Santa Rosa del Copal, Municipio Autónomo Rebelde Zapatista Pueblos Mayas Libres, Caracol I La Realidad. Unas tres decenas de alumnos avanzamos a duras penas por el sendero no tan enlodado -afirman nuestros «guardianes» – que nos llevará a Santa Rosa; vamos al encuentro de las familias que durante cinco días nos instruirán en las primeras […]
Santa Rosa del Copal, Municipio Autónomo Rebelde Zapatista Pueblos Mayas Libres, Caracol I La Realidad. Unas tres decenas de alumnos avanzamos a duras penas por el sendero no tan enlodado -afirman nuestros «guardianes» – que nos llevará a Santa Rosa; vamos al encuentro de las familias que durante cinco días nos instruirán en las primeras letras de su forma de vida e idea de libertad. Ellas y ellos, en un acto de grandilocuente modestia, van despacio, nos cuidan y aconsejan por nuestro accidentado andar, van «al paso del más lento», tal vez, porque son las y los que más avanzan, quienes más rápido y firme caminan.
Estas líneas son un conjunto de notas sobre las aportaciones de la muy particular forma de andar de las comunidades autónomas zapatistas, las cuales se dejaron ver en la tercera vuelta de La Escuelita. La libertad según las y los zapatistas. Las reflexiones sobre esta experiencia lejos están de presentarse como únicas, univocas o concluyentes sino que aspiran a ser y hacer una aportación al necesario y rico debate posible sobre la actualidad de una de las experiencias más avanzadas, a nivel mundial, en el proceso de construcción de una sociedad «más allá del capital».
Extensas, intensas y profundas son las aportaciones de las comunidades zapatistas que, después de veinte años de vivir y construir autonomía, se podrían analizar; sólo me detengo en las cinco que me parecen coordenadas fundamentales para trazar un paisaje de las más notables.
1) Pedagogía para la liberación. La Escuelita se caracterizó por un aprendizaje horizontal y colectivo, el cual reveló una enseñanza radicalmente contrapuesta al aparato educativo jerárquico, mercantilizado y en su mayoría autoritario, al que estamos acostumbrados en las sociedades capitalistas industriales; aparato que palpamos especialmente los que estamos inmersos en el sínico y clientelar circuito universitario mexicano.
Dicha pedagogía era patente en los «libros de texto» producto, según nos comentaron los guardianes, de las comparticiones que entre comunidades y Caracoles hicieron los promotores de la educación zapatista o en la dinámica subvertida de respuestas y preguntas con la que procedimos para conocer la forma de vida y organización de las comunidades. Sin duda, esta forma de educación colectiva y desescolarizada haría sonreír por igual a Iván Ilich o Paulo Freire.
2) Trabajo y propiedad comunal. En el corazón de la organización y dinámica zapatista hay una gestión comunal del trabajo y los recursos naturales. A contracorriente de la lógica neoliberal que desreguló el ejido para su venta y promueve el cultivo individualizado, los zapatistas combinan la siembra de parcelas familiares junto a tierras comunales que sirven para proveer a los pueblos de obras públicas y financiar los gastos que conlleva la organización. Los potreros y milpas colectivas, que con orgullo nos mostraron, son la mejor prueba y el resultado más acabado de su forma de trabajo.
Aunque las comunidades zapatistas no están por fuera del mercado capitalista que agriamente los recibe con precios de hambre vía los «coyotes» que de cañada en cañada especulan con sus productos, sí tienen una forma diferente de organizarse para «el momento» de la producción (mas no en el de la circulación), ésta es la condición de posibilidad más importante para comenzar a formar nuevas relaciones sociales alejados de la miseria y enajenación que centenariamente han vivido los pueblos indígenas en México y que es palpable en las comunidades indígenas no zapatistas de Chiapas, dependientes de los programas gubernamentales, destruidas por el despojo del sistema y sus falsas formas de escape como el consumo de alcohol -el cual, por cierto, está prohibido dentro de las comunidades zapatistas.
3) Democracia comunitaria y participación de las mujeres. A sus formas de producir y aprender se suman formas de democracia comunitaria (directa) para la toma de decisiones. En una imbricada forma de gobierno que pasa por las asambleas en cada comunidad hasta las Juntas de Buen Gobierno (instancias de coordinación y relación con «el exterior», en los cinco Caracoles) pasando por las asambleas municipales, se delibera la gestión de la producción y tareas en territorio zapatista. A cada explicación sobre el funcionamiento del Gobierno Autónomo durante nuestras secciones de estudio, me quedaba más claro que, en las comunidades zapatistas la participación dentro de las estructuras de toma de decisión (asambleas y consejos) es vida cotidiana y forma de vida.
