A casi dos meses de haber asumido, una concatenación de medidas y acciones comienzan a mostrar los intereses que representa el nuevo gobierno de Mauricio Macri. La victoria del PRO es todo un desafío: por primera vez un partido de derecha, melange entre lo conservador y lo liberal, gana las elecciones con fuerza electoral propia. […]
A casi dos meses de haber asumido, una concatenación de medidas y acciones comienzan a mostrar los intereses que representa el nuevo gobierno de Mauricio Macri. La victoria del PRO es todo un desafío: por primera vez un partido de derecha, melange entre lo conservador y lo liberal, gana las elecciones con fuerza electoral propia. Y lo hace al unísono, también como novedad, tanto a nivel nacional, como en la Provincia de Buenos Aires y en la Ciudad de Buenos Aires desplazando a actores de la política tradicional, con la concentración de poder y recursos que eso implica. En el siglo XX el modus operandi de acceso al poder de la derecha se alternaba entre el fraude y los golpes de Estado y su participación directa o indirecta en los mismos. Casi un siglo después de ese período infame la conformación de este partido sustanciado por expertos y tecnócratas, y miembros de ONGs y CEOs de multinacionales, se hace del poder en nuestro país a través de las urnas. Lo singular radica en que no solo desplaza al peronismo del poder, sino que lo hace en un contexto de cierta estabilidad económica y social, sin grandes alteraciones ni conflictos sociales.
Con un gabinete (tanto en Nación, como en provincia y ciudad) integrado por los CEOs de las principales multinacionales (Techint, Shell, JP Morgan, General Motors, Monsanto por mencionar solo algunos) hacen una apuesta sin parangón en nuestra historia y en la de Nuestra América. Podríamos exceptuar los casos de Piñera en Chile, de Fox en México y de Uribe en Colombia, aunque así y todo su presencia fue más solapada o indirecta en comparación con la propuesta del actual partido de gobierno. De esta forma se inaugura en nuestro país una etapa signada por el neogerencialismo sustanciado en un novedoso (o reformulado) ciclo político.
Política Internacional: de la integración regional a la subordinación imperial
El escenario nacional es complejo como así también lo es el contexto nuestroamericano que transita de forma cada vez más acelerada el repliegue de los gobiernos postneoliberales, siendo la victoria de Macri proclive a agudizar los tiempos políticos y la correlación de fuerza a nivel regional. Hay expectativa mundial por lo que sucederá en nuestro país -de un lado y del otro- con este nuevo gobierno, dado el lugar estratégico que ocupamos en la región con la posibilidad real de inclinar la balanza.
Otro pilar lo constituye Brasil, donde el gobierno del PT se encuentra asediado por una crisis económica que aceleró una crisis política, tanto en la dimensión institucional como así también al interior del partido de gobierno. Tampoco podemos dejar de mencionar a la República Bolivariana de Venezuela que ha sido un faro en el proceso que se desató en la región tras la crisis neoliberal y la emergencia de los gobiernos populares en Nuestra América, y que viene enfrentando una guerra económica y mediática impulsada por la derecha local e internacional, cuyo paroxismo se alacanzó en las elecciones a la Asamblea Nacional el 6 de diciembre pasado, cuando la oposición integrada en la Mesa de Unidad Democrática logró obtener las 2/3 de la misma, gozando de mayoría abosulta.
En relación a la política regional e internacional, Macri dio claras señales. Antes de asumir, había anunciado que promovería la suspensión de Venezuela del Mercosur aplicando la carta democrática por supuesta violación a los derechos humanos y a las libertades democráticas. Hacía referencia al caso de Leopoldo López, condendo por la justicia venezolana no solo por promover «guarimbas» a los efectos de desestabilizar el gobierno, sino por las muertes que las mismas genaron. Pero la suspensión de Venezuela del Mercosur promueve otra empresa, que obedece a una reconfiguración de las relaciones geopolíticas y geoeconómicas que tienen su correlato en la dimensión política e ideológica, como también simbólica. Macri, al igual que el presidente Cartes de Paraguay, cree que hay que avanzar en un proceso de «desideologización» del Mercosur y en ese sentido, la presencia (o no) de Venezuela, es determinante.
El actual gobierno no solo pretende volver a las relaciones meramente económicas y comerciales con los países del bloque, sino que apuesta a ampliar el abánico de relaciones comerciales bajo otras lógicas, como es la del libre mercado. El guiño a la Alianza del Pacífico, a los países que la intergran (socios principales de EEUU) como la promoción de acuerdos comerciales con EEUU y la UE bajo las viejas formas de relaciones asimétricas, dan cuenta del nuevo rumbo que va adquiriendo nuestro país en materia de política exterior. Las relaciones económicas y financieras vuelven a uniteralizarse, esfumando cualquier vestigio de multilateralidad emergente. La idea de promover e impulsar tratados de libre comercio, las políticas concretas de apertura de importaciones en detrimento de la industria nacional, quedó plasmada en una contundente declaración del presidente Macri: «tenemos que ser el supermercado del mundo».
Tras 12 años de ausencia, Mauricio Macri llevó nuevamente a nuestro país al Foro de Davos, para reunirse con los dueños del mundo. Con una agenda que implicó reuniones con la derecha internacional más nefasta, como el Primer Ministro británico Cameron y el ultraderechista Netanyahu, marcó el nuevo rumbo que va a tener la política de nuestro país en los próximos años. Macri fue a demostrar que Argentina vuelve a ser un «país confiable y previsible» para las inversiones extranjeras y abrió la fronteras al gran capital en detrimento de la soberanía nacional. Una de las medidas anunciadas desde Davos por el Ministro de Hacienda Prat Gay fue que el FMI volverá a monitorear nuestra economía mientras que, como contracara de la misma moneda, Macri confirmaba que habría más despidos en el Estado, que ya se cuentan por miles, y parecen no tener techo.
