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El flautista de Hamelín, un cabo del ejército alemán, Milei y la realidad de Argentina

Fuentes: Rebelión. Foto Javier Milei - Reuters

En la famosa fábula del flautista de Hamelín, el encantador sonido de su instrumento produjo mágica o misteriosamente que las ratas y los niños lo siguieran, llevándolos a un final trágico y funesto. Sin embargo, nadie, en ningún momento, pudo explicar por qué, en ciertas ocasiones, existen fuerzas misteriosas, paranormales o esotéricas capaces de conducir a grupos hacia su propia destrucción.

Quizás en la actualidad haya mecanismos tecnológicos desconocidos que permitan la manipulación de las masas, fomentando conductas perjudiciales para sus intereses y haciendo que pierdan su sentido de alerta ante el peligro. Algunas teorías conspirativas afirman que fuerzas electromagnéticas artificiales ya lo estarían permitiendo, llevando a la gente hacia una especie de fatalidad, similar a la que sufren las ballenas y los delfines.

Dejando de lado estas disquisiciones que podrían parecer paranoicas, centrémonos en el análisis del segundo punto del epígrafe: EL ASCENSO DE HITLER.

Para comprender esto, debemos preguntarnos cómo un oscuro personaje y cabo del ejército logró concentrar todo el poder en Alemania, llevándola a su propia destrucción y causando la masacre de millones de personas.

La primera pista nos la ofrece el afamado economista John M. Keynes, quien de cierta manera predijo el surgimiento del nacionalsocialismo y la llegada de Hitler al poder. Esto fue producto de la impagable deuda externa que Alemania había acumulado como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, lo cual empobreció a la nación a niveles nunca antes vistos y hacía que todos los esfuerzos y sacrificios se dirigieran hacia ese fin.

La crisis económica y la inflación galopante llevaron a todo el pueblo a una situación desesperada para obtener lo necesario para su supervivencia. Esto resultó en el declive moral y en la pérdida de confianza en sus dirigentes políticos y económicos, a quienes culpaban de sus penurias y angustias, sin percatarse de que su situación se debía al abuso injustificado de las potencias vencedoras de la guerra pasada. Estas potencias aplastaron toda posibilidad de recuperar el crecimiento y el desarrollo.

En este contexto de crisis económica, humanitaria y social, en el cual la confianza en las autoridades es nula y se esperan soluciones mágicas o la llegada de un mesías, Hitler emerge como un paciente agitador hábil, desaforado e inescrupuloso orador. Su objetivo era agudizar las contradicciones y avivar las llamas de la desesperación en los sectores más marginados de la sociedad alemana, quienes comenzaron a aferrarse a él como su salvador.

Para aumentar la adhesión a su causa, Hitler recurrió a consignas simples de entender que exaltaban el destino glorioso de la nación. Presentó al comunismo como el gran enemigo que obstaculizaba ese logro, personalizando inicialmente esta amenaza. A medida que su movimiento cobraba fuerza, su base de seguidores crecía y se unían grupos violentos y armados que desconfiaban de la democracia y consideraban al comunismo y al socialismo como males del sistema. Además, señalaba a la democracia social y a toda la partidocracia política como responsables de la decadencia de Alemania.

En esa línea de confrontación, siguieron los judíos, los artistas, los pensadores, los gitanos, los delincuentes, los asistidos por el Estado, subhumanos y todos aquellos que no compartían sus visiones; a estos últimos, había que encontrarles una «solución final».

Lamentablemente, los partidos políticos tradicionales, que consideraban a Hitler como un excéntrico, en muchas ocasiones encerrados en sus cúpulas de cristal y en otras ajenos a los dramas de su pueblo, no lograron visualizar ni anticipar que esa desesperanza se convertiría en un torrente incontenible de cara al futuro.

Por su parte, los sectores del gran capital, la oligarquía y la nobleza, quienes despreciaban y ridiculizaban a Hitler y, en público, se mostraban horrorizados por sus delirios, en privado proporcionaron los fondos necesarios para financiar su lucha contra aquellos. Se decían a sí mismos que podrían controlar a ese individuo ridículo que las masas de indeseables veneraban, considerándolo un tonto útil para sus oscuros intereses y la preservación de sus privilegios.

