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El Estado clientelar

Fuentes: Rebelión

Ciertamente es una metáfora hablar del Estado clientelar, lo mismo que dijimos cuando tratamos el Estado rentista[1]; lo hacemos para ilustrar las características que conllevan los gobiernos populistas, llamados hoy gobiernos progresistas. Características que trasladan desde la forma de gobierno a la forma de Estado estas adecuaciones políticas[2]. Llamamos entonces Estado clientelar a esa forma […]

Ciertamente es una metáfora hablar del Estado clientelar, lo mismo que dijimos cuando tratamos el Estado rentista[1]; lo hacemos para ilustrar las características que conllevan los gobiernos populistas, llamados hoy gobiernos progresistas. Características que trasladan desde la forma de gobierno a la forma de Estado estas adecuaciones políticas[2]. Llamamos entonces Estado clientelar a esa forma de gobierno, persistente y reiterada, que conforma una relación de dominación afectiva entre gobernantes y gobernados.  Los gobiernos populistas, extendidos en los llamados gobiernos neo-populistas,  orientan sus capturas institucionales y no institucionales a la conformación de clientelas; es decir, de grupos, estratos sociales, incluso masas populares, dependientes del mito del caudillo, dependientes de las dadivas del caudillo y de su gobierno, que los sitúa en la condición degradante de  víctimas y dramáticos demandantes de favores. En otras palabras, esta relación clientelar es también una relación corrosiva, una relación que se mueve en los circuitos de la economía política del chantaje; en pocas palabras, de la corrupción.

Es humillante el espectáculo clientelar expandido a nivel nacional de la ejecución del «Bono Juancito Pinto». Colas de padres acompañando a sus hijos, recibiendo el bono de oficiales del ejército, reducidos a oficiales de asistencia social. Esto es no sólo formar clientelas, es decir poblaciones rehenes del poder, sino corromper a las poblaciones, ahora de niños. No se atiende la calamitosa situación de la educación; se la vea por donde se la vea, ya sea solo como educación, al estilo tradicional, o como educación descolonizadora. La formación de niños, niñas, adolescentes, es desafortunada. No solo por mallas curriculares retrasadas, en relación a los avances de las ciencias, sino porque ni si quiera estas se cumplen. Profesores, en su mayoría, mal preparados para enseñar, incluso sin vocación, pues acudieron a las normales con el objeto de tener un sueldo de por vida garantizado. Escuelas sin bibliotecas adecuadas, ni hablar de salas de internet apropiadas; niños, niñas, adolescentes, atiborrados de tareas sin sentido. Nuestros jóvenes salen, en su mayoría mal preparados para la formación superior.   Esta situación calamitosa se prefiere encubrir con el demagógico espectáculo inconsolable de estas relaciones clientelares, que aparecen de una manera singularmente extraviada, en la efectuación del «Bono Juancito Pinto».

 

El Estado clientelar, así como el Estado rentista, es un Estado destructivo de la cohesión social, Estado asentado en la economía política del chantaje. Estamos tentados a decir es un Estado aparente, pues corresponde a una de las formas de la simulación; empero, sabemos que todo Estado, como institución imaginaria de la sociedad, lo es.  Es un Estado como todo Estado que captura fuerzas; empero, a diferencia del Estado-nación clásico, si se puede hablar así, si incluso existe un Estado-nación promedio, hipertrofia las relaciones clientelares convirtiéndolas en primordiales en la reproducción del poder. Hablando en el lenguaje de la ciencia política, con la que no estamos de acuerdo; pero, ayuda al objetivo de ilustrar, no forma ciudadanos, correspondan a la figura de las pretensiones universales liberales, correspondan a las ciudadanías complejas, extendidas, plurinacionales, sino forma dependientes, asistidos, forma esclavos emociónales, enamorados dramáticamente del mito del caudillo. Esto es ciertamente vergonzoso. Es este espectáculo triste el que se presenta como logro de la revolución cultural descolonizadora.

 

En el Estado clientelar todos juegan no solamente a esta dependencia afectiva sino también al bluff. Se entregan títulos a los bachilleres, se entregan títulos a los profesores, incluso de postgrados, sin que estos cartones sean respaldados por una formación sólida. Se decreta que ya estamos en el Estado plurinacional, cuando lo que efectivamente ocurre es la consolidación del Estado-nación. Se manejan indicadores estadísticas en su forma relativa, sin atender a los datos absolutos, menos a sus valores conmensurados de acuerdo al valor real, mucho menos a lo que significan en términos de la estructura económica. Se habla de una victoria electoral contundente, sin evaluar el contraste abismal entre las últimas elecciones y las anteriores; se perdió el entusiasmo, el contenido político, que todavía se mantenía hasta las elecciones del 2009; sin ver la decadencia política del periodo; comprendiendo la última gestión, peor de la que viene. Todos prefieren ilusionarse; es decir, adormecerse, para no atender lo que efectivamente acaece.

