Esta nota constituye un adelanto de un artículo más extenso acerca del “negacionismo” de los crímenes de la última dictadura argentina, que está en curso avanzado de preparación y aparecerá completo durante este mes de marzo.
El actual gobierno argentino denota una apreciación sobre el proceso histórico nacional que lo conduce a marcadas coincidencias con quienes encarnaron los peores años de nuestra historia, al menos en los que se desenvolvieron desde finales del siglo XIX.
La visión de la historia nacional adoptada y difundida desde la extrema derecha ahora en el gobierno guarda los rasgos de una apreciación de unívoca orientación reaccionaria. Se establece así un vínculo de aquiescencia con los objetivos y asimismo los métodos del “Proceso de Reoganización Nacional” iniciado con el golpe de 1976. Esto se proyecta hacia una interpretación del último siglo de historia como una decadencia nunca revertida del todo. Pero que tuvo etapas de “resurgimiento” en las que las ideas y las prácticas del ejercicio pleno del derecho de propiedad y la vigencia amplísima de las “leyes de mercado” fueron predominantes.
Masacres e intereses de clase.
Eso conlleva la reivindicación de esos períodos históricos. Los que, no por azar, vienen por lo general a coincidir con lapsos dictatoriales, o al menos con exclusión del sufragio popular en condiciones libres. La notable excepción, tampoco nada azarosa, son los diez años del presidente Carlos Menem en el poder, elegido en dos ocasiones por el voto de la ciudadanía. El presidente defiende ese lapso como el “del mejor presidente desde 1983”.
Entre esas cercanías manifiestas pese a la distancia temporal, ocupa lugar muy destacado la de la dictadura cívico-militar y empresaria iniciada en 1976. La “reconstrucción” de la historia que despunta en estos días en los ámbitos identificados o afines con “La Libertad Avanza” tiene un parentesco innegable con la desenvuelta en épocas de Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera.
La última dictadura portaba también una apelación refundacional, que venía a cortar con un largo ciclo de “subversión” pero también de “decadencia”. Y, lo mismo que hoy Javier Milei y sus seguidores, pretendía entroncar con los años “dorados” de Julio Argentino Roca y la “generación del 80”. La mirada sobre la historia argentina, basada en la reivindicación de un pasado de “libre mercado”, “orden” y liberalismo sin democracia anterior a 1916, es patrimonio compartido del régimen iniciado en 1976 y el gobierno asumido en diciembre de 2023, dentro de los marcos constitucionales.
La negación del genocidio indígena perpetrado en las últimas décadas del siglo XIX marcha en la misma tesitura de identificación con los objetivos de clase de la época. El exterminio y la consecuente apropiación de tierras y la “conquista de 15.000 leguas” predicada por Estanislao Zeballos, dieron un impulso importante a la producción agraria para la exportación. Y afianzaron el poderío de los terratenientes en proceso de diversificación económica, amén de la dependencia respecto del capital imperialista anglosajón.
Los “conquistadores del desierto” merecen por lo tanto el tratamiento de “héroes” de la construcción de la primigenia “Argentina liberal”. Sus actos habrían estado guiados por el “patriotismo”, carecen de toda implicación criminal y su reivindicación es indispensable para instaurar una apreciación “nueva” del pasado nacional.
Los “hacedores del país próspero” bajo la égida de Julio Argentino Roca y los demás hombres del 80, erigieron una supuesta “potencia mundial” allí donde antes existía un “país de bárbaros” (ambas frases son dichos textuales del presidente”). Consideración acerca de esa época que concuerda en todo con la que esgrimió el “Proceso” con motivo de los centenarios de la “Conquista del Desierto” y de la generación considerada “gloriosa”.
Es además muy característica la visión, que ya mencionamos, de un persistente retroceso del país que vendría de más de un siglo atrás. La asunción de la presidencia por Hipólito Yrigoyen mediante el voto popular y en condiciones aceptables de limpieza del sufragio, marcaría el inicio de un declive que conoció alternativas pero nunca se revirtió. No sólo hay oposición a la “democratización” que entrañaban unos comicios sin fraude, sino sentido de clase. Todo lo que haya beneficiado a los trabajadores es repudiado, aquello que apuntaló el dominio capitalista es objeto de exaltación.
Acompaña a estos argumentos la presentación de sucesivas encarnaciones del peronismo (con rotunda exclusión de las dos presidencias de Menem) como períodos signados por una noción que consideran injusta, dañina y de sustancia contraria a la propiedad privada. Nos referimos a la de justicia social.
También es visto con antipatía el establecimiento y ampliación del derecho del trabajo y todo lo ligado al reconocimiento de la acción colectiva de los trabajadores, sea en forma de sindicatos o a través de partidos políticos que de una manera u otra procuraron representar los intereses de la clase obrera y otros sectores populares.
La inclusión de las relaciones laborales dentro de las figuras del derecho civil sería un valor a reconquistar, en búsqueda del predominio de contratos falsamente igualitarios. Como la “locación de servicios”, ansiada por las patronales Y, por supuesto, favorables al libérrimo ejercicio de la propiedad privada.
Dictaduras, los otros tiempos gloriosos.
