Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la historia. Pero tal vez las cosas sean diferentes. Quizá las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, acciona el freno de emergencia Walter Benjamin O, en el tren de los Lumiere, dicen: «pero qué tontos, ¿por qué siguen […]
Walter Benjamin
O, en el tren de los Lumiere, dicen: «pero qué tontos, ¿por qué siguen en el andén y no se suben al tren?». O «he ahí una muestra más de que los indígenas están como están porque no quieren progresar». Alguno más aventura «¿Viste qué ropa tan ridícula usaban en esa época?». Pero si alguien nos preguntara por qué no subimos a ese tren, nosotros diríamos «porque las estaciones que siguen son «decadencia», «guerra», «destrucción», y el destino final es «catástrofe». La pregunta pertinente no es por qué no nos subimos nosotros, sino por qué no se bajan ustedes».
Subcomandante Marcos
La economía mundial entra a pasos rápidos a un escenario cada vez más tenso de conflictividad mundial entre los países más poderosos en la escala global. En este escenario, EUA reedita el legado de la Doctrina Monroe para decirle al mundo, y en especial a China, que América es para los Americanos, ósea que Latinoamérica es territorio de seguridad nacional para Estados Unidos, desde la Patagonia hasta el Rio Bravo. El nuevo giro conservador que actualmente vive la región no se pude explicar sin esta consideración.
Si América Latina es parte estratégica en el espectro económico y de seguridad para Estados Unidos, México y Centroamérica son sus piedras angulares, especialmente la región que va del istmo de Tehuantepec hasta el Triángulo Norte de Centroamérica, pasando por los estados del sureste mexicano y la península de Yucatán. En el reordenamiento económico mundial que busca impulsar el gobierno estadounidense, esta región es fundamental debido a la riqueza en recursos naturales, además de que es el estrecho más delgado entre los océanos pacífico y atlántico. Es por ello que esta región de América Latina ha sido históricamente codiciada por los grandes poderes del mundo, desde la firma del Tratado McLane-Ocampo en 1858, hasta el impulso del Plan Puebla Panamá durante en el gobierno de Fox y posteriormente, la aprobación de la Ley de Zonas Económicas Especiales en el gobierno de Peña Nieto.
Hoy el deseo del gran capital por apropiarse de esta región vuelve a ponerse sobre el centro de la agenda política, ahora bajo el mandato del nuevo gobierno mexicano encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Con un grado alto de legitimidad política, que no tuvieron Vicente Fox, Felipe Calderón ni Peña Nieto, AMLO le habla al gran capital de México y el mundo, así como al gobierno de Trump, para para ofrecer el sur de México al mercado mundial. Les garantiza, mediante grandes proyectos de infraestructura, que esa región estratégica para el comercio internacional, será territorio de confiabilidad y rentabilidad para las inversiones privadas. En palabras del empresario y actual Jefe de la Oficina de la Pretendencia de la Republica, Alfonso Romo, está región del mundo será un «paraíso de la inversión». [1]
En el léxico neo-desarrollista, AMLO afirma que su política económica en el sur de México buscará crear una «cortina de desarrollo». Sin embargo, lo que vale aclarar es que la doctrina clásica del desarrollismo en América Latina buscó estimular un proceso nacionalista de industrialización y crecimiento económico endógeno, mientras que AMLO busca fomentar las inversiones extranjeras en esta región para convertirla en un enclave exportado que busca incentivar la apropiación privada de los recursos naturales y promover la producción maquiladora para la exportación, tanto en bienes agrícolas como en bienes manufacturados. Por tanto, lejos de buscar generar un escenario de soberanía industrial y territorial, las proclamadas «cortinas del desarrollo» son palabras que se utilizan para esconder la mayor extranjerización del territorio nacional. No hay ningún indicio que demuestre lo contrario, es decir, ninguna señal que nos permita afirmar que el gobierno mexicano en turno busca promover la soberanía económica.
Tan importante es el sur de México para el gran capital, que AMLO no ha titubeado ni un segundo en poner en marcha los proyectos de infraestructura para esta región del país -y de paso incluir a Centroamérica. Mediante una irrisoria consulta y ceremonia indígena, que no puede ser interpretada más que como una provocación a los pueblos de la región, AMLO anunció la inauguración del Tren Maya que va a recorrer Chiapas, Tabasco y toda la península de Yucatán. A pesar de denuncias de despojo y potencial ecocidio que va a generar esta obra, el gobierno no ha dado ni una pequeña señal de diálogo con los pueblos de esa región. Es decir que, desde la óptica oficial, el Tren Maya no se negocia. La razón por la cual AMLO está inamovible en la terquedad es porque el Tren Maya es sólo la punta del iceberg de una gran transformación territorial que busca impulsar el capital en ese territorio. El Tren Maya no sólo es un tren, sino que es fundamentalmente la señal más óptima que el gobierno puede darle al gran capital para invitarlos a invertir, se en minería, hidrocarburos, maquiladoras, agroindustria o turismo. Es la locomotora que busca abrir la brecha para transformar el territorio del sur del país a imagen y semejanza de lo que el capital requiere. No es gratuito que el Tren Maya sea tan vanagloriado por el grupo de empresarios multimillonarios que recientemente formó la Asociación de Empresarios por la Cuarta Transformación.
