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Argentinazo

El legado de esos días

Fuentes: Página 12

Las jornadas que hoy recordamos dejaron una huella profunda en la historia social de los argentinos. Su principal logro fue el de haber puesto punto final a un gobierno que había hecho una clara opción por los mercados -léase la oligarquía financiera, los grandes monopolios, las empresas privatizadas y, en general, el capital imperialista- en […]

Las jornadas que hoy recordamos dejaron una huella profunda en la historia social de los argentinos. Su principal logro fue el de haber puesto punto final a un gobierno que había hecho una clara opción por los mercados -léase la oligarquía financiera, los grandes monopolios, las empresas privatizadas y, en general, el capital imperialista- en contra de los intereses generales de la sociedad. Demostró algo que ningún gobernante debería olvidar: que no habrá más impunidad para quienes decidan gobernar dando la espalda a las demandas de las grandes mayorías nacionales.

Quienes tengan la osadía de hacerlo harían bien en recordar que la revuelta del 19 y 20 no fue un acontecimiento exclusivo de la Argentina sino que se inscribe en un nuevo ciclo de revueltas que afecta a las democracias formales, o de «baja intensidad», de América latina. Estas súbitas irrupciones populares, como las que ocasionaron las caídas de gobiernos en Perú, Ecuador y Bolivia, amén de la Argentina, expresan el casi total divorcio entre la dirigencia política y el pueblo que es, en última instancia, el soberano de cualquier modelo democrático digno de este nombre. Ante la incapacidad de los diseños institucionales de nuestras democracias para ofrecer alternativas en tiempos de crisis, los únicos mecanismos de recambio viables y efectivos se encuentran en las calles, en la movilización popular.

Pero las jornadas de diciembre dejan también una amarga lección: las dificultades con que se enfrenta una revuelta espontánea para culminar la tarea iniciada en las calles, produciendo un cambio significativo de las políticas públicas. Los hechos demostraron las insanables limitaciones de la consigna «Que se vayan todos». No sólo quienes tenían que irse no se fueron, sino que los que se quedaron a cargo del timón del Estado se las ingeniaron para absorber la protesta, desmovilizar a las masas, desarticular sus principales sujetos y proseguir con las políticas económicas del Consenso de Washington, de las que todavía, y pese a la encendida retórica que brota de algunos despachos oficiales, la Argentina no ha salido.

En conclusión: sin una adecuada organización política y sin una clara conciencia de los límites insalvables que tiene cualquier «solución» dentro del capitalismo, las revueltas populares serán incapaces de resolver, por el lado positivo, la crisis que aún nos agobia y cuyos principales indicadores están a la vista de todos.

* Politólogo, secretario ejecutivo de Clacso.