 

Ciertamente esto no es sostenible a largo plazo; sobre arenas deleznables no se construye nada que dure;  con madera carcomida no se sostiene nada que dure. No solamente es una decadencia, no solamente se ha entierrado el cadáver del «proceso de cambio», sino que se asiste al hundimiento de un gobierno progresista, acompañado por abundantes flores de sepelio, los cuantiosos votos de despedida.

Como dijimos, la anterior gestión de Evo Morales Ayma no corresponde, de ninguna manera, al Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico, como establece la Constitución; corresponde al Estado-nación consolidado. No vamos a repetir toda la argumentación, nos remitimos a los escritos que tratan el tema; lo que interesa es comprender cómo se consolida este Estado-nación subalterno[3].

 

Los Estado-nación subalternos son, en su mayoría, estados que nacen de la guerra de la independencia o de las guerras de liberación nacional; son estados que no pierden la referencia con la colonialidad, pues la continúan en las condiciones de la república. Los estallidos sociales, vinculados a levantamientos indígenas, a luchas campesinas, a rebeliones proletarias, a sublevaciones e insurrecciones populares, tratan de «nacionalizar» sus estados, por así decirlo, usando un término manejado, primero por Sergio Almaraz Paz, luego por Marcelo Quiroga Santa Cruz; lo logran, en parte, a partir de las nacionalizaciones económicas; empero, no logran desprenderse de su herencia colonial.  No se trata solamente de la condición de dependencia, tampoco solo de la condición de subalternidad, sino de la estructura misma del Estado-nación.  En el orden mundial, emergido de la revolución industrial, orden universal consolidado en la posguerra, los Estado-nación forman parte de la composición de poder del orden mundial, del Imperio, además de formar parte del sistema-mundo capitalista. Entonces los Estado-nación subalternos nacen con una herencia colonial, que los hace ilegítimos históricamente, por así decirlo, también nacen con la crisis estructural política y social, que no logran resolverla. No logran resolver la crisis múltiple del Estado,  a pesar, por el lado conservador y oligárquico, de buscar resolverla con las guerras anti-indígenas;  a pesar, por el lado popular, buscar resolverla con nacionalizaciones y democratizaciones. Los regímenes populistas, por cierto más legítimos que los regímenes conservadores, incluso los regímenes liberales,  si bien logran consensos amplios de la población, además de encaminarse a procesos de modernización, que no pueden ser sino masivos y de inclusión, no pueden romper con la herencia colonial, no pueden tampoco romper con el orden mundial, el imperio, ni el sistema-mundo capitalista; son parte componente. Cuando las convocatorias logradas y los consensos que las acompañan pasan del periodo de entusiasmo, recurren a sustituir este decaimiento con la irradiación de relaciones clientelares, basadas en relaciones afectivas con el pueblo. La legitimidad política se la suelda con la legitimidad afectiva.

El problema aparece cuando el único recurso que queda es ampliar las relaciones clientelares, convirtiendo a la sociedad en rehén del caudillo o del partido populista. Es el momento cuando todo lo que había de democrático en la revolución nacional se convierte en todo lo contrario, en un régimen autoritario, que recurre al mito del caudillo, al chantaje de la relación afectiva. En estas condiciones no se puede hablar de democracia; se trata de una experiencia política del drama popular, donde el pueblo se convierte en el espejo plural de la imagen del caudillo. Ha perdido toda libertad, toda iniciativa, toda capacidad creativa, mucho más, esta exento de toda posibilidad de crítica. Los regímenes populistas apuestan a esta complicidad afectiva para preservarse en el poder. Comparando lo que aconteció con la revolución nacional de 1954-1964 y lo que acontece con la revolución democrática y cultural de 2006-20014, se puede observar que las relaciones clientelares se han extendido mucho más de lo que pudo hacerlo el Movimiento Nacionalista revolucionario (MNR) de ese periodo. Se puede hablar, aunque sea metafóricamente, de un Estado clientelar.    

[1] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Critica de la Economía política generalizada. http://pradaraul.wordpress.com/2014/09/09/critica-de-la-economia-politica-generalizada/

[2] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Las mallas del poder. http://pradaraul.wordpress.com/2014/10/20/las-mallas-del-poder/

[3] Ver de Raul Prada Alcoreza: Cartografías histórico-políticas. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.