El comportamiento del Presidente de Estados Unidos confirma que los que esperaban cambios del imperio respecto de Latinoamérica y Bolivia pueden empezar a desilusionarse: las ventajas arancelarias para nuestro país han sido suspendidas, al revés de lo que aquéllos aguardaban porque pensaban que un ciudadano de ascendencia africana y que sufrió discriminación debido al color […]
El comportamiento del Presidente de Estados Unidos confirma que los que esperaban cambios del imperio respecto de Latinoamérica y Bolivia pueden empezar a desilusionarse: las ventajas arancelarias para nuestro país han sido suspendidas, al revés de lo que aquéllos aguardaban porque pensaban que un ciudadano de ascendencia africana y que sufrió discriminación debido al color de su piel, gobernaría como no lo hicieron sus predecesores respecto de Latinoamérica, es decir, que consideraría los legítimos intereses de nuestros pueblos y países.
El capitalismo y el imperialismo, aunque enfrenten una nueva crisis, no están de retirada de la región a la que trataban como a su colonia: nuestra América que progresivamente deja de ser porque se rebelan los desposeídos de esta tierra. Y ante el avance liberador en países latinoamericanos el imperialismo contraataca con la pretensión de mantenernos en la dependencia y el atraso.
Cuando se levanten los secretos acaso conozcamos qué tipo de intervención tuvieron organismos como la CIA y otros servicios de esa laya en el golpe de estado en Honduras porque el presidente Manuel Zelaya y su gobierno decidieron que su país ingrese al ALBA, más que por una consulta que no fue y que no iba a tener carácter obligatorio.
Sin embargo, un antecedente no debemos olvidar: oficiales y jefes de las fuerzas armadas hondureñas fueron formados por instructores yanquis para cuidar la seguridad de un Estado con la misión de custodiar el viejo orden y los intereses de los empresarios criollos y transnacionales. En ese entrenamiento tiene responsabilidad insoslayable el imperio. En Honduras, compañeros que resisten al golpe dicen que los militares traicionaron al pueblo y al régimen constitucional que presidía Zelaya. Lo que vemos, además, es que los uniformados siguen haciendo lo suyo: defienden el sistema burgués imperante en el país centroamericano e implantan una «barbarie».
En Bolivia, ocurre algo que merece un estudio serio y las medidas que correspondan. Los cambios que tienen lugar y que pocos ponen en duda (aun sin apoyarlos), que son difíciles dentro del capitalismo, no pueden ser consentidos por el imperio, por ello contraataca por una vía diplomática (con garrote como en el pasado), aunque con variaciones formales.
El libre comercio que exigen los empresarios bolivianos con sus demandas suelen limitarlo. Producen, según las leyes del capitalismo, pero el comercio de las mercancías que elaboran sus dependientes pretenden que sea facilitado por el gobierno de Evo Morales y que éste les consiga mercados. Incluso los mercados que se les consigue o que se buscan los consideran defectuosos o inseguros. La conclusión de la mayoría de esos empresarios es simple: el mejor mercado es el de Estados Unidos porque es grande, paga más y con puntualidad, es de fácil llegada, en dos palabras: «es insustituible».
Es posible que ese razonamiento obedezca al comportamiento del colonizado que parece ser de la mayor parte de los empresarios. Por eso a éstos no se les debe pedir dignidad porque la única que ellos reconocen es la que facilita sus negocios. Y ellos dijeron que la dignidad no se come.
La dignidad en los negocios entre Bolivia y Estados Unidos puede ser de comprensión cabal para los que apoyamos el actual proceso de transición que aquí se vive o se protagoniza y para los antiimperialistas de verdad. Estar dispuestos a comer un pan de pie antes que un pollo de rodillas (como se decía en Chile de Allende y Neruda) demuestra conciencia política, capacidad de sacrificio en aras de la victoria de una causa liberadora. Otro ejemplo: cuando en Cobija (Pando) se reclamó un comportamiento ético en el ejercicio del periodismo, uno de los del oficio de «contar cosas», respondió que la ética no se come. Ése es otro ejemplo de indignidad.
Se sabe que innumerables negocios que generan gigantescas ganancias nada tienen que ver con la ética o con la dignidad. Cuando Marx afirmó que el capitalismo llegó al mundo bañado de lodo y sangre de la cabeza a los pies, graficó que los empresarios capitalistas subordinan todo a las ganancias en las actividades que emprenden, y que la acumulación originaria del capital fue posible con un crimen o un robo, casi siempre. Recordemos que un vocero de los empresarios privados, durante el auge del neoliberalismo, confesó que los capitalistas no invertían en Bolivia por patriotismo sino porque aquí esperaban buenos negocios.
