El Gobierno disminuyó el subsidio interzafra para los recolectores de yerba: de 10.000 tareferos que lo cobraban llegaría solamente a 2.500, pese a que los fondos del subsidio se recaudan con un impuesto incluido en el precio de góndola. Las organizaciones campesinas marcharon ayer en protesta y pusieron al desnudo un sistema que les paga […]
El Gobierno disminuyó el subsidio interzafra para los recolectores de yerba: de 10.000 tareferos que lo cobraban llegaría solamente a 2.500, pese a que los fondos del subsidio se recaudan con un impuesto incluido en el precio de góndola. Las organizaciones campesinas marcharon ayer en protesta y pusieron al desnudo un sistema que les paga $3 por recolectar lo que en góndola se vende a $100 en condiciones de explotación: viven bajo toldos de plástico, sin agua potable ni baños y muchos son víctimas de trabajo esclavo e infantil. Durante el invierno pasan hambre.
De los 77 años que tiene Juana Ábalos, 70 los pasó como tarefera. Sus padre y su madre eran tareferos y su destino estaba en los yerbatales. Nacida en Andresito no recuerda que haya dejado de trabajar un solo día en su vida. La aspereza de sus manos son las huellas del machete y el carpín.
Los 10 hijos de Juana son también tareferos y los crió entre zafras mientras se deslomaba para llegar a los 500 kilos de hojas y llevarse un jornal que valiera la pena.
Por ley un tarefero puede jubilarse con 25 años de aportes por estar considerado un trabajo insalubre, pero casi ninguno llegar a esa cantidad de años como aportante. En el caso de Juana, a pesar de que está jubilada con la mínima, sigue trabajando porque «no alcanza para comer y todo está cada día más caro».
Con un bolso de cuerina en el que lleva una muda de ropa, un termo rojo para el tereré en la mano y un cansancio eterno en su mirada Juana se subió a un colectivo a las 2 de la tarde del lunes para estar el martes a las 10 de la mañana en Buenos Aires marchando junto a sus compañeros y compañeras tareferas.
Hace 70 años que Juana se levanta a las 5 de la mañana, prepara un mate y cocina lo que será su almuerzo y el de su compañero en la zafra. «Casi siempre hago fideos, arroz y reviro (especie de torta frita hecha con grasa, harina, agua y sal)», dice a Nuestras Voces apoyada sobre una reja del Congreso en plena avenida Rivadavia.
Con un tono bajito al hablar Juana cuenta que está «cansada» pero igual va a trabajar. «A veces me lleva mi hijo en moto y otras me voy caminando al campo. Lo importante es no faltar porque si no se trabaja no se cobra».
Los meses en que no hay zafra Juana y su «compañero» (ella lo llama así ya que enviudó y no se volvió a casar) salen a hacer «changuitas» que incluyen «macheteadas» y «carpidos» en las chacras por unos pocos pesos.
La obra social de Juana es PAMI pero no tiene todos los medicamentos cubiertos. «Me duele la espalda hace un tiempo ya pero una no puede dejar de trabajar porque si no…», dice la mujer que en los pocos ratos libres mantiene su huerta en el fondo de su casa del barrio Belgrano de Comandante Andresito, en la provincia de Misiones. Así evita ir a la verdulería suma algo de comida a la mesa.
El negocio
El tarefero cobra $1 (un peso) por cada kilo de hojas de yerba que levanta en la cosecha. Para completar un paquete de un kilo, ese que en las góndolas se vende hoy alrededor de $100 (cien pesos), se necesitan tres kilos de hojas. En el medio están los productores que venden cada kilo a los secaderos a $7,20 (siete pesos con veinte centavos).
El negocio de la yerba mate, un producto consumido por 8 de cada 10 argentinos, tiene su lado oscuro. Y en una protesta de los tareferos que llegaron desde el norte profundo a la Ciudad de Buenos Aries quedó al descubierto. Está concentrado en cuatro grandes establecimientos: Las Marías, Molinos Río de La Plata, Andresito y Kabour (de capitales sirios). Ellos deciden desde el precio que se le paga a los productores de Corrientes y Misiones hasta el precio de las góndolas. En esta cadena, el último eslabón son los tareferos.
La cosecha de yerba mate, conocida como zafra, se realiza entre marzo septiembre. Se calcula que hay cerca de 17 mil tareferos y tareferas, de los cuales un 40 por ciento no está registrado.
Durante los meses de zafra los tareferos acampan en los yerbales bajo techos de plástico, en condiciones deplorables, sin agua potable ni baños, durante meses. A eso hay que sumarle denuncias de trabajo esclavo de explotación infantil.
