La violencia que la doble moral del Estado ejerce ya de manera sistemática contra el arte y los artistas desde una concepción clasista y racista totalmente equivocada de lo que representan el arte y la cultura ya no tiene nombre. Artistas que son perseguidos y violentados, no solamente en sus derechos como artistas sino también […]
La violencia que la doble moral del Estado ejerce ya de manera sistemática contra el arte y los artistas desde una concepción clasista y racista totalmente equivocada de lo que representan el arte y la cultura ya no tiene nombre.
Artistas que son perseguidos y violentados, no solamente en sus derechos como artistas sino también sus derechos constitucionales como ciudadanos y sus derechos humanos. La destrucción de obra pública, el decomiso de equipos, detenciones ilegales, manipulación de las leyes sobre derechos culturales, alineamiento y regulación para artistas independientes, cierre de espacios culturales, persecución y censura contra los artistas y artesanos no son más que el resultado de una política errónea, que pone de manifiesto la supina ignorancia y mediocridad con la que opera la Secretaría de Cultura y cuya titular ya debería estar renunciando.
Una Secretaría que lejos de atender la problemática se ha dedicado con lujo de cinismo a interferir en el desarrollo artístico y cultural de esta nación haciendo exactamente lo contrario de lo que pregona y ampliando una brecha entre el sector cultural y el gobierno de la 4T: discrecionalidad, desvío de recursos, privilegios para unos cuantos, traiciones y clientelismo para los pueblos originarios, violencia laboral contra trabajadores de la cultura, jineteo de los paupérrimos salarios a creadores, interpretes, músicos, técnicos, actores, bailarines, etcétera. Y sobre todo una vez más, la amenaza de un presupuesto para el sector que es una vergüenza.
¿Quién o quienes en el gobierno están protegiendo a la titular de la Secretaría de Cultura y la usan de su «patiño» y muro de contención entre el gobierno y la comunidad artística y cultural? ¿Hasta cuándo tenemos que solapar tal incompetencia en uno de los países con mayor diversidad y expresiones artísticas y culturales en todo el mundo?
Lo ocurrido a la artista urbana, Flor Amargo, en Guadalajara, quien fue despojada de sus herramientas de trabajo; la constante destrucción de murales en proceso del Movimiento de Muralistas Mexicanos como el de la subdelegación de La Magdalena Petlacalco en Tlalpan ordenada por el subdelegado, un hampón de las pipas de agua; la destrucción del mural conmemorativo realizado por la Brigada Ramona Parra de Chile en el teatro Ana María Hernández en Coyoacán; la retención de sueldos a grupos contratados por el gobierno; la enajenación de los recintos culturales con fines religiosos; la continua discrecionalidad en la entrega de los estímulos a la creación del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca); la inoperatividad de los apoyos para movilidad de artistas que sí son embajadores culturales y un largo historial de aberraciones son tan solo un pequeño ejemplo de lo que los artistas estamos viviendo en México frente a un discurso demagógico sobre la cultura como «pilar de transformación».
Se vuelve imperativo la revisión del Estatuto de artista que garantice los derechos sociales, laborales, políticos y humanos y que México suscribe, de dientes para afuera y que todo mundo desconoce, ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y cumpla a cabalidad con la recomendación 1980 firmada en Belgrado sobre la condición social del artista.
Son centenares de especialistas y gente competente y capaz con la que contamos en México para sacar adelante al sector cultural y se trata, no solo de competencia, sino de voluntad política. Lamentablemente a estas alturas las autoridades culturales, comenzando con la titular de la Secretaría de Cultura, han demostrado que no dan el ancho y encima no dan la cara. Necesitamos corregir el rumbo juntos, artistas, trabajadores, pueblos originarios, ciudadanos y gobierno, solo desde ahí la cultura y el arte en México tendrán el papel que deben como motores fundamentales de desarrollo y solo desde ahí también serán realmente un pilar de transformación en estos tiempos violentos de traidores y de canallas.
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