Los medios de información y el comentario público crearon el imaginario de un Evo Morales «cómplice» de un gran implicado… Seguramente, Evo Morales todavía debe estar tomándose la cabeza por el escándalo que derivó en la salida de Santos Ramírez de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). Esto sí que ha sido grave, considerando que el […]
Los medios de información y el comentario público crearon el imaginario de un Evo Morales «cómplice» de un gran implicado…
Seguramente, Evo Morales todavía debe estar tomándose la cabeza por el escándalo que derivó en la salida de Santos Ramírez de Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB). Esto sí que ha sido grave, considerando que el ex Presidente de la Cámara de Senadores es amigo del Mandatario, con quien incluso compartió vivienda en San Jorge inmediatamente después de su asunción, el 22 de enero de 2006.
Me comentaron dos de sus asesores -uno cuando se instalaba la Asamblea Constituyente y otro hace poco- que el Presidente es «inasesorable», «que te escucha, te escucha, pero a la hora de hacer las cosas dice y hace lo que le parece», sin importar las consecuencias políticas ni la comidilla que puedan crear sobre sus dichos y hechos los periodistas y los medios de información.
Hubo varias metidas de pata del Jefe de Estado, y al fondo. Incluso, el vicepresidente Álvaro García Linera tuvo que esforzarse para interpretar lo que de «manera cierta» quiso decir o hacer el líder gubernamental.
Lo último fue el respaldo público que Morales le hizo a Ramírez. Claro, es su amigo y ahijado (eso contaron los colegas), pero ante tantas sospechas que vinculan al dirigente del Movimiento Al Socialismo (MAS) con el escándalo de los 450.000 dólares y la muerte del empresario Jorge O’Connor D’Arlach, mínimamente debió callar y esperar el avance de las investigaciones para eventualmente expresarse a favor o en contra del ex titular de YPFB. Un día, en medio de arengas y alusiones a los periodistas, lo respalda y al día siguiente lo echa. ¿Para qué haber hecho eso?
Algunos colegas -en esas tertulias políticas que no faltan- esbozamos al día siguiente del atraco que, por sentido común, por el caso debían rodar cabezas, y de las grandes. No fue así, sino tres días después. Saltaba a la vista una acción así, después de que La Prensa deslizara una pista el 28 de enero (habló como testigo un familiar de la esposa del titular de YPFB), de la que salieron los titulares al día siguiente.
Consumada la destitución, moros y cristianos aplaudieron la medida, aunque tomada muy tarde. Sin embargo, en casi 48 horas los medios de información y el comentario público crearon el imaginario de un Evo Morales «cómplice» de un gran implicado en el suceso, tiempo suficiente para restar votos a su administración.
De veras que el caso ha ocasionado fisuras en la credibilidad del Gobierno, que quizás políticamente le cuesten más adelante. Ahora la gente piensa que la destitución no basta, sino el encarcelamiento de los culpables de esos actos, que, a estas alturas, aparentan un caso de corrupción de gran magnitud.
Seguramente, en adelante los detractores del Gobierno sumarán el rótulo de «corrupto» a los de «totalitario», «contrabandista», «narcotraficante», «ineficiente» o «dependiente de Hugo Chávez», que, si bien son imaginarios creados políticamente, tienen mucha incidencia en la sensibilidad de la gente.
Sin embargo, aunque no es fácil evitar esos imaginarios negativos en un ambiente político tan tenso y en el que los medios están atentos a las metidas de pata, es posible ofrecer señales más claras a la ciudadanía, que se da cuenta sobre qué es cierto o no de lo que hablan los políticos. Si el Presidente se jacta de gobernar obedeciendo al pueblo, este pueblo, como un gran asesor, ya le ha pedido un cambio de timón en cada votación.
Así, Evo no tiene excusas para seguir siendo inasesorable ante la realidad, su entorno (el leal) y las masas.
*Periodista