Las ganancias de los tareferos dependen de los kilos de yerba cosechados y muchas veces toda la familia se involucra en este trabajo, de sol a sol. En los meses en que no hay cosecha, no hay ingresos. Por eso existe el subsidio interzafra.
Este complemento, únicamente para los trabajadores que están en blanco, se paga durante tres o cuatro meses. Son $2300 como único ingreso mensual, que además se encuentra congelado desde hace tres años.
Este año, el Gobierno elevó los requisitos y disminuyó el presupuesto, por lo que el subsidio interzafra llegaría solamente a 2.500 tareferos de los 10.000 que lo cobraban. Cabe aclarar que los fondos del subsidio se recaudan con el impuesto que se cobra a la yerba en góndola, que actualmente es de 60 centavos.
Las organizaciones campesinas marcharon este martes desde la avenida San Juan y 9 de Julio hasta el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación y luego hasta el Congreso para reclamar que el valor de la estampilla sea del 5 por ciento del costo del kilo en paquete, es decir alrededor de $5 (cinco pesos).
Tras viajar en colectivos desde sus provincias por más de 15 horas los representantes de las trabajadoras y los trabajadores fueron recibidos por funcionarios de segunda línea del Ministerio de Desarrollo Social, quienes se comprometieron a solucionar de forma urgente la problemática alimentaria para el sector.
En tanto, en la Cámara de Diputados, se reunieron con representantes de todos los bloques y acordaron presentar un proyecto de ley para crear el Fondo Especial Yerbatero.
El día a día de un tarefero
Bienvenido Castillo es tercera generación de tareferos. Recuerda que a los 8 años empezó a acompañar a su padre a la zafra, en la localidad de Montecarlo, y desde ese momento aprendió el oficio de «virutear, limpiar y cortar la hoja de yerba».
«Me levanto a las 5 para empezar a las 7 porque al mediodía hacemos la primera carga en el camión. Cargar nos lleva como dos horas. A la 1 comemos y a las 2 volvemos a trabajar», cuenta a Nuestras Voces este tarefero que fue elegido delegado por sus compañeros.
Como todos los tareferos Bienvenido tiene como objetivo llegar a los 500 kilos de hojas por día. «Para que te cubra la obra social tenemos que alcanzar los 8 mil kilos por mes como mínimo. Entonces siempre que hay que estar arriba de los 500 kilos porque si te toca una época de mucha lluvia y no se puede cosechar perdés el derecho a la cobertura médica», dice Castillo.
«Siempre nos tuvieron en negro. Recién en el 96 empezaron los primero aportes jubilatorio. En muchos casos te decían que aportaban o lo hacían un tiempo y después cuando uno iba a preguntar eran todas mentiras. De ser así debería estar jubilado hace rato porque hace 50 años que trabajo en la tarefa pero apenas si llego a los 14 años de aporte», cuenta resignado.
A los 58 años Bienvenido está tratando de terminar sus estudios en la escuela para adultos. Esa a la que no pudo ir porque tenía que acompañar a su padre a la zafra. «Seguimos siendo esclavos, somos el eslabón más débil de la cadena y solo trabajamos para vivir el día a día nomás».
La realidad del pequeño productor
Las 15 hectáreas de la familia Matter en Andresito la trabajan en familia, con algunos tareferos y vecinos que dan una mano para levantar la cosecha. Adriano se crió en la chacra de sus abuelos y muchos de los tareferos que marcharon para pedir por la ampliación de la interzafra son gente amiga.
«Vine a acompañar el reclamo de los tareferos que son los que peor la están pasando. Los pequeños productores somos rehenes de los grandes establecimientos que nos compran la hoja de yerba al precio que ellos imponen y como no hay una regulación no tenemos otra que aceptar», dice Matter a Nuestras Voces.
El productor, que lleva en su sangre la mezcla del inmigrante alemán con el criollo y el guaraní, cuenta que «el de la yerba mate es un trabajo comunitario y no se puede hacer si no es entre muchas personas. El tarefero necesita mejoras en sus condiciones de trabajo y muchos productores apoyamos sus reclamos».
Los tareferos y tareferas volvieron a sus provincias con promesas de mejoras en la interzafra. La devaluación llevada adelante por el gobierno de Cambiemos pulverizó sus jornales y apenas les alcanza para comer. Las condiciones en las que trabajan sigue siendo un tema que no se ha puesto en discusión y que lleva más de un siglo con esa modalidad. El mate, que la mayoría de los argentinos compartimos a diario, es el trago más amargo para los trabajadores de la yerba.
Fuente: http://www.nuestrasvoces.com.ar/entendiendo-las-noticias/el-lado-oscuro-del-mate/