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El gran hermano internacional

Fuentes: Editorial del Diario La República

El caso del llamado «espía» norteamericano Edward Snowden (requerido por su país, e indocumentadamente varado en Moscú) adquirió mayor notoriedad aún al ser invocado como motivo de las humillaciones sufridas por el Presidente de Bolivia Evo Morales en su tránsito por Europa. Si no tuviera consecuencias políticas dramáticas, el incidente hasta podría ser catalogado como […]


El caso del llamado «espía» norteamericano Edward Snowden (requerido por su país, e indocumentadamente varado en Moscú) adquirió mayor notoriedad aún al ser invocado como motivo de las humillaciones sufridas por el Presidente de Bolivia Evo Morales en su tránsito por Europa. Si no tuviera consecuencias políticas dramáticas, el incidente hasta podría ser catalogado como una de las más logradas expresiones del vodevil. El embajador español en Viena, Alberto Carnero, se presentó de madrugada en el aeropuerto Wien Schwechat para entrevistar al presidente boliviano . ¿No es curioso que un embajador de un tercer país acuda a horas absurdas a un aeropuerto donde un mandatario realiza una escala técnica de reabastecimiento de combustible, justamente porque el país al que representa se la negó subrepticiamente? Lo es más aún que el fundamento explícito de su presencia fuera su deseo de ser invitado a tomar un café, aunque siempre es explicable que habiendo madrugado tanto, quisiera despejarse. Si hay lugares plagados de bares y salones VIP con toda clase de infusiones, bebidas y vituallas, abiertos las 24 hs del día, esos son precisamente los aeropuertos internacionales.

Pero lo más llamativo es que quisiera degustar el café dentro de la pequeña aeronave de la fuerza aérea boliviana, habiendo tantos lugares tan cómodos en el aeropuerto. Tal vez trajera consigo alguna frustración infantil de visita a la cabina de mando de una aeronave, que en general se les concede a los niños en vuelo, y considerara el momento oportuno para superarla. Si se le hubiera permitido, seguramente después pediría permiso para ir al baño saciando de este modo su curiosidad de conocer todo el avión por dentro, y -ya que estaba- tomar nota de sus ocupantes, comparándolos con la foto de Snowden que llevaría discretamente en el bolsillo.

¿El embajador Carnero pretendía que sus conductas se entendiesen como producto de algún capricho personal, independiente de las directivas de su cancillería y por tanto de la nación (monárquica) a la que representa? ¿Habrá repasado las lecciones elementales de la historia colonial de su país como para recordar que en 1825 se independizaron las provincias del Alto Perú y nombraron a Lanza primer presidente de aquella nueva nación en cuyo avión pretendía saborear café? ¿No lo llama a reflexión que el nombre del nuevo estado independiente no fuera «reinado de Fernando» en homenaje al rey Fernando VII, sino «República Bolivar» en honor al libertador?

La explicación oficial no tiene desperdicio ya que ratifica el absurdo desentendimiento del carácter de la agresión. El ministro de asuntos exteriores español, José García Margallo sostiene que «el gobierno lamenta muy sinceramente que se haya producido un incidente de este tipo sobre el que reitera que no tiene ninguna responsabilidad y desea manifestar su sorpresa por algunas declaraciones que emiten juicios de valor sobre su actuación, que siempre estuvo dirigida a la rápida y satisfactoria resolución del caso». En otros términos, la demora de 12 horas debería explicarse por la pereza de Evo para servirle un café al inesperado embajador. Pareciera que la CIA no encontró de madrugada otro cadete para realizar el mandado de discreta requisa del avión. El buen Carnero entiende que la misión diplomática no debe escatimar esfuerzo alguno, ni siquiera si supone la difícil tarea de emular a Maxwell Smart.

Por otra parte, el interés norteamericano por la suerte del fugitivo (y ahora apátrida) Snowden que pareciera ser el verdadero motivo del secuestro del Presidente Morales, es fundamentada con una candidez sorprendente por el decepcionante Presidente Obama. Para él, «todos los servicios de inteligencia, en Estados Unidos, Europa y Asia, tratan de entender mejor el mundo (…) a través de fuentes que no están disponibles en el New York Times o en NBC News». Entre las tantas desilusiones que Obama suscita está el hecho de que es, al menos entre los últimos presidentes del imperio, el que mayor roce académico ha tenido como para entender que hay otras fuentes de conocimiento del mundo además de la prensa y la CIA, y que inclusive éstas, más que ayudar a la comprensión, se ocupan mucho más de la intervención y organización del mundo. Él es un abogado que se graduó entre la Universidad de Columbia y la escuela de derecho de Harvard donde llegó a dirigir la revista «Harvard Law Review», a desempeñarse en la defensa de derechos civiles (precisamente los que ahora viola de manera contumaz) y a dictar clases de derecho constitucional en la Universidad de Chicago. Negando esta respetable tradición que lo diferencia de sus rústicos antecesores, sostuvo que si no es útil al conocimiento, «de nada serviría un servicio de inteligencia».

