Me lo imagino sentado frente a su mesa cerca de las oficinas presidenciales, quizás incluso observando la plaza Murillo desde uno de esos despachos del Palacio Quemado que resiste al tiempo, con muebles que hace décadas dejaron de relucir, y donde se llega subiendo escaleras y cruzando recovecos que nunca fueron pensados para un edificio […]
Me lo imagino sentado frente a su mesa cerca de las oficinas presidenciales, quizás incluso observando la plaza Murillo desde uno de esos despachos del Palacio Quemado que resiste al tiempo, con muebles que hace décadas dejaron de relucir, y donde se llega subiendo escaleras y cruzando recovecos que nunca fueron pensados para un edificio de esas características. No sé si el personaje tiene nombre y apellidos, pero sí sé que está radiante, porque salió bien librado de la historia: el cuento acabó como previó, con la aprobación del texto constitucional por el Congreso de la República con la mayoría que él inventó: 2/3. No importan las repercusiones. De hecho, nunca importaron. Lo que de verdad cuenta es que en medio de todo este lío, él salió bien librado. Así se lo debió decir al Presidente Morales en algún momento: «Presidente, no se preocupe. Los errores de la Asamblea Constituyente los podemos negociar en el Congreso. Alcanzamos los 2/3 con toda seguridad; así corregimos el texto de la Asamblea».
El inventor de los 2/3 no debe ser mala persona, sino simplemente un infeliz que erró el tiro y no supo remediarlo de otra manera. En el baño de un restaurante leí hace unos días una cita que atribuyen a Brecht: equivocarse es humano, pero echarle la culpa al otro es más humano todavía. Brecht, o quien fuese el autor del dicho, encontraría su perfecto ejemplo en el actuar del inventor de los 2/3. Aplicando pocos conocimientos al respecto, este personaje aceptó incorporar a la ley de convocatoria de la Asamblea Constituyente la necesidad de que el texto final se aprobara por los 2/3 de los constituyentes, cuando esta es una previsión que históricamente se ha dado en otro contexto: el del poder constituido, el Parlamento, que requería del mayor consenso para que una simple mayoría no pudiera alterar el texto de la Constitución. Pero no cabía aplicar el análisis en el marco de una Asamblea Constituyente democrática, cuyo proyecto además debía pasar por la legitimidad del pueblo soberano a través de referéndum. De ser así, dejaría en manos de una minoría (1/3 de la Asamblea) la decisión sobre el proyecto de Constitución, que ya no puede aprobar la mayoría. Es lo contrario a la democracia: los menos deciden sobre los más.
Esto, de todas formas, no sorprende en un país como Bolivia, donde históricamente los menos siempre han decidido sobre los más. El proceso constituyente vivió escalofriantes escenas de racismo: asambleístas del gobierno acosados por las calles, perseguidos campo a través, humillados, maltratados. En la plaza pública se quemaban muñecos con sus nombres, y su foto aparecía colgada de los muros en señal de escarnio, acusados de traidores, ante la pasividad de propios y extraños. Nadie sabrá lo que sufrió esa gente para ofrecer a su pueblo un proyecto de Constitución que, de haber sido aprobado, hubiera sido la Constitución más avanzada del mundo.
El proyecto de Constitución de la Asamblea Constituyente tenía sus errores, por supuesto. Pero muchos de ellos se debieron justamente a la mala estrategia seguida para la convocatoria de la Asamblea. La decisión de que se requirieran 2/3 para la aprobación final en la Asamblea condicionó su futuro, entre otras equivocaciones. La última, la modificación de la ley de convocatoria: el Congreso (poder constituido) debía aprobar la convocatoria al referéndum sobre el proyecto de Constitución de la Asamblea Constituyente (poder constituyente). Es decir, la decisión del Congreso era superior a la decisión del Constituyente; lo que es lo mismo, la cuadratura del círculo.
Un círculo que se volvió cuadrado no por magistrales fórmulas matemáticas ni elucubraciones de la física cuántica, sino de la única manera que era posible: a martillazos. Poco más se le podía pedir a este personaje; el inventor de los 2/3 no lo tendría en sus planes, ni contaba seguramente con que las cosas se pondrían en un nivel de gravedad tal que paralizó durante casi un año el proyecto de Constitución. Pecaba de ingenuo. La derecha, una vez se le aceptó que con su tercio minoritario podía decidir sobre el referéndum, se atrincheró en sus posiciones, y no las abandonó ni siquiera cuando Evo Morales obtuvo una aplastante mayoría en el referéndum revocatorio celebrado unos meses después. ¿Para qué, si desde que la mayoría asumió el poder de la minoría ya habían ganado la batalla?
