Lo que actualmente se desenvuelve en el escenario político boliviano no solo se trata de la pugna entre facciones de un mismo partido, estamos avizorando un movimiento que tiene mayor densidad, que tiene que ver con la reacción de la subjetividad de herencia criollo-mestizo boliviano (con sus vertientes conservadoras y progresistas) ante el histórico miedo al indio, cuya imagen actualizada de ese miedo es del indio gobernando el país.
Una de los resabios coloniales que atraviesa las relaciones sociales de Bolivia es el racismo estructural que nos caracteriza, por eso la fuerza de esta impronta constitutiva del país se impone como uno de los ejes de la conformación de las disputas políticas.
Las explicaciones más objetivas del golpe de estado de 2019 plantean que se trató de la reacción de la elite conservadora y de algunos sectores de clase media descontentos por los procesos de democratización (indianización) del país, donde usaron la bandera de la defensa de la democracia como su catalizador; pero donde el objetivo de fondo era la expulsión del indio del poder, lo que se manifestó en el contenido abiertamente racista de los discursos de sus líderes y su base social (de clase media) cuya máxima era “eliminar a los salvajes”, que tomaron forma en los grupos paramilitares neo fascistas y por último la imposición de la fuerza militar y policial que liberaron sus históricos odios hacía los sectores populares con nuevas masacres contra indios.
Toda esa fuerza reaccionaria, se manifestó en el crecimiento del antimasismo que se traduce en el odio a los sectores populares organizados (cuya síntesis simbólica se concentra en la imagen de Evo Morales) de parte de sectores conservadores de la sociedad boliviana.
Pero, por paradójico que esto resulte, ahora, aunque tengamos un gobierno del MAS, estamos viviendo la continuidad del intento del mismo proceso, que en este caso se trata del intento de bloquear cualquier posibilidad que el indio asuma el poder.
Hay marcas históricas que trascienden a los grupos sociales y que terminan por orientar sus acciones, más allá de los discursos que puedan enarbolar; para los herederos de la tradición mestizo – criolla del país (sean conservadores o progresistas), una de estas marcas indelebles es el miedo al indio.
A inicios del siglo XX, la elite hegemónica de “señoritos bien”, criollos y mestizos, que constituían su identidad en contra del indio, vivían en zozobra por la experiencia de lo que representó Zarate Willca y su capacidad de organización militar, que quebró la imagen del indio sumiso a la que esa elite se había acostumbrado.
Después de la eliminación de Zarate Willca y de su ejército, tanto liberales como conservadores ensayaron varias hipótesis para solucionar ese problema y contener al indio insumiso. La primera hipótesis de los liberales fue incorporar a los indios a la nación a través de la educación, en un contexto donde hacían uso instrumental de los indios semiletrados como caudal electoral para sostener su poder; lo que fue puesto en cuestión por los mismos intelectuales liberales y los sectores conservadores que previeron un peligro en lo que hacían; ya que, si los indios aprendían a leer tomarían conciencia de su situación y cuestionarían su condición de explotación en las haciendas, lo que les llevó a retroceder en las políticas de integración que iniciaron.
Esta reacción rápida para evitar democratizar derechos fundamentales a los indios, solo fue posible por una unión cuasi natural de todos los sectores influyentes de la sociedad (liberales, conservadores, la iglesia, intelectuales de todas las corrientes) en torno a un enemigo común: el indio. La articulación de varios sectores aparentemente distantes (adosados por “intelectuales” que racionalizaron las formas en las que se podía evitar el ascenso de los indios) intentó poner los diques para que su espacio no sea invadido, intentando frenar con políticas de estado cualquier posibilidad de integración de los indios.
100 años después, esa subjetividad acomplejada por el miedo al indio vuelve a aparecer de otras formas.
Ahora, desde el gobierno de Arce se está desplegando un proceso de demolición de la imagen de Evo (que es la expresión de lo que de indio tiene Bolivia) con los mismos discursos de la oposición conservadora del país (reivindicando el 21F con funcionarios que repiten los estribillos del golpe de estado del 2019: “evo de nuevo, huevo carajo”), donde la artillería mediática de sus opinadores apunta a machacar la idea de que el ciclo de Evo se habría acabado el 2019; además de aplicar una estrategia de proscripción de su nueva candidatura, la usurpación de la sigla del MAS o, como última opción, la anulación de la misma sigla del MAS para bloquear a Evo.
