De pronto, la persistente negación del motín por parte del ministro Carlos Romero, se convirtió en «escenario de golpe» (con «traslado» de unos M-16) y, horas después en «aprestos de golpe de Estado» – «plan Tipnis» de por medio, sobre la base de «reportes» -, para concluir el lunes en una «Fase I del escenario […]
De pronto, la persistente negación del motín por parte del ministro Carlos Romero, se convirtió en «escenario de golpe» (con «traslado» de unos M-16) y, horas después en «aprestos de golpe de Estado» – «plan Tipnis» de por medio, sobre la base de «reportes» -, para concluir el lunes en una «Fase I del escenario de la intentona golpista», preámbulo de una «segunda etapa» de procesos de conspiración «con muertos en la ciudadanía».
Adicionalmente, presuntas «fuerzas oscuras», «sedición permanente», asesinatos de ministro y «plomos», desestabilización y todos los calificativos que hace menos de una década relamían con fruición los gobiernos neoliberales contra el movimiento popular, eran, al quinto día del motín, re-utilizados con intensidad por los administradores del «proceso de cambio».
Si la lógica gubernamental era victimizarse «eso no funcionó», evaluó Félix Patzi: «más bien crea ira», agregó el ex ministro masista, el mismo lunes 25, remarcando que «las descalificaciones» del gobierno al motín policial y la marcha indígena «no son creíbles».
Como Patzi, muchos observadores, incluso allegados a Palacio, no se tragaron la píldora: Más que la «defensa del proceso», la convocatoria a las «organizaciones sociales» para volcarse a la Paz desfilando por el canal y la radio estatales era, coincidieron, una provocación: alguien estaba echando gasolina al fuego. Salvo algunos reclutas de la Policía Militar, ciertamente el Ejército no salió a las calles. Pero ahí estaban grupos oficialistas de campesinos y ex colonizadores.
A SABIENDAS
Ante la psicosis de golpismo, el ex viceministro Gustavo Torrico recordó las diferentes etapas de la «irresponsabilidad estatal», su ineficiencia para resolver conflictos, sus recetas de ignorarlos primero, intentar defenestrarlos si tomaban cuerpo, y cuando ya eran incontrolables, ofrecer todo y ceder en casi todo lo que no se había querido dar en principio.
Como para darles la razón, el ministro de Gobierno, Romero, admitió que el conflicto policial fue detectado ya en septiembre pasado y que desde hace tres meses se había previsto un plan de contingencia que involucraba a oficiales, cadetes y las FFAA.
A fines de mayo, el presidente Evo Morales había señalado en radio Nederland que la justicia y una cúpula de la policía «no acompañan este proceso», aunque tras cambiar el reglamento -la impugnada Ley 101 de sanciones-, confiaba en que «ahora ya no fácilmente pueden amotinarse».
Pero el mandatario admitió también que los uniformados «usan una parte de sus mujeres o a sus jubilados para enfrentarnos». «Es una batalla que dar», había agregado, recordando que, en el caso de las FFAA, al día siguiente de su posesión mandó «a su casa» a tres generaciones de militares. «En la Policía no hice eso y ahora cuesta, es todo un proceso; con las nueva generaciones con seguridad vamos a cambiar».
Pero a la hora de la hora, las alertas tempranas habían sido sobrepasadas, o no existían, o habían sido, quizás, diseñadas por libreto para ser, precisamente, superadas.
¿Qué resultados daba el vacío de Estado, la ausencia del mismo durante el asalto, entre otros, a los archivos de Inteligencia, y la consecuente debilidad estatal, cuando no un laxitud peor, aunque sea efímera?
¿Era tanta la desesperación que para contrarrestar la caída en popularidad se recurría al «autogolpe» a fin de tener un colchón de seguridad en los siguientes veinte meses, arribando con menos drama a las elecciones del 2014? ¿Por qué no se previó una solución a la tardíamente reconocida crisis policial? ¿Qué intereses movieron a alargar el conflicto durante días, si al final su costo, hasta duplicado, podía ser cubierto por las reservas y el presupuesto pese a los berrinches de Economía y Finanzas?
Horas después, la madrugada de San Juan, un precario acuerdo sin respaldo de las bases policiales acabó en la frustración el descontento y mayor tensión, prolongando el conflicto y desatando más irritación entre los amotinados, mientras cundía el llamado oficial a defender al régimen «hasta la últimas consecuencias» con la engañosa consigna desplegada noche antes por mensajes de celular: «hay que desenfundar el uniforme, compañero».
Otros analistas habían venido observando desde el sábado y aún antes: ¿Qué se gana con la victimización?, ¿la psicosis de golpe está reemplazando al síndrome del presidente colgado? ¿Quién escribe el libreto? ¿Quien está infiltrando el libreto? ¿Quién quiere «hacer desaparecer» a la Policía o reducir su poder?
