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El gran desafío de cumplir lo prometido

Fuentes: La Epoca

El 6 de diciembre próximo, más de cinco millones de bolivianos acudirán a las urnas, para legitimar una vez más el juego de la democracia liberal patriarcal. Como en ningún otro momento de la historia democrática de este país, cerca del 100% de la población en edad de votar se ha registrado en el padrón […]

El 6 de diciembre próximo, más de cinco millones de bolivianos acudirán a las urnas, para legitimar una vez más el juego de la democracia liberal patriarcal. Como en ningún otro momento de la historia democrática de este país, cerca del 100% de la población en edad de votar se ha registrado en el padrón biométrico para ejercer su derecho como «ciudadano».

¿De dónde surge este derecho? Surge con la revolución francesa. La soberanía (poder del rey) que antes residía en el soberano, ahora es depositada en el pueblo, que está constituido por «ciudadanos». Los ciudadanos, tienen derecho a participar en las decisiones del soberano representado en el cuerpo abstracto del Estado. A partir de la revolución francesa, ser un ciudadano significa tener derecho a participar en un mismo nivel con todos los otros ciudadanos, en las decisiones básicas del estado, significa que no hay personas cuyos estatutos fueran más elevados que el de los ciudadanos (como los aristócratas), que todos son aceptados como personas racionales, capaces de decisiones políticas. La conclusión lógica del reformulado concepto de ciudadanía es el sufragio universal.

¿Por qué esta ansiedad inusitada del ciudadano boliviano por participar? Pareciera como si la «ciudadanía» boliviana hubiese intuido que ya es tiempo de inventar una nueva historia social real, hecha de vidas y de fuerzas sociales. «Participación» significa eso, presencia visible de la fuerza social, existencia ante los ojos del poder. Participar, es renunciar a la condición de «sujetos» (sujetados), que no es otra cosa que negarse a seguir siendo los protegidos por la exclusión, los no-pueblo; los no-ciudadanos, aquellos que no han llegado nunca a ser Estado. El ciudadano boliviano, parece estar decidido a ser Estado, con su participación está demostrando que quiere transformarse y transformar la realidad y la sociedad en la que le toca vivir.

Ocho candidatos (7 hombre y 1 mujer) están en campaña, intentando responder a esta presencia ciudadana. Sin embargo, según las distintas encuestas típicas del periodo electoral, en el escenario político ya hay un ganador: el Movimiento al Socialismo.

¿Cuáles son las condiciones de posibilidad que se abren, si el pueblo decide delegar su poder soberano en el MAS? Hay varios ángulos desde donde se pueden analizar estas condiciones de posibilidad. Sin embargo, dado los límites de este espacio, me voy a concentrar sólo en los desafíos ideológicos y estructurales que tiene que enfrentar el Movimiento al Socialismo para poder cumplir con su promesa electoral de consolidar un nuevo estado, una nueva economía y una nueva sociedad.

La profundización del cambio, que el MAS ofrece a la ciudadanía, como parte de su promesa, pasa según su propuesta por «superar completamente el modelo neoliberal». ¿Qué significa esto? Significa el desafío de desmontar primero, los resabios de la ideología liberal heredados desde el siglo XIX, y que en Bolivia tienen que ver con la concepción y extensión de la educación como fundamento de la ciudadanía a través de incentivos como el bono «Juancito Pinto», la pervivencia de la «meritocracia» como mecanismo de acceso a los puestos en virtud del mérito, la prioridad al rol de los especialistas, consultores o expertos en la contratación para la formulación de políticas públicas, la presencia fuerte del estado asistencialista y prebendalista vía «regalos» o cheques venezolanos, y la «preocupación» por algunas libertades individuales, ignorando otras como las subjetividades GLBTs. Segundo, implica también, lidiar contra los restos de la ideología conservadora neoliberal cuya importancia fundamental reside en la incesante acumulación de riqueza de la economía-mundo capitalista, a través de su motor real, el mito del libre mercado.