Dentro del gobierno autónomo destaca poderosamente el papel que juegan las mujeres zapatistas en él. Ahora hay «compañeras» en todos los cargos y terrenos de la vida pública, como ser promotoras de salud o educación; posición que contrasta con el confinamiento a «la casa y los niños» que tenían previo al levantamiento de 1994. Si bien, según las propias zapatistas, todavía hay mucho que hacer y mejorar en este terreno, el papel de las mujeres en las comunidades zapatistas guarda un lugar central y dinámico dentro de la autonomía, como lo demuestra el proceso de actualización de la Ley Revolucionaria de las Mujeres.
Al final de su ya clásico, Tras las huellas del marxismo occidental, Perry Anderson remarcó la ausencia de discusión y propuestas sobre los mecanismos de democracia y participación, como prefiguraciones de una sociedad sin clases. En el Gobierno Autónomo de los pueblos zapatistas tenemos un ejemplo digno de remarcar.
4) Reapropiación crítica de los usos y costumbres. Aunque la autonomía zapatista cumple veinte años de vida, sus raíces se hunden en lo profundo -como recuperó Antonio García de León- de las luchas y tradiciones comunitarias precapitalistas de los pueblos mayas. Sin embargo, esta reapropiación de los usos y costumbres ancestrales pasa por un tamiz crítico del momento y los paradigmas propios de los zapatistas. Si bien se remarca el rescate del tojolabal, chol o tzetzal en las escuelas bilingües de las comunidades y se busca conservar las ropas e instrumentos típicos de cada región, se desechan las costumbres opresivas contra las mujeres y se hacen a un lado -por lo menos en Santa Rosa del Copal, según pegunté- formas de pensamiento religioso sean éstas, cristianas en sus distintas vertientes, o prehispánicas. Sobre este tema poco se pudo profundizar pues a cada pregunta, los guardianes enfatizaban que la Escuelita era laica. Este aspecto tiene una especial importancia en un estado como Chiapas, donde la propagación de religiones evangélicas y la fachada de «conflictos étnicos» argüidos por los gobiernos locales y federal, son elementos para desestabilizar y crear conflicto entre zapatistas y no zapatistas o excusa para la intervención estatal en las comunidades.
5) Praxis por la emancipación . En mi paso por la Escuelita, constate que todo el qué hacer zapatista se ve imantado, de manera militante, por una convicción de superación de las condiciones opresivas, de las que se empiezan a alejar. Para ello, los «compas» saben que no hay recetas ni caminos preestablecidos, sólo experiencias de lucha y resistencia frente a los «malos gobiernos». Saben y transmiten que para atravesar el lodo en el camino sólo queda pasar sobre él.
¡Lo mejor de todo es que su forma de organización, funciona y crece! Así lo constatan sus últimas dos apariciones en la escena nacional: la Escuelita Zapatista, la cual es en sí misma una muestra de coordinación y capacidad organizativa al haber recibido en sus tres vueltas a cerca de 5, 000 alumnos; la segunda, la muestra de fuerza que dieron en la marcha del 21 de diciembre de 2012, -«el día del fin de este mundo»- cuando marcharon en silencio y perfectamente organizados, cuarenta mil zapatistas.
Aún con todas estas transformadoras aportaciones y logros, los territorios zapatistas no son ningún paraíso, las condiciones de aislamiento, acoso paramilitar y carencias, lo constatan dramáticamente. Su organización se mantiene por la resistencia de sus comunidades, la solidaridad internacionalista y, en última instancia, por el respaldo de la armas. En el inestable escenario nacional signado por la violencia de Estado y el narcotráfico, la pérdida de soberanía frente al imperialismo estadounidense, el saqueo de los recursos naturales por las trasnacionales y la cancelación de libertades y derechos democráticos básicos, los importantes avances de los zapatistas son amenazadas peligrosamente.
Creo yo que en la defensa del laboratorio de transformación que son las comunidades zapatistas, existen diversas responsabilidades. A las comunidades autónomas, como ellos mismos dicen, les corresponde seguir consolidándose y en la medida de lo posible expandirse a territorios vecinos; su dirección política y militar -sería ciego negarla y no entender que de ella depende gran parte del rumbo político de las comunidades – tendría que rodear de solidaridad a las bases de apoyo y así superar el relativo aislamiento que padecen desde hace algunos años; a las izquierdas del país y muy especialmente a los ex alumnos de la escuelita, nos queda la tarea de abrir nuevos frentes de lucha -políticos, científicos, culturales y personales- contra el sistema y sus representantes, que amenazan tanto a los zapatistas como a todo el que se les oponga. Que nos valga lo aprendido.
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