Más inteligentes, con más olfato, los indígenas del parque Isiboro-Sécure (TIPNIS), que habían acelerado el paso para atravesar la cumbre de los 5.000 metros, decidieron pernoctar en las afueras de la ciudad, soportando en principio la escarcha y el frío de los 4.300 metros, para luego entrar a la ciudad pero no a la Plaza Murillo ni tomar contacto con los policías, a fin de no darle gusto al gobierno que temía -o ¿ esperaba más bien?, según los observadores no gubernamentales- su confluencia frente a Palacio, lo que tal vez hubiera justificado la psicosis [estado mental descrito como una pérdida de contacto con la realidad] golpista.
FANTASMAS Y FIEBRE
Para entonces, la «trama» del golpismo pasaba de la sorpresa a la burla y de esta al sarcasmo: «»El mismo Gobierno se está preparando un autogolpe por la falta de capacidad para gobernar el país y poder victimizarse», dijo el líder indígena amazónico, Fernando Vargas, en coincidencia con su par de las tierras altas, Rafael Quispe, del Consejo de Ayllus y Marcas del Qollasuyo (Conamaq).
Por su lado, el jefe de Unidad Nacional, Samuel Doria Medina ironizaba: «Presidente de un golpe, pero un golpe de timón». Y más adusto, el MSM enfatizaba en la «paranoia» del régimen y la falta de indicios de golpe como consecuencia de una falsificación oficialista de la realidad.
En «Jaque al estado», el ex presidente Carlos Mesa matizaba: «este movimiento -con sus terribles y condenables excesos- es la respuesta a un manejo equivocado del Ejecutivo, que no ha cuidado ni forma ni fondo en su vínculo con la Policía.(…) si el poder político instruye una acción policial (caso Caranavi o marcha del TIPNIS, por ejemplo), no es ni justo ni valiente descabezar mandos policiales, altos e intermedios sin asumir de entrada la esencia de la parte que les toca a las autoridades de Gobierno, más aún cuando se ha juzgado a sus antecesores por la toma de decisiones de la misma naturaleza».
Sobre el uso de los medios estatales para el gubernamental cierre de filas, el analista Carlos Cordero encontró que esta estrategia «es poco inteligente, porque puede generar mayor convulsión antes de buscar la pacificación», agregando que la maratón radiotelevisiva que incluyó parcialmente a Radio Panamericana responde a una desesperada actitud política que busca cambiar la percepción ciudadana: «Es una estrategia gubernamental orientada a la ciudadanía, porque la opinión pública está a favor de la demanda policial».
Más directo, el ex prefecto y ex viceministro Rafael Puente dijo que el Presidente y su entorno ven fantasmas en el motín policial, cuando esa posibilidad está descartada y sólo responde a las mentes «afiebradas» de sus ministros y estrechos colaboradores.
Es «humanamente imposible» que pueda gestarse un golpe de Estado con policías de bajo rango y armamento obsoleto», añadió. «El Gobierno vuelve a demostrar que no sabe manejar los conflictos, pues la protesta policial data de hace muchos años que nadie le dio importancia. Se trató de un proceso de acumulación que las diferentes instancias del Gobierno no supieron atender, hasta que desembocó en un motín que conmociona al país».
¿EQUIVOCACIONES O PROVOCACIONES?
Después de todo, una reunión entre policías y militares, el lunes, filtrada por informantes oficiosos, descartó el golpe. «Solamente buscarán ventajas», adujo, rogando que sea cierto, mientras el panorama mostraba un horizonte luminoso para el Vicepresidente y su proyecto, con el canciller en Cuba, la Cancillería cerrada y un Ministro de la Presidencia desaparecido ante las cámaras y los micrófonos pero bregando incansablemente en la privacidad de sus recintos y la proximidad con los mandos militares, con los que compartió curso.
No hay posibilidad de golpe, insisten los observadores, incluso los mismos cercanos al régimen. Además, un 70 por ciento de las posibilidades indican que, en este momento, no hay posibilidad de otro líder que Evo Morales, lo que sin embargo no descarta que sea el momento para que inicie el surgimiento paulatino de otro, militar o no, tradicional o no, neoliberal o no, ex aliado o no, indígena, mestizo o todo lo contrario, quizá, que tendrá que lidiar, si es el caso, con los demás candidatos presidenciales, y aún con el vicepresidencial oficialista, cuando no con el, si cabe, futuro Primer Ministro
En el resumen de las certidumbres resuenan entre tanto los ecos de las sentencias precipitadas o presuntamente erróneas, entre otras:»llegan a decir que estamos en una situación de amotinamiento policial, que hay un desafío a la autoridad del Comando Policial y del Comando del Estado y esos extremos no son tales», como decía hace tan sólo seis días uno de los ministros ¿Quien escribe la parte del libreto correspondiente no ya a los equívocos sino a las provocaciones? ¿El mismo dueño del libreto o el que tal vez lo ha infiltrado?.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.