en el año 2003, dando paso a una transición auspiciada por fuerzas políticas conservadoras. Este proceso abre además la «Caja de Pandora» de los reclamos empresarios, que ya exigen disciplinamiento: cambios en el Gabinete Ministerial, devaluación de la moneda y fin de la intervención estatal en las riendas de la economía.
Sin embargo, es imposible prever el escenario futuro de la política argentina. Los sectores económicos beneficiados con el fin de la hegemonía kirchnerista no tienen sino una representación parlamentaria parcial y carente de unidad. Los medios de comunicación son el espacio privilegiado de su prédica, lo que no les asegura eficacia a la hora de concretar políticas específicas.
Pero las perspectivas de las fuerzas progresistas no son mejores, aunque si más claras. El repliegue parece casi inevitable, dando paso a un nuevo ciclo político en el país. Esa nueva situación será sin dudas desfavorable para los sectores populares. Además, el cambio del signo político en la conducción del modelo argentino en vistas de las elecciones presidenciales de 2011 proyecta sombras sobre uno de los logros más importantes del kirchnerismo: la política exterior. El definitivo debilitamiento del gobierno de Cristina Fernández y su consiguiente transición hacia la derecha restaría un apoyo fundamental al proyecto integracionista latinoamericano.