Su exaltación de los servicios no es novedosa. Ya en abril de 2009, cuando visitó el cuartel general de la CIA, no centró su discurso en la función cognitiva sino en que la agencia era «la punta de lanza de la seguridad nacional» por estar «en el frente contra luchas no convencionales» donde «sirven de manera capaz y valiente (y) deben sentirse orgullosos de lo que hacen». Contradiciendo sus discursos electorales sobre la ilegalidad de las acciones terroristas perpetradas por esa agencia, les garantizó que «quienes realizaron sus tareas confiando en la buena fe de la asesoría legal no serán sujetos a proceso judicial», una variante norteamericana de la obediencia debida para los criminales vernáculos, agregando que protegerá «la información y la identidad de los funcionarios de la CIA». Esta forma de impunidad se institucionaliza por el programa SERE (Survival, Evasion, Resistance and Escape). Mientras tanto los cielos europeos y de buena parte del mundo son surcados libremente por aviones de la CIA, que llevan prisioneros clandestinos e inclusive desaparecidos a centros de tortura y exterminio secretos o velados (como Guantánamo) continuando con su práctica de terrorismo imperial.

El programa «PRISM» que denunció Snowden es un componente más del gran programa de espionaje que viene desarrollando EEUU con el apoyo de otros países anglosajones y que se ha ampliado exponencialmente a lo largo de este siglo. Las revelaciones que a través de este experto en seguridad informática realizaron los diarios The Guardian y The Washington Post se inscriben dentro de la mega red de espionaje «ECHELON», que no constituye ningún secreto ni novedad. Lo único novedoso en este caso es que además de interceptar las llamadas telefónicas y correos electrónicos del mundo entero, ahora también se extiende hacia Facebook, Twitter, Google, Apple y las principales aplicaciones informáticas de uso masivo. Obviamente la excusa será la lucha contra el terrorismo y eventualmente el narcotráfico, pero sus verdaderos objetivos son el espionaje político y económico, con el fin de reafirmar la hegemonía estadounidense, sobre todo de sus empresas monopólicas. La estructura está administrada por la National Security Agency (NSA) para la que indirectamente trabajaba el hoy considerado «delincuente» precisamente por haber denunciado los delitos contra la privacidad cometidos por esa agencia a través de este programa. No hablamos sólo de software y hardware sino de toda una estructura que si bien es secreta, sólo en Maryland cuenta con 100.000 empleados.

El hecho de que los países europeos aliados en la OTAN sean también objeto de espionaje, no deja de ser revelador de la actual correlación de fuerzas. Sólo la izquierda del Parlamento Europeo (PE) protestó por los actos de espionaje de los que es objeto, sin que liberales y conservadores se inmuten ante esto, priorizando especialmente los tratados comerciales por firmar.

Pero revelaciones como las del ex agente Snowden se volverán a repetir inevitablemente, porque existe en buena parte del mundo y en EEUU en particular, una sensibilidad hacia la defensa de la privacidad y de una internet libre que atraviesa transversalmente clases sociales, naciones e ideologías. De lo contrario no podría haberse abortado el proyecto SOPA entre otras iniciativas de censura. Y también avanzará simultáneamente el espionaje en sus múltiples variantes porque el desarrollo de la sociedad de control resulta inevitable con las tecnologías actuales. Basta ver la creciente instalación de cámaras de seguridad en todas las ciudades del mundo que registran en todo momento los movimientos ciudadanos, como el más epidérmico y visible de los síntomas de estos cambios. La actitud ante ello no necesariamente debe traducirse en paranoia. En mi caso, el programa PRISM registrará mi facebook, twitter y otros medios y encontrará este artículo, además de que mi navegación se orientó ayer a la búsqueda de información para escribirlo y que intercambio algunos mails con mi equipo de investigadores o con lectores y amigos. En suma, recursos materiales y humanos que podrían crear riqueza y ayudar a la humanidad se utilizan para «descubrir» obviedades. Para decirlo más crudamente en los términos con los que le respondí al juez argentino Cardinalli cuando me preguntó si era marxista a fin de los años ´80 luego de que la Corte Suprema de Justicia lo obligara a concederme un habeas corpus por las persecusiones de la que era objeto por parte de los servicios: sólo a un ignorante y estúpido como él se le pagaría un sueldo para sospechar de algo tan evidente.

La confrontación central no es tecnológica sino política. Por supuesto que es correcta la declaración de repudio de la Unasur y la urgente reunión convocada. Pero no se puede responder al virtual secuestro de un presidente y a la inédita violación del derecho internacional sólo con palabras.

La experiencia debería servir a futuro para prever medidas si algún episodio de violencia similar se repitiera, tales como el cierre del espacio aéreo sudamericano a todos los aviones de compañías de origen de los países que generan el conflicto y su retención en tierra hasta que no se libere el tránsito del avión oficial de cualquiera de sus países soberanos.

Cuando cierta igualdad de fuerzas es posible, aún en un plano acotado, es indispensable ejercerla.

* Emilio Cafassi es profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. [email protected]

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.