El diálogo entre el Gobierno y la oposición fue siempre un debate falso, porque colocaba sobre la mesa temas que no eran los que realmente quería debatir la derecha. El argumento oficial se mantenía en «las autonomías», cuando las autonomías estaban perfectamente desarrolladas en el proyecto de Constitución. Las pretensiones de la derecha eran otras: disminuir los derechos de los pueblos indígenas, meter mano en los recursos naturales, conservar sus ingentes tierras… Cuando el gobierno de Evo, por cansancio y ante la falta de otras perspectivas, entró a negociar estos temas, se allanó el camino del verdadero diálogo. De ahí al acuerdo de 2/3 del Congreso sólo tuvieron que pasar pocos días. Plantearon incluso arrollar con la formalidad democrática, aunque el Congreso no tuviera ninguna legitimidad para manipular, como lo ha hecho, el proyecto de Constitución que aprobó la Asamblea Constituyente. Ni estaba autorizado para ello por el pueblo, ni debía éticamente actuar de esa manera.
No es difícil entender por qué el proyecto de Constitución aprobado por el Congreso es sustancialmente más atrasado que el que propuso la Asamblea Constituyente. La desidia y la indolencia de los técnicos del Congreso han llevado a incorporar en el texto reformado graves errores conceptuales, como la delegabilidad de la soberanía, o la constitucionalización de las mayorías por las que debe tomar sus decisiones el poder constituyente. Pero eso no es lo peor porque, más allá de las risas que puede provocar, no tiene efectos jurídicos inmediatos. Lo más grave son los cambios formulados en la propuesta del Congreso: el atraso en los derechos de los pueblos indígenas, el destierro del concepto de plurinacionalidad, la diferenciación -antes superada- entre nacionalidad y ciudadanía, la eliminación de la paridad entre la justicia ordinaria y la comunitaria en el Tribunal Constitucional, el fortalecimiento prácticamente a nivel de Estado de los departamentos… y, sobre todo, la tenencia de tierras. Con la reforma introducida por el Congreso, se legalizan todas las posesiones latifundistas fruto de siglos de expoliación territorial y marginación del pueblo boliviano. El artículo sobre el límite de los latifundios sólo se aplicará a partir de la entrada en vigencia de la Constitución; esto es, nunca.
Claro que el equipo negociador del gobierno poco podía hacer sobre una política de hechos consumados. El problema no estaba en la conclusión del proceso, sino en el origen: los 2/3 que desde un principio determinaron el mal final de esta historia. Un final que podría haber sido peor: guerra civil, muertes, golpe de Estado… Ante el error de bulto de incorporar los 2/3 en la ley sólo cabía dos soluciones: la de romper con el poder constituido, que no fue autorizada por los líderes del proceso; o la de pactar con la derecha. Cuando se decidió que esta última fuera la técnica, no valieron los ases en la partida. La oposición mostró su verdadero rostro, que había escondido durante meses: su real interés no era la autonomía, sino seguir siendo la minoría dominante en el país.
Lo que no significa, desde luego, que lo haya conseguido con toda seguridad. Los rescoldos del proyecto de Constitución de la Asamblea Constituyente siguen vivos en el articulado que será votado por el pueblo boliviano. Se mantiene un amplísimo catálogo de derechos con sus garantías, formas de legitimación propias de una democracia participativa avanzada, y la elección directa de los miembros del Tribunal Constitucional. Permanece el control de la ciudadanía sobre el poder público, la necesidad de rendición de cuentas, algunos derechos indígenas. Buena parte del espíritu del constituyente boliviano, incluido el que salió perseguido de Sucre una noche fría de noviembre, se mantiene en el texto, a pesar de la intervención del poder constituido. Además, la derecha tendrá que hacer frente a la paradoja de apoyar un proyecto que, han reiterado hasta la saciedad, fue aprobado en un cuartel militar y bañado de sangre. En resumen, dos pasos adelante y uno atrás.
Mientras tanto, el inventor de los 2/3, creador por la fuerza bruta de la cuadratura del círculo, descansa feliz porque cree que su intervención ha sido decisiva para colocar el punto y final a este relato. Pero quizás entienda para sus adentros, detrás de esa sonrisa de satisfacción, que la historia también juzga, y que escrita está la mejor Constitución que, lamentablemente, ya no podrá ser.
Rubén Martínez Dalmau. Profesor de Derecho Constitucional de la Universitat de València. Fue asesor de la Asamblea Constituyente de Bolivia. [email protected]