Esos empresarios manifestaron, asimismo, que los mercados que se les ofrece en sustitución del estadounidense (de Venezuela, Brasil, Argentina y México) registran un «bajo poder adquisitivo de su población, menor cantidad de habitantes, trabas burocráticas, devaluaciones monetarias y medidas paraarancelarias o proteccionistas del mercado y el clima cálido».
Frente a esas objeciones de los empresarios, con mucha razón, voceros populares declararon que el gobierno no tiene obligación de conseguir mercados para los empresarios. Sin embargo, entre otras cosas, para preservar el comercio de las mercancías hacia Estados Unidos, en base a la Ley de Promoción Comercial Andina y Erradicación de la Droga (ATPDEA), el gobierno boliviano aprobó en total 16 millones de dólares para disminuir potenciales pérdidas por aquellas exportaciones, lo que evidencia la voluntad gubernamental para trabajar soluciones, así sean parciales, para superar el lío provocado por la suspensión del mercado que consideran insustituible.
No es necesario ser antiimperialista para buscar otros mercados como los de Europa, Canadá y Japón; además de los mencionados de nuestra América. Otros mercados para las mercancías exportables de Bolivia (mejor con valor agregado) ayudarían a liberarnos de la dependencia del país del norte. Eso sería saludable para una economía que, de acuerdo a lo que se declara, quiere cambiar la forma de distribuir la riqueza nacional y, con urgencia, la manera de producir (importa mucho cómo se produce antes que lo que se produce, añade Max).
Algunas de las observaciones a los mercados latinoamericanos que posiblemente sustituyan al estadounidense jamás se podrán vencer, como el clima cálido por el que ciertos tejidos no tendrán demanda, por ejemplo, en el Caribe. La escasa capacidad de compra de habitantes de una región todavía atrasada o la menor cantidad de habitantes, resultan difíciles de superar.
Pero sobre el mercado USA es imprescindible añadir que con Bolivia, ahora, se advierte imposible un cambio con las probables gestiones de Obama porque se considera que en Bolivia aumenta la producción de coca, y la elaboración y tráfico de cocaína, lo que como consecuencia impide que nuestro país se beneficie, al menos de inmediato, de aquellas ventajas arancelarias.
Con esa medida, como antes cuando a Bolivia se le impidió acceder a la cuenta del milenio, el imperio contraataca y todavía no está a la vista que el Presidente de Estados Unidos sea ajeno a esa política imperial. Por eso cobra mayor vigencia lo que escribió Galeano: «Ojalá», cuando en diferentes tonos se daban por seguros los cambios en aquel poderoso país, sólo por la asunción de Obama al gobierno.
Lo que sensiblemente no se ve u otros se niegan a ver es que el contraataque del imperialismo ocurre por dos vías: respecto del golpe en Honduras el gobierno de Obama rechaza aquella medida por antidemocrática (se refiere a la democracia formal), pero sugiere el diálogo para superar la crisis política, es decir, que conversen y concilien los asaltantes del gobierno con los asaltados. Frente a Bolivia, con la vieja diplomacia del garrote y con cambios formales en ella, se cierra ese mercado «insustituible», así como el imperio intervino mediante su Embajador en asuntos internos de Bolivia, en septiembre del año pasado durante el intento de golpe cívico, Aumenta la desocupación cuando se deja de exportar, señalan empresarios criollos y quienes los apoyan; empero, olvidan que esas relaciones, el momento del comercio, siguen siendo de dominación desde Estados Unidos. Se trata de una forma capitalista de la circulación de mercancías con la que el capitalismo hace negocios para ganar y dominar.
Lo cierto es que sólo los enemigos del actual proceso de cambios y del gobierno de Evo Morales se pueden alegrar porque Bolivia pierda mercados, lo se presenta como un ejemplo de incapacidad de los gobernantes. El orgullo nacional que debemos enarbolar los bolivianos (dignidad para otros) no sólo se tiene que apoyar en ideas sino en los bienes materiales que seamos capaces de producir. Y mientras no haya otros mercados, Bolivia que cambia, tiene que llegar a los existentes y a otros que se consigan, avisados de que cuando del comercio se trata en el capitalismo pocos son los aliados confiables de países latinoamericanos como el nuestro.