El líder argumentaba que la ética judeocristiana debilitaba a Europa y que Alemania necesitaba un líder fuerte para revitalizarse y construir un imperio. En ocasiones, se presentó a elecciones como miembro del partido denominado Movimiento Nacional Socialista DE LA LIBERTAD.

Su poder se consolidó en 1933 con la Ley de Concesión de Plenos Poderes, que le otorgó a Hitler la capacidad de ejercer poder dictatorial y sin objeciones legales desde ese momento. Algunos autores sostienen que la mayor responsabilidad recae sobre la derecha alemana, que «abandonó el auténtico conservadurismo» y se alió con Hitler en una coalición de gobierno.

Lo que siguió es historia conocida: atentados, masacres, guerra y una destrucción sin límites.

A este punto, quizás se esté preguntando qué relación tienen el flautista y el nazismo con nuestra realidad. Esto es lo que intentaremos explorar a continuación.

Para hacerlo, partiremos del sorprendente triunfo de Milei en las recientes elecciones, un resultado que nadie pudo prever en su magnitud, lo cual demuestra cómo algunos grupos humanos, debido a diversas circunstancias, son llevados sin reflexión hacia caminos peligrosos. Esto podría relacionarse con la hipótesis del flautista y la adhesión de los alemanes al nazismo.

No pretendo afirmar, ni mucho menos, que los argentinos se hayan vuelto nazis, aunque algunos individuos pudieran haber tomado posturas de extrema derecha. Definitivamente no. No obstante, examinemos algunos elementos que podrían extrapolarse de los eventos pasados.

Una abrumadora deuda externa, inmanejable e inflacionaria, que hace imposible atender las necesidades básicas de una gran parte de los argentinos sumidos en la pobreza y la indigencia. Observan cómo los fondos que ingresan al país se destinan al pago de dicha deuda, mientras los ajustes y privaciones recaen siempre sobre los mismos sectores. Mientras tanto, los anuncios oficiales indican que la macroeconomía sigue creciendo, pero estas mejoras nunca llegan a los necesitados.

Como resultado de esto, el descontento, la frustración y la desilusión social aumentan y se desbordan ante la falta de atención a sus reclamos. Como se dice, «¿qué sería de la masa sin cantera?»

Por otro lado, tenemos una dirigencia política y social que, salvo excepciones, no ha estado a la altura de las circunstancias para atender las demandas. No solo en el ámbito económico, sino también en lo humano. Esta dirigencia se aisló y no percibió el escepticismo y el rechazo que se estaban gestando como una reacción enérgica.

En este contexto, surge la figura de un «líder» mesiánico, violento en sus alocuciones, fervoroso y apasionado, que desde los medios o la tribuna señalaba a «la casta» (la política, el Estado, la democracia, los comunistas y otros actores) como responsables de las dificultades y de la falta de libertad para la realización personal. Esto completa el panorama.

La agitación y el caldo de cultivo de la desilusión han encontrado una válvula de escape y a alguien que, con gran hipocresía y cinismo, les presenta como una zanahoria frente al burro el objeto de sus frustraciones y odios, al alcance de sus manos. Así surge un enemigo al que se debe vencer y castigar. Por lo tanto, el voto proviene de la ira, lo emocional y lo apasionado; esa es su coherencia primordial.

La gente no votó por Milei, «VOTÓ EN CONTRA DE», aunque esto fuera peligroso y no se midieran las consecuencias. Nada podría ser peor que la situación actual.

Si Milei es un emulador de Hitler o incluso si lo fuera (seguramente ha leído MI LUCHA), no es el tema central. Tampoco lo es la atrayente consigna de la libertad, que en extremos resulta incompatible con la igualdad y la justicia social, en las cuales el candidato no cree.

El punto central es quién asume la responsabilidad de devolver a la Democracia el sentido de comunidad y pertenencia, junto con los valores esenciales para una vida pacífica, calidad de vida e inclusión para todos.

No estoy hablando de discursos, sino de acciones concretas a través de posibilidades y realidades para lograr que «la tortilla se dé vuelta». Como solía decir el general: «Mejor que hablar es actuar», para rescatar a quienes son rescatables, sacándolos del fondo del abismo, a fin de evitar caer en otra República Perdida. Seguramente, esto solo beneficiará a aquellos que Milei no denuncia y que lo financian, ya que en aguas revueltas, los pescadores ganan.

Ahora vienen por la democracia, por lo que estamos frente a un gran desafío que, sin duda alguna, marcará el futuro de todos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.