En síntesis, un cambio regresivo en materia de integración y la reconfiguración de las relaciones internacionales que retoman su condición de uniteralidad respecto a las potencias mundiales, con la desigualdad que eso implica, tendrá efectos no solo sobre las economías de los países sino que también condicionará la supervivencia de los procesos políticos que enfrentan simultáneos y múltiples frentes de tormenta. Esto no se desacopla del complejo contexto internacional y de la crisis que atraviesa el capitalismo que conllevará a un reajuste de las medidas macroeconómicas que, complementadas con políticas económicas serviles respecto al capital financiero internacional, repercutirá negativamente en los procesos políticos de la región.
Un «cambio» al pasado
El anuncio del gabinete del Mauricio Macri simbolizó la recuperación del poder político en manos de parte de la elite económica, de los poderes de facto tanto nacionales como trasnacionales. De esta forma, viejos y nuevos nombres reaparecieron en la escena política, muchos de los cuales fueron parte de los gobiernos neoliberales que llevaron a nuestro país a la bancarrota. El gabinete que propuso el presidente de la Nación está integrado por quienes han sido CEO de las principales multinacionales que operan en nuestro país. Hoy ocupan lugares estratégicos dentro del gobierno.
Desde su asunción, Macri anunció una catarata de Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) salteando al Parlamento, a los efectos de avanzar sobre políticas concretas y resoluciones sin que sea debatidas ni definidas a nivel parlamentario.
Dos medidas principales definieron de forma tajante la naturaleza de este gobierno y los intereses de que van a defender. En primer lugar la devaluación de la moneda que favorece a los sectores agroexportadores y a las grandes industrias, y que recae negativamente sobre el poder adquisitivo de los argentinos, dado que en términos reales significó una pérdida del 40%. Sin embargo, como de traficar sentido se trata, esta medida de «sinceramiento económico» se reformuló bajo la nominación «levantamiento del cepo cambiario». La devaluación de la moneda tiene un doble efecto: en términos económicos, sobre los ingresos y el poder adquisitivo, y en términos políticos, donde el mercado le gana la pulseada a la intervención del Estado.
En segundo lugar, otras de las medidas económicas centrales fue la quita y/o baja de las retenciones a los sectores agroexportadores; es decir, la disminución cuando no eliminación de la carga impositiva. En términos reales, esto tiene un doble impacto también: disminuyen los ingresos del Estado y maximiza las ganancias de los sectores agroexportadores, quienes entre la nueva política de retenciones y la devaluación obtuvieron ganancias de un 100%. Como consecuencia directa, se disparó la inflación y el precio de los alimentos y de los productos básicos tuvieron aumentos de hasta un 60%.
En esta dirección, no podemos dejar de mencionar otra medida anunciada por el gobierno como es la quita de subsidios a los servicios de luz y gas con sus respectivos aumentos (hasta un 700% en el caso de la luz), llevando en poco tiempo el costo de vida a niveles inalcanzables en relación a los ingresos de los trabajadores asalariados, sin mencionar el impacto que genera sobre los sectores informales y precarizados, cuando no desocupados.
Estas son algunas de las «medidas de sinceramiento económico» que había anunciado Macri. Nosotros preferimos llamarlo por su nombre: ajuste.
Sin embargo esto se inscribe dentro de un plan mayor, un pilar vertebrador que es necesario intervenir: el Estado. Desde que asumió la nueva gestión la cifra de trabajadores estatales despedidos ascendió a casi 20.000. So pretexto de considerarlos «ñoquis» (vale decir, que cobran sin trabajar), no solo se impulsó un pesquisa ideológica sobre los trabajadores, sino que además se justificó el achicamiento del Estado. Una especie de reminiscencia de la década neoliberal de los años noventa, y de aquellos mecanismos discursivos de deslegitimación del Estado y de legitimación de las políticas neoliberales que construyeron en función del vaciamiento que llevaron adelante, momentos en los cuales «achicar el Estado era agrandar la Nación».
En vísperas de las negociaciones paritarias de los trabajadores sindicalizados, el gobierno amenaza con más despidos en el sector público y fue le mismo Prat Gay quien le propuso (o impuso) a los gremios la opción «salario o empleo» retomando las viejas recetas de la ortodoxia neoliberal. Sin embargo, los despidos y conflictos laborales no son exclusivos del Estado, sino también del sector privado, donde rondan los 23.000. La apertura de las importaciones en detrimento del desarrollo de la industria nacional empieza a tener sus efectos sobre las pequeñas y medianas empresas. A su vez, la inflación y la pérdida del poder adquisitivo que generan las políticas macroeconómicas del gobierno merman el consumo y el mercado interno alimentando el círculo vicioso que conllevará más temprano que tarde a la dilapidación del capital social acumulado.
El gobierno buscará construir consenso en torno a sus políticas de gobierno cerrando filas «por arriba», mientras por abajo acudirá a mecanismos de deslegitimación y estigmatización de la protesta y de la pobreza en Argentina. En poco tiempo, las fuerzas de seguridad reprimieron dos protestas de trabajadores y hasta a una murga que ensayaba en la Villa 1-11-14, y encarcelaron -en connivencia con el Poder Judicial- a la dirigente política y diputada del Parlasur Milagro Sala.
Finalmente llegó el cambio prometido. Un cambio que nos lleva de regreso a un pasado infame que, con sus diferencias, ya atravesó nuestro país: aquel que privilegia los intereses de los grupos económicos y los sectores de la alta sociedad y condena a las mayorías a un derrame que nunca llega.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.