¿Por que todos hablan ahora del pacto social? En algún sentido podemos decir que ya viene funcionando desde hace años a partir que se reúne el consejo de salarios: empresarios, CGT (la CTA tuvo nula participación a su pesar) y el estado se reúnen para establecer el techo salarial, del 19 % para el 2006/2007 […]
¿Por que todos hablan ahora del pacto social? En algún sentido podemos decir que ya viene funcionando desde hace años a partir que se reúne el consejo de salarios: empresarios, CGT (la CTA tuvo nula participación a su pesar) y el estado se reúnen para establecer el techo salarial, del 19 % para el 2006/2007 y el 16.5 % para el 2007/2008. ¿Qué implica hablar hoy del pacto social entonces? Es gritar a los cuatro vientos que hay un pacto, que se da fin a la hostilidad hacia el capitalista, que se deja de lado la retórica de atacar a «aquellos que se enriquecieron en los 90 y ya todos sabemos quienes son…» tal cual era el latiguillo que utilizaba para la tribuna K, y reemplazarlo por el termino de «burguesía nacional» o simplemente «empresarios». Mas allá del voluntarismo progresista de generar una burguesía nacional en una realidad donde las empresas rentables son vendidas al capital extranjero (como los Frigoríficos) y las grandes empresas (como Techint) tiene intereses multinacionales, la relación entre el trabajador y el patrón no cambia, con o sin pacto social.
El pacto social (como pacto público) tampoco es nuevo en la histora y tiene orígenes con Perón en 1944 y en 1952: ambos pactos marcaban un techo salarial con convenios que aceleraban los tiempos de trabajo, hubo oposiciones y grandes huelgas impulsadas por delegados de base (como la histórica huelga de navales de 8 meses de duración en 1952). Hubo un intento fallido en 1973, tambien con Perón, llevado a cabo por el entonces secretario general de le CGT, Rucci. Tambien en los 90, menos pomposos pero muchísimo mas efectivos, con la burocracia negociando los despidos masivos, congelamiento del básico, quita de la movilidad en la jubilación y la pérdida de derechos laborales con la firma de la flexibilización laboral durante el gobierno de Menem en el 94 y 97.
Necesitaríamos hojas y hojas para desarrollar cada una de estas experiencias, pero vale decir que en todos estos casos el pacto se terminó rompiendo, primero por la burguesía, después por el estado y finalmente por los trabajadores a través de acciones de bases, salvo para los pactos del 94 y 97 donde la discusión salarial pasaba a un segundo plano frente a la posibilidad concreta de la perdida de la fuente de trabajo, iniciando un periodo en que la clase en su conjunto retrocedió en derechos y conciencia organizativa y de lucha en el caso del sector ocupado.
En esencia todos los pactos en la historia se pueden resumir en que la burguesía se compromete a congelar los precios de los artículos de primera necesidad y los trabajadores, en realidad la burocracia sindical, relega la pelea de salarios firmando paritarias de dos o tres años con cláusulas que aseguran la «paz social». La burguesía jamás cumple con su parte, y los alimentos se encarecen, igual que los medicamentos, etc… mientras que los trabajadores seguimos atados al convenio y con riesgo que se declare ilegal cualquier medida de lucha por aumento salarial: lobo suelto, cordero atado.
En lo inmediato, entonces, el pacto social implica mayor explotación, con incrementos en los ritmos de trabajo, y una menor calidad de vida que se manifiesta en peor alimentación, peor vivienda (los alquileres son insostenibles y no hay acceso a una vivienda propia), peores condiciones de transporte (viajar en subte y tren se convirtió en un problema cotidiano), limitada o nula cobertura en salud (ya sea por la quiebra o privatizacion de las obras sociales o la ausencia de cobertura para el 50 % que trabajó en negro), una educación con difícil acceso, etc…
Pero también en lo estratégico dicho pacto es el paraguas ideológico que intenta reinstalar entre los trabajadores la posibilidad de una convivencia pacifica con la patronal, con la burocracia como intermediaria y el estado como «juez de paz». En este esquema, las ganancias se reparten entre ambos protagonistas, y mas nos beneficiamos cuanto más logramos seducir al patrón a través de los buenos modales. Este renovado proyecto de conciliación de clases, va instalando ese «sentido común» que hace que los trabajadores vayan contra sus derechos e intereses para terminar diciendo cosas como «bueno….pero si te pones a pensar, lo que dice el patrón, tiene su lógica, somos muchos en la fabrica».
En definitiva, debemos pelear para romper ese pacto desde su doble sentido, romper el techo salarial y pelear por mejores condiciones de trabajo en lo inmediato, e impedir que se vaya materializando la idea de conciliación de clases, es lo que nos va a fortalecer para la lucha de mañana. Si tomamos lecciones de la historia, en un contexto donde aun estamos resistiendo la avanzada del capitalismo, el ansia que muestra el gobierno por un pacto o alianza social delata el pronóstico que elaboran junto a la burguesía y la burocracia sobre un futuro cuya realidad social empuje a la conflictividad gremial: para los trabajadores, desear la paz social debe ser pelear contra la explotación y la injusticia y no su sometimiento como se pretende.
———-
Artículo publicado en el primer número del Boletín de CoSiBa