Para superar este modelo ideológico, el Estado debe demostrar mínimamente, que la nueva estructura estatal que está creando, no está comprometida con el sistema-mundo moderno cuya economía-mundo es capitalista. El sistema capitalista une una estructura política, una cultura homogénea y una economía-mundo, en función de un tipo de división del trabajo eficiencia y eficaz concentrado en una mayor y mejor acumulación de capital. De ahí que la economía-mundo capitalista provea un cierto modo de dividir la plusvalía producida: la mayor proporción de plusvalía va destinada a la acumulación de capital, y la menor, a quienes han trabajado en la producción de las unidades que crearon dicho plusvalor. El estado, es el principal actor en la acumulación y distribución de esta plusvalía. En torno de la distribución de esta plusvalía siempre hay luchas constantes, y Bolivia no es la excepción, a esa lucha, Immanuel Wallerstein la llama lucha de clases.

Este conflicto por la disputa de la plusvalía tiene que ver también, con la segunda promesa ofrecida por el MAS: la consolidación del nuevo Estado Plurinacional y Autonómico. Esta consolidación implica, la capacidad del nuevo Estado de implementar decisiones legales que permitan el reconocimiento pleno y real de las naciones preexistentes a la colonia (descolonización); esto es el reconocimiento de sus territorios, de su lengua, de su cultura, de sus usos y costumbres, etc. pero sobre todo el reconocimiento de su derecho de ciudadanía, de su derecho a ser Estado y como tal, su derecho a presencia en la Asamblea Legislativa Plurinacional y su derecho a una distribución equitativa de la plusvalía obtenida por medio de las actividades económicamente productivas. Son esta participación política y esta distribución de plusvalía las que permitirán el ejercicio pleno de las autonomías en los departamentos, en los municipios, pero sobre todo en las regiones y en las comunidades indígenas originarias campesinas.

La fuerza de este nuevo Estado, tendrá que concentrarse en esta capacidad de poner en práctica sus decisiones legales, sobre todo en aquellos temas estratégicos referidos a las materias primas (petróleo, litio, etc.), a través de cuya renta, el Estado cuenta con ingresos disponibles sobre los cuales debe ejercer control, para que los mismos no sean desviados a manos privadas como sucede en la actualidad, permitiendo el surgimiento de nuevos ricos por la vía de la corrupción o de las «coimisiones» institucionalizadas.

Pero, quizá el desafío más importante con el que tiene que lidiar el Movimiento al Socialismo, es el relacionado con su tercera promesa electoral, la de promover y respetar los derechos de todos los ciudadanos bolivianos. Hasta hoy, el juego democrático ha demostrado que nuestra democracia sigue siendo patriarcal y homofóbica. Si bien es cierto, que se ha avanzado en el reconocimiento de los pueblos indígenas originarios campesinos, que antes formaban parte de los excluidos, se han abandonado las demandas de las luchas de otras subjetividades oprimidas como la de las mujeres y la de los colectivos GLBT (Gay, lesbianas, bisexuales, transexuales y queer). Estos últimos, pertenecen aún al grupo de los no-pueblo, de los no-ciudadanos, en lo que al reconocimiento de sus derechos se refiere. El nuevo Estado Plurinacional está obligado a combatir el racismo, el sexismo, el machismo, la homofobia que son otras tantas formas de normatización antiuniversalista, que pese a generar trabajo, poder y privilegios en tanto modos de inclusión, lo hacen sin embargo, en rangos de inferiorización. La descolonización, en este sentido, no debe ser sólo la metáfora de las angustiadas banderas de las luchas sociales, sino el concepto articulador de la potencia de la lucidez del intelecto general para continuar su lucha contra todas estas formas de sujeción, que no son otra cosa que sumisión de la subjetividad.

Después del 6 de diciembre, la lucha continúa. Es necesario vigilar el cambio y garantizar que se cumplan las promesas. Estas pasan, como ya se ha mencionado, por acabar con las formas de dominación étnica, social y religiosa que aún persisten, denunciar y corregir todas las formas de explotación que separan a los individuos de lo que producen, expropiándoles su plusvalor y enriqueciendo a unos pocos, y sobre todo es necesario combatir todo aquello que en palabras de Foucault «ata al individuo a sí mismo y de este modo lo somete a los otros», en esto consiste la verdadera libertad, condición esencial del sujeto: en no sujetarse o someterse a la voluntad de otro.