A las 15.30 del 18 de agosto de 1971, un avión comercial del Lloyd Aéreo Boliviano (LAB), llegaba de Buenos Aires al aeropuerto El Trompillo de Santa Cruz. Los pasajeros, se sorprendieron al ver allí una gran nave brasileña de la que se descargaban grandes cantidades de armas y municiones. Bolivia, vivía un crítico ambiente […]
A las 15.30 del 18 de agosto de 1971, un avión comercial del Lloyd Aéreo Boliviano (LAB), llegaba de Buenos Aires al aeropuerto El Trompillo de Santa Cruz. Los pasajeros, se sorprendieron al ver allí una gran nave brasileña de la que se descargaban grandes cantidades de armas y municiones. Bolivia, vivía un crítico ambiente político.
Al día siguiente, Hugo Banzer leía desde Radio Santa Cruz, su proclama insurreccional, mientras otra nave militar brasileña, descargaba más armas y los siguientes días, ocho aviones llegaban a El Trompillo y El Alto con quince mil fusiles, 500 ametralladoras, bombas y municiones.
La insurrección ultraderechista, fuertemente armada, hizo hablar las ametralladoras, mientras el pueblo clamaba por fusiles para defenderse, centenares murieron, cuántos no se sabe. Quienes resistían eran, mineros, fabriles, pobres, obreros e indios. Para los explotadores, eran mano de obra barata, la muerte les llamaba simplemente NN.
Fue una descarada intervención del militarismo ultraderechista brasileño que se encontraba en el poder y obedecía las instrucciones del amo del norte alarmado porque el 1º de mayo reciente, se había instalado la Asamblea del Pueblo, motejada como primer soviet continental que pretendía iniciar un régimen bolchevique.
Si el progresista Juan José Torres, escuchaba los pedidos de armas, la revuelta de esa trilogía constituida por la burguesía asociada, la ultraderecha separatista y el narcotráfico, jamás hubiera triunfado y tras nacionalizar los sectores estratégicos, como lo hace Evo Morales, ahora estaríamos celebrando 40 años de intenso progreso, sin neoliberales que vendieran la patria para achicarla.
El golpe de agosto, fue financiado, planificado y articulado por el régimen militar brasileño, cuyos diplomáticos actuaron descaradamente. El estratega fue el general Hugo Bethlem, quien declaró a la prensa: «Estoy totalmente a favor de la intervención brasileña en Bolivia» (Jornal do Brasil, 02/06/71).
Santa Cruz, base del golpe
Los golpistas sus asesores y financiadores, habían previsto la hipótesis del fracaso y en ese caso pretendían incentivar el sentimiento separatista. Esa la razón porque Santa Cruz fue elegida como base territorial del golpe. Allí estaba también el cónsul brasileño Mario Amorím.
Este diplomático fue herido durante una reunión con los golpistas en la prefectura. Poco después una estudiante universitaria de apellido Catoíra fue aprehendida, acusada de ser la responsable de haber colocado el explosivo. Fue sometida a los peores vejámenes y torturas sólo comprensibles en regímenes fascistas.
El derrocamiento de Torres tuvo una inversión insignificante, pues los comandos militares bolivianos fueron coimeados con un total de apenas $us 1.400.000, según señala Paulo Schilling en su libro «El expansionismo brasileño». Una cifra pequeña para producir enormes daños a Bolivia.
Poco después, los brasileños comenzaron a incursionar en la agropecuaria apoderándose de enormes extensiones de tierras. Además, Banzer pagó a sus colegas brasileños cediéndoles un territorio que incluyó gran parte del pantanal. Fue otro desmembramiento al territorio nacional.
¿La historia enseña o no?
Los regímenes populares y revolucionarios, no son del agrado del amo del norte, menos en situaciones como la presente, cuando Bolivia pugna por «destetarse» definitivamente del imperio que atraviesa por una crisis financiera que le puede hundir definitivamente.
Pero sus operadores, no descansan. A partir del 15 de agosto se iniciaron manipuladas movilizaciones de sectores indígenas, cívicos y vecinales asumiendo medidas de hecho en clara actitud conspirativa. Los desarticulados de derecha se reunieron en Cochabamba para planificar un boicot tendente a impedir las elecciones judiciales.
El ambiente conspirativo es inocultable y las cabezas, bastante visibles. El líder de los sin miedo y el prefecto cruceño se sumaron coincidentes por el voto nulo en octubre. Los indígenas en marcha contra el progreso de una carretera, se niegan al diálogo, las juntas vecinales, exigen todo, los cívicos pretenden la renuncia de uno u otro ministro.
Hasta los trabajadores del seguro petrolero se pusieron en huelga bajo el simplismo de «mala administración», sin seguir trámites ante el Ministerio de Trabajo ni quemar etapas y con el sólo afán de ayudar a las cabezas de la contrarrevolución. La historia, sí tiene que enseñarnos. Tenemos un proceso que puede tener muchas falencias y errores, pero es un proceso de cambio y es del pueblo.