A partir de ese aparato conceptual la evaluación benévola de los golpes de Estado se torna inevitable y hasta necesaria. Desde el 6 de septiembre de 1930 que derrocó a Yrigoyen durante su segunda presidencia, al de 1955 que dio por tierra con la segunda presidencia de Perón y la “odiosa e ilegítima” Constitución de 1949 se convierten casi en epopeyas patrióticas enfiladas a terminar con excesos y tropelías signadas por una demagogia “socializante”.
La usurpación del poder de 1976 cae así casi “naturalmente” en esa línea histórica, por más que el gobierno peronista depuesto en esa oportunidad hubiera tomado la vía de políticas económicas neoliberales. E iniciado con perseverancia las acciones “antisubversivas”, que ya comprendían el objetivo de la “aniquilación” del considerado como enemigo interno.
Se desenvuelve con fluidez la tendencia a la negación del genocidio cometido por los “señores de la guerra” junto con sus instigadores y cómplices. En lugar de un plan sistemático de exterminio sería una “guerra justa” librada contra los enemigos del “Occidente cristiano”. Y las acciones de aniquilación legítimos actos bélicos, apenas empañadas por algunos “excesos”. El mismo carácter que en su momento asignaron Videla, Massera y otros servidores del “Proceso” a sus actos de barbarie.
En ese sedicente “análisis” no ocupa ningún lugar el papel de aliento y encubrimiento jugado por los Estados Unidos en tiempos de Gerald Ford y Henry Kissinger. Y por consiguiente no se asigna ninguna gravitación a la coordinación represiva a escala del Cono Sur conocido y estudiado como “Plan Cóndor”.
Al contrario, podrían ser exhibidas como brillantes muestras de la defensa de “Occidente” a la que el presidente y sus partidarios profesan admiración ilimitada, como lo demuestran hoy su completo alineamiento pronorteamericano y su identificación plena con las “represalias antiterroristas” de Israel.
Tampoco preocupan las múltiples y decisivas implicaciones del poder capitalista local e internacional con la dictadura. Las que condujeron al empresariado, y en particular al más concentrado, a un rol de inspiradores y facilitadores de las acciones represivas. En particular las que fueron desplegadas a menudo en el interior de las propias fábricas y en detrimento sobre todo de cuerpos de delegados, comisiones internas y dirigentes sindicales.
Todos ellos son engendros abominables a la luz de los intereses de los capitalistas y sus perennes objetivos de concentración económica e incremento de las ganancias. Y allí actuó el “Proceso” sembrando la muerte o la desaparición de trabajadores militantes, y en la búsqueda del desmantelamiento definitivo del movimiento obrero.
Nada de esto contradice, al contrario, el absolutismo “promercado”, el “occidentalismo” desbocado y la devoción por los intercambios mercantiles. Por supuesto asentados en la propiedad privada como única forma de interacción social verdaderamente legítima. Todos elementos sabrosos para el paladar “libertario”.
Podría objetarse que no todas las coincidencias que hemos expuesto han sido verbalizadas de manera explícita por el presidente Milei. Puede replicarse que si no las ha formulado él en persona sí lo han sido por los entusiastas que acompañan sus ideas. Comenzando por la vicepresidenta Victoria Villarruel, infatigable y apasionada en todo lo vinculado a la defensa de la dictadura y sus represores, Además de llevar adelante la pretensión de condena de los “terroristas”. Convicciones reforzadas por actos en el breve tiempo que lleva al frente del Senado y a través de su influencia en algunas decisiones del gobierno.
Asimismo hay opiniones y actitudes que entroncan de modo tan directo con la acción dictatorial que no es necesario explicitar esa confluencia. Podrían darse múltiples ejemplos. Uno de los más recientes y llamativos fue la celebración, signada por el desprecio y un flagrante mal gusto, de las cobardes actitudes represivas llevadas adelante por las mal llamadas “fuerzas de seguridad” en las jornadas durante las que se debatió el proyecto de “ley ómnibus” en el Congreso Nacional, en los primeros días de febrero.
Nos referimos sobre todo a las palabras de Agustín Laje, difundidas con signos de asentimiento por los múltiples canales de comunicación de que disponen los “libertarios”. El ideólogo y divulgador de las “ideas de la libertad” manifestó no sólo acuerdo sino “goce” (sic) frente a cada impacto de bala de goma y cada “zurdo” llorando por efecto del gas pimienta.
Podría colegirse que ese “teórico” se apresta para las incidencias de una nueva “guerra” contra la izquierda, quizás con modalidades diferentes pero idénticos objetivos en la “larga duración” que la anterior. Entendida la izquierda en el mismo sentido desmesurado, y a veces absurdo, que utilizaban los dictadores de 1976. También ellos experimentaban placer en cometer los peores atropellos. Lo que abarcaba actos abominables como el arrojar prisioneros desde aviones o la violación colectiva de mujeres secuestradas.
Tras un tiempo dedicado sobre todo a la reflexión acerca de cómo hemos llegado a este extremo, tal vez estemos arribando al momento de preguntarnos de qué modo hacer para salir de este punto y evitar que el pasado más ominoso pueda repetirse.
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