En la agonía y en el boqueamiento, la democracia, yace a un lado del estado actual y mortal del Estado mexicano, con el cuerpo rojo y los labios azules. En el país de las sombras espectrales, hay un rumor de voces en los oídos sordos. La gente y los demás no adivinan, ni por mirificaciones […]
En la agonía y en el boqueamiento, la democracia, yace a un lado del estado actual y mortal del Estado mexicano, con el cuerpo rojo y los labios azules.
En el país de las sombras espectrales, hay un rumor de voces en los oídos sordos. La gente y los demás no adivinan, ni por mirificaciones ni por afiguraciones, más que su propia incertidumbre existencial: nosotros y los otros no somos más que los mismos. Los que se presumen conscientes son los ausentes, en lo que, los presentes, no existen. Simulación y invisibilización: los contrarios son los cohechos y los ejecutivos con los legislativos son los cómplices allegados y adentrados en el estado actual y mortal del Estado mexicano. Los corruptores y los impunes son los inveterados y los renovados-innovados en la clase política gobernante, empresarial, intelectual, militar y narco-sicaria.
Lo que implica e indica es el estado de pronóstico reservado -terminal- y exacerbado- en el estado actual y mortal del Estado mexicano, son las sombras de sospecha en el país de las sombras espectrales, con la consabida corrupción e impunidad, sobrevolándole las auras y los cuervos por lo de los dentros y los ojos de los muertos, los desaparecidos y los desplazados, las cabezas decapitadas, los colgados, los enfosados y los desmembrados.
No puede haber otro estado actual y mortal que el Estado mexicano, a imagen y semejanza, de la gente y los demás, de nosotros y los otros.
Los que demandan, denuncian y acusan que cualquier decisión viene desde el arriba, lo que uno ve como evidencia es que todos los de en medio y los de abajo la toman como propia y ajena para llevarla a la negociación y a las repartición de las prebendas en la institucionalidad y en la juridicidad de lo trastocado a trasmano con los funcionarios públicos que son personas físicas, éticas y morales ante La Ley, sea El Presidente o el regidor, de donde se despacha al ciudadano, a la chingada.
La clase política gobernante, empresarial, intelectual, militar y narco-sicaria es inteligentemente sociópata y perversa en conductas y en prácticas antropofágicas políticas, económicas, sociales y culturales, configurando y perfilándose en el doble perfil de la antropología sociocultural y la psiquiatría clínica-médica.
La corrupción no es cultural, es abismal, porque nos viene de arriba, a en medio y abajo, desangrándose a sangre y a fuego, ni siquiera pudiendo estirar los pescuezos como los perros y los coyotes ante los lobos de los hombres y las lobas de las mujeres.
Ante el proceso electoral-presidencial 2018, el estado actual y mortal del Estado mexicano, pasa de su morbosa agonía al escandaloso boqueamiento de su yacer en un pronóstico reservado -interminable-, posiblemente, intachable e inatacable, por su condición de desahuciado proactivo con el aire internetiano de las nuevas tecnologías y las redes sociales, aceptándose o renunciando estoica e insufriblemente a cualquier resistencia con la jodida resiliencia mediática, virtual y consumista, de las cuales se desprenden las garras de ropa y las sobras de productos para la antropofagia doméstica y comercial, llenándonos hasta lo copeteado y lo desbordante de nuestras miserias y vaciedades materiales, ornamentales y existenciales.
Políticos gobernantes, empresarios, intelectuales, militares y narcos-sicarios con la gente, los demás, nosotros y los otros -ciudadana, racional y socialmente- con la perversa sociopatía no somos empáticos, ni siquiera, en La Hora Nacional, haciéndonos sentir que somos buenos para la Solidaridad; de aquí que somos buenos para todo y buenos para nada.
Antonio Gramsci: «Tal vez el lugar común vuelto del revés es aún más banal que el lugar común».
Tal vez sí, quizás no, sea nuestro lugar común cuando en la agonía y en el boqueamiento de la democracia, el estado actual y mortal del Estado mexicano significa la enfermedad orgánica y resignifica la criminalidad social en la banalidad del mal en el político, el empresario, el intelectual, el militar, el narco-sicario, la gente, los demás, nosotros y los otros como victimarios y víctimas, sintiéndose mal los alemanes después de que terminó la segunda guerra mundial, y que en el caso de la revolución mexicana no fue suficiente porque estamos en guerra contra el Narco-Estado.
En la resignificación de la banalidad del mal mexicano, se han entrecruzado los cortes generacionales y epocales como para que nadie diga nada de alguien, y aunque del Presidente se diga todo por todos, se habrán de eliminar las casas blancas por el desarrollo inmobiliario turístico con casas blancas como en las islas griegas con una publiproganda que todas las casas blancas sean rosas, rojas y violáceas en las riberas de las costas y en las laderas del Nevado de Toluca, regresando a los albores y a los lodos de los proyectos turísticos de Luis Echeverría a Peña Nieto. Y por más que nos comparen con Colombia y Venezuela, en México, el asunto público y el problema social son los gobernantes y somos los gobernados mexicanos, estirándole la cobija al encobijado y quitándole las hojas al entamalado.
Estamos en el maldito lugar común del profundo pozo negro tocando fondo y lo único que hacemos es mirar a quiénes nos estamos llevando con nosotros/los otros, en lo que la gente/los demás se nos arremolinan y se nos enciman para hacer con la cargada más lenta e incontenible la caída en el agua chapoaceitada en «en el sentido de lo último» de lo que pensaba y escribía Cioran en cualquier sentido de lo último:
«Nadie se extrañará ya de que, en este caso, podamos interrogarnos sobre la conveniencia de seguir viviendo tras haber escuchado ciertas sinfonías o contemplado un paisaje único.»
*Lo incontenible, dentro y fuera del profundo pozo negro, es lo que provoca que la gente y los demás, nosotros y los otros nos ve(a)mos:
«Bajo la solitaria noche, entre las sombras, iban oscuros.» -Eneida-.
(&) Vamos oscuros, los mexicanos, entre las sombras, bajo la solitaria noche.
(&) O lo que el poeta, Efraín Huerta, interroga admirativamente, a plomo solar y a plata lunar:
«¿Qué país, qué territorio vive uno?»
*Que nada, nadie y alguien se digan, después, que no estaban enterados la gente, los demás, los otros y nosotros, Por Siempre.
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