Lo mismo sucede con el proyecto de infraestructura que el gobierno buscará impulsar en el istmo de Tehuantepec. Con una inversión inicial de 8 mil millones de pesos en la modernización de los de vías férreas, carreteras y aeropuertos entre Salina Cruz y Coatzacoalcos. El objetivo anunciado de mediano plazo es declarar al Istmo una Zona Libre y bajar el IVA y el ISR a la mitad; es decir, convertir el Corredor Transístmico del Istmo de Tehuantepec en territorio rentable para el capital trasnacional, tanto para la apropiación de recursos naturales, como para el comercio interoceánico y la producción maquiladora para la exportación. Así lo anunció el secretario Javier Jiménez Espriú que cuando dijo que están en cartera varios proyectos para el istmo de Tehuantepec, entre los cuales se encuentra «la producción de azúcar para el EUA y Europa, polietileno para exportación y cabotaje, minerales para cementeras del Istmo, sal de Chile, trigo de Canadá, mármol mexicano a Sudamérica, maíz de Sinaloa y Sonora, y convenios con la Secretaría de Turismo para desarrollar turismo náutico en las lagunas de Oaxaca e inicio de programas de acuacultura»
Una imagen de esta transformación la proporcionaría el plantío de un millón de hectáreas de árboles maderables y frutales en la Selva Lacandona, proyecto que se viene anunciando desde el gobierno de Vicente Fox y que obedece fundamentalmente a los intereses de las empresas de bioingeniería por la apropiación este territorio, rico no sólo en biodiversidad, sino también en recursos energéticos e hídricos . No es casualidad que el 4 de agosto de 2018, Obrador hay visitado en Tapachula los laboratorios de producción de plantas tropicales de Agromod, empresa que «formará parte del programa de siembra de un millón de hectáreas». Propiedad de Alfonso Romo, Agromond es el laboratorio de producción de plantas tropicales más grande de Latinoamérica y «una de sus misiones es abastecer los 365 días del año con fruta de la más alta calidad e inocuidad a toda la cadena de abastecimiento en Norteamérica». En otras palabras, se buscará convertir a la Selva Lacandona en una región agroexportadora, proveedora de bienes agrícolas para las cadenas mundiales de producción y distribución controlada por las grandes firmas comercializadoras. En este modelo de organización productiva que López Obrador denomina «cortina del desarrollo», las empresas de bioingeniería crean la semilla y los fertilizantes, mientras que los comuneros, ejidatarios y migrantes se convierten en la mano de obra superexplotada de la agroindustria.
Estos proyectos se sostienen bajo el paraguas de un discurso de desarrollo profundamente racista que no sólo homologa a la inversión privada con bienestar, sino que equipara la propiedad ejidal y comunal de la tierra con improductividad, pobreza y anormalidad. Con un lenguaje empresarial, el presidente y los miembros de su gabinete insisten que los proyectos del sexenio tienen el fin último de sacar del atraso al sur de México, como si el norte fuera una región ejemplarmente desarrollada, como si la precariedad extendida de la población trabajadora en la industria maquiladora de la frontera con EUA significara un caso paradigmático de bienestar y crecimiento.
Esta narrativa neo-indigenista que concibe a los pueblos originarios como pre-modernos, pobres y atrasados es el escudo ideológico prioritario con el que el AMLO buscará poner por delante los proyectos de despojo y explotación que ha anunciado en el sur del país. Este indigenismo obradorista no es el de vieja usanza priista que buscaba solapar un proyecto de industrialización nacional-desarrollista, sino que es una política que busca tender el camino para un proceso de apertura comercial neoliberal que ponga a México a la venta en el mercado mundial. En otras palabras, lo que está en juego es la ofensiva del capital por erradicar la propiedad colectiva de la tierra y convertir al sur del país en una zona franca controlada por el capital trasnacional.
Por lo anterior, no debe sorprendernos que en la tarde el 31 de diciembre, el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional realizó la celebración del 25 aniversario de su alzamiento con un contundente despliegue de fuerza militar de alrededor de 4 mil milicianos de la 21 división de infantería zapatista en el caracol Madre de nuestros caracoles de la Realidad, Chiapas. El mensaje pronunciado por el Subcomandante Moises fue contundente:
Vamos a enfrentar, no vamos a permitir que pase aquí ése su proyecto de destrucción (…) Vamos a defender lo que hemos construido y que lo estamos demostrándole al pueblo de México y del mundo que somos nosotros los que estamos construyendo, mujeres y hombres, no vamos a permitir a que vengan a destruirnos. .
En este discurso pronunciado para el pueblo zapatista, el subcomandante Moises fue claro en afirmar que los proyectos económicos de López Obrador tienen la intención de destruir a los pueblos originarios, y en especial al proceso de autonomías que los pueblos zapatistas han construido desde hace un cuarto de siglo. El despliegue del Ejército Zapatista de Liberación Nacional no es un capricho, es una respuesta radical contra todo un proyecto de desarrollo capitalista que busca convertir las tierras de los pueblos originarios del sur sureste de México en región estratégica de acumulación privada de capital a nivel mundial.
Si AMLO no está titubeando en poner en marcha los megaproyectos de despojo en el sur de México y, en cambio los disfraza con una política neo-indigenista que más bien busca desarticularlos y transformar el ejercicio colectivo sobre la propiedad de la tierra en ejercicio privado y lucrativo, entonces los zapatistas nos muestran claramente que no van a titubear en defender su territorio y su autonomía. Con su celebración del 25 aniversario del levantamiento, los zapatistas desenmascararon el proyecto de López Obrador, exhibiendo la ambición capitalista que reposa detrás de la narrativa bonachona y aparentemente progresista del presidente.
Nota:
[1] Vale recordar que Alfonso Romo fue uno de los empresarios que más apoyaron la puesta en marcha del PPP durante el gobierno de Vicente Fox.
Este artículo fue publicado originalmente en Viento Sur.
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