Más allá de la interpretación superficial, que sólo mira una disputa por los cargos entre gente de un mismo partido, lo que se está manifestando es una alianza clasista y étnica que expresa el profundo miedo que tienen al indio. Las formas ilegales e ilegítimas que usan para evitar que Evo sea candidato, son la muestra fehaciente de que lo buscan proscribir porque le tienen miedo, lo buscan destruir porque se saben impotentes frente a lo que representa. Una subjetividad sin complejos, que se sabe igual ante los demás, no necesita de la chicana judicial, ni apelar a la manipulación de las instituciones para lograr ventajas frente a su adversario político. Hay una desesperación por evitar la presencia de Evo en la política nacional, que tiene continuidad con la elite liberal y conservadora de inicios del siglo XX que temían que la avalancha de indios “invada” las ciudades y su integración irrumpa en sus espacios. Se trata del miedo que sabe que su posición de poder es frágil y provisional e intenta extender esa provisionalidad con artimañas de baja calaña, para evitar que el indio se despliegue en el espacio nacional.
Así como a inicios del siglo XX se aliaron entre la elite liberal, conservadora, la iglesia, los intelectuales de todas las corrientes para desarrollar las políticas de contención y exclusión de los indios de los derechos ciudadanos y políticos, ahora, de la misma forma, el gobierno de Arce teje alianzas con sectores conservadores de la derecha clásica del país, cuyo único factor común que los une es el odio a Evo. Se trata de una nueva alianza clasista y étnica que -en bloque- se opone al indio. Bajo este contexto, se entiende de mejor manera cómo esta alianza clasista y étnica que dirige el gobierno junto a los sectores de la derecha tradicional ahora estén intentando construir el escenario para hacer primarias abiertas, donde su hipótesis es que uniendo a los que odian a Evo podrán lograr definir su expulsión definitiva de la política, lo que en el fondo es avivar a todas las fuerzas de la Bolivia excluyente que se unan contra el indio, claramente es una estrategia racista digna de los “señoritos bien” herederos de la élite gamonal de inicios del siglo XX.
Otra señal clara de esta postura del gobierno respecto a los indios, es la forma en la que se relaciona con las organizaciones sociales que actualmente son asumidas como masa útil para ser coptada prebendalmente y usada instrumentalmente para imponer sus fines, convirtiendo a las organizaciones de indios en un sujeto subordinado o, cuando se lo pone en algún cargo importante, dejarlo ser un florero intrascendente. El indio insumiso o el indio que decide el rumbo del país no existe bajo esta estructura de gobierno ni como perspectiva de futuro.
Pero la historia tiene su peso, y no es como piensan los intelectuales posmodernos (que están dentro el gobierno) quienes asumen que pueden reacomodar las fuerzas sociales y la densidad histórica del país a su antojo. Por eso la hipótesis de la expulsión del indio del poder o su bloqueo, no es sostenible. Así como a inicios del siglo XX liberales y conservadores fracasaron en su intento de excluir a los indios de su proceso de integración a la nación, donde los diques de contención que pusieron a los indios, se tradujeron en el crecimiento del descontento de las mayorías del país que reventaron con una revolución; de la misma forma, la formas ilegítimas, ilegales y el uso arbitrario de las instituciones para bloquear la candidatura del indio, solo alimenta el descontento de amplios sectores del país que el gobierno torpemente ignora e intenta invisibilizar.
En ese escenario, lo que no están tomando en cuenta los asesores del gobierno es que la imposición de la proscripción, lo que hará es hacer crecer más la imagen de Evo y hundir al gobierno bajo la imagen de un grupo de rapaces dispuestos a mutilar al bloque popular para mantenerse en el poder acomode lugar, lo que se convertirá en el final de su vida política. O en el caso de imponerse las primarias abiertas, éstas se pueden convertir en un espacio de una derrota fulminante de sus aspiraciones, ya que solamente Evo cuenta con una estructura orgánica que va a ir militantemente a votar, el resto, sin coacción o prebenda, se quedará en su casa viendo pasar a un gobierno que juega con hipótesis fallidas por su débil comprensión del país que dicen gobernar.
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