Aunque es demasiado pronto para saber si la 4T representa lo que Ingmar Bergman plantea en su película, estrenada en 1977, los movimientos sociales no deben dejar de plantearse la pregunta. En una escena el científico Hans Vergérus explica al protagonista, Abel Rosenberg, (interpretado por David Carradine) «Observa toda esa gente. Son incapaces de una […]
Aunque es demasiado pronto para saber si la 4T representa lo que Ingmar Bergman plantea en su película, estrenada en 1977, los movimientos sociales no deben dejar de plantearse la pregunta. En una escena el científico Hans Vergérus explica al protagonista, Abel Rosenberg, (interpretado por David Carradine) «Observa toda esa gente. Son incapaces de una revolución. Están muy humillados, muy temerosos, muy oprimidos (…) Cualquiera que haga un mínimo esfuerzo puede ver lo que depara el futuro. Es como un huevo de serpiente. A través de la delgada membrana se puede distinguir un reptil ya formado».
El 15 de octubre de 2016, un día después de que el V Congreso Nacional Indígena anunciara su decisión de buscar el registro de una candidatura independiente en las próximas elecciones, AMLO publicó en su cuenta de tuiter, El EZLN en 2006: era «el huevo de la serpiente». Luego, muy «radicales» han llamado a no votar y ahora postularán candidata independiente.
Pocos recordaron que fue la respuesta, del ahora presidente constitucional, al entonces subcomandante Marcos que en 2005 citó la frase de la escena descrita anteriormente, para referirse al inminente arribo de AMLO al gobierno de la república para el año siguiente. Situación que no ocurrió debido al fraude que la «mafia del poder» orquestó en contra del actual mandatario, según sus propias palabras.
Regalar un proyecto estratégico como el nuevo aeropuerto a las fuerzas armadas para que lo administren o la propuesta, y posterior aprobación casi por unanimidad, de la Guardia Nacional nos obliga a preguntarnos quién toma las decisiones en la 4T. Es cierto que, desde su primer intento por llegar a la primera magistratura, en la campaña de 2006, AMLO propuso que el ejército combatiera al narcotráfico, pero desde que Felipe Calderón inició la guerra (para legitimarse ante los señalamientos de fraude), aquel se opuso a su utilización y hasta antes de asumir el cargo, sostuvo que el ejército debería volver a los cuarteles. También calificó de errónea la política de su adversario de haber emprendido una guerra en contra de la delincuencia, por los efectos devastadores en la población. Incluso sostuvo fuertes polémicas con el anterior secretario de la Defensa, el general Salvador Cienfuegos, por las violaciones a los Derechos Humanos en los que las fuerzas armadas podían incurrir en su lucha contra los cárteles de la droga. Bastó una reunión en el periodo de transición con la cúpula de las fuerzas armadas previo a su toma de protesta, para un cambio de 180 grados.
La misma pregunta es válida para el caso de las transnacionales y el sector empresarial con Salinas Pliego a la cabeza y los megaproyectos celebrados como el PIM, de la que forma parte la ahora trágica, Termoeléctrica de Huexca, dichos proyectos no son otra cosa que la continuidad de las reformas estructurales de Peña Nieto con distinto nombre. Imposiciones legitimadas con un instrumento eufemístico novedoso denominado «consulta popular».
Lo más grave es que sus nuevos aliados parecen comenzar a adquirir protagonismo en el nuevo gobierno a cambio del apoyo brindado. Tal es el caso del intento de resurrección del ultraderechista Partido Encuentro Social que nos hace recordar lo ocurrido en Brasil recientemente como un espejo de un futuro que no puede descartarse, como el advertido por Bergman. En los 100 primeros días de la 4T el discurso presidencial ha oscilado peligrosamente entre un despotismo ilustrado tipo «todo para el pueblo, pero sin la intervención del pueblo», al «el Estado soy yo». Por fortuna los movimientos en defensa del agua, el territorio y la vida o las huelgas de obreros iniciadas en la capital de Tamaulipas y las de los trabajadores universitarios; parecen recordarnos en la práctica lo expresado por un viejo del siglo XIX cuyas ideas contradicen hoy en día cualquier fatalismo.
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