Algunos analistas consideran que aquella fractura en los grupos dominantes, que se había evidenciado allí por el 2001, entre quienes pretendían sostener la convertibilidad e incluso llevarla más allá con la dolarización, y quienes pregonaban por la devaluación como salida a la crisis, ya ha saldado sus diferencias y volvemos a estar frente a un […]
Algunos analistas consideran que aquella fractura en los grupos dominantes, que se había evidenciado allí por el 2001, entre quienes pretendían sostener la convertibilidad e incluso llevarla más allá con la dolarización, y quienes pregonaban por la devaluación como salida a la crisis, ya ha saldado sus diferencias y volvemos a estar frente a un bloque de sectores económicos concentrado nuevamente unificado. Es posible que ese reencuentro esté por consolidarse pero todavía no es del todo seguro. Sobre todo porque lo que los vuelve a juntar no es tanto la coincidencia respecto de la diagramación futura del país sino la repulsa al fortalecimiento de los sectores populares y el incremento de sus demandas.
La visión maniquea que plantea que solo a las mayorías populares les fue bien en estos años, mientras que las elites económicamente poderosas se han dedicado a perder privilegios, puede llevarnos a errores cálculo. Ha habido cambios importantes en las relaciones de fuerza entre las clases sociales desde la crisis del neoliberalismo hasta ahora. Los sectores relegados durante los `90 han mejorado su situación notablemente. Esto es cierto y es necesario reconocerlo, empero, también es urgente reconocer que al gran capital que opera en el país no se le ha propinado una derrota estratégica. Sigue conservando y ha aumentado las bases de su riqueza y mantiene casi intacto su poder.
En estos años las principales fortunas del país han crecido a un ritmo impresionante, mayor incluso que el promedio en el que creció el conjunto de la economía, lo cual es una característica típica de una formación económico social como la argentina. Sin embargo, esto no implica, ni de cerca, que los hombres y mujeres que más riqueza concentran en el país se consideren kirchneristas. Más bien creen que lo logrado es propio de sus capacidades para hacer negocios y que los líderes del poder político tendrían que movilizar los instrumentos necesarios para que «el clima de negocios» les permita seguir expandiéndose. Pero tampoco esto lleva aparejado que pueda considerarse a todos como antioficialistas.
Entre el conjunto de los grupos económicos que concentran la mayor parte de la riqueza del país, existen dos tendencias que los atraviesan. Por un lado, está la noción que pregona la necesidad de un cambio rotundo en el elenco político dirigente que permita volver a poner al Estado en completa sintonía con su proyecto de clase. Por otro lado, subsiste la idea de que es necesaria una cierta continuidad del proyecto actual pero con algunas revisiones de estilo o forma que permitan continuar acrecentando sus negocios. Lo que queda claro es que ninguno busca una ampliación de derechos para los sectores populares, una mejora sustancial en las condiciones de vida de los más vulnerables y vulnerados o apoyo leal a los procesos revolucionarios que vive la región. Más bien se oponen, aunque haya algunos que los toleran más que otros.
Los que se encolumnan detrás de la primer vertiente sostienen la alternativa política más reaccionaria, la cual está conformada por aquellos que menos soportan las dinámicas de empoderamiento popular y que asumen la retórica más virulentamente antikirchnerista. No es muy difícil darse cuenta de que este sector ya eligió a su candidato y ha logrado unificar a un importante grupo de armados políticos detrás de él.Por su parte quienes sostienen la segunda idea, tienden a poner en cuestión la efectiva capacidad de gobernabilidad que pueda tener un gobierno que no esté sostenido por la estructura del Partido Justicialista. Más bien apuestan a lograr generar un cambio por dentro del entramado del peronismo, fortaleciendo el liderazgo del sector más moderado y conservador. Teniendo en cuenta que la apuesta de un armado por fuera del PJ que busque contener los desgajamientos que se irían produciendo ante un hipotético «fin de ciclo», no tuvieron el éxito deseado, las fichas están colocadas en los que ellos consideran las figuras más potables dentro del peronismo oficialista.
El kirchnerismo en estos años ha logrado mantener viva esa tensión sin provocar un cambio radical de la formación económica social de la Argentina. El riesgo que se corre en estos momentos tiene dos variantes: de un lado, que la victoria en las elecciones por parte de Mauricio Macri empuje a la reunificación de los grandes capitalistas, bajo el dominio de los grupos más vinculados al gran capital transnacional que se encolumna en la estrategia imperialista estadounidense; de otro lado, la clausura por arriba de la vertiente más progresiva del proyecto político kirchnerista, lo que implicaría un reflujo para los sectores populares y una posible retracción en las relaciones de fuerza.
Por supuesto que esta es sólo una parte de la historia, todavía queda por develar cuál será la decisión y el rol que asumirán las grandes mayorías populares ante los escenarios planteados. Mucho dependerá de las definiciones de sus líderes y sobre todo del camino que se recorrerá después de las elecciones presidenciales, sea quien sea que gane las elecciones.
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