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El Estado patán o las cajas vacías de Peña Nieto

Fuentes: Rebelión

El único imperativo que los estados neoliberales afirman hoy es el de acumular más y más, sin ningún control sobre el modo en que se explota y somete la vida vulnerable y vulnerabilizada por la descomposición de la soberanía moderna. En países de América Latina este proceso tiene su epicentro en economías abiertas a los […]

El único imperativo que los estados neoliberales afirman hoy es el de acumular más y más, sin ningún control sobre el modo en que se explota y somete la vida vulnerable y vulnerabilizada por la descomposición de la soberanía moderna. En países de América Latina este proceso tiene su epicentro en economías abiertas a los vaivenes de los mercados transnacionales que mediante la retirada del Estado orientado a la «cuestión social» desregula las economías nacionales a favor del capital globalizado y usurero. En la usura y el escandaloso principio de la especulación financiera ha hecho incluso que las naciones no puedan encontrar en el principio de la soberanía la posibilidad de inmunizar las contingencias de la naturaleza. La idea de que estas contingencias son ajenas a los estados que deben ocuparse por la vida en común enajena y esconde la voluntad de los especuladores que han tomado la posibilidad de que la máquina estatal sea otra cosa que un conglomerado de mafiosos y mafias destinadas a reproducir la riqueza de unos poquísimos. Para nadie es una sorpresa que la soberanía es un concepto derruido y escamoteado por bandas criminales de especuladores que operan al servicio de la acumulación voraz y salvaje. El olvido completo de la ciudad y de sus espacios y habitantes por parte de una racionalidad que opera singularmente en países empobrecidos por la usura y el cinismo de los patanes en el poder.

El cinismo es «humano, demasiado humano» como para constituir un delito de Estado. Su modus operandi es la del paladín humanitario que emana de la las tragedias sociales y políticas. El cinismo se encarna en el patán o el conjunto de patanes desvergonzados protegidos por el poder y el dinero. No debemos engañarnos, el patán como marioneta de un Estado subordinado a los intereses de la especulación financiera no es delictivo, no constituye delito alguno. Por el contrario, el patán cínico es una figura importante de la política afectiva del neoliberalismo como producción sentimental de mecanismos culturales en los que la «ayuda humanitaria» se acopla al humanismo abstracto de la especulación y del poder de los estados en los que el tsunami de la corrupción se ha naturalizado. Sin duda, aglomerados en partidos políticos de izquierda y derecha, el conjunto de patanes que funcionan como grandes espacios del negocio de la usura y la explotación es lo opuesto al hombre de la ciudad y, así, es lo opuesto al hombre político que compone y recompone la ciudad toda vez que esta ha sido convertida en escombro por motivos de una guerra o por las contingencias de la naturaleza.

Azotada por el reciente terremoto de 7.1 en la escala de Richter, Ciudad de México se halla en medio de los escombros y las ruinas de viviendas y edificios colapsados. La apertura a la afectividad, el cuidado y la preocupación por el otro emanan de manera espontánea. Hombres, mujeres y perros buscadores se convierten en los héroes de una ciudad desamparada por la patanería del Estado. La posibilidad de rescatar a los sobrevivientes sepultados por viviendas y edificios que no estaban preparados para recibir un sismo diez veces más débil que el que dejó más de dos mil muertos el 19 de septiembre de 1985 se convierte en materia afectiva de solidaridad genuina y también en presa fácil de la prensa sensacionalista. En el calor humano de la afectividad desbordada, sin embargo, no es posible no gritar la siguiente pregunta: ¡¿Cómo es posible que en 32 años el Estado no haya podido controlar y vigilar la construcción de la ciudad?! El estado patán ha olvidado sus ciudades porque hace mucho ha dejado de comportarse como Estado, hecho y compuesto por ciudades.

El olvido de la ciudad es el olvido de lo común y de los lugares que hacen posible el repliegue de la vida en lo inevitable del estar-en-común. La administración, el cuidado y la preocupación de lo común es lo que la metamorfosis del Estado social en Estado-mercado hace posible la multiplicación de los cadáveres que yacen debajo de las ruinas de las ciudades de México. El Estado patán y cínico multiplica los cadáveres en países donde los estándares de vida acrecientan la docilidad de las capas medias domesticadas por su capacidad de consumo. En un planeta con cambios climáticos, azotado por terremotos, tsunamis, huracanes… el nihilismo hipster facilita la labor de los estados patanes. La indiferencia y la desafección hacia aquellas clases de desposeídos y explotados hasta la muerte es un complemento indisociable del estado patán. Por eso, el olvido de la ciudad es también el olvido que fortalece y reproduce la enajenación de la distinción de las clases sociales según sus hábitos y acceso al consumo. El estado patán y cínico es capaz de encubrir sus políticas de la muerte, su impulso necropolítico, en la estabilidad de la clase media y de la prensa humanista que las organiza en torno a la educación sentimental de la lágrima cosificada. Junto al complejo transnacionalizado de los mass media, el neoliberalismo de izquierda o de derecha es un humanismo consumado en esta forma de la lágrima con la que el estado patán compone y produce una política de los afectos cosificados. ¿Es este estado patán el único Estado posible?

El Estado al servicio de las ciudades como lugares de realización de la vida en comunidad y ajeno a los signos de la especulación monetaria es un estado que debe re-inventar la izquierda no-tradicional y los movimientos sociales. Esta reinvención no va a ocurrir como efecto de la afirmación de que hay que des-cosificar la lágrima para que de ella surja la solidaridad genuina. Una ciudad compuesta de cuerpos sensibles, de hombres y mujeres que sienten y luchan contra las contingencias de la naturaleza debe ser también una ciudad que lucha contra el estado patán y cínico que hunde la vida de las ciudades de México en la destrucción de las condiciones mínimas del habitar. El Estado liderado por el Sr. Peña Nieto es un estado humanista y movilizador de una política de los afectos destinada a proteger la usura, la especulación y los intereses de las clases acomodadas. Este humanismo consumado en la performance de las cajas vacías tiene el signo de la ayuda humanitaria y es una de las muestras del cinismo desvergonzado de un patán que promueve desigualdades e injusticia en un país envuelto por los escombros y el dolor causado por una mala y descuidada administración de la ciudad.

Las cajas vacías de Peña Nieto y las lágrimas de su mujer son propias de la estética de la mediocridad cínica del conglomerado de patanes del Estado neoliberal. La ayuda humanitaria es ayuda vacía, es el intento delictivo y corrupto de movilizar los afectos de una ciudadanía que cada vez más se aproxima a naturalizar el dolor y la muerte. La performance de Peña Nieto y su mujer no solo constituye delito de estafa y propaganda engañosa es también el síntoma de que los estados patanes han aprendido a administrar la muerte desde el humanismo abstracto de una política de los afectos. Así, las tragedias sociales son una buena cosa para la obtención de votos y para lucir las bondades de caraduras que no merecen ni votos ni el respeto de ningún habitante sensato que se conmueva ante el dolor del otro. En medio de la patanería de Peña Nieto los mexicanos trabajan a contrapelo de un Estado que prefiere vigilar a quienes se oponen a las políticas de los especuladores. Peña Nieto prefiere cumplir el rol policial y muchas veces asesino para asegurar que la responsabilidad con la vida cívica de una ciudad y de un país parezcan como una ilusión de otro tiempo.

Las ciudades tienen memoria porque son la morada de las experiencias y los afectos de una comunidad que hace y deshace sus lazos según los modos de habitar, convivir el espacio en común. Esperemos que la memoria no nos haga olvidar que para que haya ciudades debe haber estados orientados al bien común de sus habitantes. Pues, la solidaridad y el afecto que ha emanado de lo más doloroso del terremoto en México no son suficientes para recomponer los cimientos de la vida de las ciudades. El peligro de que esos afectos y solidaridades sea simplemente una contribución más a la historia de la lágrima mercantilizada es inminente. La patanería de los estados neoliberales y sus empresas comunicacionales vive y se fortalece con el afecto escamoteado, robado y hurtado a la miseria y el dolor de los que sufren en carne viva el dolor y la desesperanza. ¡Fuerza México!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.